—¿Y? —dijo Burris.
—Verá, Chalk es muy rico. Chalk tiene sentimientos altamente humanitarios. La combinación es bastante buena. Contiene posibilidades que podrían beneficiarle.
—Ya las capto —dijo Burris con voz tranquila, inclinándose hacia delante y entrelazando los tentáculos que se retorcían en sus manos—. Me contrata para que me exhiba en los circos de Chalk. Me paga ocho millones al año. Todos los buscadores de curiosidades del sistema vienen a echarme un vistazo. Chalk se hace más rico, yo me convierto en millonario, muero feliz, y las miserables curiosidades de las multitudes se ven gratificadas. ¿Sí?
—No —dijo Aoudad, alarmado por lo cercana a la realidad que estaba la hipótesis de Burris—. Estoy seguro de que bromea usted. Debe comprender que al señor Chalk le resultaría inconcebible explotar su…, esto…, su infortunio de esa forma.
—¿Cree usted que es un infortunio tan grande? —preguntó Burris—. Funciono bastante bien. Hay cierto dolor, por supuesto, pero puedo permanecer bajo el agua durante quince minutos. ¿Puede usted hacer eso? ¿Tanta compasión siente hacia mí?
No debo permitir que me haga perder el control, decidió Aoudad. Es un demonio. Se llevará bien con Chalk.
—Desde luego, me alegra saber que encuentra su situación actual razonablemente satisfactoria —dijo Aoudad—. Con todo, y permítame que sea sincero, sospecho que le alegraría volver a la forma humana normal.
—Eso es lo que piensa, ¿eh?
—Sí.
—Señor Aoudad, es usted un hombre notablemente perceptivo. ¿Ha traído consigo su varita mágica?
—En esto no hay ninguna magia. Pero, si está usted dispuesto a hacer algo a cambio de lo que él haga por usted, es posible que Chalk pueda conseguir que se le transfiera a un cuerpo más convencional.
El efecto que estas palabras tuvieron sobre Burris fue inmediato y electrizante.
Abandonó su pose de despreocupada indiferencia. Hizo a un lado el burlón alejamiento tras el que, Aoudad podía comprenderlo ahora, ocultaba su agonía. Su cuerpo se estremeció igual que una flor de cristal a la que la brisa hace vibrar. Sufrió una pérdida momentánea del control muscular: su boca se movió convulsivamente, mostrando una rápida serie de sonrisas laterales, una puerta abriéndose y cerrándose, y los ojos se agitaron en una veloz docena de parpadeos.
—¿Cómo puede hacerse eso? —preguntó Burris.
—Permita que sea Chalk quien se lo explique. La mano de Burris se clavó en el muslo de Aoudad. Aoudad no se encogió ante aquel contacto metálico.
—¿Es posible? —dijo Burris con voz ronca.
—Puede serlo. La técnica aún no está perfeccionada.
—¿Y esta vez voy a ser también el conejillo de indias?
—Por favor… Chalk nunca sería capaz de hacerle sufrir más molestias. Habrá investigaciones adicionales antes de que pueda serle aplicado el proceso. ¿Hablará con él?
Duda. Una vez más, los ojos y la boca actuaron sin que la voluntad de Burris pareciera intervenir en ello. Después, el navegante estelar recuperó el dominio de sí mismo. Se irguió, entrelazó los dedos de las manos, cruzó las piernas. Aoudad se preguntó cuántas articulaciones tendría en la rodilla. Burris guardaba silencio. Calculando. Electrones recorriendo velozmente los senderos de ese cerebro atormentado.
—Si Chalk puede colocarme en otro cuerpo… —dijo.
—¿Sí?
—¿Qué ganará con ello?
—Ya se lo he dicho. Sus sentimientos humanitarios. Sabe que usted sufre un gran dolor. Quiere hacer algo al respecto. Hable con él, Burris. Deje que le ayude.
—Aoudad, ¿quién es usted?
—Nadie. Una extremidad de Duncan Chalk.
—¿Es una trampa?
—Es usted demasiado suspicaz —dijo Aoudad—. Deseamos lo mejor para usted.
Silencio. Burris se puso en pie, recorrió la habitación con un paso peculiar, fluido y deslizante. Aoudad estaba rígido.
—Chalk —murmuró finalmente Burris—. Sí. ¡Lléveme a Chalk!
