Robert Heinlein - Estrella doble

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También publicado como “Intriga estelar”.
¿Podría un miserable actor sustituir al político más famoso del imperio? Lorenzo Smith sintió un hormigueo en su cuerpo cuando le propusieron el trabajo, ya que Bonforte era el político más reputado en la Galaxia. Sería un gran desafío dar vida a este personaje, por supuesto. Pero cuando estudió el papel vio muy claro que se encontraba ante una peligrosa misión de cuyo resultado dependía el destino del Sistema Solar…

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—Sí, sí. Se trata del equipo de reserva. Mmmm… ¿Qué hay de ese Braun?

Me sentí sorprendido en extremo. Tenía entendido que Willem pondría el visto bueno a las listas sin comentarios, pero no creía posible que quisiera hablar de otras cosas. No tenía miedo de hablar con él; un hombre puede adquirir una brillante reputación como conversador dejando, simplemente, que su interlocutor lleve el peso de la conversación.

Lothar Braun era lo que vulgarmente se llama “un joven y prometedor estadista”. Lo que yo sabía de él procedía de su ficha Farley y de lo que me habían dicho Roger y Bill. Había iniciado su carrera política después que Bonforte dejó el poder y, por lo tanto, nunca había tenido ningún cargo de Gobierno; pero trabajó con brillantez en las reuniones del Partido y en la Asamblea Interplanetaria. Bill insistió en que Bonforte planeaba hacerle subir rápidamente y que debía probar sus alas en el Gobierno regente; lo había propuesto para Ministro de Comunicaciones Exteriores.

Roger Clifton había estado indeciso; antes de eso había anotado el nombre de Ángel Jesús de la Torre y Pérez, el subsecretario de carrera. Pero Bill había dicho que, si Braun resultaba un fracaso, ahora era la ocasión de ponerle a prueba sin que el daño fuese grande. Por fin, Clifton había accedido a la designación.

—¿Braun? —contesté—. Es un joven de brillante carrera. Muy brillante.

Willem no hizo ningún comentario, pero volvió a mirar la lista. Traté de recordar exactamente lo que Bonforte había dicho de Braun en su ficha. Brillante… muy trabajador… una inteligencia analítica. ¿Había algo contra él? No… bien… quizá… un poco demasiado afable. Eso no es suficiente para condenar a un hombre. Pero Bonforte no había dicho nada de las virtudes positivas, tales como la lealtad y la honradez. Lo cual tampoco quería decir nada, ya que el archivo Farley no era una serie de estudios psicológicos; no era más que una colección de informaciones accidentales.

El Emperador puso la lista a un lado.

—Joseph, ¿piensa hacer entrar a los nidos marcianos en el Imperio cuanto antes?

—¿Eh? Desde luego, no antes de la elección, Sire.

—Vamos, ya sabe que estoy hablando de después de las elecciones. ¿Y se ha olvidado de llamarme Willem? Es absurdo que un hombre que tiene seis años más que yo me llame Sire.

—Gracias, Willem.

—Los dos sabemos que se supone que no me fijo en la política. Pero también sabemos que esa idea es una tontería. Joseph, ha pasado muchos años de su vida creando una situación en la cual los nidos deseen entrar libremente en el Imperio —señaló mi varilla—. Creo que lo ha conseguido. Si gana esta elección, le será posible hacer que la Asamblea Interplanetaria me conceda el permiso para proclamar la incorporación de los marcianos. ¿Bien?

Reflexionó un momento.

—Willem, usted sabe que esto es exactamente lo que pensamos hacer. Debe de tener alguna razón para tocar este tema.

Agitó lentamente su vaso y me miró, consiguiendo parecerse a un tendero de Nueva Inglaterra a punto de despedir a un turista que acaba de hacer una compra.

—¿Es que pide mi consejo? La Constitución exige que usted me aconseje a mí, y no al contrario.

—Sus consejos serán siempre bien recibidos, Willem. No puedo prometerle el seguirlos.

Se echó a reír.

—Usted nunca promete nada. Bien, supongamos que gana la elección y vuelve al poder… pero con una mayoría tan pequeña que pueda tener dificultades al tratar de conceder a los nidos la ciudadanía imperial. En tal caso, no le aconsejo que lo haga; es una cuestión de confianza. Si pierde, acepte la derrota temporalmente, y siga en el Gobierno hasta el fin de los cinco años.

