Orson Card - El juego de Ender

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El juego de Ender: краткое содержание, описание и аннотация

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La Tierra se ve amenazada por los insectores, una raza extraterrestre completamente ajena a los humanos, a los que pretende destruir. Para vencer a los insectores es necesario un nuevo tipo de genio militar, y por ello se ha permitido el nacimiento de Ender, quien en cierta forma constituye una anomalía viviente: es el tercer hijo de una pareja en un mundo que ha limitado estrictamente a dos el número de descendientes. El niño Ender deberá aprender todo lo relativo a la guerra en los videojuegos y en los peligrosos ensayos de batallas que realiza con sus compañeros. A la habilidad en el tratamiento de las emociones, ya característica de Orson Scott Card, se une en este libro el interés por el empleo de las simulaciones de ordenador y juegos de fantasía en la formación militar, estratégica y psicológica del protagonista.

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Sonaba estúpido ahora, con Graff mirándole fríamente.

—Me figuro que para ti es divertido. ¿Es divertido para alguien más? Murmullos de no.

—¿Por qué no?

Graff les miraba con desdén.

—Cerebros de mosquito, eso es lo que hay en este lanzamiento. Pequeños subnormales cabezas de chorlito. Sólo uno de vosotros ha tenido el cerebro suficiente para darse cuenta de que en gravedad cero las direcciones son las que cada uno quiera que sean. ¿Has entendido, Shafts?

El chico asintió con la cabeza.

—No lo has entendido. Claro que no. No sólo eres estúpido, además eres mentiroso. En este lanzamiento sólo hay un chico con cerebro, y ése es Ender Wiggin. Miradle bien, muchachitos. Será comandante cuando vosotros estéis todavía en pañales ahí arriba. Porque él sabe pensar en gravedad cero, y vosotros sólo pensáis en devolver.

Ese no era el rumbo que se suponía que iba a tomar el asunto. Se suponía que Graff iba a meterse con él, no destacarle como el mejor. Se suponía que al principio iban a estar uno contra el otro y que más adelante se harían amigos.

—La mayoría de vosotros vais a fallar. Id haciéndoos a la idea, muchachitos. La mayoría vais a acabar en la Escuela de Combate, porque no tenéis el cerebro suficiente para pilotar una astronave. La mayoría no valéis lo que cuesta traeros a la Escuela de Batalla, porque no tenéis lo que hay que tener. Algunos podéis conseguirlo. Algunos podéis servir de algo a la humanidad. Pero yo no apostaría nada. Sólo apostaría por uno.

De repente, Graff dio un brinco hacia atrás y agarró la escalerilla con las manos, y luego volteó los pies separándolos de la escalerilla. Hacía el pino si el suelo estaba debajo, pero pendía de las manos si el suelo estaba encima. Poniendo una mano después de otra, retrocedió balanceándose a lo largo del pasillo hasta llegar a su asiento.

—Parece que te lo has montado bien —susurró el chico que estaba a su lado. Ender negó con la cabeza.

—¿No te dignas hablar conmigo? —dijo el chico.

—No le he pedido que diga esas tonterías —susurró Ender.

Sintió un dolor punzante en la cabeza. Luego otra vez. Unas risitas detrás de él. El chico del asiento de atrás se debe haber soltado las correas. Otro golpe en la cabeza. «Déjame en paz —pensó Ender—. No te he hecho nada.»

Otro golpe en la cabeza. Risas de los chicos. ¿No lo ha visto Graff? ¿No va a hacer nada para evitarlo? Otro golpe. Más fuerte. Dolía mucho. ¿Dónde está Graff?

Entonces lo vio claro. Graff lo había hecho deliberadamente. Era peor que los abusos de las películas. Cuando el sargento se metía contigo, los demás te querían más. Pero cuando el oficial te prefería, los otros te odiaban.

—Eh, comemierda —dijo el susurro por detrás de él. Recibió otro golpe en la cabeza—. ¿Te gusta esto? Eh, supercerebro, ¿te divierte? —Otro golpe, esta vez tan fuerte que se le escapó un pequeño grito de dolor.

Si Graff le estaba haciendo destacar no podía esperar ayuda de nadie, sólo de sí mismo. Esperó hasta que calculó que estaba a punto de llegar otro golpe. «¡Ahora!», pensó. Y, efectivamente, ahí estaba el golpe. Dolía, pero Ender ya estaba intentando presentir la llegada del siguiente golpe. «¡Ahora!». Y, efectivamente, en el momento justo. «Te he cogido», pensó Ender.

Justo cuando estaba en camino el siguiente golpe, Ender se irguió ayudándose con las dos manos, aferró al chico por la muñeca y luego tiró del brazo, con fuerza.

