Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Capítulo 15

— Tenemos informes del luminógrafo desde una distancia de veinticuatro kilómetros hacia arriba — dijo Vato Armduran, ingeniero jefe del E.E.E. —. Los informadores dicen que hay muy poca actividad ptertha, de modo que no tendrás problemas en cuanto a eso. Pero la velocidad del viento es un poco mayor de lo que desearía.

— Si esperamos a tener las condiciones óptimas, nunca iremos.

Toller puso la mano haciendo pantalla sobre sus ojos para protegerlos del sol y examinó la cúpula blanquiazul del cielo. Jirones de nubes altas velaban las estrellas más brillantes sin ocultarlas a la vista, y el amplio semicírculo iluminado de Overland señalaba la mitad del antedía.

— Supongo que es cierto, pero vas a tener problemas con falsas fuerzas ascensionales cuando atravieses la barrera. Deberás tener cuidado.

Toller sonrió irónicamente.

— ¿No es un poco tarde para lecciones de aerodinámica?

— Para ti es muy fácil. Soy yo quien tendrá que dar explicaciones si mueres — dijo Armduran secamente.

Era un hombre de pelo erizado, con la nariz aplastada y una barbilla atravesada por la cicatriz de un sablazo, que le daban un aire de soldado retirado, pero su talento para la ingeniería práctica le había deparado el nombramiento personal del príncipe Chakkell. A Toller le gustaba por su humor cáustico y su falta de arrogancia ante los subordinados menos dotados.

— En consideración a ti, intentaré no matarme.

Toller tuvo que levantar la voz para superar el ruido del recinto. Los miembros del equipo encargado de hinchar estaban ocupados accionando la manivela de un gran ventilador cuyos engranajes y aspas de madera emitían un continuo sonido de repiqueteo, mientras intentaban introducir el aire aún frío dentro del globo de la aeronave, que había sido extendido junto a la barquilla. Estaban creando una cavidad dentro de la envoltura para que posteriormente pudiese llenarse con el aire calentado por los quemadores de cristales de energía, sin tener que aplicar calor directamente sobre el frágil material. La técnica se había desarrollado para evitar quemaduras, especialmente en los segmentos de la base alrededor de la boca del globo. Los supervisores daban órdenes a los hombres que aguantaban las paredes del globo, que poco a poco se iba inflando, y arriaban las cuerdas de amarre.

La barquilla cuadrada, del tamaño de una habitación, se encontraba al lado, preparada ya para el vuelo. Además de comida, bebida y combustible, contenía sacos de arena equivalentes al peso de dieciséis personas que, junto con el peso de la tripulación, constituirían la máxima carga posible para el funcionamiento adecuado. Los tres hombres que iban a volar con Toller estaban de pie junto a la barquilla, dispuestos a saltar a bordo cuando se les ordenara. Toller sabía que el ascenso comenzaría en cuestión de minutos, y el torbellino emocional producido por Lain y Gesalla y la muerte de Glo, poco a poco se iba reduciendo a un murmullo en los niveles más bajos de su conciencia. Su mente ya estaba viajando por el desconocido azul helado, como un alma migratoria, y sus preocupaciones ya no eran las de un ordinario mortal ligado a Land.

Oyó cerca un ruido de cascos y, al volverse, vio a Leddravohr entrando en el recinto sobre su cabalgadura, seguido por un carruaje descubierto en el que iba sentado el príncipe Chakkell, su esposa y sus tres hijos. Leddravohr vestía como para una ceremonia militar, con la coraza blanca, la inevitable espada de batalla a un lado y un largo cuchillo arrojadizo envainado sobre su antebrazo izquierdo. Desmontó del alto cuernoazul, girando la cabeza como si tratara de percibir cada detalle de la actividad del entorno, y se encaminó hacia Toller y Armduran.

Toller, que no lo había visto en todo el tiempo en que permaneció en el ejército, y sólo desde lejos desde su vuelta a Ro-Atabri, advirtió que el liso cabello negro del príncipe estaba ahora teñido de gris en las sienes.

