Bob Shaw - Una guirnalda de estrellas

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Una guirnalda de estrellas: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1993, millones de gentes observan en el cielo con incredulidad, ayudados por los recientemente inventados lentes Amplite, mientras el planeta de Thornton se acerca peligrosamente a la Tierra. Diseñados para ver en la oscuridad, los lentes Amplite, iluminan un misterioso mundo de materia antineutrínica que coexiste con la Tierra en otra dimensión

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Ambrose asintió.

— El Planeta de Thornton está compuesto de la misma materia que nuestro mundo interior, y por lo tanto le ha afectado de manera muy intensa. Tan intensa como para alterarle la órbita. Por eso el mundo interior ha empezado a asomar a través de la superficie de la Tierra. Ambos mundos se están distanciando paulatinamente — miró al lado de la cara soñadora y fascinada de Prudence y vio la imagen temblorosa de un jet que carreteaba entre las vaharadas de calor—. Creo que ese es nuestro avión.

— No hay necesidad de darse prisa… Además, aún no me lo ha contado todo — Prudence le observaba con lo que parecía franca admiración. Ambrose se resistía a quebrar el hechizo del momento, y sin embargo su memoria le advertía que había otra Prudence Devonald, egoísta y pragmática, que tal vez le acicateaba por razones personales.

— ¿Le interesa la astronomía?

— Muchísimo.

Él sonrió.

— ¿Alguna vez dice «a años-luz en el futuro»?

Prudence soltó un suspiro tolerante.

— ¿Es ése su pons asinorum personal?

— Supongo que sí. Lamento…

— No se disculpe, doctor. ¿Bastará con que le diga que un año-luz es una medida de distancia, o tendré que darle la equivalencia en metros?

— ¿Qué más le interesa saber?

— Todo — dijo Prudence—. Si hay un mundo interior que ahora asoma a la superficie de la Tierra, según la expresión de usted, ¿por qué los fantasmas se elevan hasta donde se les puede ver y luego se hunden de nuevo hasta perderse de vista?

— Estaba deseando que no me hiciera esa pregunta.

— ¿Por qué? ¿Le desmorona la teoría?

— No, pero es difícil explicarlo… sin diagramas. Si usted traza un círculo, y luego traza otro círculo dentro del primero, un poco descentrado, de tal modo que ambos se toquen en el lado izquierdo, eso le dará una idea de las actuales posiciones relativas de ambos mundos.

— Eso parece bastante simple.

— Lo es porque el diagrama es estático. El hecho es que la Tierra rota sobre su eje una vez al día. y aparentemente el mundo interior hace lo mismo, de modo que ambos círculos estarían girando. Si usted hace una marca en el punto de contacto, y hace rotar ambos círculos, descubrirá que la marca del círculo interno se hunde debajo del mismo punto en el círculo externo. Cuando ambos círculos hayan rotado medio giro, el punto interno se habrá hundido a una distancia máxima por debajo del punto externo, y si el girar prosigue, se irán acercando de nuevo gradualmente. Por eso los fantasmas han sido avistados sólo alrededor del alba… Para que los puntos vuelvan a coincidir hay que esperar veinticuatro horas.

— Entiendo — Prudence hablaba con la voz maravillada de una niña.

— Además de hacer rotar los círculos, también es necesario hacer que el de adentro se mueva hacia la izquierda. Esto significa que en vez de coincidir una vez por día, el punto interior comenzará a alejarse cada vez más del punto exterior.

— Es hermoso — jadeó Prudence—. Todo encaja.

— Lo sé — Ambrose se sentía de nuevo halagado.

— ¿Es usted el primero en enunciar esta tesis?

Ambrose rió.

— Antes de irme de casa escribí un par de cartas para certificar que me pertenecía, pero pronto será de dominio público. Los fantasmas se difundirán; en poco tiempo más serán visibles en la superficie y ya no será necesario bajar a una mina de diamantes para verlos. Entonces el círculo emergente crecerá con mucha rapidez. Al principio las visiones se limitarán a las regiones ecuatoriales, lugares como Borneo y Perú. Luego se extenderán al norte y al sur, más allá de los trópicos, a las zonas templadas.

Prudence parecía pensativa.

