Pero no conseguía hacerse una idea de lo que podría ser «simplemente vivir». No lo había hecho en toda su vida. Pero quería hacerlo ahora.
Las escuadras eran más grandes que los grupos de lanzamiento, y los dormitorios-cuarteles de las escuadras también eran más grandes. Éste era largo y estrecho, con literas a ambos lados; tan largo que se podía apreciar la curvatura del suelo en la elevación de la otra punta; una porción de la rueda de la Escuela de Batalla.
Ender se quedó en la puerta. Unos cuantos chicos que estaban cerca de la puerta le miraron, pero eran mayores, y parecía como si ni le hubieran visto. Siguieron con sus conversaciones, tumbados o sentados en las literas. Naturalmente, estaban comentando batallas; los chicos mayores siempre estaban comentando batallas. Eran mucho más altos que Ender. Los de diez y once años parecían torres; incluso el más joven tenía ya ocho años, y Ender no era muy alto para su edad.
Intentó ver cuál de ellos era el comandante, pero casi todos estaban vestidos de una forma intermedia entre el traje de batalla y lo que los soldados llamaban siempre su uniforme de noche: desnudos de la cabeza a los pies. Muchos habían sacado sus consolas, pero pocos estaban estudiando.
Ender entró en el dormitorio. Su presencia fue advertida inmediatamente.
—¿Qué quieres? —le preguntó el chico que ocupaba la litera superior más próxima a la puerta. Era el más alto. Ender se había fijado antes en él, un joven gigante con pelusilla que le crecía desigualmente por la barbilla—. Tú no eres un Salamandra.
—Parece ser que sí, creo —dijo Ender—. Verde verde marrón, ¿no? He sido trasladado.
Mostró su papel al chico, obviamente el centinela.
El centinela alargó la mano hacia el papel. Ender lo retiró, justo lo necesario para ponerlo fuera de su alcance.
—Parece ser que tengo que entregárselo a Bonzo Madrid.
Otro chico se sumó a la conversación, un chico más pequeño, pero de todas formas más alto que Ender.
—No Ben-zoe idiota. Bonzo. Es un nombre español. Bonzo Madrid. Aquí nosotros hablamos español, señor Gran Fedor.
—Tú debes ser Bonzo entonces —preguntó Ender, pronunciando el nombre correctamente.
—No, simplemente un políglota con talento. Petra Arkanian. La única chica de la escuadra Salamandra. Con más huevos que todos los de este dormitorio.
—Mamá Petra me ha hablado —dijo uno de los chicos—. Me ha hablado, me ha hablado. Otro chico replicó:
—Mea hablado, mea hablado, mea hablado. Unos cuantos se rieron.
—Que quede entre tú y yo —dijo Petra—. Si tuvieran que poner una lavativa a la Escuela de Batalla, se la pondrían a verde verde marrón.
Ender se desesperaba. No tenía nada que le avalase: sin ningún tipo de preparación, pequeño, sin experiencia, expuesto a los resentimientos de los demás por su temprano ascenso. Y por si no fuera suficiente, ahora, por casualidad, entablaba amistad precisamente con quien menos le convenía. Una marginada de la escuadra Salamandra, que los demás iban a asociar con él. ¡Qué día! Durante un momento, mientras recorría con la mirada sus caras sarcásticas, se imaginó sus cuerpos cubiertos de pelo, sus dientes puntiagudos preparados para desgarrar. «¿Soy yo el único ser humano de este lugar? ¿Son los demás animales, a la espera de devorar?»
Entonces se acordó de Alai. Seguramente, en todas las escuadras habrá por lo menos uno que merece la pena conocer.
De repente, aunque nadie dijo que se callaran, las risas pararon y el grupo quedó en silencio. Ender se dio la vuelta y miró a la puerta. Había allí un chico alto, oscuro y delgado, de bellos ojos negros y labios finos que insinuaban refinamiento. «Seguiría a esta beldad a cualquier parte —dijo algo dentro de Ender—. Vería lo que ven esos ojos.»
—¿Quién eres? —preguntó el chico sin levantar la voz.