También parecía más voluminoso, pero daba la impresión de que el peso se había repartido uniformemente en una capa subcutánea por todo su cuerpo, desdibujando un poco sus músculos y confiriendo a su rostro de esfinge una impasibilidad aún mayor. Toller y Armduran le saludaron cuando se acercó.

Leddravohr asintió en respuesta.

— Bueno, Maraquine, te has convertido en un hombre importante desde la última vez que nos vimos. Confío en que eso te haya hecho la vida más agradable.

— Yo no me considero importante, príncipe — dijo Toller con una cuidada voz neutra, intentando calibrar la actitud de Leddravohr.

— ¡Pero lo eres! ¡El primer hombre en llevar una nave hasta Overland! Es un gran honor, Maraquine, y tú has trabajado mucho por conseguirlo. ¿Sabes?, algunos piensan que eres demasiado joven e inexperto para esta misión, que debía haber sido encomendada a un oficial con una larga carrera en el Servicio del Aire, pero yo estoy en contra de ello. Lograste los resultados mejores en el período de entrenamiento, no estás afectado por las costumbres obsoletas de los capitanes de vuelo, y eres un hombre de indudable valor; por eso decreté que la capitanía del vuelo de prueba sería tuya. ¿Qué piensas de eso?

— Le estoy muy agradecido, príncipe — dijo Toller.

— No debes estarlo. — La conocida sonrisa de Leddravohr, la sonrisa que nada tenía que ver con la afabilidad, iluminó su rostro un instante, y desapareció —. Sólo recibes los frutos de tu trabajo.

Toller comprendió enseguida que nada había cambiado, que Leddravohr continuaba siendo el enemigo mortal que nunca olvidaba ni perdonaba.

Un misterio rodeaba la aparente indulgencia del príncipe en el último año, pero no cabía ninguna duda que aún anhelaba la vida de Toller. ¡Cree que el vuelo fracasará! ¡Cree que me envía ala muerte!

Esta intuición le dio a Toller una nueva y repentina perspectiva de la mente de Leddravohr. Analizando sus propios sentimientos hacia el príncipe, descubrió que no quedaba en él más que una fría indiferencia, mezclada tal vez con algo de compasión por una criatura tan aprisionada por una emoción negativa, inundada y ahogada por su propio veneno.

— A pesar de todo, estoy agradecido — dijo Toller, saboreando en secreto el doble sentido de sus palabras.

Le inquietaba encontrarse con Leddravohr cara a cara, pero ahora comprobaba que había superado su antiguo orgullo, de verdad y para siempre. De ahora en adelante su espíritu se elevaría por encima de Leddravohr y los de su clase, porque la aeronave pronto se encumbraría sobre los continentes y océanos de Land, y ésa era la verdadera razón de su alegría.

Leddravohr examinó su cara durante un momento, inquisitivamente, después trasladó su interés a la nave. El equipo encargado de inflar había progresado hasta la fase de alzar el globo sobre los cuatro montantes de aceleración que constituían la principal diferencia entre ésta y una nave diseñada para un vuelo atmosférico normal. Ahora, el globo lleno en tres cuartas partes de su volumen se combaba entre los montantes como un gigante grotesco privado del soporte de su medio natural. — La capa de lienzo barnizado aleteaba débilmente entre las corrientes de aire provenientes de los orificios de la pared del recinto.

— Si no me equivoco — dijo Leddravohr —, ha llegado el momento de que entres en la nave, Maraquine.

Toller le saludó, apretó afectuosamente el hombro de Armduran y corrió hacia la barquilla. Hizo una señal y Zavotle, el copiloto y cronista del vuelo, se precipitó a bordo. Fue de inmediato seguido por Rillomyner, el mecánico, y por la diminuta figura de Flenn, el montador. Toller entró tras ellos, ocupando su puesto junto al quemador. La barquilla todavía estaba de lado, de modo que tuvo que tenderse de espaldas sobre una mampara de caña trenzada para poder manejar los controles del quemador.

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