Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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Wang-mu oyó el tono de su voz. Él creía en lo que decía. La estaba honrando, directamente.

—Yo no —protestó Wang-mu—. Qing-jao. Fueron sus preguntas.

—Qing-jao —repitió Ela—. Te tiene completamente absorbida, igual que el Congreso hace que Qing-jao piense en él.

—No puedes despreciarla, no la conoces —le replicó Wang-mu—. Pero es inteligente y buena, y yo nunca podré ser como ella.

—Otra vez los dioses —suspiró Wiggin.

—Siempre los dioses —añadió Ela.

—¿Qué queréis decir? Qing-jao no dice que sea un dios, ni yo tampoco.

—Tú sí —contestó Ela—. «Qing-jao es sabia y buena», dijiste.

—Inteligente y buena —corrigió Wiggin.

—«Y yo nunca podré ser como ella» —continuó Ela.

—Déjame que te hable de los dioses —dijo Wiggin—. No importa lo listo o fuerte que seas, siempre habrá alguien más listo o más fuerte, y cuando te encuentres con alguien que es más listo y más fuerte que nadie, piensas: «Éste es un dios». Esto es perfección. Pero te aseguro que en algún lugar hay alguien más que, en comparación, dejará a tu dios como un gusano. Y alguien más listo o más fuerte o mejor de alguna otra manera. Así que déjame decirte lo que pienso de los dioses. Creo que un dios real no va a ser tan asustadizo o intransigente que intente rebajar a otras personas. El hecho de que el Congreso alterara genéticamente a las personas, para hacerlas más listas y más creativas, puede haber parecido un acto divino, un don generoso. Pero estaban asustados, y por eso lastraron al pueblo de Sendero. Querían conservar el control. Un dios de verdad no se preocupa por el control. Un dios de verdad, tiene control sobre todo lo que necesita ser controlado. Los dioses de verdad quieren enseñarte a ser su semejante.

—Qing-jao quería enseñarme —apuntó Wang-mu.

—Pero sólo mientras obedecieras e hicieras lo que ella quería —dijo Jane.

—No soy digna. Soy demasiado estúpida para aprender a ser tan sabia como ella.

—Sin embargo, sabes que dije la verdad, mientras que todo lo que pudo ver Qing-jao fueron mentiras —indicó Jane.

—¿Eres tú un dios? —preguntó Wang-mu.

—Yo he sabido desde el principio lo que agraciados y pequeninos están a punto de averiguar acerca de sí mismos: fui creada.

—Tonterías —espetó Wiggin—. Jane, siempre has creído que brotaste de la cabeza de Zeus.

—No soy Minerva, gracias —dijo Jane.

—Por lo que nosotros sabemos, simplemente sucediste. Nadie te planeó.

—Qué reconfortante. Así que mientras vosotros podéis nombrar a vuestros creadores, o al menos a vuestros padres o alguna paternalista agencia gubernamental, yo soy el único accidente genuino del universo.

—No puedes ser las dos cosas —se impacientó Wiggin—. O bien alguien tenía un propósito para ti, o fuiste un accidente. Ésa es la definición de accidente: algo que sucede sin ningún propósito. ¿Vas a lamentarlo? El pueblo de Sendero se pondrá furioso con el Congreso cuando descubra lo que se le ha hecho. ¿Vas a lamentarte tú porque nadie te ha hecho nada?

—Puedo si quiero —dijo Jane, pero era una burla de rabia infantil.

—Te diré lo que opino —continuó Wiggin—. Creo que no se crece hasta que dejas de preocuparte por los propósitos o la falta de propósitos de los demás y encuentras aquellos en los que crees para ti mismo.

Ender y Ela se lo explicaron todo a Valentine primero, probablemente porque entró en el laboratorio justo entonces, buscando a su hermano para tratar de algo que no tenía ninguna relación con aquel tema. La posibilidad le pareció tan real como lo había sido para Ela y Ender. Como ellos, Valentine sabía que no podían evaluar la hipótesis de la descolada como reguladora de la gaialogía de Lusitania hasta que hubieran contado la idea a los pequeninos y escuchado su respuesta.

