Charles Sheffield - La odisea del mañana

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El excepcional músico Drake Merlin se hace congelar junto a su esposa moribunda, Ana, con la esperanza de que el interés por sus estudios haga que le despierten en el futuro y pueda encontrar una cura para su amada. Cuando esto sucede, cinco siglos más tarde, Drake descubre que Ana aún no puede ser sanada, y emprende una apasionante carrera hacia el futuro despertando y congelándose en busca de la salvación de su esposa, atravesando el tiempo y hasta el espacio, desafiando las leyes físicas. Una emotiva y monumental historia escrita con una concisión y una garra pasmosas, repleta de ideas brillantes.

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Se le ocurrió a Drake que los programas multidisciplinares debían de ser un infierno. Pero no tanto como antaño. Aquí, al menos, se había llegado al entendimiento de que existía un problema. Y ¿cómo serían los ordenadores, después de cinco siglos más de desarrollo? En su día estaban en pañales. Ahora tendrían que ser capaces de hacer cualquier cosa, cualquiera… incluso curar a Ana. Resultaba casi asombroso ver que todavía había sitio en el mundo para los humanos.

Empezaba a sentirse extraña e irracionalmente eufórico debido a la combinación de los fármacos y a la idea de que podría tener éxito con más facilidad de lo que había soñado.

Hizo un esfuerzo más decidido por sentarse. Su cabeza se levantó unos cinco centímetros de la almohada, antes de volver a caer pese a hacer todo lo posible por mantenerla erguida.

—Despacio. Roma… no se construyó… en un día. —Par Leon sonrió ufano, a todas luces entusiasmado por haber recordado tan magno ejemplo de anglo antiguo—. Pasarán lunas antes de que haya recuperado usted sus fuerzas. Dos cosas más que debo decirle, antes de permitir que siga con su tratamiento.

»Primero, fui yo el que dispuso que lo trajeran y revivieran a usted aquí. Soy musicólogo, me interesan los siglos XX y XXI, y su época en particular.

La apuesta de quinientos años de Drake había dado resultado. Se preguntó cómo sonaría la música moderna. ¿Sería capaz de escucharla con placer? ¿De componerla?

—Según nuestras leyes —continuó Par Leon— me debe usted el coste de su reanimación y tratamiento. La suma asciende a seis años de trabajo por su parte. Ha tenido usted suerte de estar sano y haber sido correctamente congelado y conservado, de lo contrario el tiempo de servicio sería mucho mayor. No obstante, también creo que encontrará usted su contrato de aprendizaje conmigo agradable e interesante a un tiempo. Le propongo que usted y yo, juntos, escribamos la historia definitiva de su período musical.

De modo que la cuestión de cómo ganarse la vida quedaba pospuesta al menos por unos años. Seguramente, Par Leon tendría que ocuparse de la manutención de Drake Merlin mientras este saldaba su deuda.

—Segundo, tengo buenas noticias para usted. —Par Leon observaba a Drake, expectante—. Cuando lo examinamos, nuestros médicos detectaron ciertos problemas, ¿ defectos es el término que emplearía usted?, con su cuerpo y su equilibrio glandular. Esperan haber subsanado los funcionamientos defectuosos corporales básicos, y han proporcionado una estabilización estándar de sus telómeros cromosómicos. Seguirá usted envejeciendo, pero más despacio. Debería vivir entre doscientos y trescientos años.

»Sin embargo, el desequilibrio glandular planteaba un problema más delicado. Era probable que se manifestara en una especie de demencia, una compulsión incontrolable. Los médicos lo detectaron en cuanto la descongelación avanzó lo suficiente para permitirle responder a las psicosondas. Efectuaron unos pequeños cambios químicos que, esperamos, hayan corregido la complicación. —Par Leon estudiaba atentamente a Drake—. Sea usted tan amable de decirme qué siente por su difunta esposa, Anastasia Werlich.

Drake sintió que se le aceleraba el corazón. Oía el martilleo de la sangre en sus oídos, y en su debilitada condición le costaba respirar como si le hubieran soltado unas pesas en el pecho. Cerró los ojos por un momento y pensó en Ana. Gradualmente, se tranquilizó.

Era obvio lo que quería escuchar su interlocutor; y Ana era digna de un millón de mentiras. Drake miró a Par Leon y meneó ligeramente la cabeza.

