Terry Goodkind - La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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- Название:La Sangre de la Virtud. El Caminante de los Sueños
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— ¿Los gars…?
— Así es. Les imbuyó del poder de percibir a los mriswith incluso cuando éstos se hacen invisibles. Por eso tienen ojos verdes que brillan. Debido a ese origen mágico de los gars, aquellos que trataban directamente con los magos humanos adquirieron poder sobre sus semejantes y se convirtieron en algo así como generales de la nación gar que actuaban de intermediarios entre los gars y los magos. Dichos gars eran muy respetados y consiguieron que sus hermanos lucharan junto a la gente del Nuevo Mundo contra el enemigo mriswith, al que obligaron a refugiarse en el Viejo Mundo.
Richard escuchó las novedades con aire atónito.
— ¿Qué más dice Kolo?
— No he tenido tiempo de leer más. Hemos estado muy ocupados desde que os fuisteis.
— ¿Cuánto tiempo he estado fuera? —preguntó a Cara mientras salía de la fuente.
— Casi dos días. Os marchasteis anteanoche. Hoy, al alba, los vigías llegaron, exhaustos, y nos comunicaron que la Sangre de la Virtud se disponía a atacar. No tardaron en hacerlo. La batalla dura desde esta mañana. Al principio iba bien, pero luego llegaron los mriswith y… —La voz de Cara se fue apagando.
Kahlan pasó un brazo en torno a Richard para tranquilizarlo.
— Lo siento, Cara. Debería haber estado aquí. —Richard miraba como aturdido el mar de cadáveres—. Es culpa mía.
— Yo he matado a dos —anunció Raina, mostrando su orgullo sin rebozo.
Ulic y Egan llegaron corriendo, se detuvieron, dieron media vuelta e inmediatamente adoptaron una posición defensiva.
— Lord Rahl —dijo Ulic de medio lado—, nos alegramos mucho de veros. Oímos los vítores pero cada vez que tratábamos de llegar hasta vos algo se interponía.
— ¿No me digas? —replicó Cara, levantando una ceja—. Nosotras lo logramos.
Ulic miró al cielo y fijó su atención en la batalla.
— ¿Siempre son así? —le susurró Kahlan al oído.
— No —susurró él a su vez—, ahora se están comportando de este modo porque estás tú delante.
Richard distinguió banderas blancas entre los supervivientes de la Sangre de la Virtud. Pero nadie les prestaba atención.
— Los d’haranianos no dan cuartel —le explicó Cara al darse cuenta de qué miraba—. Luchan a muerte.
Richard bajó de un salto de la fuente, echó a andar y sus guardaespaldas lo siguieron. Kahlan lo alcanzó antes de que hubiera dado tres pasos.
— ¿Qué vas a hacer, Richard?
— Poner fin a esto.
— No puedes. Juramos guerra sin cuartel contra la Orden. Deja que tus hombres acaben el trabajo. Ellos lo hubieran hecho con nosotros.
— No puedo permitirlo. Si los matamos a todos, los demás integrantes de la Orden nunca se rendirán, pues sabrán que si lo hacen les espera la muerte. Pero si tomamos prisioneros, será más sencillo que se rindan. Y, si se rinden, venceremos sin tener que sacrificar a tantos de los nuestros, lo cual nos hará más fuertes y venceremos.
Richard empezó a gritar órdenes, que se fueron repitiendo de una fila a otra de d’haranianos y lentamente el fragor de la lucha fue decreciendo. Miles de ojos se posaron en él.
— Dejadlos pasar —ordenó a un oficial.
Richard regresó junto a la fuente y de pie contra la pared esperó, observando cómo se aproximaban los oficiales y los soldados de la Sangre de la Virtud. Avanzaban rodeados por d’haranianos con las armas prestas. Se abrió un corredor, y los hombres de las capas de color carmesí caminaron sin dejar de mirar a ambos lados.
El oficial que iba en cabeza se detuvo frente a Richard.
— ¿Aceptáis nuestra rendición lord Rahl? —preguntó con voz ronca y apagada.
— Depende. ¿Me diréis la verdad?
El oficial miró a sus hombres, cubiertos de sangre, y respondió:
— Sí, lord Rahl.
— ¿Quién os ordenó que atacarais la ciudad?
