Orson Card - El juego de Ender

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El juego de Ender: краткое содержание, описание и аннотация

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La Tierra se ve amenazada por los insectores, una raza extraterrestre completamente ajena a los humanos, a los que pretende destruir. Para vencer a los insectores es necesario un nuevo tipo de genio militar, y por ello se ha permitido el nacimiento de Ender, quien en cierta forma constituye una anomalía viviente: es el tercer hijo de una pareja en un mundo que ha limitado estrictamente a dos el número de descendientes. El niño Ender deberá aprender todo lo relativo a la guerra en los videojuegos y en los peligrosos ensayos de batallas que realiza con sus compañeros. A la habilidad en el tratamiento de las emociones, ya característica de Orson Scott Card, se une en este libro el interés por el empleo de las simulaciones de ordenador y juegos de fantasía en la formación militar, estratégica y psicológica del protagonista.

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—Rojo, amarillo, amarillo.

—Muy bien. Mi nombre es Dap. Seré vuestra mamaíta durante unos meses. Los chicos rieron.

—Reíd cuanto queráis, pero meteos esto en la cabeza. Si os perdéis por la escuela, lo que no seria nada extraño, no vayáis por ahí abriendo puertas. Algunas dan al exterior.

Más risas.

—Decid a cualquiera que vuestra mamaíta es Dap y me llamará. O decidle vuestros colores, e iluminará un camino de vuelta a casa. Si tenéis algún problema, contádmelo. No lo olvidéis; soy aquí el único que cobra por ser bueno con vosotros. Pero no demasiado bueno. Al primero que me replique le rompo la cara. ¿De acuerdo?

Se rieron otra vez. Dap tenía un dormitorio lleno de amigos. ¡Es tan fácil ganarse a los niños asustados!

—¿Alguien puede decirme qué dirección va hacia abajo?

Se lo dijeron.

—De acuerdo, pero esa dirección va hacia el exterior: La nave está en rotación, y eso es lo que produce la impresión de que el suelo está debajo. En realidad, el suelo hace una curva en esa dirección. Seguid esa dirección sin parar y volveréis al sitio de partida. Pero no hagáis la prueba. Porque por ese lado están los alojamientos de los profesores y por este lado están los chicos mayores. Y a los chicos mayores no les gusta que los reclutas anden husmeando. Se podrían meter con vosotros. De hecho, se meterán con vosotros. Y cuando eso ocurra, no vengáis lloriqueando. ¿Entendido? Estáis en la Escuela de Batalla, no en un jardín de infancia.

—¿Qué se supone que tenemos que hacer entonces? —preguntó un chico, un muchacho negro verdaderamente pequeño que ocupaba una litera superior cercana a la de Ender.

—El que no quiera que se metan con él, que se las arregle solo para salir del atolladero, pero os lo advierto: el asesinato va contra las reglas. Y también causar heridas deliberadamente. He oído que ha habido un intento de asesinato durante vuestro viaje. Un brazo roto. Si se vuelve a dar ese tipo de cosas, alguien va a salir frito. ¿Entendido?

—¿Qué significa frito? —preguntó el chico con el brazo inflado dentro de una tablilla.

—Freír. Poner a freír. Enviar a la Tierra. Expulsado de la Escuela de Batalla. Nadie miró a Ender.

—Por lo tanto, chicos, si alguno de vosotros tiene la intención de causar problemas, por lo menos que sea listo. ¿De acuerdo?

Dap se fue. Los chicos seguían sin mirar a Ender.

Ender sintió que el miedo crecía en su vientre. No sufría por el chico al que rompió el brazo. Era un Stilson. Y, como Stilson, ya estaba reuniendo una pandilla. Un puñado de chicos, algunos de los más grandes. Estaban riéndose en la otra punta del dormitorio, y, de vez en cuando, uno de ellos se daba la vuelta para mirar a Ender.

Ender quería irse a casa, con todas sus fuerzas. ¿Qué tenía que ver todo eso con salvar al mundo? Ahora ya no tenía un monitor. Era otra vez Ender contra la pandilla, con la diferencia de que ahora estaban en su mismo dormitorio. Peter otra vez, pero sin Valentine.

El miedo siguió con él durante toda la cena, pues nadie se sentó a su lado en el comedor. Los demás chicos comentaban cosas; el enorme marcador que había en una pared, la comida, los chicos mayores. Ender sólo podía mirar, aislado.

Los marcadores daban las posiciones de equipos. Juegos ganados-perdidos, con los resultados más recientes. Algunos chicos mayores parecían haber hecho apuestas en los últimos juegos. Dos equipos, Mantis y Áspid, no tenían el último resultado; esa casilla se encendía intermitentemente. Ender llegó a la conclusión de que debían estar jugando en ese mismo momento.

