Robert Silverberg - Sadrac en el horno

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Sadrac en el horno: краткое содержание, описание и аннотация

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Siglo XXI. Un mundo en ruinas gobernado por un viejo y astuto tirano, Genghis II Mao IV Khan. La vida del Khan se mantiene gracias a la habilidad de Sadrac Mordecai, un brillante cirujano negro cuya misión es reemplazar los órganos deteriorados del presidente.
Los más modernos aparatos se utilizan para tres proyectos de gran envergadura, uno de ellos, el proyecto Avatar, tiene por objeto lograr la inmortalidad del viejo líder transfiriendo la mente y la personalidad del Khan a un cuerpo más joven.
Sadrac descubre que ha sido elegido para ese macabro proyecto, pero logra idear con increíble serenidad un peligroso plan para cambiar la faz de la Tierra.
Nombrado para el premio Nebula a la mejor novela en 1976.
Nombrado para el premio Hugo a la mejor novela en 1977.

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Me estalla la cabeza.

—¡Sadrac! —ruge Genghis Mao— ¡Este maldito dolor de cabeza! ¡Cúrame, Sadrac!

El viejo bucanero esboza una sonrisa forzada. Recostado sobre una pila de tres almohadas, se lo ve fatigado, desgastado. Una sonrisa pétrea le endurece la expresión, y sus ojos, iluminados por un brillo áspero, oscilan en las órbitas como si lucharan desesperadamente por centrar la mirada. Ahora que está cerca del Khan, Sadrac puede detectar fácilmente diversos síntomas que indican una acumulación de líquidos en las cavidades del cerebro del presidente. Ya se observan distintas señales de deterioro en las funciones cerebrales de Genghis Mao. No cabe duda con respecto al diagnóstico. No cabe duda.

—Estuvo mucho tiempo lejos de aquí —murmura el presidente—. ¿Disfrutó su viaje? Sí, pero el dolor de cabeza, Sadrac, este horrible y maldito dolor de cabeza… no tendría que haberlo dejado ir. Su lugar es aquí, a mi lado. Su función es controlarme, curarme. Fue dejar que mi mano derecha se fuera de viaje a recorrer el mundo. No volverá a irse, ¿verdad, Sadrac? ¿Y hará que mi cabeza se cure? Me asusta. Siento un latido, como si algo tratara de escaparse de mi cerebro.

—No hay razón para preocuparse, señor. Pronto mejorará.

Los ojos de Genghis Mao vibran de angustia.

—¿Como? ¿Me agujerearán el cráneo? ¿Liberarán el demonio, dejando que escape como un soplo de gas nocivo?

—No estamos en el neolítico dice Sadrac— El trépano es obsoleto. Tenemos métodos mejores —Sadrac toca las mejillas del Khan con la yema de los dedos, palpando los pómulos compactos, salientes—. Relájese, señor. Afloje los músculos —ya es muy tarde y Sadrac está agotado: en un solo día voló de San Francisco a Pekín, de Pekín a Ulan Bator. En cuanto llegó fue a visitar al Khan, sin refrescarse siquiera ni cambiarse de ropa. Su mente confundida ha perdido noción del tiempo, no sabe si es sábado, domingo o viernes, pero en lo más profundo de su espíritu hay una nítida esfera de transparente claridad—. Relájese —dice en tono melodioso—. Relájese. Despeje la tensión del cuello, de los hombros, de la espalda. Tranquilo, tranquilo… —No me va a curar con masajes y con palabras sedantes, supongo —dice Genghis Mao en tono burlón.

—Pero podemos aliviar los síntomas, mitigarlos, señor.

—¿Y después?

—Si es necesario, podemos recurrir a una intervención quirúrgica.

—¿Se da cuenta? ¡Me agujerearán el cráneo! ¡Como yo dije!

—Será algo muy simple, lo prometo —Sadrac se aparta de Genghis Mao y se ubica a sus espaldas, de manera de no distraerse con la necesidad de enfrentar la mirada de este feroz anciano y se concentra en las percepciones para elaborar el diagnóstico definitivo. Desequilibrio hidrostático, sí; congestión meníngea, sí; acumulación de desperdicios metabólicos en el cerebro, sí. La situación no es crítica, de ninguna manera. La operación podría postergarse durante semanas, e incluso meses, y no se correría ningún riesgo, pero Sadrac piensa tratar el problema lo antes posible. Y no sólo por el bien de Genghis Mao.

—Me alegra que haya vuelto —le dice Genghis Mao.

—Gracias, señor.

—Tendría que haber estado en el funeral. Hubiera ocupado un lugar de honor. Fue magnífico, Sadrac… ¿Vio el funeral por televisión?

