El líder del grupo llevaba los emblemas de las medias lunas gemelas de comodoro en las mangas de un uniforme limpio aunque algo gastado. Su porte era erguido, aunque caminaba cojeando. Bajo una mata de pelo gris oscuro y unas tupidas cejas, sus ojos recordaron a Maia los mares de casa, en el norte. Se estremeció, y se preguntó por qué.
Una vez dentro, los oficiales se sentaron en esterillas mientras las monjas servían refrescos. Maia se esforzó por recordar las lecciones de cortesía para con los hombres durante aquella época del año. Allá en la escuela de las veraniegas, todo parecía tremendamente abstracto. Ni en los más descabellados sueños que Leie y ella habían compartido en su ático, habían imaginado tener que verse ante una asamblea tan numerosa como aquélla.
Lo normal era hablar de nimiedades, empezando por el tiempo, y luego pasar a escuetas observaciones sobre lo bonitos que consideraban los hombres su porche y su jardín. Ella confesó su ignorancia en materia de plantas exóticas, así que dos oficiales le explicaron los nombres y orígenes de algunas variedades que habían sido transplantadas desde lejanos valles para preservar sus especies. Mientras tanto, el corazón de Maia se desbocaba de tensión.
¿Qué quieren de mí? , se preguntó, a la vez excitada y aterrada.
El comodoro le preguntó qué le parecía el sextante que había recibido como sustituto del que había abandonado en Jellicoe. Ella le dio las gracias, y el arte de la navegación se convirtió en un absorbente tema de conversación durante unos cuantos minutos más, A continuación, discutieron acerca de los libros del Juego de la Vida, más sobre su condición de finos ejemplares del arte de la impresión y la encuadernación que sobre la información que contenían.
Maia intentó relajarse. Había presenciado incontables veces ese tipo de conversación, mientras servía bebidas en la casa de invitados de Lamatia. El primer mandamiento era paciencia. Sin embargo, suspiró aliviada cuando el comodoro finalmente fue al grano.
—Hemos recibido informes —empezó a decir con voz grave, mientras se frotaba los tendones de una mano con la otra—. De miembros de nuestra cofradía que participaron en los… incidentes de Faro Jellicoe. Los Pinniped también hemos compartido observaciones con nuestros hermanos de la Cofradía de la Golondrina de Mar…
—¿Quiénes? —Maia sacudió la cabeza, confusa.
—Aquellos para quienes la pérdida del Manitú … de Poulandres y su tripulación… fue como una puñalada en el corazón.
Maia dio un respingo. No conocía el nombre de su cofradía. En el mar, con Renna, no le había parecido importante. Al volver a encontrarse de nuevo con la tripulación del Manitú , bajo tierra, no había tenido tiempo de preguntarlo.
—Ya veo. Continúa.
El hombre inclinó brevemente la cabeza.
—Entre las muchas cofradías y logias, hay demasiada confusión sobre lo que se hizo, lo que se hace y lo que debe hacerse. Nos sorprendimos al enterarnos de que el Formador Jellicoe existía realmente. Ahora, sin embargo, nos dicen que este descubrimiento carece de importancia. Que tiene significado sólo para las arqueólogas. Las leyendas no significan nada, se dice. Los hombres de verdad no buscan construir lo que no pueden crear con sus manos.
Alzó las suyas, callosas y llenas de cicatrices por haber pasado muchos años en el mar, tan arrugadas como los ojos que habían pasado toda una vida escrutando el sol, el viento y las aguas. Maia advirtió que eran unos ojos tristes. La soledad parecía teñir sus profundidades.
—¿Quién os ha dicho eso?
Él se encogió de hombros.
—Aquellas a quienes nuestras madres nos enseñaron a aceptar como guías espirituales.
—Oh. —A Maia le pareció comprender. Pocos muchachos nacían de vars solas o de microclanes. Para la mayoría, la educación conservadora que Maia compartía con Leie y Albert en Lamatia era la norma. Era tan importante para el Plan de las Fundadoras como cualquier manipulación genética de la naturaleza masculina, y explicaba por qué hechos importantes como la Revuelta de los Reyes estuvieron condenados desde el principio.
