Poul Anderson - Marfil y monas y pavos reales

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Marfil y monas y pavos reales: краткое содержание, описание и аннотация

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»Amo, os agrada pasar por un rudo hombre de tribu, pero desde el principio tuve la sensación de que erais mucho más. Claro está que no confiaríais en un pilluelo encontrado al azar. Por tanto, sin saber, ¿cómo podría saber en qué ser útil?

Sí —pensó Everard —, viviendo como vive al día, tiene que desarrollar una gran intuición o perecer . Mantuvo su tono amable.

—No estoy enfadado. Pero dime qué hiciste.

Pum lo miró con sus grandes ojos color marrón rojizo, casi de igual a igual.

—Me atreví a preguntar a otros sobre ni¡ amo. Siempre con cuidado, sin dejar entrever mi propósito o, en realidad, sin dejar que la otra persona sospechase lo que me había revelado. Como prueba de ello, ¿alguien ha parecido dudar de mi señor?

—Humm… no… no más de lo esperado. ¿Con quién hablaste?

—Bien, la encantadora Pleshti… Bo—ron—u—wen, para empezar. —Pum levantó una palma—. ¡Amo! No me dijo ni una palabra que no aprobaríais. Leí su rostro, sus movimientos, mientras hacía ciertas preguntas. No más. Me negó respuestas, de vez en cuando, y esas negativas también me decían cosas. Y su cuerpo no sabe guardar secretos. ¿Es una falta?

—No. —Además, no me sorprendería que esa noche hubieses abierto un poco la puerta para espiar. No importa. No quiero saberlo.

—Así descubrí que no sois del norte, ¿es ése el nombre? No me sorprendió, ya lo había supuesto. Comprended, aunque estoy seguro de que mi amo es terrible en la batalla, es paciente con las mujeres como una madre con su hijo. ¿Lo sería un vagabundo medio salvaje?

Everard rió pesaroso. Touché! En anteriores misiones había oído en ocasiones comentarios sobre su falta de dureza normal, pero nadie más había sacado conclusiones de ese hecho.

Animado, Pum siguió hablando:

—No cansaré a mi señor con los detalles. Los sirvientes siempre vigilan a los grandes y adoran contar chismes. Puede que engañase un poquito a Sara¡. Como soy vuestro criado, no vio razones para echarme. Aunque tampoco es que le preguntase mucho directamente. Eso hubiese sido innecesario además de una tontería. Me contenté con dirigirme a la casa de Jantin—hamu, donde todo era anhelo por su visitante de la tarde de ayer. Así tuve indicios de lo que busca mi señor.

Tomó aire:

—Eso, mi resplandeciente amo, era lo que requería este sirviente. Me dirigí a los muelles y empecé a callejear por allí. ¡Con suerte!

Una ola recorrió a Everard.

Qué descubriste? —Casi gritó.

Qué otra cosa —declamó Pum— sino un hombre que sobrevivió al naufragio y al ataque de los demonios?

Gisgo parecía tener cuarenta y tantos años, era bajo pero nervudo y con la cara castigada llena de vida. A lo largo de los años, había pasado de marinero de cubierta a timonel, un puesto importante y bien remunerado. También a lo largo de los años, sus compañeros se habían cansado de oír su extraordinaria experiencia. Además, sólo la consideraban una exageración.

Everard apreciaba la fantástica labor detectivesca realizada por Pum, buscando al hombre haciendo que los marineros en las tabernas hablasen de quién contaba qué historias. Él mismo nunca lo hubiese logrado; se hubiesen mostrado demasiado recelosos de un extraño que además era invitado real. Como la gente inteligente a lo largo de los siglos, el fenicio medio quería tener la menor relación posible con su gobierno.

Había sido una suerte que Gisgo estuviese en casa en temporada de viaje. Sin embargo, había conseguido suficiente prestigio y ahorrado lo bastante para no tener que unirse ya a expediciones largas, peligrosas e incómodas. Su nave realizaba viajes a Egipto y hacía paradas entre viajes.

