Robert Sawyer - Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro: краткое содержание, описание и аннотация

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro.
Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato.
A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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—Lo siento —dijo mientras se sentaba—. Si alguien le hubiera amenazado…

—Déjeme hablar con su capitana.

Drescher rió con un bufido.

—No le recibirá; la mitad de las veces, ni siquiera me recibe a mí. —Suavizó la voz—. Lo siento, señor Procopides. Mire, limítese a tener cuidado.

—Pensé que usted, precisamente usted, lo comprendería.

—Sólo soy policía. Cumplo órdenes. —Hizo una pausa, y un tono reservado asomó a su voz—. Además, puede que el haber venido aquí haya sido un gran error. Es decir, ¿qué pasaría si yo fuera el tipo que le disparó? ¿No escribió Agatha Christie una vez una historia parecida, en la que el detective era el asesino? Sería irónico que viniera a verme, ¿no?

Theo enarcó las cejas. El corazón corría en su pecho, y no sabía qué decir. Dios mío, le habían matado con una Glock, la pistola preferida por oficiales de policía de todo el mundo…

—No se preocupe —dijo Drescher, sonriendo—, sólo era una broma. Supuse que podía darle un susto después de lo que me hizo pasar hace años. —Pero miró a la mesa y borró con dos movimientos del índice las últimas líneas de la transcripción—. Buena suerte, señor Procopides. Como le dije, bastará con que tenga cuidado. Para miles de millones de personas, el futuro no ha resultado ser tal y como lo mostraron las visiones. No debería de decirle esto, siendo científico y todo eso, pero en realidad no hay ninguna razón para pensar que su visión vaya a ser la que resulte cierta.

Theo usó el móvil para llamar al coche, entrando en él cuando llegó.

Sin duda, Drescher tenía razón. Se sonrió avergonzado por su ataque de pánico; probablemente fuera por alguna pesadilla de la noche pasada, unida a la ansiedad por el experimento. Trató de relajarse, contemplando la campiña mientras el vehículo lo llevaba de vuelta al centro de control del LHC. El autobús seguía allí, lo que le hizo sentir nostalgia. Los vehículos de Globus Gateway eran frecuentes por toda la Europa Occidental, por supuesto. Nunca había usado uno, pero siendo adolescente siempre los había esperado en julio y agosto, llenos de chicas estadounidenses en busca de un verano de emoción. Theo había disfrutado de más de una noche romántica con una estudiante americana en aquellos tiempos.

Pero aquel agradable recuerdo se tornó tristeza; estaba pensando en su hogar, en Atenas. Sólo había vuelto dos veces desde el funeral de Dim. ¿Por qué no había tenido más tiempo para sus padres? Dejó que el coche encontrara un estacionamiento vacío, salió y se dirigió al centro de control.

—Hola, Theo —dijo Jake Horowitz, dirigiéndose hacia él desde el otro extremo del pasillo de los mosaicos—. He estado buscándote. Llamé a tu coche, pero me dijo que te habían arrestado, o algo así.

—Vaya, un coche gracioso. En realidad estaba… visitando a alguien a quien creía un viejo amigo.

—Hay un problema en el LHC, y Jiggs no sabe cómo arreglarlo.

—¿Qué?

—Sí, algo en uno de los grupos de criostatos. El número cuatro cuarenta, en el octante tres.

Theo frunció el ceño. Habían pasado años desde que el LHC se usara a plena potencia. Jiggs, de treinta y cuatro años, era el jefe de la división de mantenimiento; nunca había visto el colisionador funcionando a niveles de 14-TeV.

Asintió. Los controles de los criostatos eran famosos por su fragilidad.

—Iré a echar un vistazo. —En los viejos tiempos, cuando el CERN tenía una plantilla de tres mil personas, Theo nunca hubiera bajado solo al túnel, pero con tan pocos hombres como tenían ahora parecía el mejor modo para sacar todo el provecho al equipo; además, probablemente fuera el lugar más seguro en el que podía estar; un loco podía llegar al campus del CERN para matarlo, pero sin duda el intruso sería detenido mucho antes de que pudiera llegar al túnel. Además, sólo Jake y Jiggs, en los que confiaba por completo, sabrían siquiera que estaba allí.