—Hay más —continuó el comodoro—. Aunque habrá compensación por nuestras pérdidas, y las de la Gaviota, nos dicen que no hay deuda de sangre con la muerte del llamado Hombrecillo Listo. No formaba parte de ninguna cofradía, de ningún barco, de ningún santuario. «No le debemos ningún recuerdo ni honor.» Eso se dice.
Se refiere a Renna , comprendió Maia. Su amigo había mencionado aquel cruel mote a bordo del Manitú . Aunque admiraba la sana habilidad de los marineros, Renna había dado a entender que atrapaba a los hombres en una obsesión ritualista, limitando eternamente la dimensión de sus ambiciones.
Después de que Jellicoe fuera evacuado por la fuerza, ¿cuántas generaciones hicieron falta para que los grandes clanes consiguieran esto? No puede haber sido fácil. La leyenda debe de haber contraatacado, aferrada a la vida, a pesar de su supresión en las rodillas de casi todas las madres.
Aprendiera o no alguna vez la historia completa, Maia estaba ya segura de algunas cosas. Antiguamente hubo una gran conspiración. Y estuvo a punto de tener éxito. Una conspiración que podría haber alterado para siempre la vida en Stratos.
En aquellos días el Consejo no anduvo falto de razón cuando usó el pretexto de la Revuelta de los Reyes para apoderarse de Faro Jellicoe y expulsar a los antiguos «Guardianes», como los había llamado el médico del Manitú . Aquellos guardianes de la ciencia habían sido más subversivos, más amenazadores para el status quo que el cegato intento de los reyes. La existencia del cañón lanzadera orbital utilizado por Renna lo dejaba bien claro.
Un plan para reclamar el espacio exterior. Y con él, una forma radicalmente distinta de vivir en el universo. .
Aún más, los Guardianes consiguieron mantener en secreto el emplazamiento de su gran factoría, su «Formador». El Consejo confiscó rápidamente los grandes motores de defensa sin imaginar lo cerca que seguía trabajando un secreto remanente. Aquello debió de continuar durante generaciones. Hombres y mujeres, entrando y saliendo de Faro Jellicoe, reclutando cuidadosamente a sus propios sustitutos, perdiendo experiencia y habilidad con cada traspaso de la antorcha hasta que, por fin, la inexorable lógica de la sociedad stratoiana condenó a la extinción a su valiente grupo olvidado. Al cabo de más de un millar de años no era otra cosa que una pobre fábula.
Renna debió de encontrar la nave y la lanzadera casi terminadas. Usó el Formador, y lo programó con su propia experiencia y conocimientos para fabricar las últimas piezas necesarias.
Era todo un logro haber conseguido tanto en tan pocos días. Quizá lo habría logrado si no se hubiera visto obligado a avanzar el lanzamiento de la nave debido al prematuro descubrimiento de su escondite.
La voz de la culpa era más insistente que la de la razón. Pero ahora Maia sentía algo que podía con ambas: el deseo de contraatacar. Sería inútil, desde luego, sobre todo a la larga. Pero a corto plazo tenía la oportunidad de descargar un golpe de venganza.
—Yo… no conozco la historia completa —empezó a decir, vacilante. Hizo una pausa, inhaló profundamente y continuó con la voz más firme—. Pero lo que os han contado es injusto. Es mentira. Conocí al marino del que habláis; vino a nuestras costas como invitado… con las manos abiertas, tras cruzar un mar mucho más grande y solitario que los que ningún hombre de Stratos ha conocido…
La tarde moría cuando los hombres se pusieron por fin en pie para marcharse. Hullin ayudó a Maia a acompañarlos al porche, donde el comodoro le tomó la mano. Sus oficiales permanecieron cerca, con expresiones reflexivas y sombrías.
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