—Una cárcel —indicó con amargura—; nos han metido en la cárcel del pueblo.
—Sólo para convenceros de que os quedéis —oyó decir a una voz familiar e inoportuna.
El sonido de la voz del alcalde fue seguido por el chirrido del pedernal y el acero, y el encendido de una antorcha. El hombre recorrió con el hachón el reducido pasillo, y fue a detenerse entre las dos celdas.
—Queremos que os quedéis. Tenéis que enseñarnos cosas.
Dhamon agarró los barrotes y tiró de ellos para ponerlos a prueba. Se dijo que, con un poco de tiempo, podría conseguir soltarlos.
—Vosotros tenéis nombres, Dhamon Fierolobo —prosiguió el alcalde—. Nosotros no. Carecemos de familias. Apenas tenemos recuerdos. Olvidamos cómo hacer las cosas. Olvidamos a nuestros amigos. Necesitamos que nos enseñéis.
—Seres de Caos —escupió Dhamon—. Condenados seres de Caos. Es como una epidemia.
—Me gustaría leer, creo. —El alcalde ladeó la cabeza—. Tengo varios libros, y espero que tú sepas leer y me puedas enseñar. A lo mejor te convertiré en mi nuevo ayudante. —Hizo una pausa—. Mataste al antiguo —indicó pesaroso.
Dhamon sacudió los barrotes enfurecido. Quería que el otro se marchara para empezar a soltar los barrotes y escabullirse al exterior.
—No puedes obligarnos a permanecer en esta condenada ciudad. Ninguno de vosotros debería quedarse, tampoco. Aquí hay no muertos, vestigios de la guerra en el Abismo. Reciben el nombre de seres de Caos, y os están robando los recuerdos.
—Sin duda te refieres a los seres de sombras —indicó el alcalde en voz baja.
—Sí, los seres de sombras. Son los seres de Caos.
—Ojos relucientes.
—Sí —respondió Dhamon—; déjanos salir de aquí y…
—Los seres de sombras vendrán aquí pronto. Siempre vienen de noche, con el frío. —El alcalde se colocó justo frente a Dhamon y mantuvo la antorcha pegada a él—. Me ocuparé de que te preparen una buena cena, Dhamon Fierolobo. A lo mejor mientras lo hago los seres de sombras vendrán y os harán una visita. Ellos os convencerán para que os quedéis en El Remo de Bev. Convencen a todo el mundo, ¿sabes?
—Probablemente porque consiguen que la gente olvide que tiene un sitio mejor al que ir —replicó Ragh, que acababa de despertar, uniéndose a la conversación—. Les roban los recuerdos hasta que no les queda nada, se beben su inteligencia como malditos vampiros.
—Los seres de sombras jamás han hecho daño a nadie. —El hombre se volvió hacia el draconiano y se dirigió a él entonces—: Lo único que los seres de sombras tomarán serán vuestros nombres. Os convencerán para que os quedéis en El Remo de Bev. Luego, empezando por la mañana, nos enseñaréis cosas del mundo, y me enseñaréis a leer mis libros. Ahora, iré a ocuparme de que os traigan algo de cenar.
Se llevó la antorcha con él al marchar, y sólo quedó la luz de las estrellas para iluminar el pasillo y las celdas.
—¡Por las cabezas de la Reina Oscura! —gimió Dhamon—. El ser me contó que los de su especie robaban recuerdos.
—Yo diría que hay más de uno en esta población —observó Ragh.
—La gente es incapaz de recordar su nombre. Ni siquiera recuerdan que hay que cobrar por las mercancías y los servicios.
«¿Qué, por todo lo que es más sagrado, me quitó el ser? —pensó—. Nada importante, sin duda, no tengo agujeros en la memoria. Estoy seguro de que expulsé al ser antes de que pudiera hacerme daño. Pero estas gentes al parecer no son capaces de resistirse a ellos».
—Hemos de salir de aquí.
