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Robert Sawyer: Hibridos

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Sawyer: Hibridos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2005, ISBN: 84-666-2137-7, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Sawyer Hibridos

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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos, con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cromagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo. Ponter Boddit y su hombre-compañero Adikor Huld, físicos neanderthales, han abierto un puente entre dos universos dando lugar a una sorprendente comparación entre culturas radicalmente distintas. Una de esas diferencias es la percepción del hecho religioso, del todo ausente en los neanderthales. En Híbridos, unos científicos de nuestro mundo especulan con la idea de que la propensión a tener creencias y experiencias religiosas podría provenir de una mutación genética que no se había producido en los neanderthales, pero sí en los cromagnones. El neanderthal Ponter Boddit y su amada Homo Sapiens, Mary Vaughan, desean tener una hija; la moderna tecnología neanderthal de reproducción asistida se lo permite, pero hay que tomar una importante decisión: ¿qué será mejor para su hija, tener creencias religiosas o no tenerlas?

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—Miró a Ponter—. ¿No es aquí donde están vuestros hospitales?

Ponter sacudió la cabeza.

—Sí, pero la unidad de descontaminación más sofisticada es la del portal.

—Entonces vamos a llevarte allí —dijo Reuben.

—Debemos sacar primero a todo el mundo de la mina y la cámara de cálculo cuántico —dijo Ponter—. No podemos arriesgarnos a infectar a nadie más.

—Déjame llamar un cubo de viaje —propuso Mary, y empezó a hablarle a su Acompañante.

Pero Reuben le tocó el brazo.

—¿Quién lo pilotaría? No podemos arriesgarnos a exponer a otros neanderthales.

—Entonces … ¡entonces lo llevaremos hasta allí nosotros! —dijo Mary.

Ce n'est pas possible —dijo Louise—. Está a kilómetros de distancia.

—Puedo ir caminando.

Pero Reuben negó con la cabeza.

—Quiero analizarte lo antes posible. No tenemos horas para hacerlo.

—¡Maldita sea! —dijo Mary, los puños cerrados—. ¡Esto es ridículo! ¡Tiene que haber un medio de llevarlo a la mina!

Y entonces, de pronto, se le ocurrió.

—Hak, tú eres el Acompañante más experimentado que tenemos. Sin duda podrás guiar a Ponter mientras conduce un cubo de Viaje.

—Puedo acceder a los procedimientos y explicárselos, sí —respondió la voz de Hak desde el antebrazo de Ponter.

—¡Bien, demonios! — dijo Mary—. Hemos pasado junto a un montón de cubos de camino aquí. ¡Vamos!

Llegaron rápidamente al sitio donde estaban apilados los cubos de viaje. Había una unidad de control cilíndrica junto al grupo, y Ponter hizo algo que consiguió que una especie de máquina levantadora de piezas alzara el cubo superior y lo depositara en el suelo. Los costados transparentes del cubo se abrieron hacia arriba.

Ponter ocupó el asiento de horcajadas delantero, y Mary se sentó junto a él. Reuben y Louise se sentaron atrás.

—Muy bien —dijo Ponter—. Hak, dime cómo conducir este aparato.

—Para activar el sistema de energía, tira de la clavija de control ámbar —instruyó Hak a través de su altavoz externo.

Mary contempló el panel de control. Era mucho más simple que el salpicadero de su propio coche: los cubos de viaje tenían bastantes menos prestaciones.

—¡Ése! —dijo. Ponter extendió la mano y tiró del control.

—La palanca de la derecha controla el movimiento vertical —continuó Hak—. La palanca de la izquierda controla el movimiento horizontal.

—Pero las dos son palancas para subir y bajar —dijo Reuben, confuso.

—Exactamente —dijo Hak—. Es mucho más fácil para los movimientos del hombro del conductor. Ahora, para poner en marcha los motores de suelo, usa el grupo de controles que hay entre las palancas. ¿Los ves?

Ponter asintió.

—El grande determina la velocidad de giro del rotar principal. Ahora …

—Hak! —gritó Reuben desde atrás—. No tenemos mucho tiempo. ¡Dile qué botones tiene que pulsar!

—Muy bien, Ponter —dijo Hak—. Despeja tu mente y trata de no pensar. Haz exactamente lo que yo te diga. Tira de la clavija verde. Ahora de la azul. Agarra las dos palancas. Cuando yo diga «ya», nueve la palanca de la derecha el quince por ciento de un círculo y, simultáneamente, mueve la palanca de la izquierda un cinco por ciento. ¿De acuerdo?

Ponter asintió.

—¿Preparado? —dijo Hak. Ponter volvió a asentir.

—¡Ya!

