—De acuerdo, señor. Registrando.
—Aquí la nave imperial MacArthur dirigiéndose a la nave de vela de luz. Enviamos nuestras señales de reconocimiento. Bienvenidos a Nueva Caledonia y al Imperio del Hombre. Queremos situarnos a su lado. Respondan por favor a nuestras señales. Utilicen ánglico, ruso, francés, chino o cualquier otro idioma que puedan utilizar. Si son humanos da igual de dónde vengan.
Faltaban quince minutos para el encuentro. La gravedad de la nave cambió, cambió de nuevo cuando Renner comenzó a igualar velocidades y posiciones con la cápsula de carga de la nave intrusa en vez de con la vela. Rod tardó unos instantes en contestar a la llamada de Sally.
—Sea breve, Sally. Por favor. Estamos en posición de combate.
—Sí, capitán, lo sé. ¿Puedo ir al puente?
—Lo siento, están ocupados todos los asientos.
—No me sorprende. Capitán, sólo quiero recordarle algo. No espere que sean tan inocentes.
—¿Qué quiere decir?
—No espere que sean primitivos simplemente porque no utilicen el Impulsor Alderson. No tiene por qué ser así. E incluso aunque fuesen primitivos, primitivos no significa simples. Sus técnicas y sus formas de pensamiento pueden ser muy complejas.
—Lo tendré en cuenta. ¿Algo más? Muy bien, continúe, Sally. Whitbread, cuando no tenga otra cosa que hacer, comunique a la señorita Fowler lo que pasa. —Cerró el intercom y contempló la pantalla sin dejar de hacerlo cuando Staley gritó.
La vela de luz de la nave intrusa se ondulaba. La luz reflejada corría a lo largo de ella en grandes y majestuosas ondas. Rod pestañeó, pero esto no le ayudó gran cosa; resultaba difícil precisar la forma de un espejo distorsionado.
—Ésa podía ser nuestra señal —dijo Rod—. Están utilizando el espejo para reflejar…
El brillo se hizo cegador, y todas las pantallas de aquel sector quedaron apagadas.
Los aparatos registradores delanteros funcionaban y registraban. Mostraban un gran disco blanco, la estrella de Nueva Caledonia, muy próxima, y aproximándose muy deprisa, a un seis por ciento de la velocidad de la luz; y la mostraban con la mayoría de la luz filtrada.
Por un instante mostraron también varias extrañas siluetas negras frente al fondo blanco. Nadie lo advirtió, en aquel terrible instante en que la MacArthur quedaba cegada; y en el instante siguiente las imágenes habían desaparecido.
En el asombrado silencio se oyó la voz de Kevin Renner:
—No tienen por qué gritar —se quejó.
—Gracias, señor Renner —dijo gélidamente Rod—. ¿Tiene usted más sugerencias, sugerencias más concretas?
La MacArthur se movía a impulsos erráticos, pero la vela de luz la seguía perfectamente.
—Sí, señor —dijo Renner—. Lo mejor sería que dejásemos de enfocar ese espejo.
—Control de daños, capitán —informó Cargill desde su estación posterior—. Estamos recibiendo gran cantidad de energía en el Campo. Demasiada y a una terrible velocidad, sin que parezca dispersarse. Si fuese una energía más concentrada nos habría hecho ya varios agujeros, pero, tal como llega, podremos soportarla unos diez minutos —dijo Renner—. Al menos hemos conseguido registradores de un lado del sol, y puedo recordar dónde estaba la cápsula…
—Eso no importa. Vamos a atravesar la vela —ordenó Rod.
—Pero no sabemos…
—Es una orden, señor Renner. Está usted en una nave de la Marina de Guerra.
—Desde luego, señor.
El Campo era de un rojo ladrillo cada vez más brillante; pero el rojo no significaba peligro. Por lo menos durante un rato.
Mientras Renner maniobraba, Rod dijo con tono indiferente:
—Supongo que piensa usted que los alienígenas utilizan materiales extraordinariamente fuertes. ¿Es así?
—Es una posibilidad, señor.
