Pero las palabras posteriores de Traveller me devolvieron la tranquilidad en cierta medida.
—Uno no debe preocuparse innecesariamente —dijo, porque el espacio es grande, y las probabilidades de tal colisión son muy pequeñas. Pero me pareció que debía tomar precauciones para tal posibilidad… o para cualquier otro desastre que pueda afectar al exterior de la nave.
El sector recién expuesto de la Cámara de Propulsión contenía una caja de aluminio colocada contra la parte baja del suelo del compartimento; la caja tenía la forma y el tamaño de un ataúd y estaba sellada por una tapa mantenida en su sitio por una cerradura de rueda. Traveller nos explicó que ese «armario de aire» era una compuerta, y que al otro lado había otra puerta que llevaba al exterior de la nave… ¡al espacio! Esa segunda puerta podía abrirla el hombre en el interior de la caja por medio de otra rueda.
—El aire en la caja saltaría al espacio, por supuesto —dijo Traveller con indiferencia—, pero, siempre que la otra puerta estuviese cerrada por completo, no se produciría ningún daño a los ocupantes de la cabina. De esa forma puede salirse al exterior sin romper el hermetismo de la nave.
Holden frunció el ceño y examinó el dispositivo.
—Muy ingenioso —dijo tranquilamente—, exceptuando la suerte del pobre tipo en el interior del ataúd, que moriría con toda seguridad por la falta de aire a los pocos minutos de abrir la segunda puerta.
—Para nada —dijo Traveller—, porque en el interior del armario hay un traje especial. El traje está sellado por completo, y se alimenta por una tubería de aire que viene del interior de la nave. De esa forma un hombre podría vivir y trabajar en el vacío del espacio durante varios minutos sin efectos adversos.
Eso me resultaba difícil de visualizar, pero —después de algunos minutos de preguntas— comprendí lo esencial del dispositivo.
Y mi destino se presentaba ante mí, tan claro como una carretera dibujada en un mapa.
Un cierta calma se apoderó de mí, y dije tranquilamente:
—Traveller, ¿qué longitud tiene esa manguera de conexión?
—Más de cuarenta pies, extendida por completo. Tenía intención de que el intrépido ingeniero pudiese llegar a cualquier parte de la nave.
Asentí.
—En particular —dije lentamente—, podría llegar a la zona del Puente, y a la escotilla que permite entrar al Puente desde fuera.
La cara de Holden se llenó de maravilla y una cierta esperanza.
—Ah. Y el hombre con el traje podría entrar en el Puente mismo.
Traveller bramó ensordecedor:
—Joven, ¿está diciendo que esa aventura debería ponerse en marcha?
Me encogí de hombros, todavía calmado.
—Me parece que nos ofrece una oportunidad, aunque pequeña, de sobrevivir; mientras que permanecer aquí y no hacer nada sólo nos promete una muerte lenta y desagradable.
—Pero se trata de un sistema experimental. —Agitaba los brazos como las alas de un pájaro absurdo—. Sólo he llevado ese traje durante unos segundos, y fue en la superficie de la Tierra; todavía debo resolver el problema del flujo de aire, de la pérdida de calor…
—¿Qué hay de todo eso? —pregunté—. Que ésta sea la prueba definitiva, sir Josiah, la prueba de destrucción. Seguro que las lecciones aprendidas en semejante salto no tendrían precio para la construcción de un traje mejor en el futuro.
Esa tentación científica penetró en el viejo caballero, y vi cómo la curiosidad desnuda salía a sus ojos durante un momento, pero dijo:
—Mi joven amigo, yo no sobreviviría lo suficiente a ese viaje para poner las lecciones en práctica. Ahora cerremos este compartimento y…
—Yo también estoy seguro de que no sobreviviría a ese viaje, señor —dije con franqueza—. Porque tiene usted una edad avanzada y, perdóneme, padece de asma. —Examiné al resto—. Holden es demasiado grueso para meterse en ese aparato… y, si él me perdona, no está en la forma física adecuada para realizar una tarea tan agotadora. Y Pocket… —Los ojos del sirviente estaban fijos en los míos y me miraban implorándome; sólo dije con suavidad—. Por supuesto, no podríamos pedirle a nuestro fiel amigo que realizase tal salto. Caballeros, el curso está claro.
