Harry Harrison - Mundo muerto II

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Los personajes constituían la tribu más avanzada del planeta. Vivían en inmundos palacios de madera, viajaban en barco y tenían, aunque rudimentarios, algunos conocimientos científicos. Jason se despojó de sus pieles mugrientas y apestosas y propuso a Ijale, una esclava, que hiciera lo mismo con las suyas. Todo un mundo primitivo, con fuerza y principios salvajes; una civilización rudimentaria y unos personajes impetuosos y diabólicos, absorben la atención del lector a través de las páginas de MUNDO MUERTO una de las mejores obras del gran autor Harry Harrison.

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Harry Harrison

Mundo muerto II

Título original: Death World 2

Traducción: Ramió

© 1966 Harry Harrison

© 1967 Editorial Ferma S.A.

Av. José Antonio 800 — Barcelona

Edición digital: Sadrac

Capítulo I

— Un momento — dijo Jason ante el micrófono, volviéndose después para anunciar —. No, no estoy haciendo nada importante. Ahora mismo iré para ver de qué se trata.

Desconectó el micro y la imagen del operador de radio desapareció de la pantalla.

Por todos los alrededores de la torreta de guardia, reinaba la oscuridad; la única iluminación existente provenía del parpadeo de las luces de los mandos de la pantalla de defensa. Meta alzó ligeramente el rostro y le sonrió, para luego volver a concentrar su atención sobre el tablero de alarma.

— Me voy a acercar a la torre de radio del aeropuerto del espacio — le dijo Jason —. Hay una nave espacial en órbita, tratando de ponerse en contacto con nosotros en un idioma desconocido. Quizá pueda yo sacarles del apuro.

— Vuelve pronto — respondió Meta, y después de comprobar rápidamente que todas las señales de alarma estaban de color verde, se revolvió en la silla y se levantó para acercarse a él. Le rodeó entre sus brazos bien proporcionados y casi tan fuertes como los de un hombre, aunque sus labios eran tibios y muy femeninos. Él le devolvió su beso, y ella se separó inmediatamente volviendo a fijar su atención en las alarmas y sistemas de defensa.

— Esto es lo más fastidioso con Pyrrus — dijo Jason —. Demasiado eficiente. — Se inclinó y, la pellizcó suavemente en el cuello. Ella se puso a reír y le dio una bofetada cariñosa sin separar los ojos de los aparatos. Él se había echado hacia un lado, pero no lo suficientemente rápido, y salió frotándose una oreja.

— ¡Señorita, peso mosca! — murmuró para sus adentros al salir.

El operador de radio se hallaba solo en la torre del aeropuerto del espacio, un jovenzuelo que no había salido nunca del planeta, y por ende conocía solamente Pyrran, mientras que Jason, después de su carrera como jugador profesional, hablaba o al menos tenía profundas nociones de la mayoría de los idiomas de la galaxia.

— En estos momentos está describiendo una órbita fuera del campo de acción — dijo el operador —. Volverá dentro de un momento. Habla un idioma muy raro — conectó el receptor, y al cabo de unos segundos, por encima de una trepidación de ruidos producidos por la atmósfera, se oyó una voz que crecía lentamente en intensidad.

— …jeg kan ikke førsta… Pyrrus, ¿kan dig hør mig…?

— No hay ninguna dificultad — dijo Jason acercándose al micrófono —. Es nytdansk, lo hablan en la mayoría de los planetas del área polar — conectó con el dedo pulgar.

— Pyrrus til rumfartskib, corto — dijo conectando el receptor. La respuesta llegó inmediatamente en el mismo idioma.

— Se solicita permiso para tomar tierra. ¿Cuáles son sus órdenes?

— Permiso denegado, y le sugerimos encarecidamente que vaya en busca de un planeta más saludable.

— Eso es de todo punto imposible, ya que traigo un mensaje para Jason Dinalt, y según informaciones que he recibido se halla aquí.

Jason miró hacia el altavoz con renovado interés:

— Su información es correcta: al habla Dinalt. ¿Cuál es el mensaje?

— No puedo transmitirlo a través de un circuito público. En estos momentos estoy siguiendo el circuito de su emisor. ¿Quiere darme las instrucciones necesarias?