—Siento muy poco por ella. Nada más que la débil impresión de algo que había ahí una vez. Sé que antes me era muy querida, pero ahora no estoy seguro. Es como la cicatriz de una antigua herida.

—¡Excelente! —La sonrisa confirmaba su idea—. Completamente satisfactorio. La enfermedad que mató a su mujer fue eliminada de la humanidad hace mucho tiempo, por medio del emparejamiento meticuloso…, eugenesia, que se diría en su idioma. Podría reanimarla, sin duda, pero según nuestros médicos sigue sin ser seguro que pudiéramos curarla. No obstante, no se nos ocurre ningún motivo por el que debamos despertarla. Como la mayoría de los ocupantes de las criomatrices, tiene poco o ningún interés para nosotros. Y lo más importante de todo, su implicación podría interferir en nuestro trabajo.

—¿De modo que su cuerpo continúa almacenado?

—Por supuesto. Guardamos todos los criocadáveres. Aunque la mayoría de ellos no tengan ningún valor en la actualidad, ¿quién sabe cuáles serán nuestras necesidades en el futuro? Las criomatrices son como una biblioteca del pasado a abrir cada vez que sirva a nuestros fines. Dentro de doscientos años alguien podría encontrarle alguna utilidad, y quizá su enfermedad pueda curarse fácilmente. Entonces también ella podrá vivir y trabajar de nuevo.

—¿Anastasia está almacenada cerca de aquí?

—¡Claro que no! —Por vez primera Par Leon pareció asombrarse—. Eso supondría un desperdicio de espacio y energía. Las criomatrices se guardan en Plutón, donde el espacio es económico, los requerimientos de congelación escasos, y la velocidad de escape baja.

Esa frase, más que cualquier otra cosa que había dicho Par Leon, colocó a Drake de golpe en su época actual. ¿Qué tecnología era la que prefería embarcar millones de cuerpos como si tal cosa con rumbo al filo del sistema solar antes de conservarlos congelados en la Tierra? Esto es, si es que Plutón estaba al filo del sistema solar. ¿Cuántos planetas se conocerían ahora? Ya en su época se hablaba de muchos más cuerpos existentes en la región conocida como el Cinturón de Kuiper. Hacía cinco siglos. Era la época de Monteverdi a Shostakovich, de Copérnico a Einstein, del descubrimiento de América por parte de Colón al primer alunizaje. Había recorrido un largo, largo trecho.

Par Leon seguía observándolo, ahora con una sombra de suspicacia.

—Pregunta usted de nuevo por la mujer, Anastasia Werlich. ¿Por qué? ¿Está seguro de haberse curado por completo? En caso contrario, disponer otro tipo de tratamiento no supondría ningún problema.

Drake se maldijo por estúpido e hizo cuanto pudo por esbozar una sonrisa tranquilizadora.

—Estoy seguro de que eso no será necesario. Su recuerdo ya empieza a desvanecerse. En cuanto haya recuperado las fuerzas, estaré encantado de empezar a trabajar con usted.

—Estupendo. —La sonrisa había regresado, pero Par Leon esgrimía un dedo admonitorio—. Trabajaremos juntos, sí, pero no hasta que usted se haya recuperado por completo y haya recibido una formación elemental. Para empezar, deberá aprender a hablar universal y música, y deberá adquirir los conocimientos de fondo básicos para adaptarse a vivir en esta época. Será, además, responsabilidad mía procurar que encuentre usted una actividad adecuada cuando nuestro trabajo esté acabado, y para eso necesitará aptitudes de las que, hoy por hoy, carece.

»Ahora descanse, Drake Merlin. Volveré mañana, o pasado. Para entonces se sentirá usted con más fuerzas. Y sabrá usted muchas más cosas.

Cuando Par Leon se fue, los técnicos médicos se acercaron con un casco transparente que tenía unas líneas plateadas inscritas en la parte superior. Se lo pusieron a Drake en la cabeza con cuidado.

Perdió el conocimiento de inmediato, tan deprisa que no tuvo tiempo de sentir el frío tacto del artilugio.

6

Un mundo feliz

Se despertó con el sonido de dos voces. Una de ellas era un parloteo sin palabras que le resultaba desconocido, un timbre atiplado e irritante que sonaba en su cerebro más que en su oído. La otra voz ya la conocía. Se trataba de Par Leon, formulando lo que se le antojó una pregunta extraña después de su última conversación.

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