Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Como si hubiera advertido el interés recuperado de Taller por la burbuja, Zavode bajó sus gemelos y preguntó:

— ¿No le parece más grande ahora, capitán?

Taller cogió sus propios prismáticos y examinó la mancha púrpura oscuro, descubriendo que su transparencia se resistía a la determinación de su contorno.

— Es difícil apreciarlo.

— La noche breve llegará pronto — comentó Zavotle —. No me gusta la idea de tener esa cosa colgando junto a nosotros en la oscuridad.

— No creo que pueda acercarse. La nave tiene casi la misma forma que el ptertha y nuestra respuesta a una corriente lateral será prácticamente la misma.

— Espero que tenga razón — dijo Zavotle con poco entusiasmo.

Rillomyner se volvió desde su puesto junto al cañón y dijo:

No hemos comido desde el amanecer, capitán.

Era un joven pálido y regordete con un enorme apetito incluso por la más repugnante comida, y se decía que en realidad había engordado desde el comienzo de las restricciones recogiendo todos los alimentos que por no estar en condiciones eran rechazados por sus compañeros. A pesar del apocamiento que había exhibido al principio del viaje, era un buen mecánico y estaba francamente orgulloso de su talento.

— Me alegra oír que tu estómago vuelve a estar en su lugar — dijo Taller —. Detestaría saber que había sufrido algún agravio incurable por culpa de mi manejo de la nave.

— No era mi intención criticar el despegue, capitán. Es sólo que este estómago débil no deja de darme disgustos. Toller chasqueó la lengua con un gesto burlón y se dirigió a Flenn.

— Será mejor que alimentes a este hombre antes de que se desmaye.

— Al momento, capitán.

Cuando Flenn se puso de pie, su camisa se abrió por delante y apareció la cabeza rayada de verde de un carbel.

Rápidamente Flenn tapó con la mano a la criatura peluda, empujando para ocultarla.

— ¿Qué tienes ahí? — preguntó Toller con brusquedad.

— Se llama Tinny, capitán — Flenn sacó al carbel y lo protegió entre sus brazos —. No había nadie con quien pudiera dejarlo.

Toller suspiró exasperado.

— Esto es una misión científica, no un… ¿No te das cuenta de que la mayoría de los comandantes arrojarían a ese animal por la borda?

— Le juro que no causará problemas, capitán.

— Más le vale. Ahora encárgate de la comida.

Flenn sonrió con un gesto forzado y, ágil como un mono, desapareció en la cocina para preparar la primera comida del viaje. Era lo bastante bajo como para ser cubierto por la separación que llegaba a la altura del pecho al resto de la tripulación. Toller volvió a dirigir el ascenso de la nave.

Decidiendo incrementar la velocidad, prolongó las combustiones de tres a cuatro segundos y observó la respuesta retardada del globo. Pasaron varios minutos antes de que la fuerza generada superara la inercia de las muchas toneladas de gas albergado en el interior de la envoltura y el cabo de desgarre se aflojara apreciablemente. Satisfecho con la nueva velocidad de ascenso de unos veintiocho kilómetros por hora, se concentró en grabar en su conciencia el ritmo del quemador, cuatro segundos funcionando y veinte de descanso, algo que debía controlar mediante los relojes internos del corazón y los pulmones. Necesitaba ser capaz de detectar la menor variación, incluso estando dormido y siendo reemplazado en los mandos por Zavode.

La comida preparada por Flenn a partir de las limitadas reservas frescas fue mejor de lo que Toller había esperado: tiras de una carne de buey bastante aceptable con salsa, legumbres, tortas de cereales fritas y té verde caliente. Toller dejó de manejar el quemador mientras comía, permitiendo que la nave se deslizara hacia arriba en silencio mediante la fuerza ascensional acumulada. El calor procedente de la cámara negra de combustión mezclado con los vapores aromáticos que emanaban de la cocina, convirtieron la barquilla en un oasis familiar dentro de un universo de vacío azul.

