Jack Vance - La Mariposa Lunar
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El esclavo se inclinó sin alegría.
Thissell fue con Anthony a su casa flotante, le interrogó durante un rato y anotó algunas de sus respuestas en una tabla. Luego le pidió que no hablara de su conversación, y lo dejó al cuidado de Rex y Toby. Ordenó también que alejaran la casa flotante del muelle y que no permitieran a nadie subir a bordo hasta su regreso.
Volvió a recorrer el camino hasta el campo de aterrizaje y encontró a Rolver a punto de comer pescado con hierbas, corteza desmenuzada del árbol de la ensalada y un bol de grosellas locales. Rolver golpeó su hymerkin y un esclavo trajo rápidamente un cubierto.
— ¿Cómo marcha su investigación?
— No podría proclamar sus progresos — respondió Thissell —. Pero supongo que puedo contar con su ayuda.
Rolver emitió una risa rápida.
— Puede contar con mis mejores deseos.
— Más concretamente — insistió Thissell —, quiero que me preste unos días a uno de sus esclavos.
Rolver interrumpió su comida.
— ¿Para qué?
— Preferiría no dar explicaciones. Pero le aseguro que tengo buenos motivos.
Desganadamente, Rolver llamó a un esclavo y le indicó que se pusiera al servicio de Thissell.
De regreso a su casa flotante, éste se detuvo en el despacho de Welibus. Al entrar, Welibus alzó la vista.
— Buenas tardes, Ser Thissell.
Thissell fue directamente al grano.
— Ser Welibus, ¿me prestaría un esclavo unos pocos días?
El comerciante titubeó y luego se encogió de hombros.
— ¿Por qué no? — Golpeó su hymerkin y apareció un esclavo —. ¿Le gusta éste? ¿O preferiría una jovencita? — agregó, con una risa que a Thissell se le antojó intencionada.
— Está bien. Se lo devolveré muy pronto.
— No hay prisa.
Welibus hizo un gesto vago y volvió a su tarea.
Una vez en su casa flotante, Thissell interrogó por separado a cada uno de los dos nuevos esclavos he hizo anotaciones en su tabla.
El ocaso cayó poco a poco sobre el océano Titánico. Rex y Toby volvieron a remar para alejar la casa flotante del muelle sobre las sedosas aguas, mientras Thissell, en cubierta, escuchaba el canto de las suaves voces y el sonido de los instrumentos. Las luces de las demás casas flotantes eran amarillas, y pasaban al rojo cuando se apagaban. La costa estaba oscura; a esa hora, los Hombres de la Noche se deslizaban a hurgar entre las basuras y miraban envidiosos el mar.
Al cabo de nueve días llegaría a Sirene, en viaje regular, el Buenaventura. A Thissell se le había ordenado regresar a Polípolis. ¿Tendría tiempo, en nueve días, de localizar a Haxo Angmark?
Eran pocos días, pensó. Y también suficientes.
Pasaron dos días, tres, cuatro, cinco. Thissell bajaba a tierra y visitaba a Rolver, a Welibus y a Kershaul.
Todos reaccionaban de modo diferente. Rolver se mostraba irritable y sardónico; Welibus, formal y aparentemente amable; Kershaul, indulgente, pero a todas luces impersonal y distante.
Thissell se mostraba ecuánime ante las ácidas burlas de Rolver, la jovialidad de Welibus y la lejanía de Kershaul. Y al regresar a su casa flotante, agregaba anotaciones a su tabla.
Pasaron el sexto, el séptimo y el octavo día. Rolver, con su brutal franqueza, le preguntó si deseaba un pasaje a bordo del Buenaventura. Thissell meditó y dijo:
— Sí. Convendría reservar un pasaje.
— De vuelta al mundo de los rostros — dijo Rolver, estremeciéndose —. Rostros pálidos y de ojos de pescado en todas partes. Bocas pastosas, narices ganchudas y picadas, caras chatas y fláccidas… No sé si podría soportarlo después de vivir aquí. Es una suerte que no se haya convertido en un verdadero sirenés.
— Yo no volveré.
— Creí que me pedía una reserva.
— Así es. Para Haxo Angmark, que volverá a Polípolis en la prisión de la nave.
— Muy bien. Así que lo ha encontrado.
— Naturalmente. ¿Usted no?
Rolver se encogió de hombros.
