Bob Shaw - Las astronaves de madera

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Han pasado veinticinco años desde que los habitantes de Land se vieron obligados a trasladarse a Overland, el planeta hermano que comparte su atmósfera, donde ahora están establecidos en pequeñas comunidades distanciadas entre sí. Contra todo pronóstico, los que se quedaron en Land han conseguido la inmunidad contra la pterthacosis, la enfermedad que forzó la emigración. Su ambicioso soberano reclama derechos sobre Overland, iniciando una guerra que amenaza la vida de los emigrantes. Toller Maraquine, el protagonista de la primera parte, es llamado para organizar una defensa desesperada al frente de una flota de satélites y aeronaves hechos de madera.

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Cuando la oscuridad aumentó y los cielos empezaron a presentar su espectáculo nocturno, vio a Farland —el único punto verdoso en el firmamento— y dejó que su mirada se detuviese allí. Seguía sintiéndose escéptico respecto a la religión, pero últimamente había empezado a entender el consuelo que podía otorgar. Aceptando que Sondeweere estuviera muerta, era bonito creer —aunque sólo fuese a medias— que había tomado el Camino de las Alturas hacia el planeta lejano y empezado una nueva existencia allí.

Una simple reencarnación sin permanencia de los recuerdos ni de la personalidad, según postulaba la religión alternista, era en cierto modo indistinguible de la muerte; pero ofrecía algo: la posibilidad de que no hubiera destruido totalmente una hermosa vida humana con su tozudez y su arrogancia. De que en la eternidad que les aguardaba, Sondeweere y él volvieran a encontrarse quizá muchas veces, y tener la ocasión de compensarla de alguna forma. El hecho de que no se reconocieran de forma consciente, y aún así pudieran actuar como espíritus afines, atrayéndose, convertía la idea en algo romántico, bello y conmovedor.

Las lágrimas brotaron de sus ojos, ampliando la imagen de Farland en anillos sucesivos llenos de centelleantes agujas radiales. Tomó un nuevo trago de vino para suavizar el dolor que oprimía su garganta.

Dame un signo de que estás ahí, Sondy , rogó, entregado a la fantasía. Si pudieras darme algún signo de que aún existes, yo también empezaría una nueva vida.

Continuó bebiendo, mientras Farland fue desplazándose en el cielo hacia abajo. De vez en cuando perdía la conciencia —a causa del agotamiento y la creciente embriaguez—, pero, al abrir los ojos, el planeta verde estaba siempre centrado en su campo de visión: a veces como una burbuja luminosa que giraba, otras con la apariencia de una gema calcedónica circular, proyectando una luz lánguida y verdosa desde sus múltiples facetas. Tuvo la impresión de que crecía hasta desarrollar un núcleo en movimiento que dispensaba una luminosidad cremosa, un núcleo que de forma imperceptible fue transformándose en un rostro de mujer.

Bartan , dijo Sondeweere, no con una voz normal, sino con una transmutación del sonido en la que un tipo de silencio se imponía sobre otro. Pobre Bartan, hace tiempo que conozco tu dolor y me alegro de haber conseguido llegar hasta ti. Debes dejar de culparte, dejar de castigarte, y de malgastar tu única vida. No tienes ninguna razón para reprocharte por mi destino.

—Pero yo te traje a este lugar —murmuró Bartan, sin sorprenderse, aceptando el juego de los sueños—. Yo soy responsable de tu muerte.

Si estuviese muerta no podría hablarte.

Bartan replicó en su confusa obstinación.

—El crimen existe. Te privé de la vida, de la única que podíamos compartir, y eras tan encantadora, tan dulce, tan buena…

Tienes que recordarme como era en realidad, Bartan. No alimentes tu culpa imaginándome como una mujer extraordinaria.

—Tan buena, tan pura…

¡Bartan! Puede que te ayude saber que nunca te fui fiel, nunca. Glave Trinchil fue sólo uno de los hombres con los que compartí los placeres. Hubo muchos más, incluido mi tío Jop… Así es, Bartan. La no voz, las modulaciones del silencio, en cierto modo transmitían sabiduría y afabilidad. Esto está ocurriendo realmente, pero no volverá a ocurrir; de modo que toma nota de lo que te digo. ¡No estoy muerta! Debes dejar de torturarte y desperdiciar tu vida. Deja el pasado atrás y busca otras cosas. Sobre todo, olvídame definitivamente. Adiós, Bartan…

El sonido de la copa al romperse contra el suelo hizo que Bartan se levantase. Permaneció allí, en la oscuridad salpicada de estrellas, tambaleándose y temblando, mirando hacia Farland, que ahora estaba sobre el horizonte occidental. Lo percibió como una luz verde, sin orlas ni adornos ópticos, pero por primera vez lo vio como otro planeta, un mundo, un lugar real que era tan grande como Land u Overland, un asiento para la vida.

