David Brin - El efecto práctica

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“Cualquier tecnología suficientemente avanzada es vista como magia”. La frase, a menudo atribuida a Arthur C. Clarke, se hace realidad en esta amena y divertida novela de David Brin.
Dennis Nuel, profesor universitario de física, es transportado a un mundo alternativo donde el segundo principio de la termodinámica está invertido y los objetos mejoran con su uso en lugar de deteriorarse.
Inevitablemente, Dennis recibe en ese mundo dotado de una organización feudal la consideración de mago. Deberá intervenir en innumerables aventuras y participar en viajes sorprendentes donde encontrará a una rubia princesa y deberá enfrentarse a un inteligente señor de la guerra y a los habituales villanos envidiosos. Todo ello en un mundo dotado de tecnología de pacotilla.
Una idea brillante servida con una técnica narrativa que recuerda explícita y voluntariamente la ciencia ficción de los años cuarenta y cincuenta. Una viaje alucinante y alucinado por un mundo anómalo donde las leyes de la física son distintas.

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»En cuanto los dos monstruos del sur queden eliminados, podremos asaltar la montaña. Será costoso, pero los L´Toff no podrán mantener sus posiciones. Tendrán que replegarse, y los cuatro monstruos restantes de la pendiente norte serán rodeados entonces. No podrán hacer nada.

—¿Y cuántos planeadores habremos perdido para entonces? —preguntó el barón.

—Oh, no muchos, mi señor. Quizá quince o veinte.

Kremer se desplomó en una silla.

—No muchos… —suspiró—. Mis valientes y afortunados pilotos… tantos. Una cuarta parte perdida, casi un tercio, y ninguno para apoyar las tropas del norte.

—Pero majestad, los monstruos habrán desaparecido. Y los L´Toff y los exploradores están luchando ya en todos los frentes. ¡Una brecha en cualquier parte, y los tendremos! Eso es especialmente cierto aquí. ¡Si logramos atravesar hacia el oeste hoy, partiremos al enemigo por la mitad!

Kremer alzó la cabeza. Vio entusiasmo en la cara de sus oficiales, y empezó a sentirse él mismo una vez más.

—¡Sí! —dijo—. Que traigan refuerzos. ¡Vayamos al Ruddik y seamos testigos de esta histórica victoria!

5

Cuando amaneció, Dennis y Linnora estaban tendidos uno al lado del otro, envueltos en una de las mantas de Surah Sigel en el banco de arena, contemplando el sol alzarse sobre las nubes del este.

Dennis se notaba los músculos como si fueran harapos fláccidos usados al máximo. Sólo que allí, en Tatir, un harapo que hubieran usado tanto no estaría en tan mal estado como él. Sólo mejoraría con cada lavado.

Cerca, oyó a Arth preparar el mejor desayuno posible con lo que quedaba de la cesta de Surah.

Linnora suspiró, la cabeza apoyada sobre el hombro de Dennis. Él se contentaba con vagar, sólo a medias consciente, en el suave y dulce aroma de su cabello. Sabía que pronto tendrían que empezar a pensar en un modo de salir de esa altiplanicie. Pero en ese momento no deseaba romper aquella sensación de paz.

Arth tosió. Dennis oyó al hombrecito acercarse al borde del precipicio, murmurar tristemente un momento, y luego volver a los árboles.

—¿Denniz?

Dennis no se quitó el brazo de la cara.

—¿Qué pasa, Arth?

—Denniz creo que será mejor que eches un vistazo a algo.

Dennis se destapó los ojos. Vio que Arth señalaba al oeste.

—¿Quieres dejar de hacer eso? —dijo Dennis mientras Linnora y él se incorporaban. No podía reprimir la irritación por la costumbre de Arth de traer malas noticias.

Arth señalaba el montículo del que habían caído el anochecer anterior, rodeados de flechas que hendían el aire.

Según el ordenador de muñeca de Dennis, habían pasado menos de diez horas desde que se lanzaron por aquel barranco, directos al corazón del Efecto Práctica.

Dennis oyó leves sonidos de lucha procedentes de esa dirección. Una columna de polvo de la batalla se alzaba entre las montañas. La nube parecía moverse lenta, inexorablemente hacia el sur.

Los L´Toff estaban siendo obligados a replegarse.

Pero no era eso lo que preocupaba a Arth. Señalaba un lugar situado por debajo y por detrás del polvo de la batalla. Dennis observó cuidadosamente la cara de la montaña, iluminada por el sol naciente. Entonces los vio.

Un pequeño destacamento de hombres se había separado de la lucha en las cumbres. Bajaban por la pendiente que una cascada había abierto gradualmente. Descendían con cuidado, ayudándose con cuerdas en los tramos más empinados.

