Maite Carranza - El Clan De La Loba

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Desde tiempos inmemoriales, los clanes de las brujas Omar han vivido ocultándose de las sanguinarias brujas Odish y esperando la llegada de la elegida por la profecía. Ahora los astros confirman que el tiempo está próximo.
Anaíd, que ha vivido durante sus catorce años de vida apartada en un pueblo del Pirineo, ignora los secretos que atañen a las mujeres de su familia… Hasta que la misteriosa desaparición de su madre, Selene la pelirroja, la enfrenta a una verdad tan escalofriante como increíble y la obliga a recorrer un largo camino cuajado de peligros y descubrimientos.

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Gaya pareció asombrada al oír las palabras de Elena.

– ¿Un accidente? -y se dirigió a Anaíd-: Elena dice que has tenido un accidente, que te ha atropellado un coche esta mañana.

Anaíd maldijo a Roc y a Marión y a todos sus compañeros de clase.

– No fue nada, ni siquiera me tocó.

– ¿La has oído? Pues te esperamos.

Gaya colgó el teléfono, se quedó mirando fijamente a Anaíd y sintió lástima por ella. Estaba sola y había pasado tantas desgracias seguidas… No obstante no estaba dispuesta a acarrear con los errores de Selene. Era la hija de Selene, no la suya. Miró sus exámenes, su fuego, y no pudo evitar un rictus de contrariedad por todos los problemas que le supondría cualquier decisión que tomase.

– Ahora vendrá Elena y te llevará a su casa.

Anaíd abrió los ojos sorprendida.

– Tenemos que ir a la policía.

– ¡No! -gritó ni el arlo Gaya.

Luego, al ver el efecto contraproducente que había causado en Anaíd rectificó:

– Imagina que tiene un lío con… con alguien. Sería un escándalo. La buscaremos.

– Pero…

– Tu madre no está bien de la cabeza, hace muchas tonterías. ¿Quieres que además te señalen con el dedo por la calle?

Anaíd calló. Sabía que Gaya, a pesar de ser amiga de Selene, la envidiaba. Envidiaba su melena roja y rizada, sus largas piernas, su simpatía y su desparpajo. No hacía falta ser muy lista para darse cuenta de que Gaya, una maestra mojigata, hubiera vendido su alma al diablo por ser como Selene.

Elena, la bibliotecaria, la que proporcionó a Anaíd todas sus lecturas infantiles, llegó resoplando con sus kilos de más. Anaíd pasaba apuros en su presencia puesto que era incapaz de distinguir cuándo estaba embarazada, cuándo estaba recién parida y cuándo no estaba ni una cosa ni otra. Calculaba, si no había perdido la cuenta, que Elena debía de tener ya siete hijos, todos niños. El mayor era Roc, y a Anaíd, la posibilidad de convivir con Roc bajo el mismo techo se le antojaba un suplicio. Roc era clavado a su padre, el herrero del pueblo, fuerte, socarrón y moreno de cutis y cabello. Roc y ella habían jugado muchas veces en el bosque y se habían bañado juntos en la poza del río. Pero eso había sido de niños. Ahora Roc tenía moto, vestía vaqueros ajustados, se acababa de hacer un piercing en el lóbulo izquierdo, iba a la ciudad los sábados y, si se cruzaba con ella, miraba hacia otra parte, como los demás, como casi todos.

Elena, a diferencia de Gaya, era cariñosa y lo primero que hizo fue abrazar a Anaíd y abrumarla con sus besos.

– Explícame, bonita, ¿cómo ha sido?

– No sabe nada -interrumpió Gaya.

– Alguna pista nos podrá dar, algo que nosotras no sepamos…

Pero Gaya estaba indignada.

– Lo sabíamos, tú, yo y todas. Sabíamos que ocurriría tarde o temprano.

– No te precipites.

– ¿Qué pretendía si no Selene con sus faldas cortas y esa larguísima melena roja, chillo-na y rizada que ondeaba a los cuatro vientos? ¿Qué pretendía con esos reportajes en Internet, dejándose entrevistar y fotografiar en su casa, en su estudio, haciendo declaraciones controvertidas sobre el mundo del cómic y permitiéndose criticar a personajes públicos? ¿Y qué decir de sus continuas multas por excesos de velocidad? ¿Y sus sonadísimas borracheras?

Elena la interrumpió azorada:

– Gaya, por favor, estamos delante de Anaíd. Compórtate.

