Charles Sheffield - La odisea del mañana

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La odisea del mañana: краткое содержание, описание и аннотация

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El excepcional músico Drake Merlin se hace congelar junto a su esposa moribunda, Ana, con la esperanza de que el interés por sus estudios haga que le despierten en el futuro y pueda encontrar una cura para su amada. Cuando esto sucede, cinco siglos más tarde, Drake descubre que Ana aún no puede ser sanada, y emprende una apasionante carrera hacia el futuro despertando y congelándose en busca de la salvación de su esposa, atravesando el tiempo y hasta el espacio, desafiando las leyes físicas. Una emotiva y monumental historia escrita con una concisión y una garra pasmosas, repleta de ideas brillantes.

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—¿Me entiende usted, Drake Merlin? —Hubo una pausa, y luego, más alto—. ¿Me oye? ¿Me entiende?

—Claro que le oigo. Claro que le entiendo. —Pero Drake tenía dificultades para controlar su dicción. Tenía que rebuscar cada palabra. Abrió los ojos—. Ya habíamos… decidido que… nos entendíamos.

Leon estaba de pie ante él, asistiendo satisfecho.

—Ayer demostramos que podíamos comunicarnos en anglo. Pero escúcheme de nuevo…, y escúchese usted.

Las palabras eran perfectamente inteligibles, pero pertenecían a un idioma extraño.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Drake. El sentido de lo que decía estaba claro, pero sonaba de un modo peculiar. Con deliberado esfuerzo, lo repitió en inglés y las palabras acudieron con más facilidad—. ¿Qué ha ocurrido?

—Ha aprendido, tal como yo pensaba y esperaba —respondió Leon en el mismo idioma—. Pero ahora —Drake no sintió ninguna disminución en su nivel de comprensión, aunque apreció el cambio en los sonidos—, ahora será mejor que hablemos en universal.

—Has dicho ayer. —El tránsito de Drake de un idioma a otro era lento y esforzado—. ¿Me habéis enseñado universal… en un solo día? ¿Cómo lo habéis conseguido?

—No soy la persona adecuada para responder a eso. —Leon se encogió de hombros—. Si intentara proporcionarle una explicación, aparte de decir que el casco ha sido su maestro, seguramente sería inadecuada. La respuesta precisa debería expresarse en electrónica o neurología. Hace mucho tiempo aprendí nociones de esos idiomas, pero me parecían antipáticos. Si son de su agrado, tendrá usted ocasión de aprenderlos más adelante. Por ahora, relájese. Tómeselo con calma. Dentro de dos o tres semanas, hablará universal sin problemas. Pero ahora tenemos otras prioridades. ¿Puede ponerse de pie?

En vez de contestar, Drake hizo la prueba. Se quitó el casco de la cabeza y se incorporó. Al erguirse experimentó un instante de desequilibrio, antes de sentirse estable y alerta. La debilidad del día anterior había desaparecido por completo.

—Me siento bien —dijo con sinceridad.

—Espléndido. ¿Tiene usted hambre?

Drake hubo de pararse a considerar esa pregunta. La perspectiva del alimento no le producía ninguna reacción física. Era como si durante los cinco siglos de sueño su cuerpo hubiera olvidado la necesidad de sustento.

Al final negó con la cabeza.

—Lo siento. Es que no lo sé.

Leon asintió, comprensivo.

—En ese caso hagamos la prueba. Tomaremos algo en un restaurante. El mundo ha cambiado mucho desde sus días, y habrá muchas cosas que le parecerán distintas. Pero la necesidad de alimentarse no se ha alterado. Le tranquilizará saber que algunas cosas siguen igual.

Par Leon hablaba en serio; pero a Drake, mientras lo seguía por un pasillo corto hasta una sala desierta de paredes blancas con una sola silla y una especie de terminal informático, le parecía que no podía haber nada más diferente.

¿Eso era un restaurante? No había camareros, ni menús, ni rastro de comida o bebida. En cada cubículo cabía solo una persona.

Su perplejidad era patente.

—Ah —dijo Leon. Por primera vez parecía incómodo—. Se me olvidan las costumbres de su época. Hoy día es normal comer a solas. Únicamente los asociados más próximos y la familia comen unos en presencia de otros. —Señaló un cubículo—. Siéntese. El acuerdo nos permite hablar con libertad, aunque no podremos vernos.

