Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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—Sean cuales fueran las mentiras que te estás diciendo, madre, no ha sido Ender ni nadie más quien ha destruido a esta familia esta noche. Has sido tú.

Entonces se marchó.

Olhado se levantó y salió, sin pronunciar palabra. Quara quiso abofetearlo cuando pasó por su lado, para hacerle hablar. «¿Lo has grabado todo en los ordenadores de tus ojos, Olhado? ¿Tienes todas las imágenes grabadas en la memoria? Bien, no te sientas demasiado orgulloso de ti mismo. Puede que yo sólo tenga un cerebro hecho de tejidos para grabar esta maravillosa noche en la historia de la familia Ribeira, pero apuesto a que mis imágenes son tan claras como las tuyas.»

Novinha contempló a Quara. Su rostro estaba surcado de lágrimas. Quara no pudo recordar: ¿había visto llorar a su madre alguna vez antes?

—Entonces tú eres todo lo que queda-suspiró.

—¿Yo? —preguntó Quara—. Soy la hija a quien prohibiste el acceso al laboratorio, ¿recuerdas? Soy la que ha quedado apartada del trabajo de mi vida. No esperes que sea tu amiga.

Entonces también Quara se marchó. Salió al aire de la noche sintiéndose revitalizada, justificada. «Que la vieja bruja reflexione todo eso durante un tiempo, a ver si le gusta estar aislada, como hizo conmigo.»

Unos cinco minutos después, cuando Quara estaba cerca de la verja y el brillo de su ira se había difuminado, empezó a advertir lo que le había hecho a su madre. Lo que le habían hecho todos. Dejarla sola. Dejarla sintiendo que había perdido no sólo a Quim, sino a su familia entera. Aquello fue algo terrible, y su madre no lo merecía.

Quara se volvió de inmediato y regresó a la casa. Pero cuando atravesaba la puerta, Ela entró también en el salón por la otra, la que conducía al interior de la casa.

—No está aquí —dijo Ela.

—Nossa Senhora —susurró Quara—. Le dije cosas terribles.

—Todos lo hicimos.

—Nos necesita. Quim está muerto, y nosotros sólo supimos…

—Cuando ella golpeó así a Miro, fue…

Para su sorpresa, Quara descubrió que estaba llorando, abrazada a su hermana mayor. «¿Entonces todavía soy una niña, después de todo? Sí, lo soy, lo somos todos, y Ela sigue siendo la única que sabe consolarnos.»

—Ela, ¿era Quim el único que nos mantenía unidos? Ahora que ya no está, ¿hemos dejado de formar una familia?

—No lo sé.

—¿Qué podemos hacer?

Por respuesta, Ela la cogió de la mano y ambas salieron de la casa. Quara preguntó adónde iban, pero Ela no respondió, sólo le sujetó la mano y siguió avanzando. Quara la acompañó sin ofrecer resistencia: no tenía ni idea de qué hacer, y de algún modo seguir a Ela parecía algo seguro. Al principio pensó que Ela estaba buscando a su madre, pero no, no se dirigió al laboratorio ni a ningún otro lugar donde pudiera estar. Se sorprendió aún más al ver dónde terminó su camino.

Se encontraban delante del altar que el pueblo de Lusitania había erigido en mitad de la ciudad. El altar de Gusto y Cida, sus abuelos, los primeros xenobiólogos que descubrieron una forma para contener al virus de la descolada y salvar así a la colonia humana de Lusitania.

Aunque encontraron las drogas que impidieron que la descolada siguiera matando gente, ellos mismos murieron, demasiado infectados ya para que su propia droga los salvara.

El pueblo los adoró, construyó aquel altar, los llamó Os Venerados incluso antes de que la iglesia los beatificara. Y ahora que estaban a sólo un paso de ser canonizados como santos, estaba permitido rezarles.

Para sorpresa de Quara, Ela había acudido allí para rezar. Se arrodilló ante el altar, y aunque Quara no era demasiado creyente, se arrodilló junto a su hermana.

Abuelo, abuela, rezad a Dios por nosotros. Rezad por el alma de nuestro hermano Esteváo. Rezad por todas nuestras almas. Rezad a Cristo para que nos perdone.

