Isaac Asimov - Anochecer

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El planeta Kalgash está al borde del caos, pero solo unas pocas personas se han dado cuenta de ello. Kalgash conoce únicamente la luz diurna perpetua, pues durante más de dos milenios la combinación de sus seis soles ha iluminado el cielo. Sin embargo, ahora empieza a reinar la oscuridad. Pronto se pondrán todos los soles, y el terrible esplendor del anochecer desencadenará una locura que marcará el final de la civilización. Anochecer , novela basada en un relato escrito por Asimov en 1941, permite al lector experimentar el cataclismo que sobrevendrá sobre Kalgash a través de los ojos de un periodista, un astrónomo, un arqueólogo, un psicólogo y un fanático religioso.

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Un pulido suelo de mármol, con incrustaciones en media docena de brillantes colores, se extendía hasta tan lejos como podía ver. Las paredes estaban cubiertas con brillantes mosaicos dorados que formaban dibujos abstractos y que se alzaban hasta las bóvedas en arco muy arriba sobre su cabeza. Candelabros de oro y plata trenzados arrojaban una brillante lluvia de luminosidad sobre todo.

En el extremo opuesto a la entrada Theremon vio lo que parecía ser un modelo de todo el Universo, elaborado al parecer enteramente con metales preciosos y gemas: inmensos globos suspendidos, que parecían representar los seis soles, colgaban del techo mediante cables invisibles. Cada uno de ellos arrojaba una luz fantasmal: un haz dorado del más grande de ellos, que debía de ser Onos, y un apagado brillo rojo del globo de Dovim, y un duro y frío blanco azulado de la pareja Tano-Sitha, y una suave luz blanca de Patru y Trey. Un séptimo globo, que debía de ser Kalgash, se movía lentamente entre ellos como un globo cautivo, con sus colores cambiantes a medida que el derivante esquema de la luz de los soles se reflejaba en su superficie.

Mientras Theremon permanecía allí con la boca abierta por el asombro, una voz procedente de ninguna parte en particular dijo:

—¿Puedo saber tu nombre?

—Soy Theremon 762. Tengo una cita con Mondior.

—Sí. Por favor, entra en la sala inmediatamente a tu izquierda, Theremon 762.

No vio ninguna sala inmediatamente a su izquierda. Pero entonces un segmento de la pared cubierta por el mosaico se abrió sin el menor ruido y reveló una pequeña estancia ovalada, más una antesala que una sala. Tapices de terciopelo verde cubrían las paredes, y una sola barra de luz ambarina proporcionaba la iluminación.

Se encogió de hombros y entró. La puerta se cerró de inmediato a sus espaldas y notó una clara sensación de movimiento.

¡Aquello no era una antesala, era un ascensor! Si, subía, estaba seguro de ello. Arriba y arriba, aunque de una forma más bien pausada. Transcurrió media eternidad antes de que la antesala-ascensor se detuviera y la puerta se abriera de nuevo.

Una figura ataviada de negro le aguardaba.

—¿Quiere venir por aquí, por favor?

Un estrecho pasillo conducía una corta distancia hasta una especie de sala de espera, donde un gran retrato de Mondior 71 ocupaba la mayor parte de una pared. Cuando Theremon entró, el retrato pareció iluminarse y cobró extrañamente brillo y resplandor, de tal modo que los oscuros e intensos ojos de Mondior le miraron directamente y el severo rostro del Sumo Apóstol adquirió una luminosa radiación interior que le hizo parecer casi hermoso, de un modo un tanto fiero.

Theremon se enfrentó fríamente a la mirada del retrato. Pero incluso el realista hombre de Prensa se sintió ligeramente inquieto ante el pensamiento de que dentro de muy poco estaría entrevistando a aquella persona. Mondior, a través de la radio o la televisión, era una cosa, sólo otro loco predicador con un absurdo mensaje que vender. Pero Mondior en carne y hueso: abrumador, hipnótico, misterioso, si su retrato daba alguna indicación…, eso podía ser algo completamente distinto. Theremon se advirtió a sí mismo que debía permanecer en guardia.

