David Brin - El cartero

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El cartero: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta es la historia de una gran mentira que llega a convertirse en una importante verdad. La historia de un hombre que llega a ser una leyenda. Todo empieza en una época futura, próxima a la que estamos viviendo, en los oscuros días siguientes a una limitada pero devastadora guerra en los que un puñado de hombres y mujeres sólo cuentan con enfermedad y hambre, miedo y brutalidad en su lucha para sobrevivir. Gordon Krantz es uno de esos hombres, un narrador itinerante, una especie de juglar, que vive de relatar las obras de los clásicos en los pueblos del noroeste. Una noche, Gordon se apropia de la chaqueta y la bolsa de un cartero, fallecido tiempo atrás, para protegerse del frío. Cuando, tras esto, llega a un pueblo, se da cuenta de que el viejo uniforme es como un símbolo de esperanza en la vuelta de una época que se fue…
Este libro es un fix-up compuesto por dos novelas cortas que se publicaron originalmente en 1982 y 1984 y que constituyen sus dos primeras partes. Las otras dos fueron expresamente escritas para formar la novela completa publicada por Bantam en 1985.

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Abby levantó los ojos y sonrió.

—¿Lo que estaba leyendo era una carta? ¿Puedo verla? Nunca he visto ninguna.

Gordon rió.

—¡Oh, no pareces tan joven! ¿Y antes de la guerra?

Abby se ruborizó ante su risa.

—Sólo tenía cuatro años cuando ocurrió. Fue tan horrible y confuso que yo… realmente no recuerdo mucho de lo anterior.

Gordon parpadeó. ¿Había transcurrido realmente tanto tiempo? Sí. Dieciséis años era tiempo suficiente para que en el mundo hubiera mujeres guapas que no conocían más que la edad oscura.

«Asombroso», pensó.

—De acuerdo, entonces. —Acercó la silla a la cama. Con una sonrisa, ella fue a sentarse a su lado. Gordon metió la mano en la bolsa y sacó otro de los frágiles y amarillentos sobres. Con cuidado, desdobló la carta y se la tendió.

Abby la miró con tanta fijeza que él pensó que la estaba leyendo entera. Ella se concentró, sus finas cejas casi juntándose en un pliegue de la frente. Por último, se la devolvió.

—Creo que no sé leer tan bien. Quiero decir que puedo leer las etiquetas de las latas y cosas por el estilo. Pero nunca he tenido mucha práctica con lo escrito a mano y… con las frases.

Su voz se quebró al final. Parecía avergonzada, pero sincera y confiada, como si Gordon fuese su confesor.

Él sonrió.

—No importa. Te explicaré de qué trata. —Alzó la carta hacia la vela. Abby fue a sentarse junto a sus rodillas, en el borde de la cama, los ojos fijos en las páginas.

—Es de un tal John Briggs, de Fort Rock, Oregón, a su antiguo empleador en Klamath Falls… Por el torno y el caballito de madera del membrete diría que Briggs era un mecánico retirado o un carpintero, o algo así. Humm.

Gordon se concentró en la letra, apenas legible.

—Parece que el señor Briggs era un hombre estupendo. Aquí se ofrece para ocuparse de los hijos de su ex jefe hasta que acabara la emergencia. También dice que dispone de un buen almacén de venta de maquinaria, energía propia y muchas existencias de metal. Quiere saber si el otro desea encargar alguna cosa, especialmente de las que escasean…

Gordon se quedó sin habla. Estaba aún tan aturdido por sus excesos que acababa de darse cuenta de que una hermosa mujer estaba sentada en su cama. La depresión que producía en el colchón inclinaba su cuerpo hacia ella. Se aclaró la garganta rápidamente y volvió a examinar la carta.

—Briggs menciona algo sobre niveles energéticos de la reserva de Fort Rock… Los teléfonos estaban cortados pero él, extrañamente, seguía recibiendo a Eugene en su red computerizada de datos…

Abby lo miró. La mayor parte de lo que había dicho sobre el autor de la carta le sonaba como si hubiera sido expresado en un idioma extranjero desconocido para ella. «Almacén de venta de maquinaria» y «red de datos» podían haber sido antiguas y mágicas palabras de poder.

—¿Por qué no nos ha traído ninguna carta a Pine View? —preguntó ella de repente.

Gordon parpadeó ante el non sequitur. La chica no era estúpida. Esas cosas se notan. Entonces, ¿por qué habían entendido mal todo lo que había dicho, cuando llegó allí y después en la fiesta? Ella seguía creyendo que era un cartero, como, al parecer, casi todos los habitantes de la pequeña aldea.

¿De quién se imaginaba ella que iban a recibir carta?

