Vladimir Obruchev - Plutonia
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— Que los enterradores sepulten el resto — dijo Borovói en broma-. Cuando nos falte carne para los perros, volveremos Igolkin y yo a buscarla aquí. Y es posible que lo hagamos incluso antes, mientras la carne no se haya podrido aún.
— Entonces, llévense también el cráneo — rogó Pápochkin-. Me imagino que los enterradores lo mondarán a la perfección.
Cuando llegaron cerca de la colina, los exploradores vieron que Kashtánov y Gromeko se hallaban dedicados a una extraña labor. Extraían de un hoyo abierto en la pendiente de la colina unos bloques de piedra blanca que iban amontonando a un lado.
— Esta colina es un verdadero tesoro para nuestra expedición — explicó Kashtánov a sus compañeros-. Queriendo determinar su composición empecé a cavar un hoyo y, al metro y medio aproximadamente, me he encontrado con un bloque de hielo pura. Lo mismo me ha ocurrido en otro sitio. Entonces se me ha ocurrido excavar en el hielo una cámara que nos servirá de nevera perfecta para conservar las provisiones y las pieles. ¡Porque no van a venir todos los días mamuts o rinocerontes para servirnos de cena!
— Será posible que toda la colina esté hecha de hielo y sólo la cubra una capa de tierra? — preguntó Borovói.
— Creo que sí. En el Norte de Siberia se encuentran a veces glaciares fósiles de éstos. Es un gran montón de hielo acumulado durante el invierno y que perdura casualmente o parte de la masa glaciar en retirada, que ha sido poco a poco recubierta de una capa de limo y de arena traída por los arroyos que fluyen del glaciar y se ha conservado así*.
El descubrimiento de Kashtánov tenía un gran valor para el grupo que se quedaba allí porque les ofrecía una despensa inmejorable en el lugar mismo que iban a habitar.
— Más tarde haremos una puerta y abriremos un nicho grande en el fondo — declaró Borovói.
— Y, además, en otra parte de la colina excavaremos una segunda gruta en el hielo para los perros cuando haga demasiado calor — añadió Igolkin.
Una vez descargados los trineos, todos se pusieron a ayudar a Kashtánov y Gromeko a cavar una cueva suficiente para meter los restos del mamut que habían traído y los del rinoceronte. Cuando estuvo terminada y llena, se cegó la abertura con bloques de hielo y se la protegió con los trineos y los esquís para impedir que penetrasen los perros.
A la mañana siguiente se hicieron los preparativos de marcha. Toda la impedimenta fué distribuida: se metió las conservas, el alcohol y la yukola en la nevera y se cargó los trineos con las lanchas y los equipos necesarios para el viaje al interior de Plutonia. Los exploradores almorzaron por última vez juntos y se pusieron en marcha hacia el río Makshéiev después de despedirse de Borovói, que se quedaba para cuidar de la yurta y del depósito. Igolkin debía regresar con los trineos al terminar la jornada. Se había decidido que los navegantes se llevarían a uno de los perros para montar la guardia
durante el viaje, y se eligió a General para este efecto. Fué esquilado a fin de que sufriera menos del calor y, perdidas las lanas. el perro tenía un aire tan divertido que nadie podía mirarle sin echarse a reír. Le dejaron un pompón en la cabeza, flecos en la parte alta de las patas y una bolita en el extremo del rabo. Makshéiev, autor del esquilado, declaró que le había hecho aquellos adornos para que, con su extraño aspecto, el perro asustara a las fieras que pudiesen encontrar.
Una vez al borde del río, que tendría unos seis metros de anchura y de uno a dos de profundidad, — echaron las lanchas al agua y subieron a ellas de dos en dos: uno empuñaba el timón y el otro los remos. General saltó a la proa de la lancha de cabeza donde se habían instalado Makshéiev y Gromeko. Por encima de la borda asomaba su estrafalario hocico con las grandes orejas tiesas y el pompón entre ellas.
