Dejé de escuchar. El jefe de Mayer estaba en la calle: el disco que yo llevaba en la mano valía exactamente nada, y el trabajo para el que me requería era pegar en alguna parte la amiguita de Arthurton. O tal vez a las amiguitas de todo el consejo de dirección de Viamount. En cualquier caso, no iba a cobrar.
—… por lo menos —proseguía Heada—, es una buena señal que recurra a ti.
—Magnífico —dije, frotándome las manos—. «Esto podría ser mi gran salto.»
—Bueno, podría serlo —contestó ella, a la defensiva—. Incluso un remake sería mejor que esos trabajos de chulo que has estado haciendo.
—Todos son trabajos de chulo. —Empecé a abrirme paso hacia Mayer a través de la multitud.
Heada me siguió.
—Si es un proyecto oficial, dile que quieres créditos.
Mayer se había colocado al otro lado de la librepantalla, probablemente intentando escapar de Vincent, que estaba justo tras él, todavía hablando. Sobre ellos, la multitud de la pantalla seguía girando, pero cada vez más despacio, y los bordes de la sala empezaban a desenfocarse. Mayer se volvió, me vio, y me saludó, todo a cámara lenta.
Me detuve y Heada chocó contra mí.
—¿Tienes algo de slalom? —pregunté, y ella rebuscó de nuevo en su mano—. ¿O de hielo? ¿Algo para retener un destello de klieg?
Ella mostró el mismo grupo de cápsulas y cubos que antes, sólo que no había tantas.
—No creo —dijo, mirándolas.
—Encuéntrame algo, ¿vale? —pedí. Cerré los ojos con fuerza y volví a abrirlos. El desenfoque remitió.
—Veré si puedo encontrar algo de lude —dijo ella—. Recuerda: si es de verdad, quieres créditos. —Se dirigió hacia una pareja de James Deans, y yo llegué junto a Mayer.
—Aquí tienes —le dije, y traté de tenderle el disco. No iba a cobrar, pero al menos había que intentarlo.
—¡Tom! —exclamó Mayer. No cogió el disco. Heada tenía razón. Su jefe estaba despedido. —Precisamente te andaba buscando —dijo—. ¿Qué has estado haciendo?
—Trabajando para ti —contesté, y traté de nuevo de entregarle el disco—. Ya está. Justo lo que pediste. River Phoenix, primer plano, beso. Ella incluso tiene cuatro líneas.
—Muy bien —asintió, y se metió el disco en el bolsillo. Sacó un palmtop y pulsó unos números—. Lo quieres en tu cuenta, ¿no?
—Eso es —asentí, preguntándome si esto era algún tipo de extraño síntoma de predestello: conseguir lo que querías. Busqué a Heada alrededor. Ya no hablaba con los James Deans.
—Siempre puedo contar contigo para los trabajos duros. Tengo un nuevo proyecto que podría interesarte. —Pasó el brazo por encima de mi hombro en un gesto amistoso y me apartó de Vincent—. Nadie lo sabe, pero hay una posibilidad de fusión entre ILMGM y Viamount, y si sigue adelante, mi jefe y sus amiguitas habrán pasado a la historia.
¿Cómo lo hace Heada?, me pregunté asombrado.
—Todavía está en fase de negociación, por supuesto, pero todos estamos entusiasmados ante la perspectiva de trabajar con una gran compañía como Viamount.
Traducción: es un trato cerrado, y tambalearse no es ni siquiera la palabra. Miré las manos de Mayer, casi esperando ver sangre bajo las uñas.
—Viamount está tan comprometido como ILMGM en la creación de películas de calidad, pero ya sabes lo que piensa el público americano de las fusiones. Así que nuestro primer trabajo, si esto sigue adelante, es enviarles el mensaje: «Nos preocupamos.» ¿Conoces a Arthur Arthurton?
Lo siento, Heada, pensé, es otro trabajo de chulo.
—¿Qué debo hacer? —pregunté—. ¿Meter a la amiguita de Arthurton? ¿Al amiguito? ¿Al pastor alemán?