—Ned, ¡no puede pretender…
—Vicars, se lo prohíbo absolutamente, ¡Es un suicidio!
Dejé que las palabras recorriesen mis oídos, apenas escuchaba, porque ya me había decidido. Mis ojos miraron más allá de mis compañeros hacia el casco de la nave… y luego, como si las paredes se hubiesen vuelto de cristal, me pareció ver el abismo; un lugar de frío infinito, lleno de rocas como balas… Y el lugar al que, ahora lo sabía, pronto iría.
Yo estaba dispuesto a ir directamente a la aventura, porque todavía era temprano; pero Traveller insistió en que salir directamente de la nave sin prepararme adecuadamente reduciría a cero mis pequeñas posibilidades.
Así que Traveller decidió que pasarían dos días hasta el momento en que entrase en el armario en forma de ataúd. Aunque no estaba seguro del efecto de ese retraso en mis frágiles coraje y estado mental, cedí en ese punto.
Traveller se puso a trabajar en mi adecuación física.
—Va a entrar en una región inexplorada, y es imposible estar seguro de qué efectos tendrá en su cuerpo el ambiente del espacio, cubierto en un traje protector —dijo.
Así que me puso bajo una dieta intensa de comidas ligeras, con mucho pan y sopa. Traveller insistía —y me obligaba— en que masticase cada bocado lentamente, para evitar la posibilidad de que tragase aire. Al principio me resistí al régimen, pero Traveller me señaló cortante que un estómago lleno de aire es como un globo; y que en el vacío sin aire del espacio no habría atmósfera para limitar la expansión de ese globo contra la presión del aire contenido en su interior…
Extendió esa analogía en términos brutales; y mastiqué el pan con renovado entusiasmo.
Se me alimentó con aceite de hígado de bacalao y otras soluciones de hierro, cuyo propósito era aumentar mi fuerza y, procedentes de un pequeño botiquín que Traveller llevaba, frutos secos de senna y sirope de higo, para limpiarme internamente de toda basura indeseable. Mientras sufría la agonía de esos medicamentos me pregunté si no habría entrado en una especie de Purgatorio, una antesala del Infierno sin aire al que me enfrentaría más allá del casco.
Finalmente, Traveller disolvió una sal de bromuro en mi té. Eso me sorprendió, aunque había oído que tales pociones se administraban a los soldados de infantería en el campo de batalla. Después Traveller me llevó a un lado y me explicó que el propósito del bromuro era reprimir lo que llamó ciertos impulsos comunes en un hombre joven de mi edad y temperamento, que podrían tener consecuencias desafortunadas para un cuerpo atrapado en el traje. Eso me desconcertó; porque, aunque había pensado a menudo en Françoise durante esos días oscuros, mis pensamientos adoptaban más la forma de plegarias silenciosas por su seguridad y nuestra futura reunión que la de elucubraciones más excitables; ¡y era difícil concebir que nociones como ésas fuesen a distraerme en el momento de mayor peligro!
Aun así, me tomé el bromuro de Traveller con buen humor.
La primera noche fue difícil de pasar, porque Traveller había prohibido expresamente el alcohol con mis comidas; y mientras estaba allí tendido en medio de la cabina a oscuras, mi corazón martilleaba y el sueño parecía estar imposiblemente lejos. Después de más o menos una hora me levanté y me quejé a Traveller. Con muchos murmullos de protesta él se levantó —la bolita de su gorro de dormir flotaba a su espalda mientras él se movía por el aire— y me preparó una potente pócima para dormir. Con eso en mi interior, dormí sin soñar; y Traveller repitió la dosis a la noche siguiente.
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