Ender entendió más de lo que Petra había dicho. La manipulación de la gravedad era una cosa; el engaño de los oficiales era otra; pero el mensaje más importante era éste: el enemigo son los adultos, no las otras escuadras. No nos dicen la verdad.
—Ven, pequeño —dijo Petra—. La sala de batalla está lista. La mano de Petra no tiembla. El enemigo está muerto. —Emitió una risilla—. Me llaman Petra el poeta.
—También dicen que estás más loca que un cencerro.
—Mejor que te lo creas, culo de bebé.
Llevaba en una bolsa diez pelotas que harían de blanco. Ender agarraba su traje con una mano y la pared con la otra, para retenerla cuando lanzaba las pelotas, con fuerza, en diferentes direcciones. En la gravedad nula, cada una rebotó en una dirección.
—Suéltame —le dijo Petra.
Zarpó girando sobre sí misma; haciendo diestros movimientos con las manos, se detuvo, y comenzó a disparar a las pelotas una detrás de otra. Cuando acertaba a una, su resplandor cambiaba de blanco a rojo. Ender sabía que el cambio de color duraba menos de dos minutos. Sólo una pelota había vuelto a ser blanca cuando acertó a la última.
Rebotó con precisión en una pared y volvió a gran velocidad hacia Ender. Ender la agarró y le ayudó a contrarrestar su rebote: era una de las primeras técnicas que le habían enseñado siendo recluta.
—Eres muy buena —dijo.
—Nadie mejor que yo. Y vas a aprender a hacerlo.
Petra le enseñó a extender el brazo totalmente, a apuntar con todo el brazo.
—La mayoría de los soldados no se dan cuenta de que cuanto más lejos está el blanco, más tiempo hay que mantener el rayo en un círculo de aproximadamente dos centímetros. Es simplemente la diferencia entre una décima de segundo y medio segundo, pero en batalla eso es mucho tiempo. Muchos soldados creen que han errado el tiro, cuando en realidad estaban dando justo en el blanco pero se retiraban antes de tiempo. No se puede utilizar la pistola como una espada, zas-zas y cortar por la mitad. Tienes que apuntar.
Se sirvió del llama-pelotas para atraer los blancos, y luego los lanzó otra vez lentamente, uno por uno. Ender les disparó. Falló casi todos los tiros.
—Muy bien —dijo Petra—. No tienes ningún hábito malo.
—Tampoco tengo ninguno bueno —subrayó Ender.
—En eso te doy la razón.
No consiguieron mucho esa primera mañana. Casi todo fue hablar. Cómo pensar mientras se está disparando. Tienes que retener en la cabeza al mismo tiempo tu movimiento y el movimiento del enemigo. Tienes que mantener el brazo derecho y apuntar con el cuerpo para que, si te congelan el brazo, puedas seguir disparando. Averigua en qué punto del recorrido del gatillo se dispara la pistola, para que no tengas que apretar el gatillo hasta el fondo cada vez que disparas. Relaja el cuerpo, no te tenses, hace que tiembles.
Esa fue la única práctica que Ender hizo ese día. En los ejercicios que hizo la escuadra por la tarde, a Ender se le ordenó que trajera su consola e hiciera sus deberes, sentado en un rincón de la sala. Bonzo tenía obligación de tener a todos sus soldados en la sala de batalla, pero no tenía obligación de utilizarlos.
De todas formas, Ender no hizo sus deberes. Si no podía hacer ejercicios como soldado, podía estudiar a Bonzo como comandante. La escuadra Salamandra estaba dividida en los cuatro batallones estándar de diez soldados cada uno. Algunos comandantes distribuían sus batallones de forma que el batallón A tenía los mejores soldados y el D los peores. Bonzo los había mezclado y todos tenían soldados buenos y soldados flojos.
Con la diferencia de que el B sólo tenía nueve chicos. Ender se preguntó quién habría sido transferido para dejarle su sitio. En seguida se puso de manifiesto que el jefe del batallón B era nuevo. No era extraño que Bonzo estuviera tan disgustado: había perdido un jefe de batallón para dar cabida a Ender.