Así que las tropas de Kremer no se rendían todavía. Sabían cuánto quería su señor a los fugitivos y habían enviado un contingente a perseguirlos incluso por esa altiplanicie solitaria.

Dennis calculó que tardarían poco más de dos horas, quizá tres, en llegar.

Linnora le tocó el hombro. ¡Dennis se giró, y dio un respingo cuando vio que ella estaba señalando a su vez!

¿Tú también? La miró acusador antes de seguir su gesto. Allá al sur, donde ella señalaba, algo brillante se movía contra el cielo. Varias cosas. Envidió la prodigiosa capacidad visual de Linnora.

—¿Qué…?

Entonces lo supo. El objeto más grande era un globo que flotaba en la luz matutina. Su gran bolsa de gas estaba en llamas, y varios objetos oscuros y malignos zumbaban a su alrededor, preparándose para matar.

Se acabó. En vez de un breve, pacífico respiro, la batalla ardía alrededor de ellos en muchos frentes. Sería mejor salir de aquella meseta antes de que los exploradores de Kremer llegaran. También sería deseable ver qué podía hacer su pequeña banda de aventureros para ayudar a los buenos.

Y a Dennis le pareció que tal vez tuvieran un medio.

Sacó el afilado cuchillo centenario que Surah Sigel le había dado, y se volvió hacia Linnora y Arth.

—Quiero que me busquéis un trozo de madera dura, aproximadamente de este grosor y esta longitud —indicó con las manos.

Cuando Arth empezó a hacer preguntas, Dennis se limitó a encogerse de hombros.

—Quiero tallar un poco —fue todo lo que dijo.

Linnora y Arth se miraron. Más magia, pensaron, asintiendo. Se volvieron sin decir nada más, y corrieron a los matorrales a buscar lo que quería el mago.

Cuando regresaron encontraron al terrestre enfrascado en una conversación… en parte consigo mismo y en parte con su demonio de metal. Había arrastrado el planeador hasta unos cuantos palmos del borde del precipicio con el robot instalado debajo una vez más. Había un montón de cosas en la arena, junto al aparato.

—Hemos encontrado un palo —anunció Arth.

—Y parece lo que querías —terminó Linnora.

Dennis asintió. Cogió la rama de un metro y empezó inmediatamente a descortezarla y a tallarla en arcos largos y curvos. Murmuraba para sí, distraído. Ni Linnora ni Arth se atrevieron a interrumpirlo.

El cerduende despertó de su sueño dentro del carro-planeador y se encaramó al parabrisas para observar.

Linnora frunció el ceño, consternada.

—Creo que quiere despegar otra vez —le susurró a Arth. Se dio cuenta, por ejemplo, de que había empezado a vaciar el aparato para aligerarlo—. Ven y ayúdame —le dijo al ladrón, y empezó a tirar de la silla y el banco para arrancarlos del planeador.

Sólo de vez en cuando alzaban la cabeza para valorar sus progresos. Los exploradores de Kremer habían avanzado en su descenso por la pendiente. Se acercaban cada vez más.

Arth y Linnora acababan de completar su tarea cuando Dennis terminó la suya.

Linnora pensaba que ya no podría sorprenderse por nada de lo que hiciera el mago. Pero entonces Dennis dejó de tallar, observó su labor durante un segundo, ¡y metió la mano bajo el planeador para darle el palo al robot!

—Toma —le dijo—. Cógelo firmemente por la mitad con el brazo manipulador central. Sí. Ahora gíralo en el sentido de las aguas del reloj. No, quiero un movimiento giratorio a lo largo del eje de ese brazo. ¡Eso es!

»No lo esfuerces al principio, pero hazlo girar lo más rápido que puedas —recalcó—. Tu misión es generar una brisa que vuelva hacia nosotros, y conducir el ascenso hacia delante.

Se volvió hacia los otros y sonrió. Como ellos se le quedaron mirando, trató de explicarse. Pero lo único que pudieron entender fue el nombre de la nueva herramienta: una hélice, la llamó.

El palo giró más y más rápido. Pronto fue sólo un borrón, y empezaron a notar un fuerte viento.

Dennis pidió a Arth que se quedara en tierra sujetando la parte trasera del aparato, para impedir que se moviera. Linnora subió a bordo y ocupó su lugar acostumbrado.

Dennis recogió al krenegee, que gimió agotado.

—Vamos, Duen. Sigues teniendo un trabajo que hacer. —Se sentó delante de Linnora y le hizo un gesto con la cabeza para que iniciara el trance de práctica.

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