– Valor -le susurró al oído, alzándola y apretándola contra él-. Valor, Nicoletta. Te sacaré de ésta…
Halló su pequeña y fina mano y la cogió. Ella le contestó con un fuerte apretón. Olía a menta y ácoro.
– ¡Eh! -gritó Buko-. ¡Tú! ¡Hagenau! ¡Déjala! ¡Hubertillo!
Sansón se acercó a Reynevan, tomó a Nicoletta de sus brazos, la alzó como a una pluma y la sentó delante de él.
– ¡Cánseme de portarla, señor! -habló Hubertillo antes que Buko-. ¡Que el gigante me supla un ratejo!
Buko blasfemó, pero agitó la mano. Reynevan lo miró con un odio creciente. No creía en exceso en los monstruos acuáticos devoradores de personas que se decía que vivían en las pozas del Nysa, en los alrededores de Bardo, pero en aquel momento habría dado mucho para que uno de aquellos monstruos emergiera de las turbias aguas del río y devorara al raubritter junto con su alazán bayo-rojizo.
– Hay algo -dijo a media voz Scharley, quien pasó a su lado salpicando agua- que tengo que reconocerte. En tu compañía nunca se aburre uno.
– Scharley… Te debo…
– Mucho me debes, no lo niego. -El demérito tiró de las bridas-. Pero si te referías a una explicación, puedes ahorrártela. La he reconocido. En el torneo de Ziebice clavaste tus ojos en ella como un ternero degollado, luego fue ella quien nos advirtió de que te la tenían preparada en Stolz. Apuesto a que le debes a ella más. ¿No te ha profetizado nadie que las mujeres van a ser tu perdición? ¿O soy yo el primero?
– Scharley…
– No te esfuerces -lo interrumpió el demérito-. Lo entiendo. Deuda de gratitud más gran afecto, ergo otra vez habrá que jugarse el pescuezo, y Hungría cada vez más lejos y más lejos. Difícil dar consejo. Sólo te pido una cosa: piensa antes de actuar. ¿Me lo puedes prometer?
– Scharley… Yo…
– Lo sabía. Ten cuidado, calla. Nos están mirando. ¡Y dale al caballo, dale! ¡Si no, se te va a llevar la corriente!
Hacia la caída de la noche llegaron a la falda de Reichenstein, las montañas Zlotoskich, el confín noroeste de la línea de frontera de los Reichenstein y los Jesionek. En un pueblo que estaba junto a un río que fluía desde los montes, el Bystra, pensaron aprovisionarse y comer. Sin embargo, los paisanos de allí resultaron ser poco acogedores: no se dejaron robar. Desde una cerca que protegía la entrada llovieron hacia los caballeros de rapiña las flechas, mientras que los rostros dispuestos de los campesinos armados de bieldos y guadañas no invitaban a forzar la hospitalidad. Quién sabe a lo que se hubiera llegado en una situación normal, pero ahora el cansancio y las heridas hicieron lo suyo. El primero que volvió el caballo fue Tassilo de Tresckow, tras él se apresuró -vehemente como de costumbre- Paszko Rymbaba, volvió también grupas, incluso sin lanzar en dirección de la aldea palabra sucia alguna, Notker von Weyrach.
– Patanes de mierda. -Buko Krossig los alcanzó-. Ha de hacerse como mi padre hacía, al menos una vez cada lustro deshacerles esas sus chozas, quemarlo todo hasta dejar la tierra pelada. De otro modo se ponen gallitos. Súbeseles la fortuna a la testa. Llénanse de orgullo.
El cielo se nubló. Un olor a humo llegaba desde la aldea. Ladraban los perros.
– Ante nosotros está el Bosque Negro -advirtió Buko, que iba en cabeza-. ¡Manteneos en grupo! ¡No os quedéis atrasados! ¡Atended a los caballos!
La advertencia fue tomada en serio. Porque también el Bosque Negro, un denso y húmedo complejo de hayas, tejos, alisos y ojaranzos, tenía un serio aspecto. Tan serio que hasta daba escalofríos. Se percibía al instante el mal que dormitaba allá en la espesura.
Los caballos relincharon, menearon las cabezas.
Y el esqueleto que yacía al mismo borde del bosque no despertó conmoción alguna.