— Eso causará cierto revuelo.

— Usted es maestra en el arte de leer entrelineas — dijo Ambrose, terminando su bebida.

Capítulo 6

El teléfono de Snook empezó a sonar y al mismo tiempo alguien golpeó con fuerza la puerta delantera del bungalow.

Se acercó a la ventana de la sala, separó dos listones de la persiana y atisbo afuera. Tres soldados negros esperaban en la veranda: un teniente, un cabo y un soldado raso, todos con las boinas de manchas negras y castañas del regimiento de Leopardos. El cabo y el soldado llevaban las inevitables metralletas colgadas del hombro, y además lucían expresiones que Snook había visto muchas veces antes en otras partes del mundo. Estaban examinando la casa con la mirada estimativa, vagamente posesiva, de hombres a los que se les ha encomendado el empleo de toda la fuerza necesaria para el logro de sus cometidos. Mientras él observaba, el teniente llamó de nuevo a la puerta y retrocedió un paso esperando que la abrieran.

— Un minuto — gritó Snook mientras se dirigía al teléfono, lo levantaba y respondía dando su nombre.

— Habla el doctor Boyce Ambrose — dijo la voz—. Acabo de llegar de Estados Unidos. ¿Se ha comunicado con usted mi secretaria para explicarle por qué estoy aquí?

— No. Las comunicaciones internacionales no funcionan demasiado bien en estas latitudes.

— Oh, bien… Espero que usted imagine qué me ha traído a Barandi, señor Snook. ¿Puedo ir a la mina para hablar con usted? Estoy muy…

Las palabras de Ambrose fueron ahogadas por golpes aún más perentorios en la puerta del frente. Parecían culatazos, y Snook pensó que el próximo paso consistiría en volar la cerradura a tiros.

— ¿Está en Kisumu? — preguntó.

— Sí.

— ¿En el Commodore?

— Sí.

— Espere allí y trataré de comunicarme con usted… Es que ahora tengo visitas en la puerta.

Snook oyó el comienzo de una protesta mientras colgaba el teléfono, pero lo que más le preocupaba era ese grupo impaciente en la puerta. Había estado esperando alguna reacción del coronel Freeborn ante su campaña publicitaria, y ahora quedaba por ver hasta qué punto arreciaba el temporal. Corrió a la puerta y la abrió de par en par, parpadeando al sol de la mañana.

— ¿Es usted Gilbert Snook? — el teniente era un joven altanero de ojos coléricos.

— Sí.

— Ha tardado mucho tiempo en llegar a la puerta.

— Bueno… Yo pienso que vosotros la habéis estado golpeando mucho tiempo — dijo Snook con esa obtusidad artera que practicaba desde hacía muchos años, y que según sabía exasperaba a los oficiales, especialmente cuando no hablaban el inglés como lengua materna.

— Ese no es el… — el teniente se interrumpió después de comprender el peligro de comprometerse en un intercambio verbal—. Acompáñenos.

— ¿Adónde?

— Se me requiere no darle esa información.

Snook sonrió como un maestro decepcionado por la falta de comprensión de un niño.

— Hijo, yo acabo de hacerlo.

El teniente miró a sus hombres, y en la cara se le notó que llegaba el momento de una decisión difícil.

— Tengo órdenes de llevarle a Kisumu para que vea al presidente Ogilvie — dijo por fin—. Tenemos que partir de inmediato.

— Tendría que habérmelo dicho desde un principio — le reprochó Snook.

Descolgó una chaqueta ligera, salió y cerró la puerta a sus espaldas. Fueron hasta un jeep con techo de lona, hicieron sentar a Snook en el asiento trasero, al lado del cabo, y el vehículo arrancó de inmediato. Casi en seguida Snook vio dos Land Rovers identificados con el letrero 'Servicio de Prensa Panafricana’. Cuando pasaron frente a la boca de la mina advirtió con interés que los cuatro vehículos blindados que la noche anterior estaban frente a la alambrada ya no se encontraban allí. Algunos hombres deambulaban entre los edificios, pero los tubos de evacuación que se perdían serpeando hacia el sur eran traslúcidos en vez de estar opacados por el polvo de desecho, lo cual demostraba que abajo no se estaba excavando.

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