—Eso sería monstruoso —dijo Wiggin—. Crear un veneno como ése y enviarlo a otros mundos, sin saber o preocuparse por lo que podría matar.
—No un veneno —corrigió Ela—. Si realmente se encarga de la regulación de sistemas planetarios, ¿no podría ser la descolada un instrumento para terraformar otros mundos? Nosotros nunca hemos intentado terraformar nada. Los humanos, y los insectores antes que nosotros, nos hemos asentado solamente en mundos cuyas formas de vida nativas nos llevaron a una situación similar a la de la Tierra. Una atmósfera rica en oxígeno que libera dióxido de carbono lo bastante rápido para mantener la temperatura del planeta mientras el sol se vuelve más caliente. ¿Y si hubiera otra especie que decidió de algún modo que, a fin de desarrollar planetas adecuados para la colonización, debían enviar el virus de la descolada por adelantado…, con miles de años de adelanto, tal vez, y así transformar de manera inteligente los planetas en las condiciones exactas que necesitaran? Cuando llegaran, dispuestos a montar sus casas, tal vez tuvieran antivirus para contrarrestar la descolada y así establecer una gaialogía real.
—O tal vez desarrollaron el virus para que no interfiriera con ellos o los animales que necesiten —sugirió Wiggin—. Tal vez destruyeron toda la vida no esencial de cada mundo.
—En cualquier caso, eso lo explica todo. Los problemas a los que me he enfrentado, el no poder encontrar sentido a las disposiciones imposibles e innaturales de las moléculas de la descolada…, siguen existiendo sólo porque el virus funciona constantemente para mantener todas esas contradiccioneff— internas. Pero nunca logré concebir cómo una molécula tan autocontradictoria pudo desarrollarse en primer lugar. Todo eso encuentra una respuesta si sé que de algún modo fue diseñado y creado. Según Wang-mu, ésa fue la queja de Qing-jao: que la descolada no podía evolucionar y que la gaialogía de Lusitania no podía existir en la naturaleza. Bueno, no existe. Es un virus artificial y una gaialogía artificial.
—¿Queréis decir que mis palabras os han ayudado en algo? —se asombró Wang-mu.
Sus rostros mostraron que, en su nerviosismo, virtualmente se habían olvidado de que ella era todavía parte de la conversación.
—Todavía no lo sé —dijo Ela—. Pero es un nuevo punto de vista. Para empezar, si puedo asumir que todo en el virus tiene un propósito, en vez de ser un amasijo normal de genes de la naturaleza que se conectan y se desconectan…, bueno, eso servirá de ayuda. Y sólo saber que fue diseñada me da esperanzas de poder desbaratarla. O rediseñarla.
—No te adelantes —aconsejó Wiggin—. Es sólo una hipótesis.
—Suena a verdad. Tiene aspecto de serlo. Explica tantas cosas…
—Yo siento lo mismo —admitió Wiggin—. Pero tenemos que intentarlo con quienes están más afectados por el tema.
—¿Dónde está Plantador? —preguntó Ela—. Podemos hablar con él.
—Y con Humano y Raíz. Tenemos que intentarlo con los padres-árbol.
—Esto va a golpearlos como un huracán —dijo Ela. Entonces pareció comprender las implicaciones de sus propias palabras—. No es sólo una forma de hablar, les dolerá. Descubrir que su mundo entero es un proyecto de terraformación…
—Algo más importante que su mundo —añadió Wiggin—. Ellos mismos. La tercera vida. La descolada les dio todo lo que son y los hechos más fundamentales de su vida. Recuerda, creíamos que evolucionaron como criaturas mamíferas que se apareaban directamente, de macho a hembra, y las pequeñas madres sorbían la vida de los órganos sexuales masculinos, una docena cada vez. Eso es lo que eran. Entonces la descolada los transformó, y esterilizó a los machos hasta que después murieron y se convirtieron en árboles.
