—Yo nunca podré ser más grande que tú, padre.
—En cierto sentido, eso es cierto, Qing-jao. Porque eres mi hija, todas tus obras están incluidas dentro de las mías, como un subconjunto de mí, igual que todos nosotros somos subconjuntos de nuestros antepasados. Pero tienes tanto potencial para la grandeza en tu interior que a mi entender llegará un momento en que seré considerado más grande debido a tus obras que a las mías. Si alguna vez la gente de Sendero me juzga digno de algún honor singular, será al menos tanto por tus logros como por los míos.
Con eso, su padre se inclinó ante ella, no de forma cortés para indicar que se marchara, sino como señal de profundo respeto, casi tocando el suelo con la cabeza. No del todo, pues casi habría sido una burla que lo hiciera en honor a su propia hija. Pero sí cuanto la dignidad permitía.
Aquello la confundió por un momento, la asustó. Entonces comprendió. Cuando su padre daba a entender que su probabilidad de ser elegido dios de Sendero dependía de la grandeza de ella, no hablaba de algún vago evento futuro. Hablaba del aquí y del ahora. Hablaba de su tarea. Si ella podía encontrar el disfraz de los dioses, la explicación natural a la desaparición de la Flota Lusitania, entonces su elección como dios de Sendero quedaría asegurada. Hasta este punto confiaba en ella. Hasta este punto era importante su tarea. ¿Qué era su mayoría de edad, comparada con la deificación de su padre? Debía trabajar con más ahínco, pensar mejor, y tener éxito donde todos los recursos de los militares y el Congreso habían fracasado. No por ella misma, sino por su madre, por los dioses,, y por la oportunidad de su padre de convertirse en uno de ellos.
Qing-jao se retiró de la habitación de su padre. Hizo una pausa en la puerta y miró a Wang-mu. Un mirada de la agraciada por los dioses bastó para indicar a la muchacha que la siguiera.
Cuando Qing-jao llegó a su habitación, temblaba con la necesidad acumulada de purificación. Todos sus errores de aquel día, su rebelión contra los dioses, su negativa a aceptar la purificación antes, su estupidez al no comprender su verdadera tarea, la abrumaban ahora. No es que se sintiera sucia: no quería lavarse ni sentía autorrepulsa. Después de todo, su indignidad se había visto compensada por la alabanza de su padre, por el dios que le mostró cómo atravesar la puerta. Además, el hecho de que Wang-mu hubiera demostrado ser una buena elección era una prueba que Qing-jao había pasado, y también audazmente. Así que no era su vileza lo que la hacía temblar. Estaba ansiosa de purificación. Anhelaba que los dioses estuvieran con ella mientras los servía. Sin embargo, ninguna penitencia que conociera bastaría para calmar su ansiedad.
Entonces lo supo: debía seguir una línea en cada tabla de la habitación.
Eligió de inmediato su punto de partida, la esquina sureste: seguiría cada línea de la pared este, de forma que sus rituales se dirigieran todos hacia el oeste, hacia los dioses. Lo. último sería la tabla más pequeña de la habitación, de menos de un metro de largo, en el rincón noroeste. El hecho de que la última pista fuera tan breve y fácil sería su recompensa.
Oyó que Wang-mu entraba suavemente en la habitación tras ella, pero Qing-jao no tenía tiempo ahora para los mortales. Los dioses esperaban. Se arrodilló en el pasillo, escrutó las vetas para encontrar una que los dioses quisieran que siguiera. Por lo general tenía que elegir ella misma, y siempre lo hacía con la más difícil, para que los dioses no la despreciaran. Pero esta noche estaba llena de la seguridad de que los dioses elegían por ella. La primera línea fue gruesa, ondulada pero fácil de ver. ¡Ya se mostraban piadosos! El ritual de esta noche sería casi una conversación entre ella y los dioses. Hoy había atravesado una barrera invisible: se había acercado más a la clara comprensión de su padre. Tal vez algún día los dioses le hablarían con la claridad con que la gente llana creía que todos los agraciados oían.
—Sagrada —llamó Wang-mu.
Fue como si la alegría de Qing-jao estuviera hecha de cristal y Wang-mu la hubiera roto deliberadamente. ¿No sabía que cuando un ritual se interrumpía había que empezar de nuevo? Qing-jao se alzó sobre sus rodillas y se volvió hacia la niña.
