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Charles Sheffield: Proteo desencadenado

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Charles Sheffield Proteo desencadenado

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En el siglo XXII, la combinación de una bio-realimentación potenciada por ordenador con unas nuevas técnicas de quimioterapia ha permitido al ser humano no sólo curarse (eliminando la profesión médica), sino también alterar a voluntad su forma física. La alteración física, sin embargo, presenta aspectos oscuros, y la Agencia de Control de Formas que dirige Behrooz Wolf tiene la misión de impedir que formas ilegales o peligrosas se difundan. Mientras investiga proyectos de apariencia siniestra, Wolf encuentra pistas que lo conducen al mensaje legado hace millones de años por una especie extraterrestre. Más tarde, la recurrente imagen mental de un misterioso Bailarín le llevará a enfrentarse con los rebeldes que, desde el espacio exterior, se oponen al poder de la Tierra. Razones más que suficientes para replantear lo que significa ser humano precisamente en una época en la cual los humanos adquieren cualquier forma física si lo desean y cuando el nuevo Test de Humanidad resulta esencial para identificar a los miembros de la propia especie.

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Pero Bey ya no podía oírle. La pregunta final sobre Mary le había afectado más de lo debido. ¿Lo había superado, o no? ¿Rechazaría un problema potencialmente fascinante sólo porque podría verse obligado a ver a Mary con el hombre que había elegido en vez de a él?

Ignoró el acelerado trayecto hasta la superficie, ignoró las aglomeraciones vespertinas que le empujaban desde las aceras. La invitación a cenar de Manx no se había cumplido, pero en cualquier caso Bey había perdido el apetito. Saltó peligrosamente de un carril veloz a otro lento, dejó la acera móvil y corrió a su apartamento. Cogió al azar un cubo de proyección del archivo (todos eran de Mary, había poca diferencia), y se sentó a verlo.

Como era de prever, se trataba del que más odiaba, pero también del que más veces había visto. Mary en un musical de aficionados, vestida con una larga túnica, gorra y parasol, y cantando con la dulce vocecita artificial de una niña pequeña: «Déjalo ir, deja que tarde, déjalo hundirse o déjalo nadar. No le importo, y no me importa. Puede irse y encontrar a otra, y espero que se lo pase bien, porque yo voy a casarme con un chico más guapo.»

Bey sintió que su corazón se marchitaba por dentro mientras observaba. En ella no se había ajado nada: dolía tanto como siempre. Extendía la mano para cortar el cubo cuando la recatada figura de Mary Walton ondeó y se oscureció. Una nueva escena se superpuso a la antigua y familiar.

El Bailarín. Retorciéndose y cruzando la imagen, abiertas las piernas forradas de rojo. Se detuvo en el centro, saludó a Bey y entonó una cancioncilla que casi pudo comprender. Entonces se marchó, patinando hacia atrás hasta perderse en la distancia, la cabeza bamboleándose y las manos agitándose alegremente.

¡El Bailarín… incluso aquí! En mitad de una secuencia que Bey había grabado personalmente cuatro años atrás. ¿Cómo podía haber cambiado nadie esa grabación? Bey volvió la proyección al principio, y se obligó a verla de nuevo. Esta vez no apareció ningún Bailarín. Fue Mary todo el tiempo, hasta aquella intolerable línea final en que se colocaba el parasol al hombro y decía adiós con la mano.

Bey siguió mirando hasta el amargo final. Entonces se dirigió a la unidad de comunicaciones y llamó a Leo Manx.

4

Todos los sistemas aislados se vuelven menos ordenados cuando se los deja solos.

(Esta versión de la Segunda Ley de la Termodinámica la formuló APOLLO BELVEDERE SMITH a los cinco años, para explicar por qué su habitación era un caos.)

—Hay una cosa más que debería decidir antes de embarcar. —Leo Manx inspeccionaba a su compañero de viaje y el equipaje de Bey Wolf.

—¿Como qué?

—¿Quiere pasar el tiempo en un tanque de cambio de formas hasta la Nube? Si es así, debemos asegurarnos de que los programas estén disponibles.

—¿Quiere decir que cambie a algo más parecido a su propia forma, por comodidad física? —Bey sacudió la cabeza—. Me gusta esta forma, y sé que tolera bastante bien la baja gravedad y el frío.

—Ése no es el motivo de mi sugerencia. —Manx cogió el pequeño maletín de viaje de Bey y lo hizo flotar con una sola mano para asegurarlo en la bodega de carga—. Me preocupa la respuesta que puede recibir de los ciudadanos del Sistema Exterior. Comprenderán al momento que viene usted de la Tierra, o al menos del Sistema Interior. Las dos Federaciones no están en guerra…

—Todavía.