—Desde luego —miente Sadrac— En… eh… en Jerusalén. Creo que fue en Jerusalén. Sí. Magnífico. Sí.

—Magnífico —dice el Khan, regodeándose en cada sílaba—. Nunca lo olvidaran. Fue uno de los grandes espectáculos de la historia. Yo estaba orgulloso. Ni los asirios hubieran hecho algo mejor para Sardanápalo —el Khan echa a reír—. Ya que no podemos asistir a nuestro propio funeral, por lo menos podemos satisfacer el deseo organizando un espléndido funeral para otra persona. ¿Eh, Sadrac? ¿Eh?

—Ojalá hubiera estado, señor.

—Pero estaba en Jerusalén. ¿O era Estambul?

—Creo que era Jerusalén, señor —Sadrac palpa las sienes de Genghis Mao, haciendo una presión leve pero firme. Una expresión de dolor se dibuja en el rostro del presidente.

Cuando Sadrac oprime los costados del cuello, debajo de las orejas, Genghis Mao, emite un quejido.

—Despacito ahí —dice el Khan.

—Sí.

—¿Es un problema grave?

—No hay peligro inmediato, pero el problema está, evidentemente.

—Explíquemelo.

Sadrac se para donde Genghis Mao pueda verlo. —El cerebro y la médula espinal —dice Sadrac— flotan, sí, flotad, en lo que llamamos liquido cerebroespinal, que se elabora en unas cavidades del cerebro conocidas como ventrículos. Este líquido protege y nutre al cerebro, y al pasar a los espacios que rodean el cerebro, lleva consigo los desperdicios metabólicos resultantes de la actividad cerebral. Cuando, por determinadas circunstancias, el pasaje de los ventrículos a estos espacios meníngeos se bloquea, el líquido cerebroespinal se acumula en los ventrículos.

—¿Y eso es lo que pasa en mi cabeza?

—Aparentemente, sí. ¿Por qué?

Sadrac se encoge de hombros y responde:

—Por lo general, la causa del bloqueo es una infección o un tumor en la base del cerebro. A veces, surge espontáneamente, sin lesiones que lo provoquen, como consecuencia de la edad, tal vez.

—¿Y cuáles son los efectos?

—En los niños, se agranda el cráneo y se inflaman los ventrículos, anormalidad conocida como hidrocefalia, ascua en el cerebro. Pero en los adultos, como el cráneo no tiene capacidad de extensión, el cerebro debe soportar toda la. presión. Los primeros síntomas son, naturalmente, fuertes dolores de cabeza. Luego se observan fallas en la coordinación física, vértigos, parálisis facial, pérdida gradual de la vista, períodos de coma, deficiencias generales en las funciones cerebrales, ataques de epilepsia…

—¿Y la muerte?

—Sí, eventualmente, la muerte.

—¿Inmediata?

—Depende de la magnitud del bloqueo, del vigor del, paciente y de muchísimos factores más. Algunos viven años con condiciones hidrocefálicas leves e incipientes sin saberlo. Incluso ocurren casos de enfermos agudos en los que durante años y años no se manifiestan los síntomas. Por otra parte, se dan casos de enfermos que mueren unos pocos meses después de la primera congestión, y si se produce, por ejemplo, un edema medular, o una inflamación intracranea que desbarate los sistemas autonómicos, la muerte puede ser aún más inmediata.

A Genghis Mao siempre le ha apasionado la narración de la sintomatología y el pronóstico, pero en este momento además del brillo de interés que le ilumina los ojos, Genghis Mao está como espantado, en su rostro se refleja una expresión de terror, que Sadrac nunca había observado en él.

—¿Y en mi caso? —pregunta el presidente.

Tendremos que hacer una serie completa de pruebas, naturalmente. Pero, basándome en la información que recibo de mis nódulos, sugiero que se realice la intervención quirúrgica cuanto antes.

—Nunca me han intervenido el cerebro.

—Lo sé, señor.

—No me gusta nada la idea. Un riñón o un pulmón es algo insignificante. No quiero el laser de Warhaftig en mi cabeza. No quiero que corten pedazos de mi mente.

—No habrá necesidad de hacerlo.

—¿Qué harán, entonces?

—Se trata estrictamente de terapia descompresora. Instalaremos conductos con válvulas para desviar el exceso de liquido directamente al sistema yugular. La operación es relativamente simple y mucho menos riesgosa que un transplante de órganos.

Una sonrisa gélida se dibuja en el rostro de Genghis Mao.

—Sin embargo, estoy acostumbrado a los transplantes de órganos. Hasta podría decir que me gustan los transplantes de órganos. La cirugía cerebral es algo nuevo para mí.

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