Gaya tenía ganas de explotar desde hacía demasiado tiempo y no reprimió su última frase -La ha perdido su ego.

Anaíd se sintió obligada a defenderla:

– Selene es especial, es diferente… y yo la quiero.

La agresividad de Gaya la hizo mostrarse valiente, pero también precavida. Anaíd decidió que no pasaría a nadie la información que había conseguido sobre los últimos movimientos de su madre.

Gaya se sintió en falso. No soportaba a Selene, narcisista, enamorada de sí misma, y le parecía mentira que la pobre niña a la que había eclipsado y arrinconado como un mueble viejo saliese en su defensa. Suspiró.

– Lo siento, Anaíd, no tengo nada contra su madre, sólo contra su falta de discreción. Es una forma de… buscarse enemigos, de llamar la atención. ¿Comprendes?

– ¿Quieres decir que ha desaparecido a consecuencia de esa entrevista de Internet? -inquirió Anaíd sardónica.

Gaya deseaba haberse callado la boca minutos antes.

– No, no, yo… bueno yo, no me hagas caso. Pero que sepas que yo admiraba mucho a Deméter, tu abuela. Deméter era toda una dama.

Elena la tomó de las manos.

– Anaíd, esta noche, ¿has oído algo, has intuido algo… desagradable como cuando…?

Anaíd fue tajante, contundente, ni se planteó de dónde salía la fuerza que la inspiró para responder con tanta seguridad.

– Mi madre no está muerta.

Gaya y Elena respiraron aliviadas. La certeza de Anaíd no admitía dudas.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo sé y punto.

Elena se sentó en la silla y quedó pensativa unos instantes.

– Anaíd, haremos una cosa. Nosotras dos te ayudaremos a encontrar a Selene, pero tú también tienes que ayudarnos. En primer lugar te pediremos una cosa muy difícil para una chica curiosa como tú.

– ¿Cuál?

– Que no hagas preguntas.

Anaíd tragó saliva. Necesitaba una sola razón para convencerse de que su discreción podría ayudar a encontrar a Selene.

– ¿Está metida en algún lío?

Elena y Gaya se miraron y asintieron.

– Así es.

– De acuerdo, no haré preguntas. ¿Y la segunda condición?

– Que no hables con nadie de este tema, con NADIE. ¿Entendido?

Anaíd asintió. Necesitaba beber las palabras de Elena para saber que la desaparición de Selene estaba dentro de los parámetros posibles de la lógica. Y así era.

– ¿Y qué versión doy en Urt?

– Diremos…, diremos que Selene ha salido de viaje. A Berlín. ¿Te gusta Berlín?

Anaíd asintió.

– ¿Y mientras tanto?

– Mientras tanto yo me ocuparé de ti -afirmó Elena.

– ¿Dónde dormiré?

– Pues, pues con…

– No puedo dormir con Roc -gritó con un cierto desespero Anaíd.

– ¿Por qué no? Sois amigos.

Anaíd se sintió desfallecer. Lo peor que le podía pasar en este mundo no era que su madre desapareciese, sino que le obligaran a pasar la vergüenza más grande de su vida compartiendo habitación con Roc.

– No, no somos amigos.

– Pues… así os reconciliáis. ¿Qué te parece?

– Fatal.

Elena suspiró y se llevó la mano al vientre. Anaíd se fijó. ¿Se movía? Sí, efectivamente, el enorme barrigón de Elena se agitaba inquieto. Debía de estar embarazada de nuevo.

Gaya, para librarse de su mala conciencia, le acarició el cabello con la mano tensa, un intento de aproximación que viniendo de ella significaba un gran esfuerzo.

– Anda, te acompañaré a casa a recoger tus cosas, pero antes come algo, seguro que no has probado bocado.

Y le sacó pollo frío y una verdura que recalentó en el fuego y que Anaíd, a pesar de odiar la verdura, agradeció. No había comido nada desde la noche anterior.

CAPITULO II

Tía Griselda

Anaíd masticaba lentamente la croqueta rogando que le durase horas. Se sentía incapaz de levantar la vista del plato y topar con los ocho pares de ojos que estaban fijos en ella.

Era la novedad.

Era el centro de la curiosidad y la atención de los siete hijos de Elena y su marido.

– ¿Veis cómo come Anaíd? Poco a poco, masticando, sin hablar con la boca llena, ni eructar, ni limpiarse los dedos grasientos en la camiseta… Pues así son las chicas bien educadas.

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