La MacArthur traqueteó; era ya inevitable. Renner parecía prepararse para un choque.
—Pero cuanto más fuertes son los materiales, señor Renner, menos pueden extenderse, para recoger el volumen máximo de luz solar en proporción al peso. Si tuviesen un hilo muy fuerte lo tejerían fino para conseguir más kilómetros cuadrados por kilo, ¿no es así? Incluso aunque después los meteoritos eliminaran unos cuantos kilómetros cuadrados de vela, aún sería útil, ¿no es cierto? Así que no hay duda de que lo habrán hecho justo lo suficientemente fuerte.
—Desde luego, señor —canturreó Renner. Conducía a cuatro gravedades, manteniendo a Cal directamente a popa; reía entre dientes como un ladrón, y no parecía ya prepararse para el choque.
Bueno, le convencí, pensó Rod; y se preparó para el choque.
El calor convirtió en amarillo el Campo Langston.
Luego, de pronto, el color proyectado por los aparatos registradores enfocados hacia el sol pasó a ser negro, salvo por el borde verde-caliente del propio Campo de la MacArthur, y una relumbrante y mellada silueta de blanco donde la MacArthur había atravesado la vela de la nave intrusa.
—Demonios, ¡ni siquiera lo sentimos! —rió Rod—. Señor Renner, ¿cuánto falta para que lleguemos al sol?
—Cuarenta y cinco minutos, señor. A menos que cambiemos el rumbo.
—Lo primero es lo primero, señor Renner. Debemos mantenernos alineados con la vela y permanecer aquí. —Rod activó otro circuito para comunicar con el oficial artillero—. ¡Crawford! Ponga un poco de luz en esa vela y veamos si podemos descubrir las conexiones de los obenques. Quiero cortar la cápsula que hace de paracaídas antes de que disparen contra nosotros.
—De acuerdo, señor. —Crawford parecía muy feliz ante la perspectiva. Había treinta y dos obenques en total: veinticuatro alrededor del borde del espejo circular y un anillo de ocho más próximos al centro. Las distorsiones cónicas del tejido indicaban dónde estaban. La parte posterior de la vela era negra; se convirtió en vapor bajo el ataque de las baterías delanteras de láser.
Luego la vela quedó desprendida, agitándose y ondulándose como si flotase hacia la MacArthur. La nave la atravesó de nuevo, y la vela de luz parecía sólo una extensión de papel de seda de varios kilómetros cuadrados…
Y la cápsula de la nave intrusa se había desprendido y caía hasta un sol F8.
—Treinta y cinco minutos para el choque —dijo Renner sin que se lo preguntaran.
—Gracias, señor Renner. Teniente Cargill, hágase cargo del control. Maniobre para remolcar esa cápsula.
Rod sintió una gran alegría interior ante el asombro de Renner.
7 • La sonda de Eddie el Loco
— Pero… —dijo Renner, y señaló la creciente masa de Cal en las pantallas del puente.
Antes de que pudiese decir nada más, la MacArthur saltó hacia adelante a seis gravedades, sin ninguna transición suave esta vez. Los medidores de velocidad giraron alocadamente mientras la nave se lanzaba en línea recta hacia el luminoso sol.
—¿Capitán? —A pesar del zumbido de la sangre en los oídos, Blaine oyó la llamada de su ayudante desde el puente posterior—. Capitán, ¿qué daño podemos soportar?
Costaba trabajo hablar.
—Cualquiera con tal de que podamos volver a casa —balbució Rod.
—Bien. —Las órdenes de Cargill sonaron a través del intercom—. ¡Señor Potter! ¿Está la cubierta hangar preparada para el vacío? ¿Están dispuestas todas las compuertas?
—Sí, señor. —La pregunta no tenía sentido en condiciones de combate, pero Cargill era hombre cuidadoso.
—Abran las puertas del hangar —ordenó Cargill—. Capitán, podríamos perder las compuertas de la cubierta hangar.
—No se preocupe por eso.
—Estoy conduciendo la cápsula a bordo muy deprisa, no hay tiempo para igualar velocidades. Correremos el riesgo…
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