Advirtió que los chicos mayores estaban divididos en grupos, por los uniformes que llevaban. Unos cuantos que vestían diferente uniforme hablaban entre sí, pero normalmente cada grupo tenía su propia zona. Los reclutas, su grupo y los dos o tres grupos de chicos un poco mayores, llevaban todos uniformes lisos. Pero los chicos mayores, los que estaban en equipos, vestían ropas mucho más llamativas. Ender intentó adivinar quiénes correspondían a cada nombre. Escorpión y Araña eran fáciles. También lo eran Llama y Marea.

Un chico más grande vino a sentarse a su lado. No era sólo un poco más grande; aparentaba doce o trece años. Ya tenía algo de pelusilla en la cara.

—Hola —dijo.

—Hola —dijo Ender.

—Me llamo Mick.

—Ender.

—¡Eso es un nombre!

—Me llamo así desde que era pequeño. Así es cómo me llamaba mi hermana.

—No es mal nombre para este lugar. Ender. Acabador.

—Eso espero.

—Ender, ¿eres el insector de tu lanzamiento? Ender se encogió de hombros.

—He notado que comías solo. Cada lanzamiento tiene uno así. Un chico que no cae bien a nadie. Algunas veces pienso que los profesores lo hacen adrede. Los profesores no son muy agradables. Ya lo verás.

—Seguro.

—¿Así que tú eres el insector?

—Eso parece.

—No te preocupes. No es como para echarse a llorar.

Dio a Ender su panecillo y cogió a cambio su flan.

—Come cosas nutritivas. Te hará fuerte. Mick atacó el flan.

—¿Y tú? —preguntó Ender.

—¿Yo? Yo no soy nada. Un pedo en el sistema de aire acondicionado. Siempre estoy ahí, pero la mayoría del tiempo nadie lo nota.

Ender sonrió con indecisión.

—Ríete, pero no es broma. Aquí no tengo ninguna salida. Me estoy haciendo mayor. Me mandarán a la siguiente escuela muy pronto. Desde luego, no será la Escuela de Tácticas. Nunca he sido un líder, ya lo ves. Sólo los que llegan a ser líderes tienen alguna posibilidad.

—¿Qué hay que hacer para ser un líder?

—¿Crees que estaría aquí si lo supiera? ¿Cuántos tíos de mi tamaño ves por aquí? No muchos. Ender no respondió.

—Pocos. No soy el único que es carne de m-sector medio frito. Unos pocos. Los otros tíos son todos comandantes. Todos los de mi lanzamiento tienen ahora sus propios equipos. Menos yo.

Ender asintió con la cabeza.

—Escucha, chaval. Te estoy haciendo un favor. Haz amigos. Sé un líder. Besa traseros si hace falta, pero si los otros chicos te desprecian, ¿sabes lo que significa?

Ender volvió a asentir con la cabeza.

—No, no sabes nada. Todos los reclutas sois iguales. No sabéis nada. Cabezas como el espacio. No tenéis nada ahí. Y si recibís un golpe, os desmoronáis. Escucha, cuando acabes como yo, no olvides que hubo alguien que te lo advirtió. Es lo último que alguien va a hacer por ti.

—¿Por qué me lo dices entonces? —preguntó Ender.

—¡No seas bocazas! ¡Come y calla!

Ender se calló y comió. No le gustaba Mick. Y sabía que no había ninguna posibilidad de que acabara como él. Quizá fuera eso lo que habían planeado los profesores, pero Ender no tenía ninguna intención de encajar en sus planes.

«No seré el insector de mi grupo —pensó Ender—. No he dejado a Valentine, a mamá y a papá para venir aquí simplemente para salir frito.»

Cuando se llevaba el tenedor a la boca, sintió a su familia alrededor, como habían estado siempre. Sabía a qué lado tenía que girar la cabeza para levantar la vista y ver a mamá intentando que Valentine no hiciera ruido al comer. Sabía exactamente dónde estaría papá, escudriñando las noticias de la mesa mientras hacía ver que tomaba parte en la conversación, y Peter, haciendo como que se sacaba de la nariz un guisante triturado; incluso Peter podía ser divertido.

Era un error pensar en ellos. Sintió que le subía un sollozo por la garganta y se lo tragó; no podía ver el plato.

No podía llorar. No había ninguna posibilidad de que tuvieran compasión de él. Dap no era mamá. Cualquier signo de debilidad diría a los Peter y a los Stilson que podían destrozarle. Ender hizo lo que hacía siempre cuando Peter le atormentaba. Se puso a contar dobles. Uno, dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro. Y así siguió mientras pudo retener los números en la cabeza; 128, 256, 512, 1024, 2048, 4096, 8192, 16384, 32768, 65536, 131072, 262144. En el 67108864 comenzó a dudar. ¿Se había comido un dígito? ¿Estaba en los diez millones o en los cien millones o sólo en los millones? Intentó hacer un doble más y se perdió, 1342 y algo más, ¿16? ¿o 17738? Lo había perdido. A comenzar otra vez. Todos los dobles que pudiera memorizar. El dolor había desaparecido. Las lágrimas habían desaparecido. No lloraría.

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