Era una oración a la que Quara podía unirse con todo su corazón.

—Proteged a vuestra hija, nuestra madre, protegedla de… de su pena y su ira, y hacedle saber que la amamos y que vosotros la amáis y que… Dios la ama. Oh, por favor, pedidle a Dios que la ame y no la deje hacer ninguna locura.

Quara nunca había oído rezar así a nadie. Siempre eran oraciones memorizadas, o leídas. No este tropel de palabras. Pero, claro, Os Venerados no eran como los demás santos. Eran sus abuelos, aunque nunca habían llegado a conocerlos en vida.

—Decidle a Dios que ya hemos tenido suficiente —continuó Ela—. Tenemos que encontrar una salida a todo esto. Cerdis matando humanos. Esa flota que viene a destruirnos. La descolada intentando arrasar con todo. Nuestra familia odiándose. Encontradnos una salida, abuelo, abuela, y si no la hay entonces que Dios abra una, porque esto no puede continuar.

Ela y Quara respiraron pesadamente en medio del silencio agotador.

—En nome do Pai e do Filho e do Espírito Santo —dijo Ela—. Amem.

Amem —susurró Quara.

Entonces Ela abrazó a su hermana y las dos continuaron llorando en la noche.

Valentine se sorprendió al descubrir que el alcalde y el obispo eran las dos únicas personas en la reunión de emergencia. ¿Por qué estaba ella allí? No tenía fuerza, ni autoridad.

El alcalde Kovano Zeljezo le acercó una silla. Todos los muebles de la habitación privada del obispo eran elegantes, pero las sillas estaban diseñadas para resultar dolorosas. El asiento era tan estrecho que para poder sentarse había que mantener el trasero bien pegado al respaldo. Y el respaldo era en sí mismo recto como un ariete, sin ninguna concesión a la columna vertebral humana, y subía tan alto que la cabeza quedaba hacia delante. De permanecer sentada en ella algún tiempo, la silla acabaría obligando a quien la usara a inclinarse hacia delante, para apoyar los brazos sobre las rodillas.

«Tal vez eso era lo que se pretendía —pensó Valentine—. Sillas que te hacen inclinarte ante la presencia de Dios.»

O tal vez era aún más sutil. Las sillas estaban diseñadas para hacerte sentir tan físicamente incómodo que ansiabas una existencia menos corpórea. Castigaba la carne para preferir vivir en el espíritu.

—Parece sorprendida —comentó el obispo Peregrino.

—Comprendo que ustedes dos se reúnan en una situación de emergencia. ¿Me necesitan para que tome notas?

—Dulce humildad —dijo Peregrino—. Pero hemos leído sus escritos, hija mía, y seríamos estúpidos si no buscáramos su sabiduría en un momento problemático.

—Les ofreceré la sabiduría que tenga, pero yo no esperaría demasiada.

Con eso, el alcalde Kovano se zambulló en el tema de la reunión.

—Hay muchos problemas a largo plazo, pero no tendremos muchas posibilidades de resolverlos si no lo hacemos primero con el más inmediato. Anoche hubo una especie de pelea en la casa de los Ribeira…

—¿Por qué tienen que estar nuestras mejores mentes agrupadas en nuestra familia más inestable? —murmuró el obispo.

—No son la familia más inestable, obispo Peregrino —objetó Valentine—. Son simplemente la familia cuyas disputas internas causan más perturbación en la superficie. Otras familias sufren peores enfrentamientos, pero no se notan porque no importan tanto a la comunidad.

El obispo asintió sabiamente, pero Valentine sospechaba que se sentía molesto por verse corregido en un tema tan trivial. A pesar de todo, ella sabía que no lo era. Si el obispo y el alcalde empezaban pensando que en la familia Ribeira eran más inestables de lo que ya de por sí eran, podían perder su confianza en Ela, o en Miro, o en Novinha, todos los cuales eran absolutamente esenciales si Lusitania quería sobrevivir a las crisis futuras. Para esa cuestión, incluso los miembros más inmaduros de la familia, Quara y Grego, podían ser necesarios. Ya habían perdido a Quim, probablemente el mejor de todos. Sería una tontería perder también a los demás.

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