— ¿Se da cuenta de que probablemente está cometiendo un suicidio? Este es el más mortífero planeta de la galaxia, y todas las formas de vida, desde las bacterias hasta los halcones gigantes (que son tan grandes como la nave que usted pilota), son enemigos del hombre. Hay algunos medios de evitar la influencia de esos seres por ahora, pero de todos modos, para un extranjero como usted, la muerte sería segura. ¿Me oye?

No hubo respuesta. Jason se encogió de hombros y miró hacia el radar de aproximación.

— Bueno, de todos modos la vida es la suya. Pero no vaya a decir luego, en los últimos estertores de la agonía, que no había sido advertido. Le traeré hasta aquí, pero solamente en el caso de que acceda a quedarse sin salir de su nave. Yo iré a su encuentro; de ese modo habrá bastantes probabilidades de que el ciclo de descontaminación en la cámara de desinfección de su aparato, mate la vida microscópica.

— Eso está bien — fue la respuesta —. Como comprenderá no tengo ningunas ganas de morir. Lo único que quiero es entregar el mensaje.

Jason orientó la nave hacia el lugar donde se hallaban, y estuvo observando al mismo tiempo su emersión de entre las nubes, hasta que llegó a posarse con un ligero chasquido de llantas y chirriar de frenos.

— Se ha posado de un modo terrible — murmuró el operador de radio; luego volvió a sus mandos desinteresándose por el extranjero. Los de Pyrran nunca se mostraban muy curiosos por las cosas a no ser que tuvieran una desmedida importancia.

Jason era el extremo totalmente opuesto. La curiosidad le había llevado a Pyrrus, y le había envuelto en una guerra que se extendía por todo el planeta, y que casi le había costado la vida. En estos mismos momentos era la curiosidad lo que le impulsaba hacia la nave. Pero la verdad era que si en esta ocasión se metía en algún problema, no podría esperar ayuda de nadie.

— Me sé cuidar por mí mismo — se dijo con convicción de sus palabras; y cuando alzó la mano el revólver resbaló de la pistolera que llevaba sujeta a la muñeca, yendo a parar a su mano. Ya tenía el dedo índice contraído, y cuando el gatillo sin seguro cayó sobre el dedo sonó un solo disparo, que hizo blanco a través de la distancia en el punto exacto que había escogido como diana.

Estaba convencido de que era muy hábil. Nunca tendría la misma habilidad que los nativos Pyrranos, nacidos y elevados en aquel mortífero planeta con doble gravedad, pero era más rápido y más peligroso de lo que lo pudiera ser cualquier extranjero. Era capaz de adueñarse de cualquier situación difícil que se pudiera presentar, y además disfrutaba de ellas. En el pasado, había tenido muchas divergencias de criterio con la policía y con otras muchas autoridades planetarias, aunque no creía que nadie fuera capaz de molestarse en enviar a la policía, a través de los espacios interestelares, para arrestarle.

¿Por qué habría venido esta nave espacial?

Había un número de identificación pintado en el armazón exterior de la nave, y una divisa heráldica que se le hacía un tanto familiar. ¿Dónde la había visto antes?

Distrajo su atención una abertura de la parte exterior, y penetró por ella. Una vez la hubo traspuesto, cerró los ojos mientras los rayos supersónicos y ultravioleta del ciclo de descontaminación hacían cuanto podían por eliminar las variadas formas de vida inferior que pudiera traer en sus ropas. Terminaron por fin las precauciones a que le habían sometido, y cuando la puerta interior comenzó a abrirse estrechó cuanto pudo su cuerpo contra ella, dispuesto a saltar al interior en cuanto hubiera espacio suficiente. Si tenía que haber allí alguna sorpresa, prefería que la primera fuera la de su presencia inmediata.

En cuanto atravesó la puerta se apercibió de que su cuerpo se estaba desplomando. El revólver voló hacia su mano y ya lo tenía medio levantado apuntando hacia el hombre que con traje del espacio permanecía sentado en la silla de control de mandos.

— Traic… — fue todo cuanto llegó a decir; había perdido el conocimiento antes de chocar con el suelo metálico.

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