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Charles Sheffield: La odisea del mañana

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Charles Sheffield La odisea del mañana

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El excepcional músico Drake Merlin se hace congelar junto a su esposa moribunda, Ana, con la esperanza de que el interés por sus estudios haga que le despierten en el futuro y pueda encontrar una cura para su amada. Cuando esto sucede, cinco siglos más tarde, Drake descubre que Ana aún no puede ser sanada, y emprende una apasionante carrera hacia el futuro despertando y congelándose en busca de la salvación de su esposa, atravesando el tiempo y hasta el espacio, desafiando las leyes físicas. Una emotiva y monumental historia escrita con una concisión y una garra pasmosas, repleta de ideas brillantes.

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—Pero ahora —era evidente que Leon había dedicado todo el tiempo que deseaba a ese tipo de cuestiones insulsas— hablemos de música.

Eso hizo. Dichosa e incomprensiblemente. Drake se guardó de decirle que no lo entendía. Cumpliría su cometido y estudiaría música moderna llegado el momento. Por esta noche se conformaba con sentarse, comer y beber, y reunir fuerzas para lo que le depararan los días siguientes.

Una civilización es algo más que un conjunto de hechos, normas e idiomas. Después de dos semanas de noches de conocimientos inducidos, Drake empezó a preguntarse si no habría algunos aspectos de su nuevo mundo que estarían siempre lejos de su alcance, daba igual cuánto tiempo pasara viviendo allí.

La ciencia era uno de ellos. La ciencia del siglo XXVI, en concreto las asunciones básicas que la sustentaban, lo eludía totalmente. No era ninguna sorpresa que ese tema le resultara difícil. Siempre había sido así. Ya en su época sus profesores le acusaban de tener talento pero no interés, y de pasarse el día soñando despierto con palabras y música.

Aun así, las ideas generales de la ciencia tendrían que ser accesibles. Se suponía que no eran más que sentido común, elevado al grado de disciplina. Pero se encontró bregando sin éxito; y en verdad bregaba, se esforzaba, pugnaba por comprender más de lo que había comprendido jamás en su juventud. La salvación de Ana, cuando llegara por fin, derivaría de la ciencia, no de la música.

Al final buscó ayuda; no la de Par Leon, que ardía en deseos de que terminara el adoctrinamiento de Drake para que pudieran ponerse manos a la obra, y que tampoco sabía mucho ni le interesaba la ciencia. En su lugar Drake se zambulló en la red de información, desarrollada más allá de lo que hubiera podido soñarse en su época. Buscó a alguien que estuviera dispuesto a traducir para él de la ciencia, que no sabía hablar ni escribir, al universal. Ofrecía a cambio lo que sabía de su época.

La mujer que se puso en contacto con él no parecía interesada en los comienzos del siglo XXI, o al menos no en las cosas que podría contar Drake sobre dicho período. Eso confirmó lo acertado de su antigua decisión de suscitar la curiosidad de los especialistas en música. Cass Leemu también era una especialista, pero su especialidad era algo que Drake no alcanzaba a comprender, ni siquiera en términos generales ni tras horas de conversación y estudio. Ella decía que era una forma de física. Parecía no ser más que imágenes, que de algún modo arrojaban resultados cuantitativos.

Cass era una mujer de color cuya edad, igual que la de Par Leon, resultaba difícil de determinar. Era alta y de pelo moreno, con una cabeza ligeramente grande y sólida, sin cejas ni pestañas, y un cuerpo suntuoso. Drake se olía alguna discreta modificación genética. Sus motivos para entrevistarse con él obedecían bien a la curiosidad por un ejemplar de la primitiva humanidad —Drake— o bien a razones que él no acertaba a comprender.

Sus explicaciones eran tan concisas como permitían las limitaciones del universal para expresar conceptos científicos.

—Se trata del típico problema de cambio paradigmático de gran envergadura. —Estaban en los aposentos privados de la mujer. Cass Leemu se encontraba casi desnuda, repantigada en un sofá y rascándose la barriga pensativamente mientras hablaba. En otros tiempos, reflexionó Drake, su cuerpo al descubierto habría supuesto un gran obstáculo para la simple transferencia de información. También se habría considerado una clara invitación.

»¿Te suena el nombre de Isaac Newton? —continuó.