Tomó el ascensor hasta el nivel menos cien metros. El aire en el túnel del acelerador era húmedo y caliente, y olía a ozono y a aceite. Las luces eran tenues, un blanco azulado procedente de los fluorescentes del techo, puntuado a intervalos regulares por las lámparas amarillas de emergencia de las paredes. La pulsación del equipo, el zumbido de las bombas de aire y el repiqueteo de sus tacones contra el suelo de hormigón resonaban ruidosos. La sección del túnel era circular, salvo por el suelo plano, y su diámetro variaba entre los tres coma ocho y los cinco coma cinco metros.

Como había hecho a menudo, miró el túnel en una dirección y después en la opuesta. No era totalmente recto. Podía ver una gran distancia en ambos sentidos, pero al final las paredes terminaban por curvarse.

Colgados del techo del túnel estaban los perfiles “I” del monorraíl, y de ellos el propio tren; Jiggs lo había dejado allí estacionado. El monorraíl consistía en una cabina lo bastante grande como para alojar a una sola persona, tres pequeños vagones diseñados para transportar material, no personas, y una segunda cabina enfrentada en la dirección opuesta. Los vagones de carga eran poco más que canastas metálicas colgadas, de color azul. Las cabinas eran armazones naranjas con faros sobre el parabrisas inclinado y un gran parachoques de caucho abajo. El ángulo de los parabrisas era pronunciado.

El conductor tenía que sentarse con las piernas fuera, frente a él, pues la cabina no era lo bastante alta como para acomodar a una persona sentada. El nombre ORNEX, el fabricante del monorraíl, adornaba el frente de la cabina. A los lados del nombre había pequeños reflectores rojos, y bajo ellos una tira amplia con marcas de seguridad negras y amarillas; querían estar totalmente seguros de que las cabinas fuesen visibles en el oscuro túnel. El tren había sido mejorado en 2020; ahora podía alcanzar los sesenta kilómetros por hora, lo que indicaba que podía circunnavegar el túnel en menos de treinta minutos.

Theo sacó una caja de herramientas de los armarios de suministros en la plataforma de mantenimiento y se puso el casco amarillo: aunque no solía bajar al túnel, era lo bastante veterano como para disfrutar de su propio casco. Depositó la caja de herramientas en uno de los vagones de carga, se subió a la cabina encarada en la dirección deseada (en el sentido de las agujas del reloj) y puso el tren en movimiento, perdiéndose en la oscuridad con un zumbido.

El detective Helmut Drescher trató de seguir con su trabajo; tenía siete casos abiertos que investigar, y la Capitaine Lavoisier le había exigido más progresos. Pero la mente de Moot no dejaba de regresar a la peripecia de Theo Procopides. Había sido bastante amable, y le gustaría haberlo podido ayudar. También parecía estar en buena forma, para ser un hombre de casi cincuenta años. Encontró el plano en el que había grabado la conversación, y en el que seguía abierta la caja de datos biográficos de Theo: nacido el 2 de marzo de 1982, lo que hacía que tuviera cuarenta y ocho. Demasiado viejo para ser boxeador. Además, no tenía la constitución para ello. Era posible que en el futuro alternativo de las visiones mostradas hubiera sido entrenador, o árbitro, en lugar de boxeador. Pero no, no parecía tener sentido. Moot no llevaba encima la tarjeta que Theo le había dado hacía dos décadas, aunque la había guardado todos aquellos años, mirándola de vez en cuando; ponía “CERN” claramente en ella. Por tanto, si ya era físico antes de las visiones, en 2009, no parecía probable que se hubiera pasado a los deportes. Pero recordaba vivida su propia visión: el hombre de la bata, el forense, le había dicho claramente que Procopides había muerto en el “ring” [3] “anillo”, en inglés (N. del T.)

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