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Margaret Weis: La Torre de Wayreth

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Margaret Weis La Torre de Wayreth

La Torre de Wayreth: краткое содержание, описание и аннотация

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Con este volumen la trilogía Las Crónicas Perdidas, la serie donde se narran los hechos que no se explicaron en las Crónicas de la Dragonlance. La Guerra de la Lanza casi ha llegado a su fin. El hechicero Raistlin Majere se ha convertido en un Túnica Negra y utiliza el Orbe de los Dragones para viajar a Neraka, la ciudad de la Reina Oscura. Parece que Raistlin quiere ponerse al servicio de la diosa, pero en realidad persigue sus propias ambiciones. Mientras tanto, Takhisis planea acabar con los dioses de la magia en la Noche del Ojo. El futuro de Krynn está escrito. Todos creen saber cómo termina la historia. Pero una noche y una fatídica decisión de Raistlin Majere pueden cambiarlo todo.

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Raistlin pasó de largo por delante de la tienda de hechicería y por fin llegó al lugar que estaba buscando. Pensó que habría podido encontrarlo guiándose únicamente por el hedor, mientras se tapaba la nariz y la boca con la manga. El negocio estaba en un patio grande, lleno de pilas de troncos para alimentar las hogueras. El humo se mezclaba con el vapor que salía de las calderas y de las enormes cubas, de las que emanaba una pestilencia provocada por los distintos ingredientes que allí se utilizaban, algunos de los cuales no eran precisamente muy agradables.

Agarrando su hatillo, Raistlin entró en un edificio pequeño que había cerca de donde hombres y mujeres cargaban aquellos troncos y removían el interior de aquellas cubas con unas palas grandes de madera. Un empleado escribía números en un libro voluminoso, sentado en una banqueta. Otro hombre, sentado en otra banqueta, repasaba unas listas interminables. Ninguno de los dos prestó atención a Raistlin.

Raistlin esperó un momento y después carraspeó, lo que hizo que el hombre que estudiaba las listas levantara la mirada. Al ver a Raistlin esperando en la entrada, el hombre se levantó y se acercó a averiguar en qué podía servir a uno de los respetados Estetas.

—Tengo que teñir una tela —dijo Raistlin, alargando la túnica roja.

La capucha le tapaba el rostro, pero no podía esconder las manos. Por suerte, el edificio estaba en penumbras y Raistlin tenía la esperanza de que el hombre no se percatara del color dorado de su piel.

El tintorero estudió el color, acariciando el tejido con la mano.

—Una buena lana —declaró—. Nada excepcional, es verdad, pero no está mal y puede aprovecharse. No tiene por qué coger mal el tinte. ¿Qué color querríais, reverenciado señor?

Raistlin estaba a punto de responder, pero lo interrumpió un ataque de tos tan fuerte que se tambaleó y tuvo que apoyarse en el quicio de la puerta. Echó de menos el brazo fuerte de su hermano, que siempre había estado a su lado para sostenerlo.

El tintorero miró a Raistlin y retrocedió un poco, alarmado.

—No será contagioso, ¿verdad, señor?

—Negro —dijo Raistlin sin aliento, ignorando la última pregunta.

—Perdón, ¿cómo habéis dicho? —preguntó el tintorero—. Es difícil oír con todo este jaleo.

Hizo un gesto hacia el patio que estaba detrás de él, donde las mujeres que removían las telas de las cubas intercambiaban mordaces comentarios con los hombres que alimentaban el fuego, todo ello a gritos.

—Negro —repitió Raistlin, alzando la voz. Normalmente hablaba bajo. Gritar le irritaba la garganta.

El tintorero enarcó una ceja. Los Estetas que servían a Astinus en la Gran Biblioteca vestían túnicas grises.

—No es para mí —añadió Raistlin—. Vengo de parte de un amigo.

—Entiendo —repuso el tintorero. Lanzó una mirada inquisitiva a Raistlin, quien no se dio cuenta, presa de un nuevo ataque de tos.

—Tenemos tres tipos de tinte negro —explicó el tintorero—. El más barato se hace con cromo, alumbre, arcilla roja, palo de Campeche y baphia nítida. Se obtiene un buen negro, pero no muy duradero. El color se va perdiendo con los lavados. El siguiente tinte contiene sándalo, sulfato de hierro y palo de Campeche. Es de mejor calidad que el primero que he mencionado, aunque después de un período largo de tiempo, el negro adquiere una tonalidad verdosa. El mejor tinte es el de índigo y sándalo. Se consigue un negro intenso que nunca se destiñe, da igual las veces que se lave el tejido. Evidentemente, este último es el más caro.

