Vladimir Obruchev - Plutonia
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Cuando los fuegos empezaron a crepitar, los remolinos de humo penetraron en 1a espesura, expulsando de ella a avecillas e insectos, algunos de los cuales caían sofocados y proporcionaron al zoólogo una interesante colección de especies desconocidas. Luego desembocó en la pradera un extraño y horrible animal muy parecida a un puerco espín, pero tenía el tamaño de un buey grande y púas de alrededor de un metro de largo.
Erizado y convertido en una especie de enorme bola punzante, el animal pasó cerca de las hombres pasmadas y desapareció entre los juncos.
Tras él surgió a saltas de la espesura un animal con aspecto de carnicero. Tenía el pelaje cobrizo, cabeza de gato, una cola bastante larga y gruesa, patas cortas y el hocico romo que dejaba ver unos dientes agudas. Su aspecto le hacía parecerse a una nutria grande — de casi dos metros de largo —, diferenciándose de ella tan sólo por las orejas más prominentes y una melena corta. Aunque no parecía tener la intención de atacar a los exploradores y se deslizaba hacia el agua a lo largo del lindero, su aspecto interesó tanto a Kashtánov que abatió al animal de un tiro certero.
El animal era efectivamente curioso. No tenía incisivos aplastados ni muelas erizadas de tubérculos como las fieras de épocas más recientes. Todos los dientes eran más o menos cónicos, como los de las reptiles. Sólo que las de delante, que hacían las veces de incisivos, eran algo más pequeños y aplastados que los demás, los de atrás eran mayores y los colmillos, mucho más fuertes, destacaban en ambas mandíbulas, sobre toda en la de arriba.
— Aquí tienen ustedes una muestra interesante de mamífero primitivo que posee todavía una dentadura de reptil, pero que ofrece ya un esbozo de la diferenciación que se desarrollará en otros períodos — dijo el geólogo.
Ningún otro animal salía del bosque y los viajeros pudieron entregarse, al fin, a un descanso bien merecido aunque, naturalmente, turnándose en la guardia para alimentar los fuegos que les protegían de los insectos. Gracias a ello, su sueño fué tranquilo.
Durante la jornada siguiente la región conservó el mismo carácter que la víspera a última hora. El río se había convertido definitivamente en lago con multitud de islas.
La corriente no se notaba apenas, y había que remar casi constantemente. Sobre el agua y el bosque volaban libélulas de colores y enormes escarabajos astados que llegaban a medir treinta centímetros de largo, así como mariposas cada una de cuyas alas hubiera podido cubrir la mano de un hombre. De cuando en cuando surgían extrañas aves, grandes y pequeñas, de color gris azulado que recordaban un poco a la garza, aunque con les patas más cortas, la cola larga y un breve pico donde se podían ver dientes menudos.
Lograron matar a una conforme iba volando, y Kashtánov explicó a sus compañeros la estructura de aquel extraño pájaro, forma transitoria entre el reptil y el ave. Su cuerpo, del tamaño del de una cigüeña, estaba cubierto de plumas de color gris azulado; su larga cola no se componía sólo, de plumas como ocurre en los pájaros, sino también de numerosas vértebras, o sea, tenía la estructura del rabo de los reptiles, con plumas a ambos lados. Las alas, provistas de tres largos dedos terminados por uñas iguales a las de las patas, le permitían trepar a los árboles y a las rocas agarrándose también con las extremidades anteriores. El examen del animal llevó a Kashtánov a la conclusión de que pertenecía al arden de los arqueopterix, pero se distinguía por su gran tamaño de los ejemplares descubiertos en Europa en los sedimentos del jurásico superior.
Hacia el final de la jornada, las orillas, ya completamente lisas, constituían vastas extensiones pantanosas cubiertas de colas de caballo y de helechos sobre los cuales descollaban aquí y allá grupos de extraños árboles adaptados a una existencia acuática. La maleza daba albergue a diferentes insectos que atacaban furiosamente a los viajeros siempre que intentaban atacar cerca del muro de vegetación para enriquecer sus colecciones y luego les perseguían, algún tiempo sobre el agua. Mosquitos de veinticinco milímetros, moscas del tamaño dé abejorros, tábanos y moscardones de más de cuatro centímetros competían en estos ataques alados contra los hombres, que se veían obligados a huir vergonzosamente y empezaban a sentirse inquietos ante la idea de tener que pasar la noche entre aquellas nubes de verdugos.