En su buen apartamento del quinto piso, sus dos mujeres trajeron refrescos mientras él se arrellanaba y discurseaba frente a sus invitados. Una ventana daba a un patio entre casas de vecindad. La vista consistía en paredes de barro y la colada tendida en las cuerdas que la cruzaban. Pero entraba la luz del sol junto con una ligera brisa para tocar recuerdos de muchos viajes… un querubín en miniatura de Babilonia, una siringa de Grecia, un hipopótamo del Nilo reproducido en loza fina, un talismán íbero, una daga de bronce en forma de hoja traída del norte… Everard le había hecho un importante regalo de oro y el marinero se había vuelto elocuente.

—Sí —dijo Gisgo—, aquél fue un viaje extraño. Mala época del año, con el equinoccio próximo, y esos sinim de quién sabe dónde llevando la desgracia en sus huesos por todo lo que sabíamos. Pero éramos jóvenes, toda la tripulación, desde el capitán hasta el último marinero; pensamos en pasar el invierno en Chipre, donde los vinos son fuertes y las chicas dulces; esos sinim pagarían bien, vaya que sí. Por ese tipo de metal estábamos dispuestos a ir al infierno y volver. Desde entonces me he vuelto más sabio, pero no diré que estoy más contento, no, no. Todavía estoy lleno de vida, pero empiezo a sentir los dientes constantemente y, creedme amigos, era mejor ser joven.

Hizo un gesto de buena suerte.

—Los pobres muchachos que murieron, que descansen en paz. —Miró a Pum—: Uno de ellos se parecía a ti, zagal. Me diste un susto, sí, cuando nos vimos por primera vez. Adiyaton, ¿se llamaba así? Sí, creo que sí. ¿Podrías ser su nieto?

El muchacho hizo un gesto de ignorancia. No tenía forma de saberlo.

—He hecho ofrendas por todos ellos, sí —siguió diciendo Gisgo—, así como en agradecimiento por mi supervivencia. Siempre apoya a tus amigos y paga tus deudas, entonces los dioses te ayudarán cuando lo necesites. A mí me ayudaron ciertamente.

»El viaje a Chipre es complicado incluso en el mejor de los casos. No se puede acampar; es de noche en pleno mar, en ocasiones durante días si hay viento. En esa ocasión… ¡ah, en esa ocasión! Apenas nos habíamos alejado de la tierra cuando comenzó la tempestad, y de poco nos sirvió arrojar aceite en esas aguas. Fuera remos y mantener la proa sobre el agua, eso era, hasta que nos fallase el aliento y estallasen los músculos, pero debíamos seguir remando. Estaba oscuro como en el vientre de un cerdo, y había crujidos, agitaciones, balanceos y rugidos mientras la sal se me metía en los ojos y me quemaba los labios rotos… ¿y cómo mantener el ritmo cuando no podíamos oír el tambor del timonel debido al viento?

»¡Pero en la pasarela de guardia vi al jefe de los sinim , con la capa volando a su alrededor, mirando directamente la tormenta, y riendo, riendo!

»No sé si era valiente, ignoraba el peligro, o era más sabio que yo en los modos del mar. Después he recordado, y a la luz de la experiencia duramente ganada, decidido que con suerte hubiésemos Podido salir de la tormenta. Aquélla era una buena nave, y los oficiales conocían su oficio. Sin embargo, los dioses, o los demonios, no querían que fuese así.

»Porque de pronto, ¡furia y resplandor! La luz me cegó. Perdí el remo, como la mayoría. De alguna forma, conseguí agarrarlo antes de que se perdiese entre los toletes. Eso puede que me salvase la vista, porque no miraba al cielo cuando estalló el siguiente resplandor.

»Por desgracia, un rayo nos había dado, En dos ocasiones. No oí el trueno, pero quizá el rugido de las olas y el aullido del viento lo habían cubierto. Cuando recuperé la visión vi el mástil en llamas como una antorcha. El casco estaba roto y debilitado. Sentí cómo el mar agitaba mi cabeza, y también mi culo, mientras partía la nave.

»Aquello no parecía importar. A la poca luz imprecisa pude vislumbrar cosas en el cielo, como toros alados pero enormes como bueyes y relucientes como si estuviesen hechos de hierro. Los cabalgaban hombres. Venían hacia abajo…

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