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Vernor Vinge: Naufragio en el tiempo real

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Vernor Vinge Naufragio en el tiempo real

Naufragio en el tiempo real: краткое содержание, описание и аннотация

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En la esperada continuación de LA GUERRA DE LA PAZ, una desastrosa extinción ocurrida en el siglo XXIII amenaza la continuidad de la civilización. Los poseedores del poder tecnológico intentan recoger a todos los supervivientes que van siendo liberados del éstasis de las Burbujas e incorporarlos al proyecto final, que no es otro que reconstruir la civilización con una diezmada humanidad. Pero uno de los líderes ha sido “asesinado” abandonado en el tiempo real, mientras el resto de la humanidad se encuentra en gracias a las Burbujas. En este caso, la reflexión de Vinge sobre el futuro, merecedora del Premio Prometheus otorgado por la Sociedd Libertaria Futurista, toma la forma conductora de una novela de misterio en un ambiente de ciencia ficción . El protagonista, Will Brierson, policía del siglo XXI, debe encontrar al “asesino” y desentrañar por qué se intenta obstaculizar la reconstrucción de la civilización. Finalista del Premio Hugo 1987

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Los robots de Korolev reconstruyeron rápidamente el monorraíl. Wil y los hermanos Dasgupta hicieron una excursión hasta el mar.

Las dunas habían desaparecido debido a las grandes olas tsunamis del día del rescate que se las llevaron tierra adentro. Los árboles que había al sur de donde antes estaban las dunas habían caído al suelo orientados en sentido opuesto al mar. No quedaba nada verde: todo estaba cubierto de ceniza. Incluso el mar tenía una capa de espuma sucia. Milagrosamente, algunos monos pescadores habían sobrevivido. Wil vio algunos pequeños grupos de ellos en la playa, estaban limpiándose unos a otros la ceniza que les cubría la piel. Pasaban la mayor parte del tiempo en el agua, que todavía se mantenía caliente.

El rescate propiamente dicho había resultado un éxito indiscutible. La burbuja de los Pacistas estaba ahora en la superficie. Tres días después de la detonación, un aparato volador de Korolev visitó el lugar de los hechos. Las fotografías que transmitió eran impactantes. Vientos con fuerza de galerna, todavía cargados de cenizas, soplaban a través de la costra gris de la tierra. Por entre las grietas en forma de red que tenía la costra asomaban unas zonas incandescentes de color rojo-anaranjado. En el centro de un lago de roca que se solidificaba lentamente había una esfera perfecta: la burbuja. Flotaba sobre la roca fundida, asomando dos terceras partes. Como era normal, su superficie no estaba deformada por señales de golpes ni de mellas. En ella no se adhería la ceniza ni la roca. Era perfectamente visible: su superficie especular reflejaba el paisaje que le rodeaba, mostrando el reticulado de grietas incandescentes que se perdía entre la bruma.

Era una burbuja típica, en un lugar atípico.

—Todas las cosas han de transcurrir.

Esta era la cita incorrecta favorita de Rohan Dasgupta. Al cabo de unos pocos meses, el lago fundido se helaría y un hombre sin ninguna clase de protección podría llegar andando hasta la misma burbuja Pacista. También acabarían aproximadamente en la misma época las tinieblas y las lluvias de lodo. Durante algunos años las puestas de sol serían espectaculares y el tiempo sería más frío de lo habitual. Los árboles heridos sanarían, y otros nuevos reemplazarían a los que habían muerto: Al cabo de uno o dos siglos la naturaleza habría olvidado la afrenta sufrida, y la burbuja Pacista ya reflejaría un bosque verde.

Pero habrían de pasar quién sabe cuantos milenios antes de que la burbuja se rompiera y los hombres y mujeres que estaban dentro de ella pudieran juntarse con la colonia.

Como era habitual, las Korolevs tenían un plan. Y como era igualmente habitual, los tecno-min, que poseían una técnica inferior no tenían más remedio que ir en pos de ellas.

—Hey, esta noche tenemos una fiesta, ¿queréis venir?

Wil y los demás levantaron la vista de su trabajo con la pala. Después de estar tres horas chapoteando entre la ceniza, todos tenían el mismo aspecto. Negros, blancos, chinos, indios, aztlanes: todos estaban cubiertos de ceniza gris.

La visión que había delante suyo iba vestida de un blanco reluciente. Su plataforma volante estaba suspendida exactamente encima del gran montón de ceniza que los de técnica inferior habían empujado hasta la calle. Era una de las hijas de los Robinson. ¿Tammy? En cualquier caso parecía una imagen de la moda del siglo veinte: rubia, tostada por el sol, diecisiete años, amistosa.

Dilip Dasgupta le devolvió su sonrisa.