—¡Pero qué dices! —respondió, y miró alrededor para asegurarse de que nadie lo había oído—. Arthurton es un dechado de virtudes: vegetariano, limpio, un auténtico Gary Cooper. Está completamente dedicado a convencer al público de que el estudio está en manos responsables. Y ahí es donde entras tú. Te suministraremos una puesta al día de memoria y un imprime-y envía automático, y te pondremos en nómina. —Agitó ante mí el disco de la amiguita de su ex jefe—. Se acabó eso de tener que localizarme en las fiestas —sonrió.
—¿En qué consiste el trabajo?
No respondió. Contempló la sala, retorciéndose.
—Veo muchas caras nuevas —dijo, sonriendo a una Marilyn con plumas amarillas. Luces de candilejas —. ¿Algo interesante?
Sí, en mi habitación, y quiero destellar con ella, no contigo, Mayer, así que al grano.
—ILMGM ha perdido algo de impulso últimamente. Ya conoces la moda: violencia, SA, influencia negativa. Nada serio, pero Arthurton quiere proyectar una imagen positiva…
Y es un auténtico Gary Cooper. Me equivocaba, Heada. Esto no es un trabajo de chulo. Es quemar y arrasar.
—¿Qué quiere eliminar?—dije. Él empezó a retorcerse otra vez.
—No es un trabajo de censura, sólo unos cuantos ajustes aquí y allá. La revisión media no será más de unos diez fotogramas. Cada uno te llevará tal vez unos quince minutos, y la mayoría son simples anulaciones. El comp puede hacerlas automáticamente.
—¿Y qué tengo que quitar? ¿Sexo? ¿Chooch? —SA. Veinticinco por película, y cobrarás aunque no tengas que cambiar nada. Podrás abastecerte de chooch durante un año.
—¿Cuántas películas?
—No muchas. No lo sé exactamente.
—¿Todo? ¿Cigarrillos? ¿Alcohol?
—Todas las sustancias adictivas —asintió él—, visuales, audios y referencias. Pero la Liga Antitabaco ya ha quitado la nicotina, y la mayoría de las películas de la lista tiene sólo un par de escenas que deben ser reelaboradas. Muchas ya están limpias. Sólo tendrás que verlas, hacer una impresión-y-envío, y cobrar. Cierto. Y luego suministrar códigos de acceso durante dos horas. Borrar era fácil, cinco minutos como máximo, y una superposición diez, incluso trabajando a partir de un vid. El coñazo eran los accesos. Incluso mi maratón de River Phoenix no era nada comparado con las horas que pasaría leyendo accesos, abriéndome paso a través de guardias autorizados y cerraduras-ID para que la fuente de fibra-op no escupiera automáticamente los cambios que hiciera.
—No, gracias —dije, y traté de hacerle coger el disco—. No sin acceso pleno.
Mayer pareció paciente.
—Sabes por qué son necesarios los códigos de autorización.
Por supuesto. Para que nadie pueda cambiar un píxel de todas esas películas registradas, o dañar un pelo de la cabeza de todas esas estrellas compradas y pagadas. Excepto los estudios.
—Lo siento, Mayer. No me interesa —dije, y empecé a retirarme.
—Vale, vale —me interrumpió él, retorciéndose—. Cincuenta por cada y acceso de ejeco pleno. No puedo hacer nada respecto a los cerrojos-ID del enlace de fibra-op y los registros de la Sociedad de Conservación Cinematográfica. Pero puedes tener completa libertad en los cambios. Nada de aprobación previa. A tu aire.
—Sí —bufé—. A mi aire.
—¿Trato hecho?
Heada pasaba ante la pantalla, observando a Fred y Ginger. Estaban en primer plano, mirándose a los ojos.
Al menos el trabajo me daría pasta suficiente para mis clases y mis propias SA, en vez de pedir a Heada que mendigara por mí, en vez de tomar klieg por error y tener que preocuparme por destellar con Mayer y llevar una imagen indeleble de él grabada en mi cabeza para siempre. Y todos son trabajos de chulo, dentro o fuera. Aunque sean oficiales.
—¿Por qué no? —Me encogí de hombros.
Heada se acercó. Me cogió la mano y me deslizó un lude.
—Magnífico —dijo Mayer—. Te daré una lista. Puedes hacerlo en el orden que quieras, pero ten listo un mínimo de doce por semana.
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