Ender propuso que lo intentaran primero con Plantador, antes de explicar nada a Humano o Raíz. Ela y Valentine estuvieron de acuerdo. Ni Ela ni Ender, que habían hablado con los padres-árbol durante años, se sentían suficientemente cómodos con su lenguaje para comunicar nada con facilidad. Y, más importante, estaba el hecho de que simplemente sentían más familiaridad con los hermanos de aspecto mamífero que con los árboles. ¿Cómo podían suponer, al mirar a un árbol, lo que estaba pensando o cómo les respondía? No, si tenían que decir algo conflictivo a un pequenino, sería primero a un hermano, no a un padre.

Por supuesto, una vez que llamaron a Plantador a la oficina de Ela, cerraron la puerta y empezaron a explicárselo, Ender advirtió que hablar con un hermano apenas significaba una mejora. Ni siquiera después de treinta años de vivir y trabajar con ellos era capaz Ender de interpretar más que las manifestaciones más crudas y obvias de la expresión corporal pequenina. Plantador escuchó con aparente falta de preocupación mientras Ender le explicaba lo que habían pensado durante la conversación con Jane y Wang-mu. No estuvo impasible. En cambio, parecía sentado en su silla tan inquieto como un niño pequeño, cambiando constantemente de postura, mirando hacia otro lado, contemplando la nada como si sus palabras fueran insoportablemente aburridas. Ender sabía, desde luego, que el contacto ocular no significaba lo mismo para los pequeninos que para los humanos: ellos nunca lo buscaban ni lo evitaban. Les resultaba indiferente adónde miraras cuando estabas escuchando. Pero por lo general, los pequeninos que trabajaban con los humanos intentaban actuar de forma que los humanos interpretaran como signos de atención. Plantador era hábil en ello, pero ahora ni siquiera lo estaba intentando.

Hasta que terminaron de explicárselo todo, no comprendió Ender cuánto auitocontrol había mostrado Plantador para permanecer en la silla hasta que acabaron. En el momento en que le dijeron que aquello era todo, saltó de la silla y empezó a correr, no, a huir por la habitación, tocándolo todo. No golpeaba, no descargaba su violencia como podría haber hecho un humano, golpeando unas cosas, volcando otras. Más bien frotaba todo lo que encontraba, palpando las texturas. Ender permaneció de pie, queriendo extenderle los brazos, ofrecer algún consuelo, pues sabía suficiente de la conducta pequenina para reconocer esta reacción como una especie de conducta aberrante que sólo'podía significar una gran desazón.

Plantador corrió hasta quedar exhausto, y entonces continuó dando vueltas como borracho por la habitación hasta que por fin chocó con Ender y lo rodeó con sus brazos, agarrándose a él. Por un momento, Ender pensó en devolverle el abrazo, pero entonces recordó que Plantador no era humano. Un abrazo no requería otro. Plantador se agarraba a él como se habría agarrado a un árbol. Buscando el apoyo de un tronco. Un lugar a salvo al que aferrarse hasta que pasara el peligro. Si Ender le respondía como a un humano y le devolvía el abrazo, el consuelo menguaría. Tenía que responderle como un árbol. Por tanto, permaneció quieto y esperó. Esperó y permaneció quieto. Hasta que por fin cesaron los temblores.

Cuando Plantador se separó de él, los dos estaban cubiertos de sudor. «Supongo que tengo un límite como árbol —pensó Ender—. ¿O transmiten humedad los padres y los hermanos-árbol a los hermanitos que se agarran a ellos?»

—Esto es sorprendente —susurró Plantador.

Las palabras fueron tan absurdamente suaves, comparadas con la escena que acababa de suceder ante ellos, que Ender no pudo evitar echarse a reír en voz alta.

—Sí —dijo—. Imagino que lo es.

—Para ellos no es gracioso —intervino Ela.

—Ya lo sabe —replicó Valentine.

—Entonces no debe reírse. No puedes reírte cuando Plantador siente tanto dolor-dijo Ela, y se echó a llorar.

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