Habían hecho correr la voz de que Birgitte era de Kandor, donde las mujeres llevaban ropas parecidas a las suyas, pero aun así saltaba a la vista que Dyelin sospechaba que era mentira. Y cada vez que Birgitte tenía un lapsus, más cerca estaba de revelar su secreto. Elayne le asestó una mirada que prometía un rapapolvo cuando estuviesen solas.
Nunca habría imaginado que Birgitte pudiera ponerse más colorada, pero se equivocaba. La vergüenza ahogó todas las otras sensaciones que le llegaban a través del vínculo, y fluyó hacia Elayne hasta que ésta sintió enrojecer su propia cara. Rápidamente adoptó una expresión severa, confiando en que su sonrojo se achacara a cualquier otra cosa excepto a un intenso deseo de que se la tragara la tierra por la humillación de Birgitte. ¡La reacción refleja del vínculo podía ser más que un simple inconveniente!
Dyelin no distrajo su atención en Birgitte más que un momento. Volvió a guardar el pañuelo en su sitio, dejó la copa en la bandeja con cuidado y se puso en jarras. Ahora su expresión era tormentosa.
—La Guardia Real ha sido siempre el núcleo del ejército de Andor, Elayne, pero esto… ¡Por la Luz bendita, es una locura! ¡Podría dar lugar a que todo el mundo se volviera contra ti, desde el río Erinin hasta las Montañas de la Niebla!
Elayne se concentró en la calma. Si se equivocaba, Andor se convertiría en otro Cairhien, otro país inmerso en un baño de sangre y sumido en el caos. Y ella moriría, desde luego, un precio que no bastaría para resarcir el daño causado. Sin embargo, no intentarlo quedaba descartado y, en cualquier caso, las consecuencias para Andor serían las mismas que con el fracaso. Calma, serenidad fría, imperturbable, férrea. Una reina no podía exteriorizar miedo, aun cuando estuviera asustada. Especialmente si lo estaba. Su madre había dicho siempre que había que evitar explicar las decisiones todo lo posible; cuanto más explicaciones se daban, más y más eran necesarias, hasta que llegaba el momento en que no había tiempo para nada más. Por su parte, Gareth Bryne era de la opinión de que uno debía explicarse si era posible, que la gente lo hacía mejor si sabía el porqué además del qué. Hoy seguiría el consejo de Gareth Bryne. Eran muchas las victorias conseguidas por seguir su parecer.
—Tengo tres rivales declarados. —Y quizás otro sin declarar. Se obligó a buscar los ojos de Dyelin. No con ira; sólo las miradas encontrándose. O quizá Dyelin la tomase como iracunda a causa de las mandíbulas prietas y la rojez de las mejillas. Pues que así fuera—. Por sí misma, Arymilla es insignificante, pero Masin ha unido la casa Caeren a la suya, y, tanto si es sensato como si no, su apoyo significa que hay que tenerla en cuenta. Naean y Elenia están encarcelados; sus mesnaderos no. La gente de Naean podría titubear y discutir hasta que encuentre un líder, pero Jarid es Cabeza Insigne de Sarand, y se arriesgará para sustentar las ambiciones de su esposa. La casa Baryn y la casa Anshar coquetean con ambos; lo mejor que puedo esperar es que una se decante por Sarand y la otra por Arawn. Diecinueve casas andoreñas son lo bastante fuertes para que las menores sigan sus directrices. Seis están en mi contra, y dos a mi favor. —Seis hasta el momento, ¡y quisiera la Luz que pudiese contar con dos! No iba a mencionar las tres grandes casas que se habían declarado a favor de Dyelin; al menos Egwene las tenía inmovilizadas en Murandy por ahora.
Señaló un sillón junto al que ocupaba, y Dyelin tomó asiento en él y se arregló cuidadosamente los pliegues de la falda. Las nubes tormentosas habían desaparecido en el rostro de la mujer. Estudió a Elayne sin dar el menor indicio sobre sus preguntas ni sus conclusiones.
—Sé todo eso tan bien como tú, Elayne, pero Luan y Ellorien unirán sus casas contigo, así como Abelle, estoy segura. —También puso cuidado en que su tono fuera comedido, pero fue adquiriendo vehemencia a medida que hablaba—. Entonces, otras casas entrarán también en razón. Siempre y cuando no las asustes y las hagas cambiar de idea. Luz, Elayne, ésta no es otra Sucesión. Una Trakand sucede a otra Trakand, no a otra casa. ¡Ni siquiera una Sucesión ha llegado alguna vez a una guerra abierta! Convierte la Guardia Real en un ejército, y lo arriesgarás todo.