8 — Stabat Mater Dolorosa
En la oscuridad, a Lona le resultaba muy fácil fingir que estaba muerta. A menudo lloraba ante su propia tumba. Se veía a sí misma en una colina, en un montículo de tierra cubierto de hierba, con una minúscula losa clavada en el suelo a sus pies. AQUÍ YACE.
VÍCTIMA. ASESINADA POR LOS CIENTÍFICOS.
Tiró de las sábanas, cubriendo su delgado cuerpo. Sus ojos, con los párpados fuertemente apretados, retuvieron las lágrimas. BENDITO DESCANSO. ESPERANZA DE REDENCIÓN. ¿Qué hacían hoy en día con los cadáveres? ¡Meterlos en el horno! Un relámpago de calor. Una luz, igual que la del sol. Y luego polvo. El polvo al polvo. Un largo sueño.
Una vez casi estuve muerta, se recordó. Pero me detuvieron. Me hicieron volver.
Hace seis meses, en pleno calor del verano. Una buena estación para morir, pensó. Sus bebés habían nacido. Tal y como lo hicieron, metiéndolos en botellas, no se necesitaban nueve meses. Más o menos unos seis meses. El experimento había tenido lugar hacía exactamente un año. Seis meses para que los bebés vieran la luz. Después, la insoportable publicidad…, y aquel breve y deliberado contacto con la muerte.
¿Por qué la habían escogido?
Porque estaba allí. Porque estaba disponible. Porque no podía protestar. Porque llevaba el vientre lleno de óvulos fértiles que probablemente nunca necesitaría.
—Los ovarios de una mujer contienen varios cientos de miles de óvulos, señorita Kelvin. Durante su vida, unos cuatrocientos de esos óvulos llegarán a la madurez. El resto son superfluos. Ésos son los que deseamos utilizar. Sólo necesitamos unos pocos centenares…
—En el nombre de la ciencia…
—Un experimento crucial…
—Los óvulos son superfluos. Puede desprenderse de ellos y no experimentará ninguna pérdida…
—La historia de la medicina…, su nombre…, para siempre…
—Ningún efecto sobre su futura fertilidad. Podrá casarse y tener una docena de hijos normales…
Era un experimento intrincado, con muchas facetas. Habían tenido aproximadamente un siglo para perfeccionar las técnicas, y ahora las estaban reuniendo todas en un solo proyecto. La ovogénesis natural combinada con la maduración sintética de los óvulos. Inducción embriónica. Fertilización externa. Incubación extramaterna después de reimplantar los óvulos fertilizados. Palabras. Sonidos. Capacitación sintética. Desarrollo fetal ex útero. Simultaneidad del material genético. ¡Mis bebés! ¡Mis bebés!
Lona no supo quién era el «padre», sólo que un donante único proporcionaría todo el semen, al igual que una sola donante proporcionaría todos los óvulos. Eso lo había entendido. Los doctores se mostraron muy buenos y le explicaron el proyecto paso a paso, hablándole como le hablarían a una niña. Lona fue siguiendo casi todo lo que le decían. La trataban con cierta condescendencia porque no había tenido una educación digna de ese nombre y porque le daba miedo enfrentarse a las ideas difíciles, pero la inteligencia básica estaba allí, disponible. Su parte dentro del proyecto era sencilla, y terminó en la primera fase. Sacaron de sus ovarios varios centenares de óvulos fértiles pero inmaduros. En cuanto a ellos concernía, Lona podía volver a la más absoluta oscuridad. Pero ella necesitaba saber lo que ocurría. Fue siguiendo los pasos posteriores.
Los óvulos fueron introducidos en ovarios artificiales hasta madurar. Una mujer sólo podía madurar dos o tres óvulos a la vez en el invernadero oculto en el centro de su cuerpo; las máquinas podían manejar centenares, y lo hacían. Después vino el trabajoso pero esencialmente nada nuevo proceso de la microinyección de los óvulos para fortalecerlos. Y luego la fertilización. Los espermatozoides avanzaron nadando hacia su objetivo. Un solo donante, un solo chorro explosivo en el tiempo de la cosecha. Muchos óvulos se habían perdido en las primeras etapas. Muchos no eran fértiles o no fueron fertilizados. Pero un centenar de ellos sí. El pequeño nadador llegó a su puerto de refugio.
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