Wolfgang inspiró profundamente y pulsó la secuencia de llamada. Lo hizo lenta y trabajosamente, con el cuidado frágil y doloroso de un hombre muy, muy viejo. Sus dedos temblaron varias veces, pero por fin consiguió introducir la secuencia correcta. Se echó hacia atrás y se masajeó la cintura mientras una copia del vídeo grabado aparecía ante él y, al mismo tiempo, era enviada como señal a la Tierra.
Jinx apareció en el centro de la pantalla. El oso estaba sentado sobre un lecho de suaves virutas, olisqueando curiosamente un gran pedazo de proteínas de pescado que tenía ante las zarpas. Su larga lengua negra lamía con cuidado la superficie escamosa. Los movimientos del oso eran un poco bruscos, pero parecían bien controlados y adecuados. Wolfgang observó con aprobación cómo Jinx tomaba un buen bocado, lo masticaba y luego colocaba el resto del bloque de proteínas sobre el lecho. Tras tragar el bocado, Jinx bostezó y se rascó pacíficamente una sección de su espalda que había sido rapada. Los sensores implantados allí estaban cerca de la superficie de la piel, y aún los notaba un poco. Unos segundos después cogió la loncha de pescado y las monstruosas mandíbulas empezaron a mordisquearla con ansia.
—Tiene buen aspecto, ¿eh? —dijo Wolfgang—. Verás más cuando recibas toda la cobertura, pero déjame que te cuente el final. Vimos los primeros signos al respecto en los últimos experimentos que hicimos en Christchurch, y lo que JN predijo parece que es exactamente lo que pasa. Esta vez utilizamos las drogas adecuadas. La temperatura del cuerpo de Jinx estaba siete grados por encima de la congelación en ese fragmento del vídeo. Su corazón latía una vez por minuto… y continúa así. Estimo que su nivel metabólico se ha reducido ahora a un factor de ochenta. Es lento, pero parece evidente que no está hibernando… mírale masticar esa loncha. Lo que ves está acelerado un sesenta y ocho por ciento sobre el tiempo real. Hasta ahora, lo más difícil fue encontrar algo que Jinx estuviera dispuesto a comer. Sabes lo picajoso que es. Parece que siente las cosas de modo diferente ahora, y no le gusta. Lo conseguimos después de treinta intentos, y parece alimentarse normalmente.
Wolfgang se frotó lastimosamente su cintura.
—Afortunado Jinx. Eso es más de lo que puedo decir de mí. Lo mejor de todo es que su estado parece completamente estable. Comprobé todos los indicadores hace unos pocos minutos. Creo que podremos mantenerle así durante un mes, tal vez más.
Cortó las imágenes del oso para introducir la transmisión en directo.
—Ése es el informe, Charlene. Ahora puedo relajarme. Pero estoy deseando que tú y los demás subáis aquí. No sé hasta qué punto las noticias que llegan a la Estación Salter son tendenciosas, pero parece que hay problemas allá en la Tierra. Guerras frías, guerras calientes, y parloteo en todas direcciones. ¿Sabes que ayer hizo una temperatura de sesenta y dos grados en Beluchistán? Deben de estar muriendo a cientos. ¿Te has enterado del informe del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? Se habla de cerrar todo el espacio aéreo nacional y Hans está teniendo auténticos problemas para planear los lanzamientos… no sólo las trabas de costumbre. Se está dando con muros infranqueables. Le han dicho que habrá una suspensión indefinida de todos los vuelos en todos los espaciopuertos hasta que la situación en la Tierra se normalice de nuevo. ¿Y quién sabe cuándo sucederá eso? Los expertos de Wherry dicen que los cambios son permanentes… Nosotros mismos los hemos causado con los programas de combustible fósil.
Alargó la mano hacia la llave que acabaría con la transmisión, entonces se detuvo. Miró inseguro la pantalla.
—Oye, Hans me dijo otra cosa que realmente no quería oír. Maldición, ojalá supiera si la conexión es segura, pero lo diré de todas formas: si no es algo que se sepa en el Instituto, Charlene, por favor guárdatelo para ti. Tiene que ver con JN. ¿Sabes que ha estado siguiendo una serie de tests neurológicos en la Central de Christchurch? Escáners TAC, trazadores de radio isótopos, buscadores de burbujas de aire, todo. Han estado analizando su cerebro desde una docena de ángulos diferentes. Espero que no haya hecho ninguna locura como presentarse como sujeto de pruebas en los experimentos del Instituto. ¿Puedes comprobarlo? Me gustaría asegurarme de que está bien. No me preguntes cómo sabe Hans todo esto… la información que tienen aquí sobre la Tierra me sorprende. Creo que es todo por ahora.