Wang-mu debió de ver la furia en su cara, pero no la comprendió.
—Oh, lo siento —dijo de inmediato, cayendo de rodillas e inclinando la cabeza hasta el suelo—. Olvidé que no debo llamarte «sagrada». Sólo quería preguntarte qué estás buscando, para ayudarte.
Qing-jao casi se echó a reír ante tanta confusión. Naturalmente, Wang-mu no tenía ni idea de que los dioses le estaban hablando. Ahora, interrumpida su furia, Qing-jao se avergonzó de ver cómo la muchacha temía su ira. Le pareció mal que Wang-mu tuviera la cabeza en el suelo. No le gustaba ver a otra persona tan humillada.
«¿Cómo la he asustado tanto? Yo estaba llena de alegría, porque los dioses me hablaban claramente. Pero mi alegría era tan egoísta que cuando me interrumpió en su inocencia, le volví la cara con odio. ¿Es así como respondo a los dioses? ¿Ellos me muestran un rostro de amor, y yo lo traduzco en odio hacia la gente, sobre todo a quien está en mi poder? Una vez más, los dioses han encontrado un medio de mostrarme mi indignidad.»
—Wang-mu, no debes interrumpirme cuando me encuentres agachada así en el suelo.
Entonces le explicó el ritual purificador que los dioses le exigían.
—¿Debo hacerlo yo también? —preguntó Wang-mu.
—No, a menos que los dioses te lo ordenen.
—¿Cómo lo sabré?
—Si no te ha sucedido ya a tu edad, Wang-mu, probablemente no lo harán nunca. Pero si sucediera, lo sabrías, porque no tendrías poder para resistir a la voz de los dioses en tu mente.
Wang-mu asintió con gravedad.
—¿Cómo puedo ayudarte…, Qing-jao? —pronunció el nombre de su señora con cuidado, con reverencia.
Por primera vez, QÍng-jao advirtió que su nombre, que sonaba dulcemente afectuoso cuando su padre lo decía, podía parecer exaltado cuando se pronunciaba con tanta reverencia. Ser llamada Gloriosamente Brillante en un momento en que Qing-jao era agudamente consciente de su falta de brillo resultaba casi doloroso. Pero no prohibiría a Wang-mu que usara su nombre: la muchacha tenía que llamarla de alguna manera, y su tono reverente serviría a Qing-jao como un constante recordatorio irónico de lo poco que lo merecía.
—Puedes ayudarme no interrumpiéndome-dijo Qing-jao.
—¿Me marcho, entonces?
Qing-jao estuvo a punto de asentir, pero entonces advirtió que por algún motivo los dioses querían que Wang-mu formara parte de esta penitencia. ¿Cómo lo sabía? Porque la idea de que Wang-mu se marchara parecía casi tan insoportable como el conocimiento de su labor sin terminar.
—Quédate, por favor. ¿Puedes esperar en silencio? ¿Observándome?
—Sí…, Qing-jao.
—Si tardo tanto que no puedes soportarlo, puedes marcharte. Pero sólo cuando me veas moverme del oeste al este. Eso significa que estoy entre pistas, y no me distraerá tu marcha, aunque no debes hablarme.
Los ojos de Wang-mu se ensancharon.
—¿Vas a hacer esto con cada veta de la madera de cada tabla del suelo?
—No —respondió Qing-jao. ¡Los dioses nunca serían tan crueles!
Pero incluso mientras lo pensaba, Qing-jao supo que algún día podría llegar el momento en que los dioses le exigieran exactamente esa penitencia. Aquello la hizo sentirse enferma de miedo—. Únicamente una línea en cada tabla de la habitación. Observa conmigo, ¿quieres?
Vio que Wang-mu miraba el indicador de tiempo que brillaba en el aire sobre su terminal. Ya era la hora de dormir, y las dos habían pasado por alto su siesta. No era natural que los seres humanos pasaran tanto tiempo sin dormir. Los días de Sendero eran una mitad más largos que los de la Tierra, así que nunca trabajaban siguiendo los ciclos internos del cuerpo humano. Saltarse la siesta y luego retrasar el sueño era muy duro.
Читать дальше