Probablemente no se había dado cuenta de que las cartas que llevaba habían sido enviadas hacía mucho tiempo, por hombres y mujeres ya muertos a otros hombres y mujeres también muertos, o de que las llevaba por… por sus propias razones.

El mito que se había desarrollado espontáneamente allí, en Pine View, deprimió a Gordon. Era un signo más del deterioro de las mentes civilizadas, muchas de las cuales se habían graduado en el instituto o incluso en un colegio privado. Pensó en decirle la verdad, tan brutal y francamente como pudiera, para que aquella fantasía acabara de una vez por todas. Empezó:

—No hay ninguna carta porque…

Se detuvo. De nuevo fue consciente de su proximidad, de su olor y de las gráciles curvas de su cuerpo. También de su confianza.

Suspiró y desvió la mirada.

—No hay ninguna carta para vosotros porque… porque vengo del oeste de Idaho, y nadie de allí conoce a los de Pine View. Desde aquí iré a la costa. Puede que allí queden algunas grandes ciudades. Quizás…

—Quizás alguien de allí nos escriba, si nosotros le enviamos una carta antes. —A Abby le brillaban los ojos—. Entonces, cuando vuelva a recorrer este camino, de regreso a Idaho, podría darnos las cartas que envíen y tal vez actuar para nosotros como esta noche, ¡y tendremos tanta cerveza y tarta para usted que reventará! —Saltó un poco sobre el borde de la cama—. ¡Para entonces seré capaz de leer mejor, lo prometo!

Gordon meneó la cabeza y sonrió. No tenía derecho a defraudar tales sueños.

—Tal vez, Abby. Tal vez. Pero tienes que aprender a leer con más soltura. La señora Thompson prometió someter a votación que se me permitiera pasar aquí cierto tiempo. Supongo que oficialmente se me considerará profesor de escuela, pero tengo que demostrar que puedo ser tan buen cazador y granjero como cualquiera. Podría enseñar a disparar con arco…

Se detuvo. Abby estaba boquiabierta por la sorpresa. Sacudió la cabeza con fuerza.

—¿Pero no se ha enterado? Han votado después de que fuera a bañarse. La señora Thompson se avergonzaría de intentar sobornar a un hombre como usted de esa forma, con el importante trabajo que tiene usted que hacer.

Gordon se incorporó sin dar crédito a sus oídos.

—¿Qué has dicho? —Había abrigado la esperanza de quedarse en Pine View al menos durante la estación fría, quizás un año o más. ¿Quién podía decirlo? Tal vez la pasión por viajar lo abandonara y lograra encontrar finalmente un hogar.

Su profundo estupor se disipó. Gordon hizo esfuerzos por contener la ira. ¡Perder su oportunidad a causa de las infantiles fantasías de aquella gente!

Abby observó su agitación y agregó:

—Esa no ha sido la única razón, desde luego. Está el problema de que no hay ninguna mujer para usted. Y luego… —su voz bajó de tono—. Y luego la señora Howlett ha creído que usted sería perfecto para ayudarnos a Michael y a mí a tener un hijo…

Gordon parpadeó.

—Mmm… —dijo, expresando el completo contenido de su mente.

—Lo hemos estado intentando durante cinco años —explicó ella—. Realmente queremos hijos. Pero la señora Horton cree que Michael no puede porque tuvo unas paperas muy malas a los doce años. Recuerda las paperas muy malas, ¿verdad?

Gordon asintió, pensando en sus amigos que habían muerto. La esterilidad resultante había dado lugar a extraños comportamientos sociales en todos los lugares que había visitado.

Incluso…

Abby se apresuró a agregar:

—Bueno, podría ser una fuente de problemas que le pidiéramos a alguno de los otros hombres de aquí que… que fuera el padre carnal. Quiero decir que cuando vives cerca de gente como ésta tienes que mirar a los hombres que no son tu marido como si realmente no fuesen «hombres»… al menos en ese sentido. No creo que me gustara esa situación y podría causar problemas.

Se sonrojó.

—Además, le contaré algo si promete guardar el secreto. No creo que ninguno de los otros hombres fuese capaz de dar a Michael la clase de hijo que merece. Es de veras muy listo. Es el único de los jóvenes que sabe leer realmente…

El caudal de extraña lógica le estaba llegando a Gordon con demasiada rapidez para captarla por completo. Parte de él advirtió desapasionadamente que todo aquello era una complicada y sutil adaptación tribal a un difícil problema social. Sin embargo, esa parte de él, el intelectual de finales del Siglo Veinte, estaba todavía un poco ebria, y mientras tanto el resto empezaba a apercibirse de lo que Abby estaba provocando.

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