Margaret Weis - La Torre de Wayreth

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Con este volumen la trilogía Las Crónicas Perdidas, la serie donde se narran los hechos que no se explicaron en las Crónicas de la Dragonlance.
La Guerra de la Lanza casi ha llegado a su fin. El hechicero Raistlin Majere se ha convertido en un Túnica Negra y utiliza el Orbe de los Dragones para viajar a Neraka, la ciudad de la Reina Oscura. Parece que Raistlin quiere ponerse al servicio de la diosa, pero en realidad persigue sus propias ambiciones.
Mientras tanto, Takhisis planea acabar con los dioses de la magia en la Noche del Ojo. El futuro de Krynn está escrito. Todos creen saber cómo termina la historia. Pero una noche y una fatídica decisión de Raistlin Majere pueden cambiarlo todo.

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—Llama a los perros —dijo Raistlin.

—¡Vete al Abismo! —aulló un hombre con barba negra que estaba sentado en un taburete al fondo de la abarrotada habitación—. ¡Mira cómo has dejado mi puerta!

—Llama a los perros, Lute —repitió Raistlin—. Y no se te ocurra tocar esa ballesta. Si lo haces, lo único que va a quedar sobre el taburete será un montón de carne grasienta y peluda de enano quemado.

Lute alejó la mano de la ballesta lentamente.

—Shinare — llamó en un tono hosco—. Hiddukel. Venid aquí.

Los perros gruñeron a Raistlin y regresaron junto a su dueño.

—Enciérralos en esa habitación —ordenó Raistlin, señalando el dormitorio del medio enano.

Lute mandó a los perros a su habitación y, entre jadeos y maldiciones, se bajó del taburete y cerró la puerta detrás de los animales. Raistlin se abrió paso entre los montones de trastos hasta el fondo de la tienda.

—¿Qué quieres? —preguntó Lute, mirándolo con odio.

—Necesito hablar con Talent.

—Has venido al lugar equivocado. Está en El Broquel Partido...

Raistlin pegó un puñetazo en el mostrador.

—No estoy de humor para oír mentiras. ¡Dile a Talent que tengo que halar con él ahora!

Lute resopló.

—No soy tu recadero...

Raistlin agarró la tupida barba de Lute y le pegó un tirón que hizo asomar las lágrimas a los ojos del medio enano.

Lute aulló y trató de zafarse de Raistlin desesperadamente. Sus esfuerzos fueron tan vanos como si hubiera querido partir una de las vigas de roble que sostenían el techo. Raistlin todavía estaba bajo los efectos del hechizo vigorizante. Dio otro tirón a la barba de Lute y le arrancó unas gotas de sangre y un quejido de dolor. Al oír los gritos de su señor, los perros ladraron furiosamente y se lanzaron contra la puerta.

—Te arrancaré la barba de raíz —lo amenazó Raistlin entre dientes—, a no ser que hagas lo que te digo. Irás a buscar a Talent ahora. Le dirás que nos encontraremos en el mismo sitio que la última vez: en los túneles de debajo de este edificio.

Lute maldijo entre dientes.

Raistlin tiró con más fuerza.

—¡Haré lo que dices! —chilló Lute, dando torpes golpes a la mano de Raistlin—. ¡Suéltame ya! ¡Suelta!

—¿Hablarás con Talent? —preguntó Raistlin sin soltar al medio enano. Lute asintió. Las lágrimas le caían por las mejillas. Raistlin lo soltó y Lute estuvo a punto de caer de espaldas. El medio enano se masajeó la dolorida barbilla.

—Tendré que enviar a Mari. No puedo ir yo en persona. Me has roto la puerta. Me robarían la tienda.

—¿Dónde está Mari?

—Normalmente se pasa por aquí a esta hora.

Como si esas palabras la hubiesen hecho aparecer, la kender se asomó por la puerta.

—Oye, Lute, ¿qué le ha pasado a tu puerta? —preguntó—. Vaya, hola, Raist. No te había visto.

—No te preocupes por nada —gruñó Lute—. Y no se te ocurra poner un pie en la tienda. Corre a buscar a Talent. Dile que vaya a los túneles.

—Claro, Lute, ahora voy. Pero ¿qué le pasado a la puerta...?

—¡Vete, estúpida! —aulló Lute.

—Tienes que darte mucha prisa, Mari —dijo Raistlin—. Es urgente.

La kender miró a uno y después al otro, y echó a correr.

—¡Y trae a un carpintero! —gritó Lute.

—¿Cómo llego al túnel? —preguntó Raistlin.

