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David Brin: El efecto práctica

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David Brin El efecto práctica

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“Cualquier tecnología suficientemente avanzada es vista como magia”. La frase, a menudo atribuida a Arthur C. Clarke, se hace realidad en esta amena y divertida novela de David Brin. Dennis Nuel, profesor universitario de física, es transportado a un mundo alternativo donde el segundo principio de la termodinámica está invertido y los objetos mejoran con su uso en lugar de deteriorarse. Inevitablemente, Dennis recibe en ese mundo dotado de una organización feudal la consideración de mago. Deberá intervenir en innumerables aventuras y participar en viajes sorprendentes donde encontrará a una rubia princesa y deberá enfrentarse a un inteligente señor de la guerra y a los habituales villanos envidiosos. Todo ello en un mundo dotado de tecnología de pacotilla. Una idea brillante servida con una técnica narrativa que recuerda explícita y voluntariamente la ciencia ficción de los años cuarenta y cincuenta. Una viaje alucinante y alucinado por un mundo anómalo donde las leyes de la física son distintas.

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Dejaron escapar suspiros de alivio. Linnora no se había echado a perder en las tierras bajas. ¿Pero entonces qué estaban haciendo en esa postura?

Las damas comprendieron con disgusto que las cosas nunca volverían a ser como antes.

3

En realidad no necesitaban arrastrarse bajo el avión para examinar el robot. Dennis se dio cuenta más tarde de que podría haber ordenado al pequeño autómata que soltara la hélice, y su tenaza sobre la parte inferior del aparato, y que saliera. Pero a estas alturas parecía ya tan parte de la máquina que no se le ocurrió en ese momento. Los sucesivos y poderosos trances de práctica, amplificados por la magia de la bestia krenegee, habían transformado la máquina hasta hacer que pareciera inseparable del brillante avión de madera.

Cuando Linnora dijo que había estado «hablando» con el robot, se refería a que ella había hablado. El robot respondía utilizando su pantallita.

Dennis frunció el ceño mientras miraba las filas de letras coylianas en el brillante rectángulo. No podía leer la lengua alienígena a esa velocidad. Además, se preguntó cómo había aprendido el robot a…

Por supuesto, comprendió rápidamente. Casi desde su primer momento en Tatir, la máquina había estado recopilando información sobre los habitantes, según sus órdenes. Naturalmente, eso incluía aprender la escritura que utilizaban.

—Divide la pantalla —ordenó—. Escritura coyliana a la izquierda, traducción al inglés terrestre a la derecha.

El texto se dividió en dos versiones del mismo informe. Linnora y él tuvieron que arrastrarse un poco más para poder leer, pero eso sólo acabó por acercarlos más, lo que no resultaba ninguna desventaja.

De inmediato, advirtió algo interesante. Aunque las letras coylianas eran parte de un silabario, y las letras inglesas/romanas eran un verdadero alfabeto, los dos sistemas compartían un mismo estilo. El sonido coyliano «th», por ejemplo, parecía una «t» mutada y una «h» fundidas.

Dennis recordó algunos de los cálculos que había hecho durante su encarcelamiento. Con una creciente sensación de excitación, empezó a sospechar que una de las teorías que había elaborado entonces podía ser cierta.

Leyó el texto durante un rato. Era un resumen de la historia coyliana, encontrado en algunos pergaminos antiguos que el robot había robado temporalmente de un templo de Zuslik. Los pergaminos se referían específicamente a la Antigua Fe, antaño ampliamente seguida en Tatir, pero ahora limitada sólo a los L´Toff y unos cuantos más. Parecía consistir principalmente en mitos y leyendas; pero entremezclada con esas exageradas historias, a Dennis le pareció ver una pauta.

Pidió al robot que volviera a fechas anteriores y luego continuara. Linnora observaba, fascinada, y de vez en cuando recomendaba párrafos que había leído antes. Ocasionalmente se detenía a explicar el sentido de algo que Dennis no había comprendido.

Pasaron mucho tiempo juntos bajo el carro, leyendo la historia de un mundo.

A Dennis empezaba a dolerle el cuello cuando por fin consideró que tenía suficientes datos. La conclusión parecía irrebatible.

—¡Esto no es sólo otro planeta! —declaró—. ¡También es el futuro!

Linnora se dio la vuelta y lo miró.

—Sí, para ti lo es, mi mago del pasado. ¿Cambia eso las cosas? ¿Seguirás queriendo casarte con alguien que puede ser tu descendiente lejana?

Dennis se acercó y la besó.

—No tengo ningún lazo fuerte con mi tiempo —le dijo—. Y no puedes ser descendiente mía. Nunca he tenido hijos.