—¿Cuánto? —preguntó Raistlin.

Al oír el precio que dijo el tintorero, Raistlin hizo una mueca. Aquello mermaría considerablemente el número de monedas que guardaba en una bolsa de piel, escondida en un armarito protegido por un hechizo en la celda que le habían asignado en la Gran Librería. Debería encargar el tinte más barato. Pero entonces se imaginó a sí mismo presentándose ante los poderosos y ricos Túnicas Negras de Neraka y se avergonzó al verse entre ellos con una túnica negra que no era exactamente negra, sino que tenía cierta «tonalidad verdosa».

—El índigo —decidió, y entregó su túnica roja.

—Muy bien, reverenciado señor —repuso el tintorero—. ¿Podríais decirme vuestro nombre?

—Bertrem —respondió Raistlin con una sonrisa que quedó oculta bajo la sombra de su capucha. Bertrem era el nombre del sufrido, y siempre hostil, ayudante principal de Astinus.

El tintorero tomó nota.

—¿Cuándo puedo volver a recogerlo? —quiso saber Raistlin—. Tengo..., es decir, mi amigo tiene prisa.

—Pasado mañana.

—¿Antes no puede ser? —preguntó Raistlin, decepcionado.

El tintorero negó con la cabeza.

—No, a no ser que vuestro amigo quiera ir dejando un reguero negro por las calles.

Raistlin asintió con un gesto brusco y se dispuso a marcharse. En el mismo momento en que Raistlin se daba la vuelta, el tintorero dijo algo a su ayudante y éste salió apresuradamente del edificio. Raistlin lo vio bajar la calle con prisas, pero estaba agotado por la caminata y medio ahogado por los humos asfixiantes, así que no le prestó atención.

La Gran Librería se alzaba en la Ciudad Vieja. Ya había llegado la Vigilia Alta, cuando las tiendas solían cerrar para comer y las multitudes tomaban las calles. El ruido era tan ensordecedor que Raistlin creía que iba a perforarle los oídos. El largo paseo le había exigido un esfuerzo tal que cada poco tenía que detenerse para descansar. Cuando por fin vio ante sí las columnas de mármol y el grandioso pórtico de la biblioteca, estaba tan débil que no creía que pudiera cruzar la calle sin desplomarse.

Raistlin se dejó caer sobre un banco de piedra que no estaba muy lejos de la Gran Biblioteca. La larga noche del invierno tocaba a su fin. El amanecer de la primavera se acercaba sigiloso. El sol intenso lo envolvía en su calidez. Raistlin cerró los ojos. La cabeza se le cayó sobre el pecho y se quedó dormitando bajo el sol.

Volvía a estar a bordo del barco, con el Orbe de los Dragones en la mano y mirando a su hermano, a Tanis y al resto de sus amigos...

... utilizando mi magia. Y la magia del Orbe de los Dragones. Es de lo más sencillo, aunque seguramente esté fuera del alcance de vuestras pusilánimes mentes. Ahora tengo el poder de unir la energía de mi cuerpo físico y la energía de mi espíritu en una sola fuerza. Me convertiré en pura energía... en luz, si preferís pensarlo de esa manera. Y al convertirme en luz, puedo viajar a través de los cielos como los rayos del sol y regresar al mundo físico donde y cuando yo decida.

—¿El orbe puede hacer eso con todos nosotros? —preguntó Tanis.

—No lo voy a comprobar. Sé que yo puedo escapar. Los demás no son asunto mío. Tú los metiste en esta trampa mortal, semielfo. Tú tendrás que sacarlos.

—No harás daño a tu hermano. Caramon, ¡detenlo!

—Díselo, Caramon. La última Prueba de la Alta Hechicería fue contra mí mismo. Y fracasé. Lo maté. Yo maté a mi hermano...

—¡Aja! ¡Sabía que te encontraría aquí, retaco de kender!

Raistlin se estremeció entre sueños.

«Esa es la voz de Flint y eso no está nada bien —pensó Raistlin—. Flint no está aquí. No he visto a Flint desde hace mucho tiempo, desde hace meses, desde la caída de Tarsis.» Raistlin volvió a hundirse en su sueño.

—No intentes detenerme, Tanis. Maté a Caramon una vez, ya sabes. Mejor dicho, era una ilusión para enseñarme a luchar contra la oscuridad de mi interior. Pero llegaron demasiado tarde. Yo ya me había entregado a la oscuridad.

—¡Te digo que lo he visto!

Raistlin se despertó sobresaltado. También conocía aquella voz.

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