— Eres tonto. Si mataras a Ch’aka, tú serías el nuevo Ch’aka. Y entonces… podrías hacer lo que quisieras.
Naturalmente. Ahora que se lo había dicho, los estamentos sociales parecían evidentes. Pero el hecho de haber visto esclavos y esclavizadores, Jason había caído en la errónea creencia de que eran diferentes clases de sociedad, cuando en realidad, no había más que una sola clase, y era la que se podía denominar la del más fuerte. Él mismo se tenía que haber dado cuenta de esto cuando vio el extremo cuidado que Ch’aka ponía en no permitir que nadie se acercara más de lo que creía prudencial a él, y cuando observó que todas las noches desaparecía para dirigirse a algún lugar oculto. Siempre existía la sospecha de la venganza llevada hasta el más absoluto extremo, pensando en cada uno de los hombres con las manos tendidas hacia él, contra él, y con el convencimiento de que la longevidad dependía de la fuerza del brazo y la rapidez de reflejos. Cualquiera que quisiera individualizarse, separarse, tenía que considerar que era tanto como aislarse de la sociedad, y por tanto se convertía en un enemigo susceptible de ser asesinado en cuanto le echaran la vista encima. Todo esto sumaba al hecho de que tenía que matar a Ch’aka si quería continuar adelante. En realidad no quería hacerlo.
Pero no le quedaba más remedio.
Aquella noche, Jason siguió con la mirada a Ch’aka en el momento en que éste se separaba de los otros, observando con toda minuciosidad la dirección que tomaba. Naturalmente, el dueño de los esclavos, darla un rodeo antes de dirigirse al lugar escogido de antemano, pero con un poco de suerte, Jason lograría encontrarle. Y le mataría. No es que le atrajera mucho el asesinato a medianoche, e incluso, antes de llegar a este planeta, había siempre tenido el convencimiento de que matar a un hombre, terminar con la existencia de otro hombre dormido era una cobardía y un procedimiento infame. Pero a tales males, tales remedios, pues desde luego lo que no podía afrontar era un combate abierto contra aquel hombre armado y acorazado.
Estuvo dormitando pacientemente hasta que llegó la medianoche, cuando llegó este momento, salió con máximo sigilo de entre las pieles que le cubrían. Ijale se dio cuenta de su maniobra, y él vio sus ojos abiertos de par en par a la luz de las estrellas, pero la muchacha ni se movió ni dijo una palabra. En el más completo silencio desapareció en la oscuridad de las dunas.
Encontrar a Ch’aka en la noche del desierto, no era empresa fácil, pero Jason persistía. Anduvo de un lado a otro, encontrándose con sombríos repechos y montículos que había que registrar con el mayor de los cuidados. Aquel hombre debía estar durmiendo en uno de ellos, y sin duda estaría alerta al menor ruido.
El hecho de que Ch’aka había tomado especiales precauciones para salvaguardarse de un asesinato, quedó indiscutiblemente demostrado a Jason cuando oyó sonar la campanilla. Era un sonido débil, apenas audible, pero que le dejaba a uno helado instantáneamente. Algo había quedado enredado en su brazo, y al echarse hacia un lado, aun a pesar de hacerlo con el mayor de los cuidados, la campanilla volvió a sonar. Maldijo en voz baja su estupidez, por no haber recordado las campanillas que en otras ocasiones oyera alrededor de Ch’aka. Sin lugar a dudas, aquel hombre debía protegerse todas las noches con una especie de tela de araña de cuerdas finas, que hacían sonar las campanillas si alguien intentaba aproximarse a él en la oscuridad. Muy despacio y haciendo el menor ruido posible, Jason se alejó de aquel lugar.
Armando un gran alboroto con los pies, apareció Ch’aka, agitando la maza por encima de la cabeza, y yendo directamente hacia Jason. Jason se hizo desesperadamente hacia un lado, y la maza se estrelló contra el suelo. Pequeñas rocas salientes, se alzaban ante sus pies, y lo que más temía era que si tropezaba con una de ellas y caía, podía considerarse muerto, pero no le quedaba otro recurso que correr. Ch’aka con toda su impedimenta no lograba darle alcance, y Jason consiguió mantenerse en pie el tiempo suficiente para dejarle a larga distancia. Ch’aka gritaba enfurecido, maldiciendo a ultranza, sin lograr alcanzarle. Jason, por su parte, con la respiración totalmente alterada, consiguió perderse en la oscuridad.