El monje ataviado de negro dijo:

—Si quiere pasar dentro, por favor…

La pared a la izquierda del retrato se abrió. Al otro lado se hizo visible una oficina, tan espartanamente decorada como una celda, sin nada más que un desnudo escritorio hecho de una simple losa de piedra pulida y una silla baja sin respaldo, tallada de un trozo de alguna madera poco habitual gris estriada en rojo, dispuesta ante él. Detrás del escritorio se sentaba un hombre de evidente fuerza y autoridad, que llevaba el negro hábito de los Apóstoles con la capucha ribeteada de rojo.

Era muy impresionante. Pero no era Mondior 71.

Mondior, a juzgar por las fotografías y el aspecto que exhibía en la televisión, tenía que ser un hombre de sesenta y cinco o setenta años, con una especie de intensa fuerza masculina en él. Su pelo era denso y ondulado, negro con amplias estrías blancas, y tenía un rostro lleno y carnoso, una boca amplia, una nariz recia, gruesas cejas muy negras y oscuros y penetrantes ojos. Pero éste era joven, seguro que aún no había cumplido los cuarenta, y aunque también parecía poderoso y altamente masculino, lo era de una forma enteramente distinta: era muy delgado, con un rostro estrecho y afilado y finos labios fruncidos. Su pelo, que se rizaba sobre su frente debajo de su capucha, era de un extraño color rojo ladrillo, y sus ojos tenían una fría e inflexible tonalidad azul.

Sin duda este hombre era un alto funcionario de la organización. Pero la cita de Theremon era con Mondior.

Aquella misma mañana había decidido, después de escribir su artículo sobre la última fulminación de los Apóstoles, que necesitaba saber más acerca de su misterioso culto. Todo lo que habían dicho hasta entonces le sonaba como a estupidez, por supuesto, pero sus palabras empezaban a adquirir la apariencia de estupideces interesantes, de las que valía la pena escribir con cierto detalle. ¿Qué mejor forma de averiguar cosas sobre ellos que ir directamente al hombre en la cima? Suponiendo que fuera posible, por supuesto. Pero, para su sorpresa, cuando llamó le dijeron que podía celebrar una audiencia con Mondior 71 aquel mismo día. Había parecido demasiado fácil.

Ahora empezaba a darse cuenta de que había sido demasiado fácil.

—Soy Folimun 66 —dijo el hombre de rostro anguloso, con una voz ligera y flexible sin nada del retumbante trueno de Mondior. Sin embargo, sospechó Theremon, era la voz de alguien que estaba acostumbrado a ser obedecido—. Soy el relaciones públicas ayudante para el distrito central de nuestra organización. Será un placer para mí responder cualquier pregunta que desee formular.

—Mi cita era con Mondior en persona —dijo Theremon.

Los helados ojos de Folimun 66 no traicionaron el menor signo de sorpresa.

—Puede considerarme como la voz de Mondior.

—Entendí que sería una audiencia personal.

—Lo es. Cualquier cosa dicha por mí es compartida por Mondior; cualquier palabra que brote de mí es la palabra de Mondior. Tiene que comprender bien esto.

—Pese a todo, se me aseguró que se me permitiría hablar con Mondior. No tengo la menor duda de que lo que usted me diga estará revestido de toda la autoridad necesaria, pero no es sólo información lo que busco. Me gustaría formarme alguna opinión del tipo de hombre que es Mondior, cuáles son sus puntos de vista sobre otras cosas aparte la profetizada destrucción del mundo, qué piensa acerca de…

—Sólo puedo repetirle lo que ya le he dicho —declaró Folimun, cortándole suavemente—. Puede considerarme como la voz de Mondior. Su Serenidad no podrá verle en persona hoy.

—Entonces prefiero regresar otro día, cuando Su Serenidad esté…

—Permítame informarle que Mondior no se halla disponible para entrevistas personales, nunca. Nunca. El trabajo de Su Serenidad es mucho más urgente, ahora que sólo nos separan unos meses del Tiempo de la Llama. —Folimun sonrió de pronto, una sonrisa inesperadamente cálida y humana, quizá con la intención de quitar algo de mordiente a la negativa y de melodramatismo a la frase «el Tiempo de la Llama». Casi gentilmente, dijo—: Supongo que se habrá producido algún malentendido, que usted no se dio cuenta de que su cita sería con un portavoz de Mondior en vez de con el Sumo Apóstol en persona. Pero así es como tiene que ser. Si no desea usted hablar conmigo, bueno, lamento que haya hecho su viaje en balde. Pero soy la fuente de información más útil que va a encontrar usted aquí, ahora o en cualquier otro momento.

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