Drake hizo lo que le decían, preguntándose qué paso tendría que dar a continuación. ¿Debería indicar sus preferencias al ordenador? ¿O le darían de comer de forma automática y etérea, sin la aparición de viandas materiales? Eso desmentía la afirmación de Par Leon de que la comida era una constante en el mundo, pero quinientos años era mucho tiempo. Sin duda las interpretaciones habían cambiado, aunque se utilizaran las mismas palabras para designarlas.

Observó más de cerca el aparato que tenía delante. No había pantalla ni teclado, tan solo una caja plana y rectangular, y delante de ella una superficie lisa semejante a una mesita.

Par Leon había desaparecido en un cubículo adyacente. Drake aguardó largo rato en silencio. Al cabo, sin estar seguro de que fueran a oírlo, dijo:

—Tengo un problema.

—¿No encuentra nada de su agrado? —La voz de Leon era diáfana, aunque en el cuarto contiguo no se escuchaba otro sonido.

—No lo sé. Nadie me ha ofrecido ningún plato.

—Qué raro. ¿Qué ha pedido usted?

—Nada. No sé cómo.

—Un momento. —Luego, tras un silencio más breve—. La culpa es mía. Supuse que le habían proporcionado información general junto con los conocimientos de universal, pero no es así. Está programada para su siguiente período de adoctrinamiento. El chef que tiene delante es fácil de usar, y mañana no tendrá ningún problema con él. Esta noche, sin embargo, pediré yo por usted si me lo permite.

—De acuerdo. —Era la primera vez que Drake podía intuir qué hora era. La habitación donde había despertado carecía de ventanas, igual que este sitio. Físicamente, no tenía impresión alguna de que fuera de noche o de día, ningún biorritmo diurno.

Aguardó y observó, hasta que un par de minutos después la caja que tenía delante se abrió donde antes no había ninguna ranura, y le sirvió una humeante bandeja cuadrada, un utensilio que combinaba cuchillo y tenedor, y un cilindro transparente lleno de líquido rojo.

Las verduras eran de vivos colores pero exóticas. La carne —si es que era carne— podría haber sido roja, de pescado o de ave. Pero Drake no había visto mucho mundo en su época. Por lo que sabía el plato entero podía haber existido ya entonces, parte de la cocina desconocida de algún país extranjero. Se agachó y olisqueó la salsa. Una satisfactoria combinación de aromas asaltó su olfato: comino, salvia, hinojo, estragón. Cogió el estilizado cilindro y bebió.

Por fin —gracias a Dios— algo que reconocía. Tendría que haberlo sabido. El vino tenía cinco mil años de edad en su época; no era de extrañar que continuara alegrando a los humanos hoy día, cinco siglos después.

Levantó su vaso en un brindis silencioso, por nosotros, Ana; por haber llegado tan lejos , y dio un largo trago.

Drake no tenía deseos de hablar mientras comían, pero estaba claro que Par Leon se sentía locuaz. Después de prometer a Drake que le explicarían el mundo más tarde, cuando estuviera dormido, mucho mejor de lo que podría explicárselo él mientras cenaban y con mucho más detalle, Leon siguió hablando y se lo explicó de todos modos.

A lo largo de la hora siguiente se hizo evidente cuáles eran sus intereses. Tenía buenos conocimientos, aunque superficiales, de la civilización y la sociedad de la Tierra, pero sabía y le importaba poco el resto del sistema solar.

La población de la Tierra, dijo, era de quinientos millones de personas, menos de una décima parte de lo que había sido en tiempos de Drake. Ahora se mantenía estable. En los próximos dos siglos experimentaría un aumento planificado para alcanzar los mil millones antes de reducirse de nuevo a su nivel actual. Desconocía los motivos para el cambio. Ese tipo de cosas estaba en manos de los especialistas en gestión de recursos.

¿Y la población de otros planetas y lunas? Esa fue una de las pocas preguntas de Drake. Par Leon respondió con un encogimiento de hombros verbal. Había gente que vivía ahí fuera, sin duda, pero, ¿qué más daba cuántos fueran? Los demás planetas y lunas no tenían una larga historia, y menos una historia musical. Por consiguiente, carecían de interés. Si Drake quería averiguar ese tipo de detalles extraños, tendría ocasión de hacerlo sin ocupar el valioso tiempo de otro humano. Las máquinas y los bancos de datos estaban a su disposición. Aunque Drake tuviera que aprender un nuevo idioma, tampoco eso supondría problema alguno. El vocabulario y las normas gramaticales se podían instalar casi de inmediato por medio de los cascos de retroalimentación. El manejo del idioma, sobre todo del lenguaje hablado, sería más arduo, dado que requería coordinación física y práctica. Una semana, quizá, en vez de un día.

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