Igolkin permaneció en la orilla hasta que desaparecieron a lo lejos ambas lanchas, arrastradas rápidamente por la corriente. Sobre la yurta que se divisaba en el horizonte Borovói había izado una bandera blanca. La expedición, que hasta aquel día había soportado valientemente en común todas las dificultades, quedaba dividida y cuatro de sus miembros bogaban hacia el centro del misterioso país. ¿Volverían? Y, si volvían, ¿cuántos de ellos, cuándo y en qué condiciones?
* La colina debía ser de píelo fósil, conservado gracias a la congelación perpetua. Hielos fósiles de este género se encuentran a veces en el Norte de Siberia, particularmente en las proximidades del litoral del Océano Glacial.
Capítulo XVII
POR EL RIO MAKSHEIEV ABAJO
Las dos barcas se deslizaban raudas sobre el agua oscura que corría hacia el Sur con un ligero, chapoteo por entre orillas bajas donde pequeños sauces polares inclinaban sus ramas cubiertas de hojitas nuevas. A uno y otro lado se extendía la misma tundra lisa con arbustos rastreros. El viento seguía siendo propicio y los viajeros sabían ahora que soplaba del Norte, de la superficie exterior del globo, entrando por los hielos del orificio que llevaba a la tibia cavidad interna. La bruma persistía, ocultando unas veces y descubriendo otras el astro rojizo inmóvil en el cenit. La temperatura había llegado a 12º sobre cero, y la niebla se convertía a veces en una llovizna que pronto cesaba.
Las embarcaciones se deslizaban a una rapidez de ocho kilómetros por hora. Los que hacían de timonel fijaban al mismo tiempo los contornos, tomando nota de la dirección de todos los recodos del río. Después de haber recorrido así veinticinco kilómetros, los viajeros hicieron alto.
Una pequeña excursión por la orilla demostró que los arbustos eran allí más altos que al principio de la tundra y que en algunos lugares unos alerces* bajos se mezclaban a los sauces y los abedules, formando unos sotos pequeños pero muy tupidos. Por entre los arbustos había estrechos senderos que conducían a la orilla, trazados probablemente por los animales que iban a beber al río.
Por primera vez los viajeros pasaron la noche en una ligera tienda de campaña y sin sacos de dormir.
— Esta luz permanente — declaró Makshéiev al acostarse trastorna por entero nuestras nociones y nuestras costumbres. Aunque consultando nuestros relojes digamos que tal momento es la mañana, el mediodía o la tarde, el sol permanece inmóvil en el cenit y da un calor idéntico, igual que si se burlase de nuestra terminología.
La noche, o mejor dicho, las horas de reposo, transcurrieron sin incidente.
El segundo día, después de haber recorrido cincuenta kilómetros, se hizo alto para realizar una excursión más prolongada al otro lado del río. Las orillas estaban cubiertas de una vegetación más alta y algunos árboles formando una muralla verde que disimulaba enteramente los contornos a los viajeros.
Después de comer, Gromeko se quedó junto a la tienda para recoger plantas Makshéiev se dirigió hacia el Oeste acompañado de General, y Kashtánov y Pápochkin hacia el Este, siguiendo las pistas de animales que atravesaban la espesura, ya más alta que ellos. En algunos lugares, el suelo conservaba las huellas de diferentes animales, entre las cuales reconoció el zoólogo las huellas del mamut, del rinoceronte, de artiodáctilos grandes y pequeños y de un género de solípedo. A veces encontraban la marca de garras de diferente tamaño. Al examinar algunas de ellas ambos exploradores sintieron un escalofrío: medían unos veinte centímetros de largo y las uñas que las terminaban se hundían en la tierra a cuatro centímetros de profundidad. Por la forma de las huellas el zoólogo estableció que probablemente pertenecían a un oso enorme.
— Debe ser un oso de las cavernas, contemporáneo del mamut — observó Kashtánov-. Es más grande que todos los representantes conocidos de esta familia.
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