Aun así, tenía cáncer de pulmón; tenía que ocuparme de ello.
Y aquí había una ironía.
Algunas de las cosas que Hollus comentaba como pruebas de la existencia de Dios no me resultaban nuevas. Todo eso de las constantes fundamentales se llamaba en ocasiones el principio antrópico cosmológico; lo había tratado en el curso sobre evolución. Tiene razón en que el universo, al menos de forma superficial, parecía diseñado para la vida. Como dijo sir Fred Hoyle en 1981, «Una interpretación de sentido común de los hechos sugiere que una superinteligencia ha alterado la física, así como la química y la biología, y que en la naturaleza no hay fuerzas ciegas que valga la pena comentar. Los números calculados a partir de los hechos me parecen tan abrumadores como para poner la conclusión más allá de toda cuestión». Pero, claro, sir Fred defendió muchas ideas que no agradaban al resto de la comunidad científica.
Aun así, mientras Hollus y yo continuamos discutiendo, sacó los cilios —aunque él los llamaba «ciliums»; siempre tenía problemas con los plurales del latín—. Los cilios son esas extensiones como pelos de la célula que son capaces de realizar movimientos rítmicos; están presentes en muchos tipos de células humanas y, dijo, también en las células de forhilnores y wreeds. Los humanos que creían que no sólo el universo sino la vida en sí había sido diseñada por un ser inteligente citaban a menudo los cilios. Los pequeños motores que permiten el movimiento de las fibras son enormemente complejos, y los proponentes del diseño inteligente afirman que la complejidad es irreductible: no hay forma en que pudiesen haber evolucionado por medio de una serie de pasos incrementales. Como una ratonera, un cilio necesita todas sus partes para funcionar; quita cualquier elemento y se convierte en basura inútil —al igual que sin el resorte, o la barra de sujeción, o la plataforma, o el martil o, o la trampa, una ratonera no hace nada—. Era realmente un problema explicar cómo los cilios habían evolucionado por medio de la acumulación de cambios graduales, que se supone que es como actúa la evolución.
Bien, además de en otros lugares, los cilios se encuentran en la capa de una célula que cubre los bronquios. Se agitan al unísono, sacando el mucus de los pulmones, mucus que contiene partículas inhaladas accidentalmente, sacándolas antes de que se inicie el cáncer.
Pero si los cilios son destruidos, por exposición al asbesto, el humo de tabaco u otras sustancias, los pulmones ya no se pueden mantener limpios. El único otro mecanismo para deshacerse de la flema y moverla hacia arriba es toser —una tos persistente y atormentadora—. Pero toser no es igual de eficaz; los carcinógenos permanecen más tiempo en los pulmones y se forman tumores. Esa tos persistente daña en ocasiones al tumor, añadiendo sangre al esputo; como en mi caso, ése es a menudo el primer síntoma de un cáncer.
Si Hollus y los humanos que compartían sus creencias tenían razón, los cilios habían sido diseñados por un ingeniero maestro.
Si es así, quizá debería denunciar a ese hijo de puta.
—Mi amigo de la universidad tiene un informe preliminar sobre su ADN —le dije a Hollus unos días después de que le hubiese pedido la muestra; había vuelto a perderme el aterrizaje del transbordador, pero un forhilnor que no era Hollus le entregó la muestra a Raghubir, junto con los datos forhilnores sobre supernovas que Hollus le había prometido a Donald Chen.
—¿Y?
Algún día, le preguntaría qué decidía cuál sería la boca que usaría cuando iba a emitir una única sílaba.
—Y no cree que tenga origen extraterrestre.
Hollus se movió sobre las seis patas; mi despacho le resultaba demasiado estrecho.
—Claro que lo es. Confieso que no es mi propio ADN; Lablok se lo extrajo de sí misma. Pero ella también es un forhilnor.
—Mi amigo identificó un centenar de genes que parecen ser los mismos que la vida en este planeta. Por ejemplo, los genes que crean la hemoglobina.
—Hay un número limitado de sustancias químicas que pueden emplearse para llevar oxígeno por la corriente sanguínea.
—Supongo que esperaba algo más… bien, alienígena.