Wolfgang apretó cuidadosamente la tecla y se echó hacia atrás. La transmisión terminó, y el circuito quedó roto.
Cerró los ojos. No había sido tan malo como había esperado. Definitivamente, ayudaba mucho tener algo en que concentrarse y apartar los pensamientos de la sensación de náuseas. Pensar en algo bueno. De repente, recordó a Charlene, sus largas piernas y su cuerpo inclinándose sobre él y sus negros cabellos cayendo en cascada sobre sus hombros. Gruñó. ¡Cristo! Si pudiera tener pensamientos así, definitivamente estaría camino de recuperarse. La próxima cosa que podría hacer sería mirar la comida.
Tal vez era el momento apropiado para hacer otra prueba. Lentamente, Wolfgang aunó fuerzas, luego volvió la cabeza y miró el puerto. Ahora el Eje Superior estaba boca abajo, apuntando a la Tierra, y él estaba contemplando una caída interminable hacia el hemisferio iluminado de debajo. La Estación Salter pasaba por encima del borde marrón del subcontinente indio, con el óvalo verde de Sri Lanka sólo visible en su parte inferior.
Abrió la boca. Mientras la contemplaba, la escena pareció girar bajo él, torciéndose como en un mapa extraño y surrealista. Apretó los dientes y se agarró con fuerzas al borde de la consola. Después de treinta desagradables segundos, pudo obligarse a verlo desde una perspectiva diferente. Lo insustancial era la superficie azul y blanca de la Tierra, la Estación Salter era real, tangible, sólida. Eso era. Agárrate a ese pensamiento. Lentamente, pudo aflojar su tenaza de la mesa que tenía delante.
Saldría bien. Todo era relativo. Si Jinx podía adaptarse a esta nueva vida y estar cómodo con una temperatura corporal cercana a la congelación, seguro que Wolfgang podría acostumbrarse a los cambios mucho más pequeños producidos por el traslado a la Estación Salter. Era mejor olvidar la autocompasión y volver al trabajo.
Ignorando los retortijones de su estómago, Wolfgang se obligó a mirar de nuevo, mientras la estación se dirigía hacia el Atlántico y la curva majestuosa de la frontera día-noche.
Tres días más y el personal del Instituto estaría en camino. Y si las noticias eran correctas, sería justo a tiempo. En su furia, en su pugna interminable, los gobiernos de la Tierra parecían dispuestos a bloquear el camino al mismo espacio.
EL FIN DEL MUNDO
Hans Gibbs había enviado a su primo un mensaje breve e incomprensible desde la sala de control.
—Mueve el culo y pásate por aquí. Rápido, o te perderás algo que nunca volverás a ver.
Wolfgang y Charlene estaban en medio del primer inventario cuando el mensaje llegó a través del intercomunicador. El la miró y señaló inmediatamente el terminal.
—Vamos.
—¿Qué? ¿Ahora mismo? —Charlene sacudió la cabeza, protestando—. Acabamos de empezar. Le prometí a Cameron que lo tendríamos todo organizado y dispuesto para empezar a trabajar en cuanto llegaran. Sólo nos quedan unas cuantas horas.
—Lo sé. Pero conozco a Hans. Nunca exagera. Debe ser algo especial. Vamos, terminaremos esto después.
La cogió de la mano y empezó a tirar de ella, demostrando su experiencia difícilmente ganada con la baja gravedad. Charlene llevaba en la Estación Salter menos de veinticuatro horas, pues era la segunda persona en hacer la transferencia completa desde el Instituto. A Wolfgang le parecía completamente injusto que ella no hubiera sufrido ni el más mínimo mareo. Pero al menos no tenía aún su facilidad de movimientos. Tiró de ella y la hizo girar, ajustando el momento angular y linear. Tras unos instantes, Charlene comprendió que debería moverse lo mínimo posible, y dejó que la guiara como si fuera un peso muerto. Recorrieron rápidamente el corredor helicoidal que llevaba a la zona de control central.
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