En un gesto reflejo, Luis intentó mirar hacia arriba. Imposible. Estaba cabeza abajo y dos globos antichoque, así como la aerocicleta, se interponían entre él y el techo.
— Hemos encontrado la civilización del Mundo Anillo — dijo en voz alta.
— Es posible; creo que un ser civilizado podría haber reparado el fusil de precisión, como le llamabas. Pero lo principal… aguarda un momento.
Y el titerote comenzó a canturrear Beethoven, o los Beatles, o algo que sonaba a clásico. A Luis incluso le pareció que iba improvisando sobre la marcha.
El canturreo continuó y continuó. Luis empezaba a sentir sed. Y hambre. Y le palpitaban las sienes.
Ya había abandonado toda esperanza más de una vez, cuando el titerote volvió a hablar.
— Hubiera preferido usar el desintegrador, pero no puede ser. Luis, tú tendrás que encargarte de esto; eres descendiente de primates y por tanto puedes trepar mejor que Interlocutor. Coge la…
— ¿Trepar?
— Cuando termine de explicártelo podrás hacer todas las preguntas que quieras, Luis. Coge la linterna de rayos laser, dondequiera que la hayas puesto. Usa el rayo para reventar el globo que tienes delante. Tendrás que agarrarte al material del globo antes de caer. Luego puedes trepar por él hasta situarte encima de la aerocicleta. Entonces…
— Has perdido el juicio.
— Déjame acabar, Luis. Toda esta actividad tiene como finalidad destruir el fusil de precisión, como lo llamabas. Lo más probable es que haya dos, uno debe estar situado encima, o debajo, de la puerta de entrada. El otro puede estar en cualquier parte. El único indicio que puede servirte de guía es que debe ser parecido al primero.
— Claro, y también puede ser distinto. En fin, no tiene importancia. ¿Crees que puedo agarrarme al material de un globo que acaba de reventar con la rapidez suficiente para…? No, no puedo.
— Luis. ¿Cómo puedo acudir en vuestra ayuda con un arma apostada a punto de destrozar mi maquinaria?
— No lo sé.
— ¿Esperas que trepe Interlocutor en lugar tuyo?
— ¿Saben trepar los gatos?
— Mis antepasados eran gatos de pura raza, Luis — dijo Interlocutor —. Aún no tengo curada la mano quemada. Y no sé trepar. De todos modos, lo que sugiere el herbívoro es una locura. En el fondo, todo ello no es más que una excusa para abandonarnos.
Luis lo comprendía. Tal vez dejó traslucir el miedo.
— Aún no tengo intención de abandonamos — dijo Nessus —. Esperaré. Tal vez se os ocurra un plan mejor. Tal vez el curioso se presente. De un modo u otro, esperaré.
Ahí colgado cabeza abajo e inmovilizado entre dos globos rígidos, no era raro que a Luis Wu le costara calcular el tiempo. Nada cambiaba. Nada se movía. Podía oír silbar a Nessus a lo lejos; pero, excepto eso, nada parecía ocurrir.
Por fin, Luis comenzó a contar los latidos de su propio corazón. Setenta y dos por minuto, calculó.
Exactamente diez minutos más tarde se le oyó decir:
— Setenta y dos. Uno. Pero, ¿qué estoy haciendo?
— ¿Hablabas conmigo, Luis?
— ¡Nej! Interlocutor, no lo soporto más. Prefiero morir ahora mismo antes que enloquecer.
— Yo mando aquí, Luis, estamos en situación de combate. Y te ordeno que te serenes y esperes.
— Lo siento. — Luis intentó bajar los brazos, hizo una pausa, luego otro esfuerzo para bajar los brazos, otra pausa. Ya lo tenía: el cinturón. La mano había quedado demasiado adelante. Intentó mover el codo hacia atrás, descansó, otro empujón hacia atrás…
— Lo que sugiere el titerote es un suicidio, Luis.
— Es posible. — Ya la tenía: la linterna de rayos laser. Con dos sacudidas más logró zafarla del cinturón y apuntarla hacia delante; quemaría el panel de mandos, pero al menos no se quemaría él.
Disparó.
