Romain Gary - La Exhalación

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Un hombre que lleva un portafolios es asesinado frente al Vaticano. Dentro del portafolios hay una carta, un encendedor y una pelotita color blanco perlado que rebota sin cesar. El Papa y la Iglesia Católica se encuentran frente a un dilema moral que nunca antes habían encarado. Así comienza esta nueva y fantástica novela de Romain Gary, pues la exhalación es la energía que despiden los hombres al morir. Rápidamente, esta inagotable fuente de energía desata los intereses creados entre varios países. Francia, China, Rusia y los Estados Unidos se ven involucrados por diferentes razones. Y, Marc Mathieu: el genial científico francés que posee la fórmula de la destrucción, se les enfrenta, convirtiéndose en una amenaza para la supervivencia de la humanidad.

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Los dos hombres se miraban ahora de manera extrañamente personal, casi abstracta, como si su encuentro constituyese un rito en beneficio de los biógrafos y de la posteridad, como si no tuviesen en común nada más que la historia.

En la breve nota que le preparara el consejero científico, el profesor Menard, la última frase expresaba: "Mathieu es un hombre muy difícil, insólito e irritante. En su carácter hay una vena fuertemente anarquista de bohéme; su vida, sus costumbres y su conducta son a menudo extremadamente desordenadas. En sus relaciones personales se ha mostrado totalmente exento de principios y de escrúpulos". Sin embargo, a De Gaulle se le había explicado que Mathieu le había quitado la mujer al profesor Menard, la cual, dos semanas después, había regresado sollozando al lado de su marido, por lo que el general sospechó que el juicio del consejero no era enteramente imparcial.

Mathieu miraba la cara de De Gaulle con franca curiosidad, pero por su expresión era imposible enterarse de nada. Una doble catarata, extraída demasiado tarde, había provocado la inescrutabilidad más famosa del mundo, la más llamativa aunque menos deliberada. Erguido y dominante, gótico en cada línea y rasgo del rostro, cada año parecía más medieval, como si el correr del tiempo lo hiciera retroceder hacia su fuente, el siglo de Saint-Louis. Una estatua de un rey o de un caballero gisant, que de alguna manera había sido erigida con anterioridad a la catedral que la rodeaba. Lo único que faltaba en la mano del gigante era la empuñadura de un pesado sable.

– Mi gobierno está muy interesado… en su notable descubrimiento, señor Mathieu, -dijo el general-. ¿Podría usted explicarme algo más, sin la jerga científica acostumbrada? Todo este palabrerío sobre "antigravedad" y "antimateria" suena como si los científicos estuvieran encubriendo una enorme, obscura e incómoda brecha de la sabiduría y de la inteligencia. Me recuerda a Leprince-Ringuet cuando usaba el término "onda de probabilidades" para descubrir el extraño y errante comportamiento de las moléculas en el átomo…

Mathieu estaba sentado y tenía las piernas cruzadas, gesto que nadie se atrevía a adoptar en ese despacho.

– En realidad, mon general, aún nos queda mucho trabajo por delante. Sabemos exactamente cómo apresar la energía, pero todavía se nos escapa la definición científica de su verdadera naturaleza. Necesitamos investigar más. La entidad de que disponemos es el Centre National de Recherche Scientifique , lastimosamente inadecuado… y es por eso que estoy aquí. Necesitamos más fondos. Por supuesto, podríamos recurrir a la industria privada. Nos darían todo lo que necesitamos… y nos amarían por ello.

Había algo definidamente desagradable respecto del joven, comentaría De Gaulle tiempo después a Burin des Roziers. Era muy descarado.

– ¿Entonces, ¿qué es lo que sabemos sobre esta energía? -preguntó el general amablemente, como para recordar a Mathieu que el tiempo era breve.

Mathieu prosiguió con toda calma. Aunque tenía puesta una corbata, la boheme era ostensible: un traje de corderoy, camisa verde y roja y la cabellera salvaje, larga y descuidada. Parecía tener mucho menos de treinta y dos años. Infatigablemente, en cualquier manifestación en el barrio Latino, la policía lo hubiese hecho arrestar sin tardanza tomándolo por un agitador.

