• Пожаловаться

Robert Silverberg: Un héroe del Imperio

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg: Un héroe del Imperio» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2006, ISBN: 978-84-450-7610-1, издательство: Minotauro, категория: Альтернативная история / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Robert Silverberg Un héroe del Imperio

Un héroe del Imperio: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Un héroe del Imperio»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Robert Silverberg: другие книги автора


Кто написал Un héroe del Imperio? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

Un héroe del Imperio — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Un héroe del Imperio», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Anteanoche (llevo ahora ocho días en La Meca), Nicomedes me invitó otra vez a cenar. Iba vestido como yo, con una blanca túnica sarracena, y llevaba una preciosa daga en una funda enjoyada sujeta a la cintura. Yo le eché una mirada fugaz y me sorprendí un tanto al ser recibido por un anfitrión que portaba un arma; pero en seguida se la quitó y me la obsequió. Él había interpretado mi sorpresa como una muestra de fascinación y, como ya he aprendido, es una costumbre sarracena ofrecer cualquier cosa que uno tenga en su hogar que pueda suscitar la fascinación del convidado.

Esta vez no cenamos en el salón embaldosado donde habíamos departido la vez anterior, sino en un fresco patio, junto a una fuente con surtidores. La posesión de una fuente como ésta es signo de gran lujo en esta tierra árida. Los criados nos trajeron una selección de excelentes vinos, dulces y sorbetes. Pude apreciar que Nicomedes había conformado su forma de vida al estilo de los principales mercaderes de la ciudad y se sentía a gusto así.

No pasó mucho tiempo hasta que fui directamente el asunto central, es decir: qué era exactamente lo que el emperador griego esperaba lograr destacando un legado imperial en La Meca. A veces pienso que la mejor manera de que un espía descubra lo que necesita descubrir es dejar de lado toda estratagema y actuar como un individuo inocente que habla lisa y llanamente.

De modo que cuando nos sentamos frente al cordero con dátiles asado en leche tibia, le dije:

—Así pues, ¿la ilusión del emperador es incorporar Arabia al Imperio?

Nicomedes se rió.

—Oh, no estamos tan locos como para pensar que podemos hacer tal cosa. Nadie ha sido nunca capaz de conquistar este lugar, ya lo sabes. Los egipcios lo intentaron y también los persas de la época de Ciro y de Alejandro el Grande. Augusto envió aquí una expedición, diez mil hombres; seis meses para abrirse paso a la fuerza y sesenta días de horrible retirada. Creo que también Traj ano hizo un intento. El asunto es, Córbulo, que estos sarracenos son hombres libres, libres en su interior, que es un tipo de libertad que tú y yo, sencillamente, no estamos preparados para comprender. Ellos no pueden ser conquistados porque no pueden ser gobernados. Intentar conquistarlos es como pretender conquistar leones o tigres. Puedes fustigar a un león o matarlo incluso, sí, pero no puedes imponerle tu voluntad aunque lo encierres en una jaula durante veinte años. Los sarracenos son una raza de leones. El gobierno, tal como lo entendemos, es un concepto que aquí nunca puede implantarse.

—Están organizados en tribus, ¿verdad? Eso ya es una especie de gobierno.

Nicomedes se encogió de hombros.

—Cimentado nada más que sobre la lealtad familiar. No puedes crear ningún tipo de administración nacional a partir de ahí. La familia cuida de la familia y todos los demás son contemplados como enemigos potenciales. Aquí no hay reyes, ¿te das cuenta? Nunca los ha habido. Sólo jefes tribales… emires, como ellos los llaman. Una tierra sin reyes nunca se someterá a un emperador. Podemos llenar la península entera de soldados, cincuenta legiones, y los sarracenos se limitarían a desaparecer en el desierto y, desde allí, nos liquidarían uno a uno con jabalinas y flechas. Un enemigo invisible atacándonos desde un terreno en el que no podemos sobrevivir. Son inconquistables, Córbulo. Inconquistables.

En su voz había pasión y aparente sinceridad. Los griegos son buenos fingiendo sinceridad.

—De manera que lo único que buscáis es alguna clase de acuerdo comercial, ¿verdad? —dije yo—. Solamente una informal presencia bizantina, no una incorporación real de la región al Imperio.

Él asintió.

—Sí, más o menos. ¿Está molesto tu emperador por eso?

—Le ha llamado la atención, diría yo. No querríamos perder el acceso a los productos que obtenemos en esta parte del mundo. Ni tampoco a aquellos otros de lugares como la India, más hacia el este, que habitualmente llegan al oeste a través de Arabia.