—¿Por qué, Willem?

—Porque usted y yo tenemos paciencia. Fíjese en esto —señaló el escudo de su casa—. “¡Yo mantengo!” No es un lema deslumbrador, pero el propósito de un Rey no es ser brillante; su objetivo debe ser conservar, aceptar la lucha, encajar los golpes. Ahora, hablando según la Ley, no debería importarme si usted sigue en el Gobierno o no. Pero sí me importa que el Imperio se mantenga unido. Creo que, si no consigue lo que quiere en la cuestión de los marcianos inmediatamente después de las elecciones, puede permitirse el lujo de esperar… porque su política va a ser popular. Ganará muchos votos en las elecciones secundarias y más tarde podrá venir a verme y decirme que ya puedo añadir el de Emperador de Marte a mis otros títulos. De modo que no tenga prisa.

—Lo pensaré —dije cuidadosamente.

—Hágalo. ¿Qué piensa hacer con el sistema de colonias penitenciarias?

—Las aboliremos inmediatamente después de las elecciones y las suspenderé en el acto.

Podía contestar a aquella pregunta con firmeza. Bonforte odiaba el sistema de enviar a nuestros criminales a los presidios de Marte.

—Le atacarán duramente en ese punto.

—Que lo hagan. Déjeles. Eso nos hará ganar votos.

—Me siento satisfecho de saber que tiene la fuerza suficiente para mantener sus convicciones, Joseph. Nunca me ha gustado ver la bandera de Orange en una nave de penados. ¿Libertad de comercio?

—Después de la elección, sí.

—¿Qué va a usar para mantener el presupuesto?

—Nosotros creemos que el comercio y la producción se elevarán tan rápidamente, que los otros impuestos nos compensarán de la pérdida de las aduanas.

—¿Supongamos que no fuera así?

No tenía una contestación preparada para aquella pregunta… y la economía estatal era un misterio para mí. Sonreí.

—Willem, necesito tiempo para contestarle a eso. Pero todo el programa del Partido Expansionista se basa en la teoría de que la libertad de comercio, la libertad de comunicaciones, la ciudadanía universal, una divisa única y un mínimo de leyes imperiales y restricciones gubernamentales, son buenas, no sólo para los ciudadanos del Imperio, sino también para el mismo Imperio. Si necesitamos el dinero, lo encontraremos… pero no será dividiendo el Imperio en pequeñas satrapías.

Todo menos la primera frase era Bonforte puro, sólo que ligeramente adaptado.

—Ahorre los discursos para la campaña electoral —gruñó—. No era más que una pregunta —volvió a coger la lista—. ¿Está seguro que este Gabinete es exactamente lo que desea?

Estiró el brazo y me entregó la lista. Resultaba evidente que el Emperador me estaba diciendo tan claro como la Constitución se lo permitía, que, en su opinión, Braun no era una designación acertada. Pero, por los mejores carbones del infierno, yo no debía atreverme a alterar la lista que Roger y Bill habían preparado.

Por otro lado, aquélla no era la lista de Bonforte; no era más que lo que ellos creían que Bonforte haría si estuviera en sus plenas facultades.

Deseé poder pedir unos minutos de permiso y preguntarle a Penny lo que ella pensaba de Braun.

Luego cogí una pluma del despacho de Willem, crucé el nombre de Braun y escribí el de La Torre en letra de imprenta; todavía no podía arriesgarme a imitar la escritura de Bonforte. El Emperador se limitó a decir:

—Me parece que formará un buen equipo. Buena suerte, Joseph. La necesita.

La audiencia oficial terminó en ese punto. Me sentía impaciente por salir de allí, pero no puede uno marcharse de la presencia de un Rey; ésta es una de las pocas prerrogativas que han retenido. Willem quería mostrarme su taller y sus nuevos trenes eléctricos de juguete. Supongo que él ha hecho más que ninguna otra persona para revivir esta antigua afición; personalmente no comprendo que sea una cosa adecuada para un hombre ya mayor. Pero procuré mostrarme cortés e interesado por su nueva locomotora, que arrastraría al Royal Scotsman .

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