– No hay lavanda -le dijo a Eliwys-. Ni sebo suficiente para el suelo.
– Tendremos que arreglarnos con lo que tenemos, entonces -dijo Eliwys.
– No tenemos azúcar para las ambrosías, ni canela. En Courcy hay de sobra. Nos recibirían bien.
Kivrin le estaba poniendo las botas a Agnes, preparándose para llevarla a ver de nuevo su pony en el establo. Levantó la cabeza, alarmada.
– Sólo está a medio día de viaje -dijo Imeyne-. El capellán de lady Yvolde dirá la misa y…
Kivrin no oyó el resto porque Agnes dijo:
– Mi pony se llama Sarraceno.
– Um -murmuró Kivrin, intentando oír la conversación. La Navidad era una época en que la nobleza hacía visitas. Tendría que haber pensado eso antes. Cogían todas sus pertenencias y se marchaban durante semanas, al menos hasta la Epifanía. Si iban a Courcy, podrían quedarse allí hasta mucho después del encuentro fijado.
– Padre le llamó Sarraceno porque tiene corazón de pagano.
– Sir Bloet se ofenderá cuando descubra que hemos estado aquí tan cerca de la Navidad y no le hemos hecho una visita -continuó lady Imeyne-. Pensará que el compromiso se ha roto.
– No podemos ir a Courcy para Navidad -replicó Rosemund. Estaba sentada en el banco frente a Kivrin y Agnes, cosiendo, pero ahora se levantó-. Mi padre prometió que vendría sin falta para Navidad. Se enfadará si viene y no nos encuentra aquí.
Imeyne se volvió y miró a Rosemund.
– Se enfadará cuando descubra que sus hijas son tan maleducadas que hablan cuando quieren e intervienen en asuntos que no les conciernen -se volvió de nuevo hacia Eliwys, que parecía preocupada-. Mi hijo seguramente tendrá el sentido común de buscarnos en Courcy.
– Mi esposo nos ordenó que esperáramos aquí hasta que llegara. Le complacerá que hayamos seguido sus órdenes -se dirigió al hogar y recogió la costura de Rosemund, zanjando claramente el asunto.
Pero no por mucho tiempo, pensó Kivrin, observando a Imeyne.
La anciana frunció los labios, enfadada, y señaló una mancha en la mesa. La mujer con las cicatrices de escrófula la limpió inmediatamente.
Imeyne no olvidaría el tema. Lo sacaría a colación una y otra vez, ofreciendo un argumento tras otro sobre por qué deberían ir con sir Bloet, que tenía azúcar y velas y canela. Y un capellán educado para decir las misas de Navidad. Lady Imeyne estaba decidida a no escuchar la misa del padre Roche. Y Eliwys estaba cada vez más preocupada. Podría decidir de repente ir a buscar ayuda a Courcy, o incluso a Bath. Kivrin tenía que encontrar el lugar de recogida.
Ató las rebeldes cintas de la gorra de Agnes y le colocó la capucha de la capa sobre la cabeza.
– Montaba a Sarraceno todos los días en Bath -prosiguió Agnes-. Ojalá pudiéramos ir a cabalgar allí. Me llevaría a mi perro.
– Los perros no montan a caballo -objetó Rosemund-. Corren al lado.
Agnes frunció el labio, testaruda.
– Blackie es demasiado pequeño para correr.
– ¿Por qué no podéis cabalgar aquí? -preguntó Kivrin, para evitar una discusión.
– No hay nadie que nos acompañe -contestó Rosemund-. En Bath nuestra aya y uno de los secretarios de nuestro padre cabalgaban con nosotras.
Uno de los secretarios de nuestro padre. Gawyn las acompañaría, y entonces ella podría preguntarle no sólo dónde estaba el lugar, sino que también le pediría que se lo mostrara. Gawyn estaba allí. Lo había visto en el patio esa mañana, y por eso había sugerido el viaje al establo, pero hacer que cabalgara con ellas era aún mejor idea.
Imeyne se acercó al lugar donde Eliwys estaba sentada.
– Si vamos a quedarnos aquí, debemos tener carne para el pastel de Navidad.
Lady Eliwys soltó su costura y se levantó.
– Le ordenaré al senescal y a su hijo mayor que vayan a cazar -dijo tranquilamente.
– Entonces no habrá nadie para recoger la hiedra y el acebo.