—¡Sondy! —gritó, dando unos cuantos pasos—. ¡Sondy!

Farland continuó su lento descenso hacia el borde del planeta. Bartan volvió a entrar en la casa a buscar otra copa y salió de nuevo al banco. Llenó la copa y bebió a pequeños sorbos, regulares e ininterrumpidos mientras la enigmática mota brillante desaparecía, parpadeando en el horizonte.

Cuando ya no estuvo ante sus ojos, descubrió que su mente había adquirido una extraña y precaria claridad —una capacidad que pronto se desvanecería— para comprender conceptos sobrenaturales. Los juicios y decisiones trascendentales debían hacerse rápidamente, antes de que la corriente del vino lo barriese y lo arrastrara a la inconsciencia.

—Todavía repudio las creencias religiosas —le anunció a la oscuridad, recurriendo a hablar en voz alta para ayudar a que su pensamiento se grabara para los días y los años venideros—. Por ello soy totalmente lógico. ¿Cómo sé que soy totalmente lógico? Porque el alternismo predica que sólo el alma, la esencia espiritual, viaja por el Camino de las Alturas. Es un artículo de fe que no existe una continuidad de la memoria; de otra forma, cada hombre, cada mujer, cada niño cargaría con una serie de recuerdos de sus existencias anteriores. Es obvio que Sondeweere se acuerda de mí y de todas las circunstancias de nuestras vidas; entonces no puede ser una reencarnación alternista.

»Tampoco hay casos conocidos de que quienes han muerto se comuniquen con los de aquí. Y la misma Sondeweere habló de mi vida única, lo que… lo que realmente no prueba nada… Pero si todos tenemos sólo una vida, y ella me habló de verdad, quiere decir que su vida no ha terminado… ¡Sondeweere está físicamente viva en alguna parte!

Bartan se estremeció y tomó un trago más largo, confusamente exaltado y abrumado al mismo tiempo. Su descubrimiento condujo muchas preguntas hasta su conciencia, preguntas que no estaba acostumbrado a responder. ¿Por qué se había convencido de que Sondeweere estaba en Farland y no, como era más probable, en otro lugar de su propio planeta? ¿Sería porque la aparición había estado íntimamente asociada a la imagen del planeta verde, o porque su extraño mensaje sin voz contenía significados que no revelaban las palabras?

Y si estaba en Farland, ¿cómo había sido transportada hasta allí? ¿Por qué? ¿Tendría alguna relación con las luces inexplicables que había visto la noche en que desapareció? Y, aceptando que fueran ciertas las otras suposiciones, ¿qué le había concedido la capacidad milagrosa de hablarle a través de miles de kilómetros de espacio?

Pero, ahora que se le había otorgado ese nuevo conocimiento, ¿cómo lo usaría? ¿Qué acción debía emprender?

Bartan sonrió, contemplando con ojos vidriosos la oscuridad. La última pregunta era la única para la que podía encontrar fácilmente una respuesta.

Era obvio que tenía que ir a Farland y traer a Sondeweere de nuevo a casa.

—¿Que tu mujer fue secuestrada?

El grito de sorpresa del alcalde Majin Karrodall produjo un silencio atento en los otros clientes de la taberna.

Bartan asintió.

—Eso es lo que dije.

Karrodall se le acercó, llevando su mano a la empuñadura de su espada corta.

—¿Sabes quién lo hizo? ¿Sabes dónde está?

—No sé quién lo hizo, pero sé dónde está —dijo Bartan—. Mi esposa se encuentra en Farland.

Algunos de los que estaban más cerca soltaron una risita burlona y el grupo que lo rodeaba aumentó de tamaño. Karrodall les dirigió una mirada de impaciencia, y en su rostro sonrosado el color se intensificó cuando miró a Bartan con los ojos entornados.

—¿Dijiste en Farland? ¿Estás hablando de Farland… allá arriba?

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