—Naturalmente. La gravedad, y las leyes de la dinámica.

—Correcto. Famosas, y fáciles de comprender. En eso estamos de acuerdo. Pero, ¿sabías que muchos de sus contemporáneos encontraban su obra demasiado avanzada? Presentaba nociones de espacio y tiempo absolutos, que para ellos eran incomprensibles. Sostenían, con todo derecho, que solo la separación entre objetos podía tener un sentido físico. El concepto de coordenadas absolutas, en oposición a las distancias relativas, no tenía sentido para ellos. Además, su obra se derivaba y comprendía con más facilidad empleando el cálculo, que para los científicos del siglo XVII estaba envuelto en las paradojas de las cantidades infinitamente pequeñas. Se tardó tres generaciones en resolver las paradojas, asimilar la nueva perspectiva del mundo y trabajar cómodamente con ella. Lo mismo sucedió dos siglos después, cuando Maxwell atribuyó al concepto de campo una importancia fundamental. Muchos de sus contemporáneos, hasta el fin de sus vidas, intentaron diseñar analogías mecánicas que resolvieran la necesidad de un campo electromagnético. Y en el siglo XX, cuando la incertidumbre y la indecidibilidad asumieron una postura dominante en la perspectiva predominante del mundo, incluso al mayor científico de su época, Einstein, le costó aceptarlas.

—¿Me estás diciendo que volvió a ocurrir lo mismo, después de que me introdujera en la criomatriz?

—Por supuesto que volvió a ocurrir. —Cass Leemu sonrió y se acarició el pezón derecho. Era evidente que consideraba su gesto desprovisto por entero de contenido erótico. Cambio paradigmático. Drake se sintió tentado de preguntarle si le gustaría quedar algún día para comer con él, y ver si eso la ruborizaba.

»Ha ocurrido no solo una vez —continuó ella— sino tres. Se han producido tres cambios de perspectiva de envergadura. Nuestra comprensión de la Naturaleza difiere de las perspectivas de tu época más que la vuestra de la de los romanos.

—Así que me va a pasar como a los colegas de Newton, que eran incapaces de asimilar los nuevos fundamentos.

—Eso me temo. A menos que consigas dominar el concepto de… —Se interrumpió, antes de sonreír de nuevo a Drake, disculpándose esta vez—. Perdona. El término para la idea que sostiene ahora la ciencia carece de una paráfrasis adecuada en universal. Incluso los bancos de datos generales guardan silencio. Pero si de veras deseas estudiar ciencia, y aprender el lenguaje científico empezando por los rudimentos elementales, estaría dispuesta a ayudarte.

—No puedo hacerlo. Todavía no. —Drake ya había desistido de aprender ciencia por sí solo, pero se resistía a dar un no tajante por respuesta a Cass Leemu; quizá la necesitara más adelante—. Verás, Cass, le debo los próximos seis años a Par Leon. Me revivió.

—Desde luego. ¿Seis años nada más? Está siendo generoso. Un mecenas como Par Leon, que elige a un individuo por el que nadie más muestra interés, puede imponer sus propias condiciones al Resucitado.

Ahí estaba de nuevo el cambio paradigmático. Cass estaba señalando a Drake que el mundo feliz en que vivía ahora contenía otros elementos al menos igual de difíciles de asimilar que la ciencia.

Una vez de regreso en sus espartanos alojamientos, le dio vueltas al problema. La esclavitud no existía. Por otra parte, los seis años de servicio absoluto a Par Leon se daban por supuestos. Era una forma de esclavitud, pero nadie cuestionaba su base ética. Drake no lograba entender esa base. Se consoló pensando que Enrique VIII se habría escandalizado ante las guerras que acababan con los civiles, en tanto aceptaría como algo natural cualquier ahorcamiento, azotaina o desmembramiento público.

Mientras se ponía el casco en la cabeza, se preguntó qué lección inducida recibiría esta noche. Se sentía incapaz de sorprenderse. Antes de perder el conocimiento, se le ocurrió que la humanidad era capaz de asimilar muy pocos absolutos. ¿Por qué? Porque la gente podía vivir dentro de —y aparentemente justificar— cualquier variación imaginable de la ética y la moral.

Quizá ese fuera el secreto de la supervivencia de los seres humanos.

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