El cubo de viaje se estremeció violentamente, pero se elevó del suelo.

—Ahora, empuja el control verde —dijo Hak—. Sí. Mueve la palanca de la derecha hasta donde llegue.

El cubo aceleró, aunque se mantenía muy ladeado.

—No vamos rectos —dijo Mary.

—No te preocupes por eso —respondió Hak—. Ponter, un octavo de giro con la palanca derecha. Si, ahora …

Sólo tardaron unos minutos en salir del Centro de Saldak, pero todavía les quedaba un largo trayecto hasta la mina … y era terriblemente complicado manejar un vehículo volador. Mary nunca se había creído aquello de las películas de televisión de que los controladores de vuelo guiaran a los pasajeros para hacer aterrizar un avión si el piloto estaba inconsciente y …

—¡No, Ponter! —dijo Hak, a todo volumen—. ¡Al revés!

Ponter tiró hacia sí del control horizontal, pero demasiado tarde. El lado derecho del cubo de viaje chocó contra un árbol. Ponter y Mary salieron despedidos hacia delante. Las palancas de control se plegaron en el salpicadero, como telescopios al cerrarse, al parecer una medida de seguridad para impedir que empalaran al conductor. El cubo volcó de lado.

—¿Hay alguien herido? —gritó Mary.

—No —respondió Reuben.

—No —respondió Louise.

—¿Ponter?

No hubo respuesta. Mary se volvió hacia él.

—¿Ponter?

Ponter miraba el implante Acompañante de su antebrazo izquierdo. Obviamente, había chocado con algo. Abrió la placa de Hak, aunque le costó trabajo: estaba deformada por el golpe.

Ponter alzó la cabeza, los ojos dorados húmedos.

—Hak está malherido —dijo. Christine lo tradujo.

—Tenemos que continuar —dijo Mary amablemente.

Ponter miró unos segundos más su dañado Acompañante y asintió. Se giró, luego tiró del control en forma de estrella de mar de la puerta, y el costado del cubo de viaje se abrió. Reuben salió y luego saltó al suelo. Louise lo siguió. Ponter se levantó sin problemas del compartimento delantero, y luego echó una mano a Mary para salir. Entonces volvió su atención al vientre descubierto del cubo de viaje. Mary siguió su mirada y vio que los rotores gemelos estaban muy dañados.

—No volverá a volar, ¿verdad?

—Ponter negó con la cabeza e hizo un triste gesto de «míralo» con el brazo derecho.

—¿A que distancia estamos de La mina de Debral? —pregunto Mary.

A veintiún kilómetros —contestó Christine.

—¿Y dónde está el cubo de viaje más próximo?

—Un momento —dijo Christine—. A siete kilómetros al oeste.

—Merde —dijo Louise.

—Muy bien. Vamos.

Oscurecía y se encontraban en pleno campo. Mary había visto bastantes animales salvajes allí de día; la aterraba pensar qué criaturas habría de noche. Avanzaron por la nieve unos diez kilómetros. Cinco horas de caminata en aquellas difíciles condiciones. Las largas piernas de Louise le permitían ir delante.

En el cielo se veían las estrellas: las constelaciones polares que los barasts llamaban el Hielo Resquebrajado y la Cabeza del Mamut. Siguieron avanzando más y más. Mary sentía las orejas entumecidas de frío hasta que …

—¡Cartílagos! —dijo Ponter.

Mary se dio la vuelta. Estaba apoyado contra Reuben. Ponter alzó las manos y …

Mary sintió que se le encogía el corazón y oyó a Louise soltar un grito horrorizado. Había sangre en las manos de Ponter, negra a la luz de la luna. Era demasiado tarde: la fiebre hemorrágica, con su tiempo de incubación acelerado artificialmente, había hecho su aparición. Mary miró la cara de Ponter, temiendo antes de tiempo lo que iba a ver, pero, excepto por la expresión de sobresalto, no tenía mal aspecto.

Mary se acercó rápidamente a Ponter y lo agarró por el otro brazo, tratando de sujetarlo. Y fue entonces cuando se dio cuenta de no era Reuben quien ayudaba a Ponter, sino al contrario.

A la tenue luz y contra su piel oscura, Mary no lo había visto al principio; había sangre en la cara de Reuben. Corrió hacia él y casi vomitó. La sangre manaba de los ojos y los oídos y la nariz y la comisura de la boca de Reuben.

Louise alcanzó a su novio en dos largas zancadas y empezó a limpiarle la sangre, primero con la manga del abrigo, luego con las manos desnudas, pero brotaba con tanta profusión que no lo consiguió. Ponter ayudó a colocar a Reuben sobre la nieve, y la sangre salpicó con fuerza el blanco suelo y se hundió en él.

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