—Soy tan alienígena como es probable que puedan llegar a ver —dijo Hollus—. Es decir, la diferencia entre su estructura corporal y la mía es tan grande como podrán ver en el futuro. Después de todo, hay limitaciones prácticas de ingeniería a lo extraña que pueda llegar a ser la vida, aunque —y levantó una de las manos de seis dedos y realizó un saludo vulcaniano— sus cineastas parecen incapaces de acercarse a la variedad posible de formas.
—Supongo —dije.
Hollus se agitó.
—El número mínimo de genes exigidos para la vida es de unos 300 —dijo—. Pero esa cantidad sólo es suficiente para criaturas realmente primitivas; la mayoría de las células eucariotas comparten un núcleo de unos 3.000 genes… se encuentran en todas partes, desde formas de vidas unicelulares hasta animales elaborados como nosotros, y son iguales, o casi iguales, en todos los mundos en los que hemos mirado. Además, hay unos 4.000 genes adicionales compartidos por todas las formas de vida multicelulares, que codifican proteínas para la adhesión célula a célula, señales entre células, y demás. Y hay otro mil ar compartido por todos los animales con esqueletos internos. Y un mil ar más compartidos por todos los animales de sangre caliente. Por supuesto, si su amigo sigue mirando, encontrará decenas de miles de genes en el ADN de forhilnor que no tienen equivalentes en las formas de vida de la Tierra, aunque, naturalmente, es mucho más fácil encontrar genes conocidos que encontrar los desconocidos. Pero realmente hay muy pocas soluciones posibles a los problemas de la vida, y aparecen recurrentemente de mundo en mundo.
Agité la cabeza.
—No hubiese esperado que la vida de Beta Hydri usase el mismo código genético que la vida en la Tierra, y menos aún los mismos genes. Es decir, incluso aquí hay algunas variaciones en el código: de los sesenta y cuatro codones, cuatro tienen un significado diferente en el ADN mitocondrial que en el ADN nuclear.
—Todas las formas de vida que hemos examinado comparten esencialmente el mismo código genético. A nosotros también nos sorprendió al principio.
—Pero no tiene ningún sentido —dije—. Los aminoácidos aparecen en dos isómeros, dextrógiros y levógiros, pero toda la vida en la Tierra usa la versión levógira. Para empezar, las probabilidades de que dos ecosistemas empleen la misma orientación son del cincuenta por ciento. Y debería haber sólo una entre cuatro de que tres ecosistemas, el de ustedes, el mío y el de los wreeds, usasen el mismo código.
—Cierto —dijo Hollus.
—Y aun quedándose sólo con la versión levógira, hay más de un centenar de aminoácidos… pero la vida en la Tierra sólo usa veinte. ¿Cuáles son las probabilidades de que la vida en otros mundos empleara exactamente esos veinte?
—Bastante remotas.
Le sonreí a Hollus; había esperado que me diese una respuesta estadística precisa.
—Bastante remotas, sí —dije.
—Pero la elección no es aleatoria; Dios lo diseñó así.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Simplemente no puedo aceptarlo —dije.
—Lo sé —aseveró Hollus, sonando como si le pesase mi ignorancia—. Mire —dijo después de un momento—. No se trata de misticismo. Creo en Dios porque científicamente tiene sentido que lo haga; es más, sospecho que Dios existe en este universo debido a la ciencia.
Empezaba a dolerme la cabeza.
—¿Cómo es eso?
—Como dije antes, nuestro universo es cerrado… y con el tiempo volverá a colapsar en un big crunch. Un acontecimiento similar se produjo después de miles de mil ones de años en el universo anterior a éste… y con miles de millones de años, ¿quién sabe qué cosas fenomenales podrían ser posibles para la ciencia? Vamos, podría incluso ser posible que una inteligencia, o una estructura de datos que la represente, sobreviviese a un big crunch y existiese de nuevo en el siguiente ciclo de la creación. Tal entidad es posible que posea ciencia suficiente para permitirle influir en los parámetros del siguiente ciclo, creando un universo diseñado en el que la entidad renacería armada ya con miles de millones de años de conocimientos y sabiduría.
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