– En una escala modesta y práctica, hemos conseguido hacer dos cosas. En 1893, en el Instituto Real de Ciencias de Wurttemberg, Klaus constató que toda desintegración genera energía. En un lapso de cien años, el uranio pierde la mitad de su volumen… El plutonio 293 también. Por supuesto que Klaus no sabía nada de esto. Se limitó a demostrar que toda materia con vida genera o si usted prefiere, pierde una cierta cantidad de energía en "el momento cero de la desintegración", como lo llamó en forma bastante poética, y que es la muerte fisiológica. Por supuesto, pensó en términos de calor, de una pérdida de calor. No se le ocurrió que el calor del cuerpo humano es apenas una señal de otra cosa, y de algo más. Dentro de nosotros hay una partícula de una fuerza fantástica. Hemos conseguido calcularla y apresarla. Luego llegamos a un fenómeno notable. De toda materia viviente, el cuerpo humano, en el instante que Klaus llamó "el momento cero de la desintegración", genera una gran cantidad de energía, una fabulosa cantidad, de un poder diez veces mayor que el del rayo laser, el que, como usted sabe, alcanza a un millón de kilovatios y tiene las mejores perspectivas por delante. Permítame decirlo de otra manera, mon general. Una fuerza fantástica ascendente comparable, si usted quiere, a los rayos cósmicos, surge de nuestro interior en el momento de la muerte fisiológica, como si fuese arrastrada por alguna fuerza cósmica infinitamente poderosa. Lo realmente interesante desde el punto de vista social, es que no cuesta nada. Es ciertamente, para definirlo, -ya que la muerte significa un suceso común- la fuente de energía disponible más barata de la tierra, mientras existan los seres humanos. Un verdadero presente divino para la ciencia. Como usted sabe, hemos conseguido apresarla por métodos bastante simples, gracias a la brillantez tecnológica de mi colega el profesor Chávez.

Se notaba que el general estaba extrañamente molesto, e incluso irritado.

– Ya entiendo, pero aún no alcanzo a comprender su…

Era obvio que estaba buscando otra palabra que no fuese la que automáticamente había pensado. Mathieu sacudió la cabeza. La educación religiosa, pensó. Nunca se consigue superarla.

– …su "su velocidad de ascenso". ¿Cómo puede ser apresada?… Contenida dentro de algo. Ya que es tan poderosa, ¿cómo es posible que no se abra paso nuevamente y consiga liberarse…?

Mathieu disfrutaba con el vocabulario. Se sintió satisfecho al darse cuenta de que en la voz de De Gaulle se notaba un tono de irritación diferente. Era evidente que el general sentía que, de ser esta energía la propia conseguiría liberarse, fuese quien fuese el que se interpusiera en su camino: Roosevelt, Churchill, Stalin, o algún mecanismo técnico.

– Hemos conseguido controlarlo completamente -respondió Mathieu con satisfacción.

Ahora De Gaulle estaba francamente furioso. Que algún cachorro científico cualquiera se proclamara capaz de haber conseguido un "control total" de sus fuerzas íntimas, era ultrajante, un insulto personal.

– Hemos conseguido un control total sobre la energía individual creando lo que Fermi llama las condiciones "desagradables" para ella. En este caso, la aleación de pascalita del recipiente. Trata de escapar girando constantemente a una velocidad fantástica. A este fenómeno nosotros lo llamamos "morder la cola". El otro factor que contribuye a este "girar" dentro del captador es un desequilibrio de gravitación elemental, o "estremecimiento", y nuevamente, una aleación especial, la pascalita. Hasta ahora esfa fuerza colosal ha sido desperdiciada completamente. Presumimos que se pierde en el espacio.

– O tal vez regrese al lugar de donde emanó -agregó el general. Mathieu asintió cortésmente.

– Por supuesto. No hay ninguna prueba de que no sea apresada en algún otro lugar y allí se la haga trabajar eternamente.

El tono de Mathieu era enteramente objetivo y desprovisto de ironía, pero el general lo miró con evidente desagrado. Más tarde le contaría a André Malraux: "Clemenceau decía: la guerra es un negocio demasiado serio para dejarlo en manos de los militares. Y mira lo que sucede con el comunismo, ahora que los comunistas se apoderaron de él, o con la Iglesia Católica en manos del clero. Estamos acercándonos rápidamente a un punto en que no podremos seguir confiando la ciencia a los científicos".

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