— Por lo que a mí respecta, o es Welibus, o es Kershaul. Mientras lleve su máscara y se llame Welibus o Kershaul, no me importa.
— A mí me importa, y mucho. ¿A qué hora sale el transbordador?
— Exactamente a las once y veintidós. Si Haxo Angmark va a viajar, dígale que llegue a la hora.
— Aquí estará — respondió Thissell.
Hizo su visita habitual a Welibus y a Kershaul y, al regresar a su casa flotante, agregó tres marcas a su tabla. Allí estaba la prueba, clara y convincente. No era incontrovertible, pero bastaba para dar un paso decisivo. Examinó su arma. Al día siguiente se resolvería todo. No podía permitirse ningún error.
El día amaneció blanco y brillante. El cielo era como el interior de la concha de una ostra, y Mireille se elevaba a través de una niebla nacarada. Toby y Rex, remando, llevaron la casa flotante al muelle. Las otras embarcaciones de extranjeros flotaban soñolientas sobre las olas perezosas.
Thissell miraba en particular una de ellas, cuyo propietario fue asesinado y arrojado al agua por Haxo Angmark, y que ahora se acercaba a la costa. El asesino estaba en la cubierta de proa, con una máscara, que Thissell jamás había visto, de vidrio negro, plumas rojas y erizado pelo verde.
Thissell no podía menos que admirar su frescura. Un plan inteligente, bien concebido y realizado, pero frustrado por una dificultad insuperable.
Angmark volvió al interior. La casa flotante llegó al muelle, los esclavos lanzaron las amarras y colocaron la planchada. Thissell, con el arma lista en el bolsillo de la túnica, avanzó por el muelle, subió a bordo y empujó la puerta del salón. El hombre que estaba ante la mesa alzó su máscara negra, roja y verde, sorprendido.
— Por favor, Angmark — dijo Thissell — no intente nad…
Golpeado desde atrás con un objeto contundente, cayó al suelo. Diestramente le quitaron el arma. Sonó el hymerkin y una voz cantó:
— Aten las manos a este necio.
El hombre de la mesa se levantó y se quitó la máscara roja, negra y verde. Llevaba debajo el trapo oscuro de los esclavos. Thissell volvió la cabeza. Detrás de él se encontraba Haxo Angmark, con la máscara conocida como Domador de Dragones. Era de metal negro, con párpados retráctiles, una hoja de cuchillo a modo de nariz y una triple cresta en el cráneo. Era imposible leer la expresión de la máscara, pero la voz de Angmark sonaba triunfal.
— Ha sido muy fácil atraparle.
— Así parece — dijo Thissell.
El esclavo terminó de atar sus muñecas. El repique del hymerkin hizo que se marchara.
— Póngase de pie — ordenó Angmark —, y siéntese en esa silla.
— ¿Qué estamos esperando?
— Dos de nuestros amigos están todavía en el mar. No los necesitaré para lo que he pensado.
— ¿Qué es ello?
— Lo sabrá a su debido tiempo. Nos quedan una o dos horas.
Thissell puso a prueba las ligaduras. Eran sólidas, sin duda alguna.
Angmark se sentó.
— ¿Cómo supo que era yo? Admito que siento curiosidad… Vamos, vamos — reprendió, al advertir el aire reservado de Thissell —, reconozca que lo he vencido. No haga las cosas más difíciles para usted.
Thissell se encogió de hombros.
— Trabajé según un principio básico. Un hombre puede enmascarar su rostro, pero no su personalidad.
— ¡Vaya! Muy interesante — exclamó Angmark —. Continúe.
— Les pedí un esclavo a usted y a los otros dos extranjeros, y los interrogué a fondo. Les pregunté qué máscaras habían usado sus dueños durante el mes anterior. Preparé una tabla y anoté sus respuestas. Rolver usó el Pájaro del Lago aproximadamente el ochenta por ciento del tiempo, dividiendo el veinte por ciento restante entre la Abstracción Sofista y el Embrollo Negro. Welibus mostraba cierta preferencia por los héroes del Ciclo de Kan—Dachan: usó el Chalekún, el Príncipe Intrépido y el Marván seis días de cada ocho. Los otros días llevaba el Viento del Sur y el Alegre Compañero. Kershaul, más conservador, había optado por el Búho de las Cavernas y el Vagabundo Estelar, usando muy de tarde en tarde otras dos o tres máscaras.
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