Aun bogaron unas cuantas horas por los pantanos, remando con energía para alejarse de ellos lo antes posible. La fauna parecía limitarse allí a los insectos y los pájaros primitivos que surcaban el aire y a los peces y los reptiles disimulados en el fondo del agua oscura y que sólo traicionaban su presencia por el chapoteo y los remolinos. La existencia de cuadrúpedos terrestres debía ser impasible en aquella espesura pantanosa.
— ¡Además, no hay animal terrestre capaz de soportar las picaduras de estos horribles bichos! — afirmó Gromeko.
Por fin sopló del Sur una brisa fresca, que a veces traía un rumor lejano y monótono.
Makshéiev fue quien primera percibió el ruido y anunció:
— Delante de nosotros,debe haber un gran lago descubierto de orillas desnudas o quizá un mar.
— ¿Un mar? — sorprendióse Pápochkin-. ¿Será posible que también haya un mar en Plutonia?
— Habiendo ríos, cosa de la que no podemos dudar, alguna vez tienen que desembocar en una cuenca de agua quieta, porque no van a estar corriendo hasta lo infinito.
— ¿Y no pueden perderse en lagos pantanosos como el que atravesamos o consumirse en los arenales?
— Desde luego. Pero, dada la abundancia de agua, es más probable que exista un depósito descubierto del que sólo sería la antesala el lago medio cubierta de vegetación que estamos atravesando.
Capítulo XXVI
EL MAR DE LOS REPTILES
Los exploradores sentían grandes deseos de conocer las dimensiones de aquel depósito y se preguntaban si no pondría fin a su viaje al interior de Plutonia, ya que hubiera sido desde luego imposible aventurarse sobre un mar inmenso en frágiles lanchas de lona.
Al cabo de una hora se divisó delante una franja azul al extremo del ancho río-lago de corriente imperceptible. La desembocadura estaba cerca. remando con redoblada energía, los navegantes llegaron media hora más tarde al nacimiento del lago o del mar.
La vegetación de las orillas del río no llegaba hasta el borde del mar, enmarcado por una ancha franja de arena desnuda. La resaca impedía probablemente que las plantas arraigasen al lado del agua.
Los viajeros acamparan para dormir en aquella playa de arena refrescada por la brisa marina y libre de agobiadores insectos.
Después de descargar la impedimenta en la orilla y de encender una hoguera todos corrieron hacia el mar para comprobar si se encontraban frente a un depósito cerrado de agua salada o frente a un gran lago de agua corriente. Además tenían muchos deseos de bañarse porque en los últimos días habían tenido que renunciar a hacerlo en el río al ver que en sus aguas habitaban grandes reptiles.
Se desnudaron rápidamente en la fina arena de la playa y metiéronse en el agua cuya profundidad iba aumentando de manera casi imperceptible: sólo a unos cincuenta pasos de la orilla les llegó el agua a la cintura: estaba salada, aunque no tanto corno en los océanos de la superficie terrestre; se la hubiera podido comparar al agua del mar Báltico.
Refrescados por el baño, los viajeros debatieron el itinerario ulterior. El mar no era ilimitado: en la parte meridional del horizonte se podía distinguir la orilla opuesta incluso a simple vista y con unas buenos prismáticos se divisaba netamente una vegetación tupida, grupos de árboles más altos y, en algunos lugares, unos macizos oscuros, violáceos, que debían ser rocas o acantiladas. Más allá del muro de vegetación, y gracias a la superficie cóncava del suelo, se discernía también, aunque menos distintamente, un terreno unido del misma matiz violeta y, en algunos sitios, grupos: de montañas más altas. Aquel relieve excitó en todos los exploradores el desea de llegar a la orilla meridional. La empresa no parecía imposible: la distancia sería de cuarenta a cincuenta kilómetros y, en un día de calma, con una ligera brisa propicia que permitiese el empleo de la vela, no era muy azaroso ponerse en camino.
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