En gravedad normal, los dos hubieran chocado contra el respaldo del asiento de Ender, golpeándose el pecho. En gravedad cero, sin embargo, el otro chico salió despedido por encima del asiento, hacia el techo. Ender no se lo esperaba. No se había dado cuenta de que la gravedad cero magnifica incluso la fuerza de un niño. El chico navegó a la deriva por el aire, rebotó contra el techo, luego salió despedido contra otro chico que estaba sentado y después fue a parar al pasillo, agitando siempre los brazos, hasta que dio un grito cuando su cuerpo chocó violentamente contra el tabique del frente del compartimiento, con el brazo izquierdo retorcido bajo su cuerpo.

Todo esto duró sólo unos segundos. Graff ya estaba allí, aferrando el cuerpo a la deriva. Con destreza, le propulsó por la parte inferior del pasillo hacia el otro hombre.

—Brazo izquierdo. Roto, creo —dijo.

Un momento después, le habían dado un calmante y el muchacho reposaba tranquilamente en el vacío mientras el oficial inflaba una tablilla alrededor de su brazo.

Ender se sintió mal. Sólo había querido agarrar el brazo del chico. No. No, había querido hacerle daño, y había tirado con todas sus fuerzas. No había pensado que la cosa iba a ser tan pública, pero ese chico estaba sintiendo ahora el mismo dolor que había querido que sintiera él. La gravedad cero le había traicionado, eso era todo. «Soy Peter. Soy exactamente igual que él.» Y Ender se odió.

Graff estaba de pie en el frente de la cabina. —¿Cómo podéis ser tan torpes? ¿No cabe en vuestras cabecitas de subnormales una cosa tan sencilla? Se os ha traído aquí para ser soldados. En vuestras anteriores escuelas, en vuestras anteriores familias, quizá fuerais los primeros, quizá fuerais los duros, quizá fuerais los listos. Pero nosotros elegimos lo mejor de lo mejor, y ésa es la única clase de chicos que vais a encontrar ahora. Y cuando os digo que Ender Wiggin es el mejor de este lanzamiento, aprovechad el consejo, cabezas de chorlito. No os metáis con él. No sería el primero que muere en la Escuela de Batalla. ¿He sido suficientemente claro?

El resto del lanzamiento se hizo en silencio. El chico que estaba sentado al lado de Ender tuvo mucho cuidado de no tocarle.

«No soy un asesino —se dijo Ender en voz baja una y otra vez—. Diga lo que diga, no soy un asesino. No lo soy. Tenía que defenderme. Le aguanté mucho tiempo. Tuve paciencia. No soy lo que ha dicho.»

Una voz les dijo por el altavoz que estaban acercándose a la escuela; tardaron veinte minutos en decelerar y atracar. Ender se rezagó un poco. No les importó permitirle ser el último en abandonar el transbordador, subiendo en la dirección en que habían bajado cuando se embarcaron. Graff estaba esperando al final del estrecho tubo que conducía desde el transbordador hasta el corazón de la Escuela de Batalla.

—¿Has tenido buen vuelo, Ender? —le preguntó Graff de buen humor.

—Creía que era mi amigo. —A pesar suyo, le temblaba la voz.

Graff parecía perplejo.

—¿Que te ha hecho pensar eso, Ender?

—Porque… Porque me hablaba con mucha amabilidad, y parecía sincero. No mentía.

—No mentiré ahora tampoco —dijo Graff—. Mi trabajo no es ser vuestro amigo. Mi trabajo es fabricar los mejores soldados del mundo. De toda la historia del mundo. Necesitamos un Napoleón, Un Alejandro. Con la salvedad de que Napoleón perdió al final, y que Alejandro brilló fugazmente y murió joven. Necesitamos un Julio César, con la salvedad de que se hizo dictador y murió por eso. Mi trabajo consiste en fabricar esa criatura, y todos los hombres y mujeres que necesitará para ayudarle. Nada de ello implica que tenga que ser amigo de los niños.

—Ha hecho que me odien.

—¿Ah, sí? ¿Qué vas a hacer entonces? ¿Esconderte en un rincón? ¿Ponerte a besar sus traseros para que te vuelvan a querer? Sólo hay una cosa que hará que dejen de odiarte. Y esa cosa es ser tan bueno en todo lo que hagas que no puedan ignorarte. Les he dicho que eres el mejor. ¡Mejor que lo seas!

—¿Y si no puedo?

—Mala cosa entonces. Mira, Ender, siento que estés solo y asustado. Pero los insectores están ahí fuera. Diez billones, cien billones, un millón de billones, por lo que sabemos. Con otras tantas naves, por lo que sabemos. Con armas que no conocemos. Y con ganas de usar esas armas para barrernos. No está en juego el mundo, Ender. Sólo nosotros. Sólo la raza humana. En lo que se refiere al resto de la Tierra, si somos barridos habría un reajuste y se acomodaría al siguiente paso de la evolución. Pero la humanidad no quiere morir. Como especie, hemos evolucionado para sobrevivir. Y lo hacemos esforzándonos, afanándonos, y, al cabo de unas cuantas generaciones, trayendo al mundo un genio. El que inventó la rueda. Y la luz. Y el vuelo. El que construyó una ciudad, una nación, un imperio. ¿Entiendes algo de lo que te digo?

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