– El padre Roche ha ido a recogerlo hoy.
– Lo recoge para la iglesia -replicó lady Imeyne-. ¿No tendremos ninguno en el salón, entonces?
– Nosotras lo recogeremos.
Eliwys e Imeyne se volvieron a mirarla. Un error, pensó Kivrin. Estaba tan pendiente de buscar una forma de hablar con Gawyn que se había olvidado de todo lo demás, y ahora había hablado sin que le dirigieran antes la palabra y había «intervenido en asuntos» que obviamente no le concernían. Lady Imeyne estaría más convencida que nunca de que deberían ir a Courcy y encontrar una aya adecuada para las niñas.
– Lamento si he hablado de más, buena señora -dijo, inclinando la cabeza-. Sé que hay mucho trabajo y muy pocos para hacerlo. Agnes y Rosemund y yo podríamos cabalgar hasta el bosque para recoger el acebo.
– Sí -dijo Agnes ansiosamente-. Yo podría montar a Sarraceno.
Eliwys empezó a hablar, pero Imeyne la interrumpió.
– ¿No tenéis miedo al bosque, pues, aunque apenas habéis sanado de vuestras heridas?
Un error tras otro. Se suponía que la habían atacado y la habían dado por muerta, y ahora se ofrecía voluntaria para llevar a dos niñas pequeñas al mismo bosque.
– No pretendía que fuéramos solas -dijo Kivrin, esperando no estar empeorando las cosas-. Agnes me dijo que cuando cabalgaba, siempre iba uno de los hombres de vuestro esposo para protegerla.
– Sí -intervino Agnes-. Gawyn puede cabalgar con nosotras, y mi perro Blackie.
– Gawyn no está aquí -dijo Imeyne, y en el silencio que siguió se volvió rápidamente hacia las mujeres que frotaban las mesas.
– ¿Adónde ha ido? -preguntó Eliwys con suavidad, pero sus mejillas se habían vuelto de un rojo brillante.
Imeyne le quitó un trapo a Maisry y empezó a frotar una mancha en la mesa.
– Ha ido a cumplir un encargo para mí.
– Lo habéis enviado a Courcy -dijo Eliwys. Era una declaración, no una pregunta.
Imeyne se volvió hacia ella.
– No es digno de nosotros estar tan cerca de Courcy y no enviar un saludo. Él dirá que lo hemos ignorado, y en estos tiempos que corren no podemos de ningún modo permitirnos desairar a un hombre tan poderoso como…
– Mi esposo nos ordenó que no dijéramos a nadie que estamos aquí -cortó Eliwys.
– Mi hijo no nos ordenó que insultáramos a sir Bloet y perdiéramos su buena voluntad, ahora que tal vez le necesitemos más que nunca.
– ¿Qué le ordenasteis decir a sir Bloet?
– Le pedí que le enviara nuestros más cordiales saludos -dijo Imeyne, retorciendo el trapo en sus manos-. Le ordené decir que nos alegraría recibirlos para Navidad -alzó la barbilla, desafiante-. No podíamos hacer otra cosa, con nuestras dos familias a punto de unirse en matrimonio. Traerán provisiones para el banquete de Navidad, y criados…
– ¿Y al capellán de lady Yvolde para decir misa? -preguntó Eliwys fríamente.
– ¿Van a venir aquí? -preguntó Rosemund. Había vuelto a ponerse en pie, y su costura había resbalado hasta el suelo.
Eliwys e Imeyne la miraron sin expresión, como si hubieran olvidado que había alguien más en el salón, y entonces Eliwys se volvió hacia Kivrin.
– Lady Katherine -exclamó-, ¿no ibais a llevar a las niñas a recoger flores para el salón?
– No podemos ir sin Gawyn -adujo Agnes.
– El padre Roche puede cabalgar con vosotras -dijo Eliwys.
– Sí, buena señora -respondió Kivrin. Cogió a Agnes de la mano para sacarla de la habitación.
– ¿Van a venir aquí? -repitió Rosemund, y sus mejillas estaban casi tan arreboladas como las de su madre.
– No lo sé -dijo Eliwys-. Ve con tu hermana y lady Katherine.
– Voy a montar a Sarraceno -anunció Agnes, y se soltó de la mano de Kivrin y salió corriendo del salón.
Rosemund pareció a punto de decir algo y entonces cogió su capa del pasillo tras los tabiques.
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