Describió, un gran círculo antes de adentrarse en el campamento que formaban los hombres en descanso. Sabía que el menor ruido les despertaría, y prefirió andar con el máximo cuidado antes de volver a meterse entre sus pieles. El cielo, empezaría pronto a despejar las tinieblas, y ya que el estado nervioso no le permitiría reconciliar el sueño, prefirió permanecer despierto dudando si habría sido reconocido; se inclinó más bien por pensar que no.
Cuando el sol comenzaba a asomar en el horizonte, Ch’aka apareció sobre las dunas, y aun en la distancia se apreciaba la ira que le embargaba.
— ¿Quién fue? — chilló —. ¿Quién fue el que se acercó a mí esta noche? — comenzó a caminar entre ellos, mirando a derecha e izquierda, y nadie osó decir palabra ni moverse si no fue para echarse hacia atrás a medida que avanzaba —. ¿Quién ha sido? — volvió a gritar de nuevo, en el momento en que llegó al lugar en que estaba Jason.
Cinco esclavos se atrevieron a alzar la mano señalando a Jason, al mismo tiempo que Ijale, temblorosa, se separaba de él.
Maldijo a los traidores, al mismo tiempo que se ponía en pie y saltaba hacia atrás para esquivar el golpe de maza que se le venía encima. Llevaba en la mano. el cuerno puntiagudo de que se había apropiado durante la lucha entre Ch’aka y M’shika, pero un sexto sentido le decía que tenía que haber otro procedimiento mejor para salir con éxito de aquella empresa, que el de enfrentarse en combate singular a Ch’aka, tenía que haber otro medio. En su alocada carrera se volvió para mirar furtivamente a su enemigo que venía tras de sus pasos, momento que aprovechó un esclavo para extender la pierna y hacerle caer.
¡Todos estaban contra él! Todos estaban uno contra otro, y ningún hombre estaba a salvo de las manos del de al lado. Se levantó y consiguió salir de entre el grupo de esclavos, para dirigirse hacia un ribazo de pronunciada vertiente. Cuando llegó a la cúspide, se giró para tirar arena al rostro de Ch’aka con ánimo de cegarle momentáneamente, pero el dueño de los esclavos, despreciando el ataque de Jason, sacó el arco y se dispuso a montar la flecha. Jason tuvo que echar a correr. Ch’aka salió en su persecución, con pesados pasos.
Jason comenzaba a cansarse, y llegó a la determinación de que era el mejor momento para lanzarse a un contraataque. Habían perdido de vista a los esclavos, y por lo tanto la lucha se desarrollaría sin testigos, subiéndose a un montículo de rocas areniscas, se giró repentinamente, para saltar desde aquella altura. Ch’aka fue cogido por sorpresa y ya tenía la maza medio levantada cuando Jason cayó sobre él. Jason aprovechó la ventaja que le daba caer sobre su enemigo y la sorpresa de éste, para coger la maza y arrancarla de la mano de Ch’aka.
Al caer al suelo, y puesto boca abajo, el hombre armado escupió sobre la arena, mientras Jason se debatía ardientemente por llegar a poner la mano sobre la barbilla de Ch’aka. Apretó con toda la fuerza de su mano y sus dedos sobre el cuello del enemigo, para luego con un movimiento rapidísimo, bajar la mano y asirse a las barbas de Ch’aka, tirándole bruscamente la cabeza hacia atrás. Le mantuvo en aquella posición durante unos instantes al final de los cuales, Jason, con la mano libre, hundió el puntiagudo cuerno sobre la carne blanda de la garganta. Un borbotón de sangre calenturiento le inundó la mano, mientras que Ch’aka moría entre horribles convulsiones y estertores de agonía, que Jason aminoraba con el peso de su cuerpo.
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