Linnora suspiró.

—Bueno, eso puede remediarse también.

Dennis estaba a punto de volver a besarla, lo que habría inquietado aún más a las damas del bosquecillo. Pero un súbito grito, directamente sobre ellos, lo impidió.

—¡Denniz! ¡Princesa!

Esta vez hubo dos golpes y dos series de maldiciones entre murmullos.

Linnora y Dennis salieron frotándose las respectivas cabezas. Pero sonrieron al ver quién les esperaba.

—¡Arth!

Era, en efecto, el diminuto ladrón. Unos cuantos de L´Toff se habían congregado y observaban admirados en silencio desde el borde del claro, pues Arth llevaba un krenegee en el hombro, ronroneando.

Dennis abrazó a su amigo.

—¡Así que los hombres de Proll pudieron encontrarte! Temía que nuestra descripción de la altiplanicie no fuera lo bastante buena y tuviéramos que buscarte en avión. ¡Estábamos preocupados por ti!

Arth rascó al ronroneante cerduende bajo la barbilla.

—Oh, me encontraba okay —dijo, sin darle importancia—. Pasé todo el tiempo uniendo palos para crear otro carro volador. Lo habría intentado si los L´Toff y los Exploradores de Demsen no hubieran aparecido.

Dennis se estremeció ante la idea. Tendría que mantener una buena charla con el hombrecito… y con Linnora y Gath y todos los demás que sufrían la ilusión de que la tecnología de la Tierra podía conseguirse uniendo cosas. ¡Con Efecto Práctica o no, algunas cosas tenían que funcionar bien la primera vez!

—Bueno, por lo menos estás bien.

—Sí, muy bien. Envié a Maggin un mensaje con las tropas de Demsen. Le pedí a mi mujer que viniera de Zuslik para pasar unas vacaciones aquí conmigo… con el permiso de su alteza, por supuesto. —Hizo una reverencia a Linnora, quien se echó a reír y abrazó al pequeño ladrón.

—Oh, por cierto —continuó Arth—. No sé si os habéis enterado, pero supongo que puede interesaros. Parece que los muchachos de Demsen capturaron a una compañía de hombres de Kremer, cerca del Paso Norte. ¿Y adivináis quién iba con ellos? ¡Nada menos que nuestro viejo amigo Hoss´k!

—¡Hoss´k!

—Sí. El diácono escapó, mala suerte. Pero los exploradores capturaron a un tipo raro que estaba con él. Un prisionero, parece. Ahora lo tienen en la tienda de Linsee.

»Pero hay una cosa curiosa. ¿Sabes que habla de forma muy parecida a ti, Denniz? Abriendo mucho la boca y con la parte trasera de la garganta, con ese extraño acento tuyo.

»¡Y algunos de los norteños capturados dijeron que era otro mago!

Dennis y Linnora se miraron.

—Creo que será mejor que le echemos un vistazo —comentó la princesa.

4

—Bien, Brady. Así que Flaster te eligió para que me siguieras. Desde luego, se tomó su tiempo.

El tipo del pelo arenoso que estaba sentado con aspecto meditabundo se volvió rápidamente y se quedó boquiabierto.

—¡Nuel! ¡Eres tú! ¡Oh, Dios, me alegro de ver a un camarada terrestre!

Bernald Brady parecía molesto y exhausto. Tenía un chichón en la frente, y su típica expresión despectiva había pasado a ser de alivio y alegría aparentemente sinceros al ver a Dennis.

Linnora y Arth entraron entonces en la tienda. Los ojos de Brady se ensancharon al ver la criatura encaramada en el hombro de Arth. El hombre retrocedió.

Al parecer, el cerduende recordaba también a Brady. Siseó con desprecio y enseñó los dientes. A1 final, Arth tuvo que sacarlo fuera.

Cuando se marcharon, Brady se volvió implorante hacia Dennis.

—¡Nuel, por favor! ¿Puedes decirme qué está pasando aquí? ¡Este lugar es una locura! Primero encuentro el zievatrón hecho pedazos, y tu extraña nota. Luego todo mi equipo muestra signos de funcionar de una manera rara.

Al final acaba golpeándome la cabeza un tipo que actúa como si fuera primo de Dios y hace que un puñado de matones me despojen de todas mis cosas…

—¿Se llevaron tus armas? Me lo temía. —Dennis hizo una mueca. Kremer tenía ya su pistola de agujas, y no podía imaginar qué otras armas habría traído consigo el siempre cauteloso Brady. Sin duda no había dudado en la calidad del equipo que traía para sí. Con todo aquel material, Kremer podría seguir siendo un problema a tener en cuenta.

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