—Ya que eres tan listo, adivínalo —repuso Lute. Todavía estaba frotándose la barbilla.

Raistlin echó un vistazo a la tienda repleta de cachivaches.

—Claro... la trampilla está debajo del cajón del perro. No puede decirse que sea demasiado original. ¿Está cerrada? ¿Tiene llave?

Lute murmuró algo.

—Siempre me queda la opción de abrir un agujero en tu suelo —dijo Raistlin.

—No tiene llave. Simplemente levanta la maldita trampilla y baja la puta escalera. Mira bien dónde pisas. La escalera tiene mucha pendiente. Sería una pena que te cayeras y te rompieras la crisma.

Raistlin se acercó al cajón del perro y lo apartó. Debajo, encontró la trampilla. El hechizo estaba empezando a desvanecerse, pero por suerte le quedaba la fuerza suficiente para tirar de la pesada puerta de madera. En momentos como aquél era cuando echaba de menos a Caramon.

Raistlin escudriñó la oscuridad, que sería aún más impenetrable cuando cerrara la trampilla.

—Shirak — dijo Raistlin y el cristal del extremo del bastón empezó a brillar.

Se recogió las faldas de la túnica y empezó a bajar con cuidado. La trampilla se cerró de golpe. La cámara subterránea estaba en silencio y olía a barro. A lo lejos se oía un goteo. Movió la luz alrededor y, un momento después, descubrió la silla a la que lo habían encadenado y aquella en la que Talent se había sentado.

Raistlin cogió la silla de Talent y se sentó a esperar.

Talent no tardó en llegar. Raistlin oyó las pisadas de unas botas resonando sobre el suelo sucio y al instante vio la luz de un farol brillando en la oscuridad. Raistlin tenía unos pétalos de rosa en la mano y las palabras de un hechizo en los labios, por si acaso Talent había decidido enviar a alguien en su lugar, por ejemplo, Maelstrom.

Fue Talent en persona quien apareció en el círculo de luz que proyectaba el bastón.

—Siéntate —le ordenó Raistlin y arrastró una silla con el pie.

Talent se quedó de pie. Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Estoy aquí, pero no porque quiera estar. Nos podrías haber puesto a todos en peligro...

—Ya estáis en peligro —lo interrumpió Raistlin—. He estado en el Alcázar de Dargaard. He hablado con mi hermana. Por favor, siéntate. No me gusta tener que estirar el cuello para mirarte.

Talent vaciló y al final se sentó. A un costado le colgaba la espada. La punta de metal dibujó un surco en el polvo del suelo.

—¿Y bien? —preguntó con voz tensa—. ¿Qué tenía que decir la Dama Azul?

—Muchas cosas, pero la mayoría no son de tu incumbencia. Una sí lo es. Os han traicionado. Takhisis lo sabe todo. Ha ordenado a Ariakas que te mate a ti a Mari y al resto de la banda.

Talent frunció el entrecejo.

—No es que no te crea, Majere, pero si Ariakas lo sabe, ¿por qué no nos ha arrestado?

—Porque en Neraka vosotros sois mucho más populares que el emperador —contestó Raistlin—. Habría disturbios en las calles si os arrestan y cierran El Broquel Partido. Lo mismo sucede con tu amigo peludo del piso de arriba. Su negocio es vital para muchos de los habitantes de esta ciudad, sobre todo ahora que las tropas no reciben su paga. Y después están los clérigos del templo, que a la mitad los tienes en el bolsillo. Tendrían que renunciar a todos los lujos del mercado negro a los que se han acostumbrado.

Talent sonrió sarcásticamente.

—Supongo que todo eso es verdad. Así que Ariakas no tiene pensando arrestarnos...

—No. Sencillamente va a hacer que os maten —repuso Raistlin.

—¿Cuándo se supone que va a ser eso?

—Esta noche.

—¿Esta noche? —Talent se levantó, alarmado.

—La Noche del Ojo. Iolanthe me dijo que tú y tus amigos de El Trol Peludo siempre organizáis una fiesta en la calle con hogueras. Esta noche las hogueras se van a descontrolar. Las llamas se extenderán hasta El Trol Peludo y El Broquel Partido. Mientras intentáis apagar el incendio, ocurrirá un desgracio accidente. Tú, Mari y otros miembros de La Luz Oculta quedaréis atrapados en el interior del edificio en llamas. Moriréis abrasados.

—¿Y qué pasa con Lute? —preguntó Talent ásperamente—. Él no estará en la fiesta. Nunca sale de su tienda.

—Encontrarán su cuerpo por la mañana. Por un extraño infortunio, sus propios perros se volverán contra él y lo despedazarán.

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