El globo comenzó a desinflarse lentamente. Al mismo tiempo, el globo que tenía detrás le aplastó contra los mandos. Al disminuir la presión, le resultó más fácil introducirse otra vez la linterna de rayos laser en el cinturón y agarrar dos puñados del arrugado material colgante.
También había empezado a deslizarse de su asiento. Más y más rápido… se agarró con fuerza obsesiva, y cuando por fin su cuerpo giró y comenzó a caer, sus manos no resbalaron sobre la tela. Se quedó ahí suspendido bajo la aerocicleta, con un foso de treinta metros bajo los pies y…
— ¡Interlocutor!
— Estoy aquí, Luis. He conseguido sacar mi propia arma. ¿Quieres que te reviente el otro globo?
— ¡Sí! — Se interponía justo en su camino, impidiéndole cualquier movimiento.
El globo no se desinfló. De un costado salió un chorro de polvo que duró unos dos segundos, luego todo el globo desapareció en un gran remolino de aire. Interlocutor lo había destrozado con un rayo del desintegrador.
— Sólo Finagle sabe cómo consigues hacer puntería con ese artefacto — exclamó Luis. Luego comenzó a trepar.
No le resultó difícil mientras pudo sostenerse de los jirones del globo. En otras palabras: pese a las horas que había pasado cabeza abajo con la sangre afluyéndole al cerebro, Luis logró no resbalar. Pero la tela acababa cerca de los soportes para los pies; y la aerocicleta casi había dado la vuelta por efecto de su peso, conque seguía colgado debajo.
Se izó hasta el vehículo, se aferró con las rodillas. Comenzó a balancearse.
Interlocutor-de-Animales estaba emitiendo unos curiosos ruidos.
Cada nueva oscilación hacía balancearse más la aerocicleta. Luis pensó, porque no le quedaba más remedio, que la mayor parte del metal debía de estar en el vientre del vehículo. De lo contrario, éste siempre giraría y Luis acabaría colgado debajo, dondequiera que se colocase, en cuyo caso Nessus no hubiera hecho esa sugerencia.
La aerocicleta casi dio toda la vuelta. Luis sintió náuseas y tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. Si ahora se le obstruían las vías respiratorias, todo habría terminado.
La aerocicleta giró en sentido contrario, dio media vuelta, y quedó exactamente boca arriba. Luis se tendió sobre el vientre del vehículo y agarró el otro extremo del globo desinflado. Por fin lo tenía.
La aerocicleta continuó girando. Luis estaba a horcajadas con el torso apoyado sobre el vientre de la máquina. Esperó, agarrándose con todas sus fuerzas.
El armazón inerte se detuvo un momento, pareció titubear, volvió a girar en sentido contrario. Los canales semicirculares le zumbaban y Luis devolvió —qué— ¿el almuerzo del día anterior? Lo devolvió de un modo explosivo, en grandes suspiros agonizantes, sobre el metal y sobré su manga; pero no se desvió más de unos centímetros de la posición inicial.
El vehículo continuaba balanceándose como si estuviera en alta mar. Pero Luis estaba bien anclado. Por fin levantó la vista.
Una mujer le estaba observando.
Parecía completamente calva. Su rostro le recordó a Luis la escultura de alambre del salón de banquetes de la torre del Cielo. Las facciones, y también la expresión. Se la veía serena como una diosa o una muerta. Y Luis sintió ganas de ruborizarse, o esconderse, o desaparecer.
Sin embargo, lo que hizo fue decir:
— Interlocutor, nos están observando. Pásale el mensaje a Nessus.
— Un momento, Luis. Estoy mareado. Cometí el error de mirar cómo trepabas.
— De acuerdo. Es…, me pareció que era calva, pero no lo es. Tiene una estrecha franja de cuero cabelludo que le va de oreja a oreja y confluye en la base del cráneo. Lleva el cabello largo, por debajo del hombro. — No añadió que tenía el cabello espeso y oscuro, ni que le caía por encima de un hombro cuando se inclinó ligeramente hacia delante para observar a Luis Wu; ni que tenía un cráneo fino y delicado, ni que sus ojos parecían atravesarlo —. Parece ser un Ingeniero; o bien pertenece a la misma raza o bien sigue las mismas costumbres. ¿Has tomado nota de todo?
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