—Ender Wiggin, señor —dijo Ender esgrimiendo las órdenes—. Trasladado de grupo de lanzamiento a la escuadra Salamandra.
El chico cogió el papel con un movimiento seguro y veloz, sin tocar la mano de Ender.
—¿Cuántos años tienes, Wiggin? —le preguntó.
——Casi siete.
Con el mismo tono de voz que antes, le dijo:
—He preguntado cuántos años tienes, no cuántos años casi tienes.
—Tengo seis años, nueve meses y doce días.
——Cuánto tiempo has estado haciendo prácticas en la sala de batalla.
—Unos pocos meses. Intento mejorar.
—¿Algún tipo de preparación en maniobras de batalla? ¿Has formado parte de un batallón alguna vez? ¿Has realizado alguna vez algún ejercicio conjunto?
Ender no había oído hablar de todas esas cosas. Negó con la cabeza.
Madrid le miró impávidamente.
—Ya veo. No tardarás en descubrir que los oficiales al mando de la escuela, y notablemente el mayor Anderson, que está a cargo de los juegos, son muy aficionados a los ardides. La escuadra Salamandra está empezando a salir de una oscuridad indecente. Hemos vencido en doce de los últimos veinte juegos. Hemos sorprendido a Rata, Escorpión y Sabueso, y estamos preparados para luchar por el liderazgo de la clasificación. Naturalmente, por eso se me da tal espécimen de subdesarrollo como tú, sin utilidad, sin experiencia y sin esperanza.
Petra dijo en voz baja:
—No está encantado de conocerte.
—Cállate, Arkanian —dijo Madrid—. A una prueba añadimos ahora otra. Pero cualquiera que sean los obstáculos que nuestros oficiales decidan sembrar en nuestro camino, seguimos siendo…
—¡Salamandra! —gritaron los soldados, como un solo hombre.
Instintivamente, la idea que Ender se había hecho de estos acontecimientos cambió. Era una ceremonia, un ritual. Madrid no tenía intención de herirle, sólo quería mantener bajo control un acontecimiento inesperado y utilizarlo para reforzar su control de la escuadra.
—Somos el fuego que les consumirá, vientre e intestinos, cabeza y corazón, muchas llamas pero un solo fuego.
—¡Salamandra! —volvieron a gritar.
—Ni siquiera éste nos debilitará. Por un momento, Ender abrió la puerta a la esperanza.
—Trabajaré duro y aprenderé rápidamente —dijo.
—No te he dado permiso para hablar —respondió Madrid—. Tengo la intención de intercambiarte en cuanto pueda. Probablemente, para librarme de ti tendré que desprenderme de algún elemento valioso, pero, siendo tan pequeño, eres peor que inútil. Un congelado más en cada batalla, eso es lo que eres, y en la situación en que estamos ahora, cada soldado congelado tiene consecuencias en la clasificación. Nada personal, Wiggin, pero estoy seguro que puedes formarte a expensas de algún otro.
—Es todo corazón —dijo Petra.
Madrid se acercó a la chica y le cruzó la cara con el revés de la mano. No sonó mucho, pues la había golpeado con las uñas de los dedos. Pero en la mejilla aparecieron unas señales rojas, cuatro, y otras tantas gotas de sangre marcaban los puntos donde habían dado las puntas de las uñas.
—Éstas son tus instrucciones, Wiggin. Y espero que ésta sea la última vez que tengo que hablar contigo. Te mantendrás aparte mientras nos entrenamos en la sala de batalla. Naturalmente, tienes que estar ahí, pero no pertenecerás a ningún batallón y no tomarás parte en ninguna maniobra. Cuando se nos llame a una batalla, te vestirás rápidamente y te presentarás en la puerta como todos los demás. Pero no atravesarás la puerta hasta que hayan pasado cuatro minutos desde el comienzo del juego, y entonces permanecerás en la puerta, sin desenfundar ni disparar tu arma, hasta que el juego termine.
Ender asintió con la cabeza. Así que iba a ser nadie. Anheló que el intercambio tuviera lugar pronto.
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