Durante la comida, llegó la noche breve recorriendo el cielo desde el oeste, un rápido resplandor de los colores del arco iris precediendo a la repentina oscuridad; y mientras los ojos de la tripulación se adaptaban a la nueva luz, el cielo llameó vivamente alrededor de ellos. Ante estas condiciones insólitas, reaccionaron desarrollando una intensa camaradería. Existía la muda convicción de que se estaban formando amistades para toda la vida y, en esa atmósfera, cada anécdota resultaba interesante, cada fanfarronada creíble, cada chiste enormemente divertido. E incluso cuando la charla moría, acallada por el asombro, la comunicación continuaba en otro plano.

Toller, en cierto sentido, se quedaba al margen, a causa de las responsabilidades de su mando, pero no obstante se mostraba afectuoso. Sentado en su puesto, el borde de la barquilla le quedaba a la altura de los ojos, lo que significaba que no veía más que los enigmáticos remolinos de luz, el abanico neblinoso de los cometas y estrellas, estrellas y más estrellas. El único ruido era el crujido ocasional de una cuerda y el único movimiento apreciable el de los meteoros escribiendo sus mensajes rápidamente extinguidos en la pizarra negra de la noche.

A Toller le costaba trabajo imaginarse a sí mismo vagando en la inmensidad del universo, y de inmediato, imprevisiblemente, le llegó el deseo de tener una mujer a su lado, una presencia femenina que de algún modo pudiera dar un sentido al viaje. Habría estado bien contar con Fera en aquel momento, pero era difícil que la esencial carnalidad de ésta conviniera a su estado de ánimo de aquel momento. La mujer ideal habría sido aquella capaz de intensificar las características místicas de la experiencia. Alguien como…

Toller dejó volar su imaginación ciegamente, nostálgicamente. Durante un momento, la sensación del cuerpo delgado de Gesalla Maraquine junto al suyo llegó a ser real. Se puso de pie de un salto, culpable y confuso, alterando el equilibrio de la barquilla.

— ¿Algún problema, capitán? — dijo Zavotle, apenas visible en la oscuridad.

— Nada. Un calambre. Encárgate del quemador durante un rato. Cuatro — veinte es lo que necesitamos.

Toller se acercó a un lateral de la barquilla y se inclinó sobre la baranda. ¿Qué me ocurre ahora? pensó, Lain dijo que estaba interpretando un papel, — pero, ¿cómo lo sabía? El nuevo Toller Maraquine frió e imperturbable… el hombre que ha bebido demasiado de la copa de la experiencia… el que desdeña a los príncipes… el que se muestra intrépido ante el abismo de los dos mundos y el que, solamente porque la mujer de su hermano le había tocado el brazo, alimentaba fantasías adolescentes sobre ella — ¿Pudo Lain, con su aterradora sensibilidad ver en mí al traidor que soy? ¿Es por eso que parecía volverse contra mí?

La oscuridad bajo la nave espacial era absoluta, como si Land hubiera sido ya abandonada por toda la humanidad, pero cuando Toller miró hacia abajo, vio una fina línea de fuego rojo, verde y violeta que aparecía en el horizonte occidental. Se ensanchaba, incrementando su resplandor y, de repente, una ola de luz clara barrió todo el planeta a una velocidad sobrecogedora, recreando los océanos y las masas de tierra, con todos sus colores y complicados detalles. Toller casi retrocedió esperando una ola de viento cuando el veloz límite de iluminación alcanzó la nave, envolviéndola con su intensa luz solar y precipitándose hacia el horizonte del este. La sombra columnar de Overland había completado su tránsito diario sobre Kolkorron, y a Toller le pareció surgir de otro tipo de oscuridad, de una noche breve de la mente.

No te preocupes, querido hermano, pensó, No te traicionaré ni siquiera con el pensamiento, ¡Nunca!

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