Un camarero apareció.
—Blue Light —dijo Stone.
—Whisky de centeno y ginger ale —dijo Kyle.
Una vez que el camarero se marchó, Stone dirigió su atención a Kyle; habían conversado un poco por el camino, pero ahora estaba claro. Stone consideró que era el momento de descubrir el motivo de la reunión.
—Y bien, ¿qué te ocurre?
Kyle había estado ensayando mentalmente durante toda la tarde, pero ahora que había llegado el momento descubrió que rechazaba las palabras planeadas.
—Yo… tengo un problema, Stone. Necesitaba hablar con alguien. Sé que nunca hemos sido íntimos, pero siempre te he considerado un amigo.
Stone lo miró, pero no dijo nada.
—Lo siento —dijo Kyle—. Sé que estás ocupado. No debería estar molestándote.
Stone permaneció en silencio durante un instante.
—¿Qué ocurre?
Kyle bajó la mirada.
—Mi hija ha… —se calló, pero Stone simplemente esperó a que continuara. Por fin, Kyle se sintió preparado para hacerlo—. Mi hija me ha acusado de haber abusado de ella.
Esperó a que llegara la pregunta inevitable: «¿Lo hiciste?». Pero la pregunta nunca se produjo.
—Oh —dijo Stone.
Kyle no pudo soportar que no hiciera la pregunta.
—No lo hice.
Stone asintió.
El camarero volvió a aparecer con las bebidas.
Kyle contempló su vaso, el whisky mezclándose con el ginger ale. Esperó de nuevo a que Stone comentara que comprendía la conexión, que entendía por qué Kyle lo había llamado, a él especialmente. Pero Stone no dijo nada.
—Tú ya has pasado por algo parecido a esto —dijo Kyle—. Una acusación falsa.
Ahora le tocó a Stone el turno de apartar la mirada.
—Eso fue hace años.
—¿Cómo se trata con una cosa así? —preguntó Kyle—. ¿Cómo lo haces desaparecer?
—Estás aquí —dijo Stone—. Pensaste en mí. ¿No lo demuestra eso? Esa mierda no desaparece nunca.
Kyle tomó un sorbo de su bebida. No había humo en el bar, naturalmente, pero la atmósfera seguía pareciendo opresiva, asfixiante. Miró a Stone.
—Soy inocente —dijo, sintiendo la necesidad de volver a aclararlo.
—¿Tienes alguna otra hija? —preguntó Stone.
—La tenía. Mi hija mayor. Mary se suicidó hace poco más de un año.
Stone frunció el ceño.
—Oh.
—Sé lo que estás pensando. Todavía no lo sabemos con seguridad, pero, bueno, sospechamos que una psiquiatra podría haber implantado en ambas chicas recuerdos falsos.
Stone dio un sorbo a su cerveza.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó.
—No lo sé. He perdido a una hija. No quiero perder a la otra.
Continuaron la velada. Stone y Kyle siguieron bebiendo, la conversación se volvió menos seria, y Kyle, por fin, consiguió relajarse.
—Odio lo que le ha pasado a la televisión —dijo Stone.
Kyle alzó las cejas.
—Estoy dando un cursillo de verano —dijo Stone—. Mencioné a Archie Bunker ayer en clase. Todo lo que recibí a cambio fueron miradas en blanco.
—¿Sí?
—Sí. Los chavales de hoy no conocen a los clásicos. Aquí está Lucy, Todo en familia, Barney Miller, Seinfield, El Show de Pellat. No conocen a ninguno de ellos.
—Incluso Pellat es de hace diez años —dijo Kyle amablemente—. Nos estamos haciendo viejos.
—No —dijo Stone—. No es eso.
La mirada de Kyle pasó a la calva de Stone, luego observó a izquierda y derecha las sienes blancas.
Stone no pareció darse cuenta. Alzó una mano, la palma hacia afuera.
—Sé qué estás pensando. Estás pensando que los chicos de hoy ven programas diferentes, y que yo soy un viejo caduco que no se entera —sacudió la cabeza—. Pero no es eso. Bueno, en realidad es eso, en parte… la primera parte, al menos. Sí que ven programas diferentes. Todos ven programas diferentes. Mil canales donde elegir, de todo el maldito mundo, más toda esa mierda de tele para ordenador que se produce en casa para lanzarla a la red.