— Los mriswith y a muchos de nosotros el Caminante de los Sueños.
— ¿Deseáis libraros de él?
Todos asintieron o declararon su conformidad en voz baja. Asimismo accedieron de buena gana a revelarle todo lo que supieran sobre los planes del Caminante de los Sueños y de la Orden Imperial.
Richard estaba tan agotado y dolorido que apenas podía tenerse en pie, pero la furia de la espada le daba fuerzas.
— Si queréis rendiros y ser súbditos de los d’haranianos, arrodillaos y jurad lealtad.
En la penumbra del atardecer los supervivientes de la Sangre se arrodillaron, acompañados por los gruñidos de dolor de los heridos, y recitaron la oración que les enseñaron los d’haranianos, uniéndose a ellos.
En una única voz que inundó la ciudad, todos repitieron el juramento con la cabeza inclinada.
— Amo Rahl, guíanos. Amo Rahl, enséñanos. Amo Rahl, protégenos. Tu luz nos da vida. Tu misericordia nos ampara. Tu sabiduría nos hace humildes. Vivimos sólo para servirte. Tuyas son nuestras vidas.
A continuación los vencidos se despojaron de sus capas de color carmesí y las arrojaron al fuego, tras lo cual se retiraron, escoltados por los soldados que debían vigilarlos temporalmente.
— Acabas de cambiar las normas de la guerra, Richard —le dijo Kahlan. Con los ojos puestos en la carnicería, declaró—: Realmente han muerto ya demasiados.
— Sí, demasiados —murmuró él mientras contemplaba cómo los soldados de la Sangre, desarmados, se alejaban rodeados de los hombres que habían tratado de matar. Se preguntó si acaso se habría vuelto loco.
— «Tu misericordia nos ampara» —Kahlan citó parte de la oración—. Tal vez quiere decir eso. Creo que has hecho lo correcto.
La señora Sanderholt, que había oído a Kahlan, sonrió en señal de aquiescencia sosteniendo una ensangrentada cuchilla de carnicero.
Los relucientes ojos verdes se agruparon en la explanada. El humor de Richard mejoró al divisar la truculenta sonrisa de Gratch. Acompañado de Kahlan corrió hacia su amigo.
Nunca se había sentido tan bien entre aquellos peludos brazos. Richard reía con lágrimas en los ojos, mientras Gratch lo levantaba del suelo.
— Te quiero, Gratch. Te quiero mucho.
— Grrratch quierrrg Raaaach aaarg.
Kahlan se unió al abrazo, tras lo cual tuvo su propia ración de afecto gar.
— Yo también te quiero, Gratch. Has salvado la vida de Richard. Te estaré siempre agradecida.
Gratch gorgojeó su satisfacción mientras le acariciaba el pelo con una garra.
Richard apartó una mosca de un manotazo.
— ¡Gratch! ¡Tienes moscas de sangre!
La sonrisa de satisfacción de Gratch se hizo más amplia. Los gars usaban las moscas de sangre para localizar más fácilmente sus presas, pero hasta entonces Gratch nunca había tenido. Richard no quería aplastar las moscas de Gratch, pero le estaban picando en el cuello.
Gratch se inclinó, pasó una garra por la sangre de un mriswith muerto y se embadurnó con ella la piel tensa y rosada de su abdomen. Obedientemente las moscas se lanzaron sobre el festín. Richard no podía creer lo que veía.
Estaban rodeados por multitud de ojos verdes relucientes fijos en él.
— Gratch, parece que has vivido una aventura. ¿Has sido tú quien los ha reunido a todos? —Gratch asintió, exhibiendo una mirada de orgullo—. ¿Y todos te obedecen?
Gratch se golpeó el pecho con las garras, se volvió hacia sus congéneres y gruñó. Todos los gars le devolvieron el extraño gruñido. Gratch sonrió, dejando al descubierto sus colmillos.
— ¿Gratch, y Zedd?
La sonrisa gar se desvaneció. Los impresionantes hombros de Gratch se hundieron ligeramente y volvió la vista hacia el Alcázar. Al volver a mirar a Richard, sus ojos verdes habían perdido parte de su fulgor y sacudió la cabeza, apenado.
Richard notó un nudo de angustia en la garganta.
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