—Su propia naturaleza…
—A los humanos nos resultó difícil aceptarlo cuando comprendimos por vez primera hasta qué punto nuestra conducta obedece a necesidades evolutivas. Sigue habiendo innumerables humanos que se niegan a creerlo. Aunque resulte absolutamente cierto, ¿crees que los pequeninos abrazarán esta idea tan fácilmente como han aceptado maravillas como el viaje espacial? Una cosa es ver a criaturas de otro mundo; otra es descubrir que ni Dios ni la evolución te han creado, sino algún científico de otra especie.
—Pero si fuera cierto…
—¿Quién sabe si es cierto? Sólo sabremos si la idea es útil. Y para los pequeninos puede resultar tan devastador que acaso se nieguen a creerla para siempre.
—Algunos os odiarán por decírselo —intervino Wang-mu—. Pero otros se alegrarán.
Volvieron a mirarla, o al menos la simulación de Jane los mostró mirándola.
—Tú lo sabes mejor que nadie —asintió Wiggin—. Han Fe¡-tzu y tú acabáis de descubrir que vuestro pueblo fue mejorado genéticamente.
—Y lisiado a la vez —respondió Wang-mu—. Para el Maestro Han y para mí fue la libertad. Para Qing-jao…
—Habrá muchos como Qing-jao entre los pequeninos —se lamentó Ela—. Pero Plantador, Humano y Raíz no estarán entre ellos, ¿verdad? Son muy sabios.
—¡También lo es Qing-jao! —exclamó Wang-mu.
Habló con más pasión de lo que pretendía. Pero la lealtad de una doncella secreta muere lentamente.
—No pretendíamos decir que no lo fuera —contemporizó Wiggin—. Pero desde luego, no está siendo sabia en este tema, ¿no?
—En este tema no —reconoció Wang-mu.
—A eso nos referimos. A nadie le gusta descubrir que la historia de su propia identidad en la que siempre ha creído es falsa. Los pequeninos, muchos de ellos, piensan que Dios los hizo especiales de algún modo, igual que vuestros agraciados.
—¡Y no somos especiales, ninguno! —gimió Wang-mu—. ¡Somos todos tan corrientes como el barro! No hay ningún agraciado. No hay dioses. No se preocupan por nosotros.
—Si no hay dioses —dijo Ela, corrigiéndola suavemente—, entonces apenas pueden preocuparse de un modo u otro.
—¡Nada nos creó excepto para sus propios propósitos egoístas! —gritó Wang-mu—. Para quienquiera que crease la descolada, los pequeninos son sólo parte de su plan. Y los agraciados forman parte del plan del Congreso.
—Como alguien cuyo nacimiento fue solicitado por el gobierno —dijo Wiggin—, comprendo tu punto de vista. Pero tu reacción es demasiado apresurada. Después de todo, mis padres también me desearon. Y desde el momento en que nací, como todas las demás criaturas vivas, tuve mi propio propósito en la vida. Sólo porque la gente de tu mundo se equivocara al creer que su conducta DO C eran mensajes de los dioses no significa que no existan dioses. Sólo porque tu antigua comprensión del sentido de tu vida se haya visto contradicha no significa que tengas que decidir que no hay ningún sentido.
—Oh, sé que hay un sentido —masculló Wang-mu—. ¡El Congreso quería esclavos! Por eso crearon a Qing-jao, para que fuera su esclava. ¡Y ella quiere continuar bajo su dominio!
—Ése fue el propósito del gobierno —contestó Wiggin—. Pero Qing-jao también tuvo una madre y un padre que la amaron. Igual que yo. Hay muchos propósitos diferentes en este mundo, muchas causas distintas para todo. Sólo porque una causa en la que creías resultara ser falsa no significa que no existan otras causas en las que pueda confiarse.
—Oh, supongo que sí —dijo Wang-mu.
Ahora se avergonzó de sus arrebatos.
—No inclines la cabeza ante mí —pidió Wiggin—. ¿O lo estás haciendo tú, Jane?
Jane debió de contestarle, una respuesta que Wang-mu no llegó a oír.
—No me importa cuáles sean tus costumbres —declaró Wiggin—. El único motivo para inclinarse así es humillar a una persona ante otra, y no consentiré que se incline ante mí de esa forma. No ha hecho nada de lo que avergonzarse. Ha abierto una nueva forma de contemplar la descolada que podría llevar a la salvación de un par de especies.
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