Sansón Mieles murmuró bajito.
Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
che la diritta via era smarrita…
– Me persigue -aclaró, al darse cuenta de la mirada de Reynevan- el Dante.
– Y pega que ni con cola -se burló Scharley-. Ameno bosque, para qué decir más… Cabalgar por él… En la oscuridad…
– No lo aconsejo -dijo, acercándose, Huon von Sagar-. No lo aconsejo en absoluto.
Cabalgaban hacia arriba, por una pendiente cada vez mayor. Se terminó el Bosque Negro, se terminaron las alisedas, bajo los cascos de los caballos crujió la caliza y el gneis, crepitó el basalto. En las pendientes de las gargantas crecían rocas de fantásticas formas. Caía la tarde, oscurecía muy deprisa, a causa de las nubes, otra negra ola que se acercaba desde el norte.
A orden directa de Buko, Hubertillo tomó a Nicoletta de Sansón. Además, Buko, que había ido hasta entonces a la cabeza, cedió la dirección de la marcha a Weyrach y Du Tresckow, mientras que él se quedaba cerca del armiguer y de su botín.
– ¡Voto al diablo…! -murmuró Reynevan a Scharley, que iba a su lado-. Pues si tengo que libertarla… Y éste a todas luces sospecha algo… La vigila, y todo el tiempo nos observa… ¿Por qué?
– ¿No será? -respondió Scharley en voz baja, y Reynevan con horror se dio cuenta de que no se trataba de Scharley-. ¿No será que ha visto tu rostro? ¿El espejo en el que se reflejan tanto los sentimientos como las intenciones?
Reynevan maldijo por lo bajo. Estaba ya bastante oscuro, pero no sólo la media luz era la culpable del error. Era evidente que el magoo de cabellos blancos había usado la magia.
– ¿Me vas a delatar? -le preguntó directamente.
– No te delataré -le respondió al cabo el mago-. Mas si quisieras cometer alguna estupidez, yo mismo te detendré. Sabes que soy capaz. De modo que no hagas estupideces. Y cuando lleguemos se verá…
– ¿Cuando lleguemos adonde?
– Ahora es mi turno.
– ¿Cómo?
– Es mi turno de preguntas. ¿Qué pasa, que no conoces las reglas de juego? ¿No jugasteis a esto en la universidad? ¿A quaestiones de quodlibet? Fuiste el primero en preguntar. Ahora es mi turno. ¿Quién es ese gigante al que llamáis Sansón?
– Es mi compañero y amigo. Al fin, ¿por qué no le preguntas tú mismo? ¿Escondido bajo un camuflaje mágico?
– Lo he intentado -reconoció sin ambages el hechicero-. Pero es un águila. Reconoció el camuflaje al punto. ¿De dónde lo habéis sacado?
– Del monasterio de unos benedictinos. Pero si esto es un quodlibet, ahora es mi turno. ¿Qué hace el famoso Huon von Sagar en la comitiva de Buko von Krossig, caballero de rapiña silesio?
– ¿Has oído hablar de mí?
– ¿Quién no ha oído hablar de Huon de Sagar? ¿O de matavermis, el poderoso hechizo que en el año de mil cuatrocientos doce salvó de la langosta los campos de Wezer?
– No había tampoco tantas langostas -repuso con modestia Huon-. Y en lo que respecta a tu pregunta… En fin, me aseguro de alguna forma soldada, pitanza y vestido. Al coste, está claro, de ciertas renuncias.
– ¿Relacionadas a veces con asuntos de conciencia?
– Reinmar de Bielau. -El hechicero asombró a Reynevan con este conocimiento-. El juego de las preguntas no es una disputa de ética. Pero te contestaré: a veces sí, ciertamente. Mas la conciencia es como el cuerpo: se la puede endurecer. Y todo palo tiene dos puntas. ¿Satisfecho con la respuesta?
– Tanto que no tengo más preguntas.
– Entonces he ganado yo. -Huon von Sagar tiró de las riendas de su prieto-. Y en lo tocante a la dama… Manten la sangre fría y no hagas estupideces. Te dije, ya veremos cuando lleguemos. Y casi hemos llegado ya. Ante nosotros está el Abismo. Así que adiós, que el trabajo está esperando.
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