—Claro que queremos ir, pero ¿tiene que ser esta noche? Si no sacamos esta ceniza de las casas antes de que las Korolevs emburbujen, no acabaremos nunca.

A Wil le dolían mucho la espalda y los brazos, pero estuvo de acuerdo. Llevaban dos días trabajando en lo mismo, desde que las Korolevs habían anunciado la partida para aquella noche. Si lograban sacar de las casas toda la ceniza antes de emburbujarse, cuando regresaran ya habría sido arrastrada por las lluvias de mil años. Todos los de la calle se habían puesto manos a la obra, aunque hubo muchas protestas dirigidas especialmente a las Korolevs. Los de Nuevo Méjico hasta habían aportado algunos voluntarios con palas y carretillas. Wil reflexionaba sobre esto y no podía creer que alguien como Fraley estuviera embargado por un espíritu de cooperación. No se podía tratar más que de unas honestas ganas de ayudar por parte de algunos oficiales de baja graduación. O bien se trataba de un sutil esfuerzo para atraer a los tecno-min al campo de los de NM y conseguir unos futuros aliados contra las Korolevs y los Pacistas.

La chica Robinson se inclinó sobre su plataforma y se aproximó más a Dasgupta. Miró arriba y abajo de la calle, y después habló con aire confidencial.

—A mis padres les gustan mucho Yelén y Marta, de verdad. Pero papá cree que en algunas cosas van demasiado lejos. Vosotros, los Pájaros Madrugadores, vais a poneros a nuestro nivel técnico en unas pocas décadas. Entonces, ¿por qué tenéis que estar esclavizados así? Se mordió una uña.

—La verdad es que quiero que vengáis a nuestra fiesta… ¡Hey! por qué no hacemos esto: seguís trabajando, pongamos hasta las seis. Tal vez entonces ya lo hayáis limpiado todo. Pero si no es así, no os preocupéis. Los robots de mis padres se cuidarán de terminarlo mientras es preparáis para la fiesta —sonrió, y luego siguió casi tímidamente—. ¿Creéis que estará bien así? ¿Entonces, vais a venir?

Dilip miró a su hermano Rohan, y luego contestó, con cara inexpresiva.

—Bien, ah, pues sí. Con este refuerzo. Creo que sí, lo conseguiremos.

—¡Magnífico! Mirad. Será en nuestra casa y empezará cerca de las ocho, o sea que no trabajéis más allá de las seis, ¿de acuerdo? Y tampoco os preocupéis por la comida, tenemos mucha. La reunión durará hasta la Hora de las Brujas, lo que os permitirá disponer de mucho tiempo para llegar a vuestras casas antes del emburbujamiento de las Korolevs.

El aparato volante se inclinó de lado y ascendió por encima de los árboles que rodeaban las casas. —¡Hasta la vista! Doce sudorosos trabajadores observan su partida con entumecido silencio. Una sonrisa apareció lentamente en la ancha cara de Dilip. Primero miró hacia su pala, luego dirigió la vista a sus compañeros, y por fin gritó:

—¡Qué se joda todo esto!

Arrojó su pala al suelo y empezó a saltar encima de ella.

Aquello provocó una cordial aclamación general incluyendo a los cabos de NM. En pocos instantes, los recién liberados trabajadores ya habían partido en dirección a sus casas.

Únicamente Brierson permanecía en aquella calle, todavía miraba hacia la dirección por donde se había ido la chica Robinson. Sentía tanta curiosidad como gratitud. Wil se había esforzado al máximo para conocer mejor a los tecno-max de técnica elevada: a pesar de todas sus idiosincrasias, parecían estar unidos a las Korolevs. Pero sin pararse a considerar lo amistosas que pudieran ser sus divergencias, estaba convencido de que entre ellos había facciones. Me gustaría saber qué intentan ofrecernos los Robinson.

La zona pública de la finca de los Robinson era más agradable que la de las Korolevs. Lámparas incandescentes colgaban de unos postes de roble. La pista de baile, de madera de teca, comunicaba con una habitación bar, una terraza exterior y un teatro oscurecido, donde posteriormente se pasarían algunas extraordinarias películas familiares de los anfitriones.

Todavía iban llegando algunos invitados, y los pequeños Robinson corrían ruidosamente por la pista de baile, protegiéndose detrás de los huéspedes en un improvisado juego de escondite. Se les toleraba; no, aquello era mucho más que simple tolerancia: eran los únicos niños que había en el mundo.

En cierto sentido, casi todos los presentes eran exiliados. Algunos habían sido secuestrados, algunos habían llegado allí para escapar de algún castigo (merecido o no), algunos (como los Dasguptas) pensaban que se harían ricos si durante un par de siglos se ausentaban del tiempo mientras sus inversiones se multiplicaban. En total, sus saltos temporales iniciales habían sido cortos: habían viajado a los siglos veinticuatro, veinticinco y veintiséis.

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