Dio un sorbo a la cerveza.
—¿Sabes cuánto ganó Jerry Seinfield por la última temporada de Seinfield, allá en 1997-98? Un millón de pavos por episodio… ¡pavos americanos, además! Todo porque medio maldito mundo veía el programa. Pero hoy en día, todo el mundo ve algo diferente —miró el fondo de su jarra—. Ya no hacen programas como Seinfield.
Kyle asintió.
—Era un buen programa.
—Todos eran buenos programas. Y no sólo las comedias de situación. También los dramas. Canción Triste de Hill Street. Perry Mason. Colorado Springs. Pero hoy ya no los conoce nadie.
—Tú los conoces. Y yo.
—Oh, claro. Tipos de nuestra generación, tipos que crecieron en el siglo veinte. Pero los chavales de hoy… no tienen cultura ninguna. No tienen un pasado compartido —dio otro sorbo—. Marshall se equivocaba, ¿sabes?
Marshal McLuhan llevaba muerto treinta y siete años, pero muchos miembros de la Universidad de Toronto todavía se referían a él como «Marshall», la prueba que ponía a su universidad en el mapa mundial.
—Dijo que los nuevos medios de comunicación estaban convirtiendo al mundo en la aldea global. Bueno, la aldea global ha sido balcanizada —Stone miró a Kyle—. Tu esposa enseña a Jung, ¿verdad? ¿Entonces entiende de arquetipos y toda esa mierda? Bueno, ya nadie comparte nada. Y sin una cultura compartida, la civilización está condenada.
—Tal vez —dijo Kyle.
—Es cierto —dijo Stone. Tomó otro sorbo de cerveza—. ¿Pero sabes qué es lo que más me jode?
Kyle volvió a alzar las cejas.
—El nombre de Quincy. Eso es lo que me jode.
—¿Quincy?
—Ya sabes… de la serie de televisión: Quincy, M.E. ¿La recuerdas? Jack Klugman la interpretaba, después de La extraña pareja. Interpretaba a un forense de Los Ángeles.
—Claro. A E la pasaba todos los malditos días cuando yo estaba en la universidad.
—¿Cuál era el nombre de pila de Quincy?
—No tenía nombre de pila.
—Claro que lo tenía. Todo el mundo lo tiene. Yo soy Stone, tú eres Kyle.
—Bueno, en realidad Kyle es mi segundo nombre. Mi primer nombre es Brian… Brian Kyle Graves.
—¡No jodas! Bueno, no importa. El argumento es que tú tienes un primer nombre… y Quincy debe tenerlo también.
—No recuerdo que lo mencionaran nunca en la serie de televisión.
—Oh, sí que lo hicierion. De vez en cuando alguien lo llamaba «Quince»… que no es una abreviatura de su apellido. Es el diminutivo de su nombre.
—¿Me estás diciendo que se llamaba Quincy Quincy? ¿Qué clase de nombre es ese?
—Uno perfectamente bueno.
—Te lo estás inventando.
—No. No, puedo demostarlo. En el último episodio, Quincy se casa. ¿Sabes lo que decía el cura que oficiaba la ceremonia? «Aceptas tú, Quincy…». Es imposible que dijera eso si ese no fuera el nombre de pila del tipo.
—Sí, ¿pero quién tiene el mismo nombre y el mismo apellido?
—No estás pensando, Kyle. En el mayor éxito televisivo de todos los tiempos, uno de los principales personajes tenía el mismo nombre y el mismo apellido.
—¿Spock Spock? —dijo Kyle, muy serio.
—No, no, no. Aquí está Lucy.
—El apellido de Lucy era Ricardo —y entonces Kyle sonrió—. Y su nombre de soltera era McGillicuddy —cruzó los brazos, bastante satisfecho de sí mismo.
—¿Pero qué hay de su esposo?
—¿Quién? ¿Ricky?
—Ricky Ricardo.
—Eso no es…
—Oh, sí lo es. Es imposible que se llamara Ricky. Era cubano: su primer nombre tuvo que ser Ricardo. Ricardo Ricardo.
—Oh, vamos. Seguro que «Ricky» era un apodo basado en su apellido… como cuando llamas «Mac» a un tipo que se llama John MacTavish.
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