Elayne echó la cabeza hacia atrás, pero su risa no era una manifestación de alborozo, sino que encajaba perfectamente con el retumbo del trueno.
—Lo arriesgué todo el día que regresé, Dyelin. Dices que Norwelyn y Traemane se unirán a mí, y quizá Pendar. Estupendo. Entonces tengo cinco para enfrentarme a seis. No creo que otras casas «entren en razón», según tus palabras. Si cualquiera de ellas da el paso antes de que esté tan claro como el agua que la Corona de la Rosa es mía, entonces lo hará en mi contra, no a mi favor.
Con suerte, esos lores y ladys esquivarían asociarse con los compinches de Gaebril, pero no le gustaba depender de la suerte. Ella no era Mat Cauthon. Luz, la mayoría de la gente estaba convencida de que Rand había matado a su madre y muy pocos creían que «lord Gaebril» había sido uno de los Renegados. ¡Enmendar el mal ocasionado por Rahvin en Andor podía llevarle toda la vida aun en el caso de que llegara a vivir tanto como las Allegadas! Algunas casas no se decantarían a su favor a causa de los ultrajes perpetrados por Gaebril en nombre de Morgase, y otras porque Rand había manifestado su intención de «darle» el trono. Amaba a ese hombre con todo su ser, pero ¡así se abrasara por haber dicho públicamente tal cosa! Aunque hubiese sido ese comentario lo que había refrenado a Dyelin. ¡Hasta el granjero más pequeño de Andor empuñaría su guadaña para quitar a una marioneta del Trono del León!
—Quiero evitar que los andoreños se maten unos a otros si es posible, Dyelin, pero ni que esto sea una Sucesión ni que no, Jarid está dispuesto a luchar, a pesar de que Elenia esté prisionera. Naean también está dispuesto a luchar. —Lo mejor sería traer cuanto antes a Caemlyn a esas dos mujeres; existían muchas probabilidades de que pudiesen enviar mensajes y órdenes desde Aringill—. Y la propia Arymilla está dispuesta, con los hombres de Masin respaldándola. Para ellos, esto es una Sucesión, y el único modo de pararlos para que no luchen es ser tan fuerte que no se atrevan a hacerlo. Si Birgitte es capaz de convertir la Guardia Real en un ejército para la primavera, mejor que mejor; porque, si no tengo un ejército antes de esa fecha, necesitaré uno. Y, si eso no te parece suficiente, recuerda a los seanchan. No se contentarán con Tanchico y Ebou Dar; lo quieren todo. No les permitiré que se apoderen de Andor, Dyelin, como no se lo permitiré a Arymilla.
El trueno retumbó sobre sus cabezas. Girándose un poco para mirar a Birgitte, Dyelin se humedeció los labios. Sus dedos toquetearon la falda en un gesto inconsciente. Había pocas cosas que la asustaran, pero las historias sobre los seanchan lo habían hecho. Pero lo que murmuró, como si hablase consigo misma, fue:
—Había confiado en evitar una guerra civil declarada.
¡Y eso podría no significar nada o significar mucho! Tal vez un pequeño sondeo esclarecería si era lo uno o lo otro.
—Gawyn —dijo de repente Birgitte. Su expresión era mucho más animada, al igual que las emociones que fluían a través del vínculo. El alivio sobresalía con mucho—. Cuando llegue, tomará el mando. Será tu Primer Príncipe de la Espada.
—¡Por los pechos de una madre lactante! —barbotó Elayne, y un relámpago alumbró las ventanas, dando énfasis a sus palabras. ¿Por qué tenía que cambiar de tema precisamente ahora?
Dyelin dio un respingo, y de nuevo se sonrojaron las mejillas de Elayne. A juzgar por la boca abierta de la otra mujer, sabía exactamente lo ordinaria que era esa imprecación. Resultó extrañamente embarazoso; no debería tener importancia que Dyelin hubiese sido amiga de su madre. En un gesto automático bebió un buen trago de vino, y casi sufrió una arcada por el amargor de la bebida. Borró rápidamente de su mente la imagen de Lini amenazándola con lavarle la boca con jabón, y se recordó que era una mujer adulta, una que se proponía ganar un trono. Dudaba que su madre se hubiese sentido como una necia tan a menudo.
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