—… pero estamos enzarzados en una pugna económica por los derechos del Anillo de Núcleos. Ha habido escaramuzas en el Halo. Si continúa con su forma actual, preveo ciertas rudezas e incomodidades cuando lleguemos. Oirá que le llaman imbrazasol… Imperialista Abrazasoles. Sin duda habrá comentarios sobre su piel velluda.

—¿Los mismos que hay sobre usted cuando la gente le llama nubáqueo lampiño? —La reacción del otro hombre apenas fue un momentáneo tic en el labio, pero Bey estaba acostumbrado a leer señales sutiles—. Doctor Manx, si consiguió usted vivir en la Tierra sin cambiar de forma, yo puedo hacer lo mismo en el Sistema Exterior. Estoy acostumbrado a las críticas y a los comentarios maliciosos.

—En realidad, realicé un pequeño cambio de forma mientras venía; una adaptación mínima… de lo contrario, la gravedad de la Tierra habría sido demasiado para mí. Pero en mi caso fue muy distinto. Sabía que estaría aquí sólo durante poco tiempo, hasta que usted aceptara o rechazara nuestra petición. —Manx notó la expresión de Bey, y advirtió que había cometido un error—. Naturalmente, usted ha accedido a quedarse con nosotros sólo el tiempo suficiente para una evaluación preliminar del problema. Me doy cuenta. Pero esperaba que encontrase la situación lo bastante intrigante para prolongar su estancia. No sólo por nuestro bien; por el suyo. Cuando se visita el Sistema Exterior, hay muchas cosas que ver y hacer.

—Ni hablar. Si se equivocan, no merece la pena. Si tienen razón, puedo usar un programa cuando lleguemos allí.

—Eso es verdad.

—¿Entonces a qué esperamos?

Manx señaló hacia la portilla. Bey advirtió de repente que ya no estaban esperando. La Tierra había desaparecido, y ya pasaban la Luna. El impulso sin inercia de McAndrew había sido conectado mientras hablaban, y aceleraban alejándose del Sol a más de cien ges.

—Doce días hasta el punto de cruce, luego otros doce hasta la Cosechadora Opik —dijo Manx—. No es la Cosechadora más cercana al Sol, pero tiene un gran número de unidades para cambiar de forma. He discutido nuestro destino con mis superiores, y estamos de acuerdo en que es un buen lugar para empezar.

—¿A qué distancia está?

—Veintiséis mil unidades astronómicas… unos cuatro billones de kilómetros.

Manx hizo aparecer una estilizada figura tridimensional en la pantalla. Era una representación geométrica del espacio solar. Incluso con la escala radial logarítmica, la gráfica ocupaba una pared entera del camarote. El Sistema Interior, que lo abarcaba todo hasta Perséfone, se apiñaba dentro de una esfera de un radio de diez mil millones de kilómetros cuyo centro era el Sol. El Halo cubría doscientas veces esa distancia, un toro difuso dentro del cual se encontraba el Anillo de Núcleos, como una estrecha corona bien definida. La Nube Oort, hogar del Sistema Exterior, era una vasta región esférica, que se acercaba al Halo en su límite interior pero siete veces superior a su borde exterior que cubría una tercera parte de la distancia hasta la estrella más cercana.

Manx señaló un puñado de hábitats de colores en el Sistema Exterior, y el rumbo de vuelo marcado que se extendía hasta ellos desde el entorno Tierra-Luna.

—La Cosechadora Opik está cerca del borde interior de la Nube, pero a prudente distancia del Anillo de Núcleos. No hay peligro por esa parte. Como puede ver por nuestra trayectoria, volaremos bastante cerca del Anillo en sí dentro de unos nueve días. —Dirigió a Bey una mirada de reojo—. Pensé que podría interesarle personalmente echarle un vistazo.

Bey estaba aprendiendo. Las omisiones de Manx (raramente accidentales) eran más informativas que sus discursos. Manx era demasiado consciente de sí mismo o diplomático para decir algunas cosas. Prefería dejar agujeros lógicos, y luego plantear preguntas.

—Nunca he estado cerca del Anillo de Núcleos —dijo Bey—. Supongo que lo sabe.

—Eso dice su historial.

—Entonces debería decir también que sé poco de los agujeros negros Kerr-Newman, y aún menos de cómo usamos los núcleos mismos como fuentes de energía.

—En efecto, así es. —Amable, y sin comprometerse.

Bey tendría que excavar más hondo.

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