—Pero ¿por qué iba a suceder eso, mi querido Córbulo? Es un único Imperio, ¿verdad? Juliano III gobierna desde Roma y Mauricio Tiberio lo hace desde Constantinopla. Pero los dos gobiernan unidos para el bien común de todos los ciudadanos romanos de todas partes. Como viene ocurriendo desde que el gran Constantino dividió el reino por primera vez hace trescientos años.

Sí, por supuesto. Ésa es la versión oficial. Pero yo conozco mejor la realidad. Como tú. Como también Nicomedes el paflagonio. Pero yo ya había llevado el asunto tan lejos como la prudencia me aconsejó. Había llegado el momento de pasar a otros temas más frivolos.

Descubrí, no obstante, que soslayar el tema no fue tarea tan fácil. Había expresado mi sospecha y, en consecuencia, había suscitado la presentación de argumentos contrarios, cosa que Nicomedes no había acabado de hacer. No tuve más elección que escucharle mientras tejía una red de palabras a mi alrededor con la que me atrapó totalmente en su discurso. Los griegos son condenadamente hábiles con las palabras, y él además me había adormecido con vinos dulces y atiborrado con excelentes manjares hasta el punto de que me sentía por completo incapaz de refutar sus razones, y antes de que hubiera acabado, mi mente estaba anclada en el tema del este y el oeste.

Me aseguró de veinte maneras diferentes que una expansión de la influencia del Imperio Oriental sobre la Arabia Desierta —si es que tal cosa llegara a ocurrir—, no haría peligrar de ninguna manera el existente comercio romano occidental con mercancías árabes o indias. Arabia Pétrea, hacia el norte, estaba desde hacía mucho tiempo, bajo la administración del Imperio Oriental, señaló Nicomedes, y lo mismo ocurría con las provincias de Siria Palaestina, AEgyptus, Capadocia, Mesopotamia y todos los demás soleados territorios orientales que Constantino, en la época de la división original del reino, había puesto bajo la jurisdicción del emperador que se asentara en Constantinopla. ¿Acaso creía yo que la prosperidad del Imperio Occidental se veía dificultada en alguna medida por hallarse aquellas provincias bajo la administración bizantina? ¿No había viajado yo con libertad a través de muchas de aquellas provincias de camino hacia allí? ¿Es que no había una multitud de mercaderes romanos occidentales residiendo en ellas y eran libres de hacer allí los negocios que quisieran?

No pude contestar a ninguna de sus preguntas.Yo quería manifestar mi desacuerdo, traer a colación un centenar de ejemplos de sutiles interferencias orientales en el comercio occidental pero, sencillamente, no fui capaz de esgrimir uno solo.

Créeme, Horacio, en aquel momento me sentí bastante incapaz de entender por qué había abrigado yo tal desconfianza hacia las intenciones de los griegos. De hecho, son nuestros hermanos, me dije a mí mismo. Son romanos griegos y nosotros somos romanos de Roma, sí, pero el Imperio es una entidad única elegida por los dioses para gobernar el mundo. Una moneda de oro acuñada en Constantinopla es idéntica en peso y diseño a otra que se acuñe en Roma. Una lleva el nombre y el rostro del emperador oriental; otra lleva el nombre y el rostro del emperador de Occidente, pero ambas son la misma. Las monedas de un reino se introducen libremente en el otro. Su prosperidad es nuestra prosperidad; nuestra prosperidad es la suya.Y etcétera, etcétera.

Pero, mientras pensaba en estas cosas, Horacio, también me daba cuenta tristemente de que al hacerlo estaba debilitando mi única y endeble esperanza de liberarme de esta tierra de arenas ardientes y agrestes colinas desarboladas.Tal como te señalé en mi carta anterior, lo que necesito es algo para poder decir: «¡Mira, César, lo bien que te he servido!» para que él pueda contestarme a su vez: «Bien hecho, mi buen y fiel subdito», y me llame de regreso a los placeres de la corte. Para que eso ocurra, sin embargo, debo mostrarle al cesar que él tiene enemigos aquí, y proporcionarle la manera de enfrentarse a ellos. Pero ¿qué enemigos? ¿Quiénes? ¿Dónde?

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Un héroe del Imperio»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Un héroe del Imperio» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Robert Silverberg: Espinas
Espinas
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Gilgamesh el rey
Gilgamesh el rey
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Now + n, Now – n
Now + n, Now – n
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Going
Going
Robert Silverberg
Robert Silverberg: Why?
Why?
Robert Silverberg
Robert Silverberg: It Comes and Goes
It Comes and Goes
Robert Silverberg
Отзывы о книге «Un héroe del Imperio»

Обсуждение, отзывы о книге «Un héroe del Imperio» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.