—No, hemos de ayudar a estas gentes —declaró Fiona, poniéndose en pie, con las manos apoyadas en las caderas—. Hacer que se den cuenta de que pueden defenderse…
—Imposible. —Los ojos del draconiano despidieron un leve fulgor rojo en la oscuridad—. No te creerían. No les queda inteligencia suficiente en esas cabezotas suyas para poder creerte, para creer a cualquiera de nosotros. Todo lo que desean de ti, de mí y de Dhamon es que nos quedemos y les enseñemos cosas. Sólo que cuando los seres nos encuentren puede que no nos dejen con nada que valga la pena enseñar.
Dhamon agarró los barrotes con más fuerza y tiró, notando una tenue sensación de movimiento. Las barras estaban encajadas en la arcilla endurecida del techo y del suelo, y no necesitaría mucho tiempo para moverlas si era capaz de reunir todas sus fuerzas.
—No pienso tumbarme en el suelo y dejarme morir —declaró mientras trabajaba en los barrotes—. Tengo cosas que hacer, o sea, que vamos a salir de aquí.
Ragh profirió un gruñido desde lo más profundo de su pecho y agarró también los barrotes de su celda. Tras tensar al máximo los músculos, el draconiano se esforzó por moverlos.
—Vale la pena intentarlo.
La puerta del pasillo se abrió con un chirrido, y la luz de una antorcha se derramó al interior.
—A lo mejor puedo ayudar.
—¡Maldred!
—Dhamon, amigo mío, ¿cómo consigues meterte en situaciones tan desesperadas?
Maldred agachó la cabeza para pasar por el marco de la puerta, y la luz de la antorcha mostró que lucía su auténtico aspecto de ogro. Los anchos hombros azules apenas cabían en el pasillo, y la parte superior de la blanca melena que coronaba la cabeza rozaba el techo. A pesar de sus ropas raídas, su visión resultaba de lo más agradable. La antorcha aparecía minúscula en su enorme puño.
—Pero… ¿cómo conseguiste salir de Shrentak, y cómo nos has encontrado aquí? —inquirió un Dhamon atónito.
—Poseo magia, ¿recuerdas?
Dhamon dirigió una veloz mirada a Ragh, que se encogió de hombros; Fiona tenía los ojos entrecerrados, pero no dijo nada. El mago ogro entregó la antorcha a Dhamon, luego se arrodilló en el suelo, y extendió por completo los dedos sobre la arcilla endurecida. La larga melena blanca le caía sobre los hombros, descendía por los brazos y le ocultaba el rostro, en tanto que la luz del hachón danzaba sobre su figura y exageraba los poderosos músculos y las gruesas venas que sobresalían de ellos.
—¿Qué haces? —La pregunta provino de Ragh.
—Magia. ¿Te importaría hablar más bajo?
Maldred empezó a canturrear en voz baja, era una cancioncilla sin una melodía identificable ni un ritmo previsible, y a medida que el ritmo se aceleraba, los dedos empezaron a cavar en la arcilla cada vez más blanda. Surgieron una especie de ondas de las manos, y la arcilla se tornó maleable.
Dhamon descubrió que podía mover con más facilidad los barrotes. Los de Ragh también cedieron un poco.
—Un poco más —instó Dhamon.
—Lo intento —respondió Maldred, mientras interrumpía su canturreo—. Es curioso —añadió—; está empezando a hacer frío aquí.
Se reanudó el mágico canturreo, y Dhamon soltó la antorcha y empezó a trabajar más deprisa con ambas manos, ya que el frío indicaba la presencia de los seres de Caos. Los ojos del hombre se movieron veloces de un lado a otro, para escudriñar las sombras en busca de ojos refulgentes de no muertos, y su aliento se tornó blanquecino cuando arrancó la pared de barrotes.
—Los seres de sombras se acercan —gruñó Ragh.
—Sí —dijo Dhamon, mientras se acercaba a la otra celda y ayudaba al draconiano con los barrotes.
Tras un fuerte tirón final, entre los dos consiguieron aflojar los barrotes lo suficiente para que Ragh y Fiona se abrieran paso entre ellos.
Fiona aferró el fardo de ropas contra su pecho y, mientras el aliento se le empañaba ante el rostro, clavó la mirada en Maldred.
—Mentiroso, mentiroso, mentiroso —le dijo.
Dhamon se estremeció al sentir cómo el aire se tornaba más gélido todavía.
—Mal, hemos de salir de aquí ya. Hay…
Читать дальше