Y Bonzo tenía razón en otra cosa: Ender no estaba preparado. Estuvieron toda la práctica haciendo maniobras. Batallones que no podían verse entre sí hacían operaciones precisas con una sincronización perfecta; los batallones hacían prácticas apoyándose los unos en los otros para hacer cambios súbitos de dirección sin romper la formación. Todos esos soldados daban por sabidas técnicas que Ender no conocía. La técnica de hacer un aterrizaje suave y absorber el impacto. Vuelos precisos. Corrección de la dirección utilizando a los soldados congelados que flotaban por la sala. Balanceos, giros, regates. Deslizamientos por las paredes, una maniobra muy difícil y a la vez una de las más útiles, pues impide que el enemigo pueda ponerse detrás.
Aunque Ender aprendió muchas cosas que no sabía, también vio cosas que se podían mejorar. Las formaciones perfectamente ensayadas eran un error. Permitían a los soldados obedecer instantáneamente las órdenes, pero eso significaba también que eran previsibles. Además, los soldados disfrutaban de muy poca iniciativa individual. Una vez establecido un modelo, tenían que seguirlo hasta el final. No había lugar para hacer reajustes en función de lo que hiciera el enemigo contra la formación. Ender estudió las formaciones de Bonzo como lo haría un comandante enemigo, buscando las formas de romperlas.
Esa noche, durante las horas de juego libre, Ender pidió a Petra que hiciera prácticas con él.
—No —le dijo—. Quiero llegar a ser comandante algún día y tengo que jugar en la sala de juegos.
Estaba extendida la creencia de que los profesores rastreaban los juegos y escogían allí a los potenciales comandantes. Ender lo dudaba. Los jefes de batallón tenían más posibilidades de demostrar lo que podrían hacer siendo comandantes que ningún jugador de vídeos.
Pero no discutió con Petra. La práctica que siguió al desayuno fue más que generosa. De todas formas, tenía que practicar. Y no podía practicar solo, con excepción de unas pocas técnicas básicas. La mayoría de las técnicas más difíciles requerían compañeros o equipos. Si por lo menos siguiera teniendo a Alai o a Shen para hacer prácticas con ellos…
¿Y por qué no podía practicar con ellos? No había oído nunca que un soldado hiciera prácticas con los reclutas, pero no había ninguna norma en contra. Simplemente, no lo había hecho nadie; había demasiado desprecio hacia los reclutas. Y de todas formas, a Ender se le seguía tratando como a un recluta. Necesitaba a alguien con quien practicar, y a cambio podría ayudarle a aprender las cosas que veía hacer a los chicos mayores.
—¡Atención, vuelve el gran soldado! —dijo Bernard.
Ender se detuvo en la puerta de su anterior cuartel. Sólo había estado fuera un día, pero le parecía ya un sitio extraño, y los chicos de su lanzamiento eran también extraños. Estuvo a punto de dar la vuelta y marcharse. Pero estaba Alai, que había convertido su amistad en algo sagrado. Alai no era un extraño.
Ender no hizo ningún esfuerzo para ocultar el trato que recibía en la escuadra Salamandra.
—Y tienen razón —dijo—. Soy más inútil que un estornudo en un traje espacial.
Alai se echó a reír, y otros reclutas comenzaron a rodearle. Ender propuso el trato. Juego libre, todos los días, trabajo duro en la sala de batalla, bajo su dirección. Ellos aprenderían cosas de las escuadras, de las batallas que pudiera ver Ender; y él podría hacer las prácticas que necesitaba para desarrollar sus técnicas de soldado.
—Nos formaremos juntos. Muchos chicos querían ir.
—De acuerdo —dijo Ender—. Pero aquí se viene a trabajar. El que se dedique a hacer el tonto, será expulsado. No tengo tiempo que perder.
No perdieron el tiempo. Ender mostró considerables dosis de torpeza al intentar describir lo que había visto, al intentar descifrar la forma de hacerlo. Pero para cuando terminó el tiempo del juego libre, habían aprendido algo. Estaban cansados, pero estaban cogiendo el truco a algunas técnicas.
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